LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO
EXTRAÍDO DEL LIBRO TEOLOGÍA DOGMÁTICA Y LA
GRACIA DIