Cuerpo_Doctrinal

El cisma, la herejía y la apostasía 

La Iglesia se sabe depositaria de un cuerpo doctrinal entregado por Jesucristo para la salvación de los hombres. Es el llamado depósito de fe

Es función de la Iglesia defender la integridad del depósito de fe, para lo cual cuenta con la indefectibilidad prometida por el Señor (cf. Mt 16, 18; 28, 20). Por ello uno de los elemento de esta función de la Iglesia consiste en señalar aquello que no está incluido en el depósito de la de la Iglesia, además, tiene la misión de difundir el depósito de la fe entre los hombres, para lo cual es consciente de que la verdad que la Iglesia enseña se propone, no se impone, o como dice el Concilio Vaticano II, «la verdad no se impone de otra manera, sino por la fuerza de la misma verdad, que penetra suave y fuertemente en las almas»  (Declaración Dignitatis humanae, n. 1).

Forma parte de la doctrina de la Iglesia el derecho a la inmunidad de coacción en esta materia, «de tal manera que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, sólo o asociado con otros, dentro de los límites debidos» (Declaración Dignitatis humanae, n. 2). Nadie puede ser coaccionado para abrazar las enseñanzas de la Iglesia, pero la Iglesia tiene el derecho de indicar cuál es el cuerpo doctrinal al que deben adherirse quienes quieran considerarse católicos.

El cisma, la herejía y la apostasía

El Código de Derecho Canónico define estas tres figuras:
Canon 751: Se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma; apostasía es el rechazo total de la fe cristiana; cisma, el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la Iglesia a él sometidos.

La herejía

Por lo tanto, la herejía es la negación pertinaz de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica. El canon 750 § 1 define qué se debe creer con fe divina y católica:
Canon 750 § 1: Se ha de creer con fe divina y católica todo aquello que se contiene en la palabra de Dios escrita o transmitida por tradición, es decir, en el único depósito de la fe encomendado a la Iglesia, y que además es propuesto como revelado por Dios, ya sea por el magisterio solemne de la Iglesia, ya por su magisterio ordinario y universal, que se manifiesta en la común adhesión de los fieles bajo la guía del sagrado magisterio; por tanto, todos están obligados a evitar cualquier doctrina contraria.
Entre estas doctrinas se encuentran los artículos del Credo y los dogmas proclamados por el papa o los Concilios Ecuménicos, como los dogmas marianos o la infalibilidad del Romano Pontífice. El rechazo de estas doctrinas constituye herejía.

El cisma

El cisma es el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la Iglesia a él sometidos. El que incurre en cisma no niega ninguna verdad de fe, pero rompe el vínculo que le une al Romano Pontífice y a los demás miembros de la Iglesia. Rompe uno de los tria vincula que nos une a los católicos, el vinculum regendi, al declararse no sometido a la autoridad del Papa. No incurre en cisma quien desobedece al Santo Padre. Este hecho, aunque puede ser muy grave, en sí no constituye un cisma. Lo que es esencial al cisma es negar al Papa su autoridad sobre la Iglesia.

La apostasía

La apostasía es el rechazo total de la fe cristiana. En este caso no se rechaza una doctrina católica, sino que se rechaza a la Iglesia Católica entera. Puede que el apóstata comparta algunas doctrinas católicas, pero rechaza la autoridad de la Iglesia. Un ejemplo sería el del católico que se hace musulmán: este sujeto sería un apóstata, aunque cree en algunas doctrinas católicas, como la existencia de Dios Uno. Sin embargo cree en esas doctrinas no por la autoridad de la Iglesia, sino por otros motivos. Por eso se puede afirmar que rechaza totalmente la fe cristiana.

Sanción canónica

La herejía, el cisma y la apostasía están tipificados como delitos canónicos castigados con excomunión latae sententiae (cf. can. 1364). Además, las Modificaciones a las Normas de los delitos más graves de 21 de mayo de 2010 en su art. 2º, establece que estos son delitos más graves y están reservados a la Congregación para la Doctrina de la Fe.

La herejía, el cisma y la apostasía tienen otras consecuencias:
a) El can. 1184 § 1, 1 indica que se deben negar las exequias eclesiásticas “a los notoriamente apóstatas, herejes o cismáticos”, salvo que haya manifestado algún signo de arrepentimiento antes de morir.
b) Según el can. 1041, 2, son irregulares para recibir las órdenes sagradas “quien haya cometido el delito de apostasía, herejía o cisma”.
c) El can. 194 § 1, 2, establece que queda removido del oficio eclesiástico ipso iure “quien se ha apartado públicamente de la fe católica o de la comunión de la Iglesia”.

Las grandes herejías

Una herejía se opone inmediata, directa y contradictoriamente a la verdad revelada por Dios y propuesta auténticamente como tal por la Iglesia, para no caer en ellas hay que conocerlas.

Desde los principios del cristianismo, la Iglesia ha sido atacada por aquellos que introducen falsas enseñanzas, o herejías. 

La Biblia nos avisó que esto sucedería. Pablo advirtió a su joven discípulo, Timoteo, "Porque llegará el tiempo en que los hombres no soportarán más la sana doctrina; por el contrario, llevados por sus inclinaciones, se procurarán una multitud de maestros que les halaguen los oídos, y se apartarán de la verdad para escuchar cosas fantasiosas." (2 Timoteo 4, 3-4).

¡ Herejía !

Herejía es un término con una gran carga emocional y con frecuencia se lo usa mal. No es lo mismo que la incredulidad, el cisma, la apostasía u otros pecados contra la fe. El Catecismo de la Iglesia Católica declara, "La incredulidad es el menosprecio de la verdad revelada o el rechazo voluntario de prestarle asentimiento. Se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma; apostasía es el rechazo total de la fe cristiana; cisma, el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la Iglesia a él sometidos" (CCC 2089).

Para cometer herejía, uno tiene que rechazar la corrección. No es un hereje aquella persona que está dispuesta a ser corregida o una que no se ha dado cuenta que lo que ha estado declarando es contrario a la enseñanzas de la Iglesia.

Sólo un individuo bautizado puede cometer herejía. Esto significa que, aquellos movimientos que se han separado o que han sido influídos por el cristianismo, pero que no practican el bautismo (o que no practican el bautismo válido), no son herejes, sino religiones distintas. Como ejemplo podríamos mencionar a Testigos de Jehová, ya que no practican el bautismo válido.

Finalmente, la duda o la negación herética debe concernir a un asunto que ha sido revelado por Dios y solemnemente definido por la Iglesia (por ejemplo, la Trinidad, la Encarnación, la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía, el Sacrificio de la Misa, la infalilbilidad papal o la Inmaculada Concepción y Asunción de María).

Es importante distinguir herejía de cisma y apostasía. En el cisma, uno se separa de la Iglesia Católica sin repudiar una doctrina definida. Un ejemplo de cisma contemporáneo es la Hermandad Sacerdotal San Pio X, los "Lefebvristas" o seguidores del difunto Arzobispo Marcel Lefebvre- quien se separó de la Iglesia en la última parte de la década de 1980 pero que no ha negado las doctrinas católicas. En la apostasía, uno repudia la fe cristiana y ya no declara ser un cristiano.

Teniendo esto en mente, echemos una mirada a las grandes herejías de la historia de la Iglesia y las épocas en que ocurrieron.

Los circuncisionistas (Siglo I)

La herejía circuncisionista puede ser resumida en las palabras de Hechos 15, 1 "Algunas personas venidas de Judea enseñaban a los hermanos que si no se hacían circuncidar según el rito establecido por Moisés, no podían salvarse."

Muchos de los cristianos primitivos eran judíos que trajeron a la fe muchas de sus anteriores prácticas. Reconocían en Jesús al Mesías anunciado por los profetas y en cumplimiento del Antiguo Testamento. Como la circuncisión se requería en el Antiguo Testamento para ser miembro de la Alianza de Dios, muchos pensaron que también se requeriría para ser miembro de la Nueva Alianza que Cristo había venido a inaugurar. Creían que uno debía ser circuncidado y debía guardar la Ley Mosaica para venir a Cristo. En otras palabras, que uno debía ser judío para poder ser cristiano.

Sin embargo Dios le hizo claro a Pedro en Hechos capítulo 10 que los gentiles eran aceptables a Dios y que podían ser bautizados y ser cristianos sin circuncisión. La misma enseñanza fue vigorosamente defendida por Pablo en sus epístolas a los romanos y a los gálatas, dos lugares en los que la herejía circuncisionista se había extendido.

Gnosticismo (Siglos I y II)

"¡La materia es mala!" fue el grito de los gnósticos. Esta idea la tomaron prestada de ciertos filósofos griegos. Es contraria a la enseñanza católica, no solamente porque contradice Génesis 1, 31 ("Y Dios vió todo lo que había hecho y vió que era muy bueno") y otras escrituras, sino porque niega la Encarnación. Si la materia es mala, entonces Jesucristo no pudo haber sido verdadero Dios y verdadero hombre, porque Cristo no es malo de ninguna manera. Así fue que muchos gnósticos negaron la Encarnación, declarando que Cristo solo aparentó ser un hombre, pero que su humanidad era solo una ilusión. Algunos gnósticos, reconociendo que el Antiguo Testamento enseñaba que Dios había creado la materia, afirmaron que el Dios de los judíos era una deidad mala distinta del Dios del Nuevo Testamento, el Dios de Jesucristo. Además propusieron la creencia en muchos seres divinos, conocidos como "eones", que mediaban entre el hombre el Dios final e inalcanzable. El más bajo de estos eones, el que había tenido contacto con los hombres, era supuestamente Jesucristo.

Montanismo (Ultima parte del siglo II)

Montanus comenzó su carrera en forma inocente, por medio de predicar el retorno a la penitencia y el fervor. Su movimiento también recalcó la permanencia de los dones milagrosos, como ser el hablar en lenguas y profetizar. Pero también proclamó que sus enseñanzas estaban por sobre las de la Iglesia y pronto comenzó a predicar el inminente retorno de Cristo en su lugar de origen, Frigia. Hubo declaraciones afirmando que Montanus mismo era, o al menos, hablaba por el Paráclito cuyo advenimiento Jesús había prometido (en realidad el Espíritu Santo).

Sabelianismo (Siglo III)

Los sabelianos enseñaron que Cristo y Dios Padre no eran personas distintas, sino dos aspectos u oficios de la misma persona. Según ellos, las tres personas de la Trinidad existen solamente en relación con el hombre y no en la realidad objetiva.

Arrianismo (Siglo IV)

Arrio enseñó que Cristo era una criatura hecha por Dios. Disfrazando su herejía por medio de usar terminología ortodoxa o casi-ortodoxa, logró sembrar una gran confusión en la Iglesia. Llegó a asegurarse el apoyo de muchos obispos, en tanto que otros le excomunicaron.

El arrianismo fue solemnemente condenado en 325 en el primer concilio de Nicea, que definió la divinidad de Cristo, y en 381 en el primer concilio de Constantinopla que definió la divinidad del Espíritu Santo. Estos dos concilios nos dieron el credo Niceno-Constantinopolitano, el cual los católicos recitamos en la Misa dominical.

Pelagianismo (Siglo V)

Pelagio negó que el pecado original fuera heredado del pecado de Adán en el Edén y afirmó que llegamos a ser pecadores solo a través del mal ejemplo de la comunidad pecaminosa en la que nacemos. Contradictoriamente, enseñó que heredamos la justicia como resultado de la muerte de Cristo en la Cruz y dijo que llegamos a ser personalmente justos por instrucción e imitación en la comunidad cristiana, siguiendo el ejemplo de Cristo. Pelagio declaró que el hombre nace moralmente neutral y puede llegar al cielo por sus propios medios. Por lo tanto la gracia de Dios no es realmente necesaria, sino que meramente facilita lo que de otra manera sería una tarea muy difícil.

Semi-Pelagianismo (Siglo V)

Después que San Agustín refutara las enseñanzas de Pelagio, algunos probaron una versión modificada de aquel sistema. Esto también terminó en una herejía que afirmaba que los humanos pueden acercarse a Dios por su propio poder y sin ayuda de la gracia de Dios; que una vez que una persona ha entrado en estado de gracia, uno puede retener ese estado por sus propios esfuerzos sin que medie ninguna gracia adicional por parte de Dios. Y que el esfuerzo humano natural por sí mismo puede darle a uno cierto derecho a recibir gracia aunque no sea estrictamente meritorio.

Nestorianismo (Siglo V)

Esta herejía sobre la persona de Cristo fue iniciada por Nestorio, obispo de Constantinopla, que le negó a María el título de Theotokos (gr. lit. "Quien lleva a Dios" o menos literalmente, "Madre de Dios"). Nestorio declaró que ella solamente había llevado en su seno a la naturaleza humana de Cristo y así propuso el título alternativo de Christotokos ("Quien lleva a Cristo" o "Madre de Cristo").

Los teólogos católicos ortodoxos reconocieron que la teoría de Nestorius fracturaría a Cristo en dos personas separadas (una humana y una divina unidas en una especie de unidad desligada), de los cuales uno solo estaba en el seno [de María]. La Iglesia reaccionó en 432 con el Concilio e Efeso, definiendo que María puede ser propiamente llamada Madre de Dios, no en el sentido de ser ella anterior a Dios o a la fuente de Dios, sino en el sentido de haber tenido en su vientre materno a la persona de Dios Encarnado.

Es dudoso que el mismo Nestorius creyera en la herejía que sus declaraciones implican y en este siglo, la Iglesia Oriental de Asiria, que ha sido históricamente considerada nestoriana, ha firmado una declaración cristológica totalmente ortodoxa conjuntamente con la Iglesia Católica y ha rechazado el nestorianismo. Esta iglesia está ahora mismo en proceso de entrar en total comunión eclasiástica con la Iglesia Católica.

Monofisismo (Siglo V)

El monofisismo comenzó como una reacción al nestorianismo. Los monofisistas (liderados por un hombre llamado Eutiques) estaban horrorizados por lo que implicaban las declaraciones de Nestorius, que Cristo era dos personas con dos diferentes naturalezas (humana y divina). Se pasaron al otro extremo, afirmando que Cristo era una persona con una sola naturaleza que fusionaba lo divino y lo humano. Por afirmar que Cristo tenía una sola naturaleza (griego mono, uno y phisis, naturaleza) se los conoció como monofisistas.

Los teólogos católicos ortodoxos reconocieron que el monofisismo era tan malo como el nestorianismo porque negaba la plena humanidad de Cristo y su plena divinidad. Si Cristo no hubiera tenido una plena naturaleza humana, no hubiera sido humano, y si no hubiera tenido una plena naturaleza divina no hubiera sido totalmente divino.

Iconoclastia (Siglos VII y VIII)

Esta herejía surgió cuando apareció un grupo de gente conocido como los iconoclastas (que significa literalmente "los que rompen íconos") que afirmaba que era un pecado hacer pinturas o estatuas de Cristo y de los santos, a pesar que en la Biblia, Dios había ordenado que se hicieran estatuas religiosas (Exodo 25, 18-20; 1 Crónicas 28, 18-19), incluyendo representaciones simbólicas de Cristo (cf. Números 21, 8-9 con Juan 3, 14).

Catarismo (Siglo XI)

El catarismo es una mezcla complicada de religiones no-cristianas re-elaboradas con terminología cristiana. Los cátaros tenían muchas sectas diferentes que tenía la enseñanza común de que el mundo había sido creado por una deidad maligna (por lo cual consideraban malo todo lo material) y que en su lugar se debía adorar a la deidad benigna.

Los albigenses conformaban una de las sectas cátaras más grande. Enseñaron que el espíritu es creado por Dios y es bueno, mientras que el cuerpo fue creado por el dios maligno. El espíritu entonces debe ser liberado del cuerpo. Tener hijos era uno de los más grandes males, ya que implicaba el aprisionar a otro "espíritu" en la carne. Lógicamente, el matrimonio estaba prohibido, pero la fornicación estaba permitida. Severos ayunos y mortificaciones de todo tipo eran practicados y su líderes preacticaban la pobreza voluntaria.

Sola Scriptura, Sola Fide (Siglo XVI)

Los grupos protestantes despliegan una amplia variedad de doctrinas. De todos modos, virtualmente todos ellos afirman creer en la doctrina de "Sola Scriptura" ("por la escritura solamente", la idea que debemos usar solamente la Biblia cuando formamos nuestra teología) y también "Sola Fide" (y no Sola "Fides" como muchas veces se mal escribe) o sea "solo por la fe", la idea de que somos justificados solamente por la fe.

La gran diversidad de doctrinas protestantes deriva de la doctrina de la interpretación privada o personal, que niega la autoridad infalible de la Iglesia y afirma que cada individuo debe interpretar las Escrituras por sí mismo. Esta idea es rechazada en 2 Pedro 1, 20 donde se nos dice que la primera regla para interpretar la Biblia es: "Pero tened presente, ante todo, que nadie puede interpretar por cuenta propia una profecía de la Escritura". Una característica significativa de esta herejía es el intento de poner a la Iglesia "contra" la Biblia, negando que el magisterio católico tenga la autoridad infalible para enseñar e interpretar las Escrituras.

La doctrina de la libre interpretación ha resultado en un enorme número de diferentes denominaciones. Según la publicación The Christian Sourcebook existen más de 30.000 denominaciones, y unas 270 nuevas se forman cada dia. Virtualmente todas ellas son protestantes.

Jansenismo (Siglo XVII)

Jansenius, obispo de Ypres, Francia, inició esta herejía con un documento que escribió sobre San Agustín, en el que redefinió la doctrina de la gracia. Entre otras doctrinas, sus seguidores negaron que Cristo murió por todos los hombres, sino que afirmaban que murió solamente por aquellos que serán salvados finalmente (los elegidos). Este y otros errores Jansenistas fueron oficialmente condenados por el Papa Inocencio en 1653.

Las herejías han estado con nosotros desde el principio de la Iglesia. Algunos hasta han sido originadas por líderes de la Iglesia, que tuvieron que ser corregidos por concilios y por los papas. Afortunadamente, tenemos la promesa de Cristo que ellos nunca prevalecerán contra la Iglesia, porque El le dijo a Pedro "Tú eres Pedro y sobre esta roca edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella." (Mateo 16, 18)

La Iglesia es, usando palabras de San Pablo, "el pilar y fundamento de la verdad" (1 Timoteo 3, 15).
////

Artículo del Sacerdote : José María Iraburu 

En los últimos tiempos la Bestia diabólica ataca a la Iglesia con especial fuerza

Y lo hace por medios muy diversos que se refuerzan entre sí. Señalo algunos principales.

La persecución sangrienta hasta el martirio. Según se informó en un Symposium sobre «los testigos de la fe en el siglo XX», celebrado en Roma con ocasión del Jubileo del año 2000, de los 40 millones de mártires habidos en los veinte siglos de la Iglesia, cerca de 27 millones murieron mártires en el siglo XX. Obviamente, es muy difícil hacer ese cálculo numérico. Otros datos se dan, por ejemplo, en el libro de Antonio Socci, I nuovi perseguitati, de 2002, donde calcula el autor que 70 millones de cristianos han muerto mártires en la historia de la Iglesia, y que de ellos 45 millones y medio, el 65%, han sido mártires del siglo XX. En todo caso, parece un dato cierto que nunca el Enemigo ha perseguido tan fuertemente a la Iglesia como en nuestro tiempo. Sin embargo, tanto el Príncipe de este mundo como los Principales anti-cristos que le sirven, entienden que no es ésa, de ningún modo, la manera más eficaz de acabar con Cristo en el mundo.

El silenciamiento de las grandes verdades de la fe es una vía bastante más eficaz que la persecución sangrienta para debilitar a la Iglesia y acabar con ella progresivamente. A este tema dediqué la última serie de los artículos de mi blog:
Las verdades silenciadas de la fe (23-24) implican, sin duda, herejías, que hoy no son suficientemente rechazadas, pues es frecuente un lenguaje católico oscuro y débil(24). Por el contrario, para afirmar la verdad revelada y vencer los errores contrarios, y al mismo tiempo para llamar a conversión, es decir, para predicar el Evangelio, hemos de emplear el lenguaje de Cristo, claro y fuerte (25), el lenguaje de San Pablo (26) y el de tantos otros predicadores y defensores de la fe católica: Castellani (27), San Francisco Javier (28), San Juan Crisóstomo (29), San Ignacio de Loyola (30-31),San Juan de Ávila (32), el Cardenal Pie, Obispo de Poitiers (33-36).

Por último, la difusión de herejías dentro de la misma Iglesia es sin duda el medio más eficaz para acabar con ella, al menos en ciertas regiones del mundo. La Iglesia del Dios vivo, «columna y fundamento de la verdad» (1Tim 3,15), está edificada sobre la roca de la fe. Puede el pueblo cristiano conservar la fe, puede proseguir el flujo de las vocaciones sacerdotes y religiosas, pueden mantener las familias la vida cristiana, aunque se den, por ejemplo, graves escándalos morales en los altos dignatarios de la Iglesia. Lo hemos comprobado en no pocos momentos de la historia de la Iglesia. 
Pero si el Enemigo, con sus secuaces, logra minar la roca de la fe católica con innumerables escándalos doctrinales, la Iglesia entonces necesariamente se va arruinando y puede llegar en un lugar a derrumbarse.


Pongo solamente un ejemplo: si se elimina prácticamente la soteriología (La soteriología es la rama de la teología que estudia la salvación, cesan las vocaciones sacerdotales, y van apagándose los fuegos de la Eucaristía en el mundo. Los sacerdotes que al predicar en un funeral dan automáticamente por salvado al difunto, suprimen el purgatorio, eliminan la soteriología evangélica, y difundiendo eficazmente estas herejías, colaboran más eficazmente al acabamiento de la Iglesia que las persecuciones sangrientas que producen mártires.

Pues bien, si la proliferación actual de la herejías es un tema que a algunos lectores no les interesa, pueden pasar de largo, y buscarse otras lecturas más interesantes. Yo no puedo evitarlo; solo lamentarlo.

La multiplicación de las herejías en la Iglesia actual es un hecho evidente

Hay muchos buenos cristianos que son testigos muy dolidos, y a veces desconcertados y escandalizados, a causa de esa realidad. Ya traté al tema en Infidelidades en la Iglesia. Pero quiero reafirmar aquí que la proliferación de herejías dentro de la Iglesia actual es atestiguada por personas altamente fidedignas, cuyos testimonios debemos recordar.

Pablo VI (+1978) sufrió mucho al ver difundirse tantos errores, herejías y abusos en el tiempo posterior al Concilio Vaticano II, sin tener a éste, por supuesto, como causa. Sus más graves diagnósticos de situación comenzaron a producirse con ocasión de los rechazos, incluso episcopales, de su encíclica Humanæ vitæ, de 1968. La «revolución del 68» también se produjo, a su modo, en el mundo cristiano. «La Iglesia se encuentra en una hora inquieta de autocrítica o, mejor dicho, de autodemolición… La Iglesia está prácticamente golpeándose a sí misma» (7-XII-1968). «Por alguna rendija se ha introducido el humo de Satanás en el templo de Dios» (29-VI-1972; cf., meses después, el amplio discurso sobre el demonio y su acción, 15-XI-1972). Es lamentable «la división, la disgregación que, por desgracia, se encuentra en no pocos sectores de la Iglesia» (30-VIII-1973). «La apertura al mundo fue una verdadera invasión del pensamiento mundano en la Iglesia» (23-XI-1973).
Según escribe el historiador Ricardo de la Cierva, «la conciencia de la crisis ya no abandonó a Pablo VI hasta su muerte. Se atribuía una seria responsabilidad personal y pastoral en ella, que minaba su salud y le hacía envejecer prematuramente. Ante su confidente Jean Guitton hizo, poco antes de morir, esta confesión dramática: “Hay una gran turbación en este momento de la Iglesia y lo que se cuestiona es la fe. Lo que me turba cuando considero al mundo católico es que dentro del catolicismo parece a veces que pueda dominar un pensamiento de tipo no católico, y puede suceder que este pensamiento no católico dentro del catolicismo se convierta mañana en el más fuerte. Pero nunca representará el pensamiento de la Iglesia. Es necesario que subsista una pequeña grey, por muy pequeña que sea”. Años después Guitton comentaba: “Pablo VI tenía razón. Y hoy nos damos cuenta. Estamos viviendo una crisis sin precedentes. La Iglesia, es más, la historia del mundo, nunca ha conocido crisis semejante… Podemos decir, que por primera vez en su larga historia, la humanidad en su conjunto es a-teológica, no posee de manera clara, pero diría que tampoco de manera confusa, el sentido de eso que llamamos el misterio de Dios”» (La hoz y la cruz, Ed. Fénix 1996, pg.84).

Juan Pablo II (+2005), en un discurso a misioneros populares (6-2-1981), afirmaba hace ya tres décadas que la Iglesia católica sufre en su interior falsificaciones doctrinales muy frecuentes, y éstas no han disminuido en los años más recientes:
«Es necesario admitir con realismo, y con profunda y atormentada sensibilidad, que los cristianos de hoy, en gran parte, se sienten extraviados, confusos, perplejos, e incluso desilusionados. Se han esparcido a manos llenas ideas contrastantes con la verdad revelada y enseñada desde siempre. Se han propalado verdaderas y propias herejías en el campo dogmático y moral, creando dudas, confusiones, rebeliones. Se ha manipulado incluso la liturgia. Inmersos en el relativismo intelectual y moral, y por tanto en el permisivismo, los cristianos se ven tentados por el ateísmo, el agnosticismo, el iluminismo vagamente moralista, por un cristianismo sociológico, sin dogmas definidos y sin moral objetiva».

El Cardenal Ratzinger, en su Informe sobre la fe, de 1984, señalaba esa mismaproliferación innumerable de doctrinas falsas, tanto en temas dogmáticos como morales (BAC, Madrid 1985).
«Gran parte de la teología parece haber olvidado que el sujeto que hace teología no es el estudioso individual, sino la comunidad católica en su conjunto, la Iglesia entera. De este olvido del trabajo teológico como servicio eclesial se sigue un pluralismo teológico que en realidad es, con frecuencia, puro subjetivismo, individualismo que poco tiene que ver con las bases de la tradición común» (80)… Así se ha producido un «confuso período en el que todo tipo de desviación herética parece agolparse a las puertas de la auténtica fe católica» (114). Entre los errores más graves y frecuentes, en efecto, pueden señalarse temas como el pecado original y sus consecuencias (87-89, 160-161), la visión arriana de Cristo (85), el eclipse de la teología de la Virgen (113), los errores sobre la Iglesia (53-54, 60-61), la negación del demonio (149-158), la devaluación de la redención (89), y tantos otros errores relacionados necesariamente con éstos.
Actualmente dentro del campo de la Iglesia corren otras muchas herejías sobre temas de suma importancia: la divinidad de Jesucristo, la condición sacrificial y expiatoria de su muerte, la historicidad de sus milagros y de su resurrección, la virginidad de María, el purgatorio, los ángeles, el infierno, la Presencia eucarística, la Providencia divina, la necesidad de la gracia, de la Iglesia, de los sacramentos, el matrimonio, la vida religiosa, el Magisterio, etc. Puede decirse que las herejías teológicas actuales han impugnado prácticamente todas las verdades de la fe católica. Y aunque los errores más ruidosos son aquellos referidos a cuestiones morales –aceptación de la anticoncepción, del aborto, de la homosexualidad activa, del nuevo «matrimonio» de los divorciados, etc.–, ciertamente los errores más graves son los doctrinales, los que más directamente lesionan la roca de la fe sobre la que se alza la Iglesia.

Benedicto XVI, en un importante discurso dirigido a los más altos responsables de la Curia Romana (22-XII-2005), se preguntaba «¿por qué la recepción del Concilio, en grandes zonas de la Iglesia, se ha realizado hasta ahora de un modo tan difícil?». Y en su condición de Papa teólogo señalaba con exacto diagnóstico la causa general de los múltiples errores y abusos de la Iglesia en nuestro tiempo. «Existe por una parte una interpretación [del Concilio] que se podría llamar “hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura”, que con frecuencia ha contado con la simpatía de los medios de comunicación y también de una parte de la teología moderna. Por otra parte, está la “hermenéutica de la reforma”, de la renovación dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia, que el Señor nos ha dado: es un sujeto que crece en el tiempo y se desarrolla, pero permaneciendo siempre el mismo, único sujeto del pueblo de Dios en camino… La hermenéutica de la discontinuidad corre el riesgo de acabar en una ruptura entre la Iglesia preconciliar y la Iglesia posconciliar. Afirma que los textos del Concilio como tales no serían la verdadera expresión del espíritu del Concilio… Sería preciso seguir no los textos del Concilio, sino su espíritu. De ese modo, como es obvio, se deja espacio a cualquier arbitrariedad».

Nunca la Iglesia ha tenido tantas luces de verdad, y nunca ha sufrido una invasión de herejías semejante. Las dos frases son verdaderas, aunque parezcan contradictorias.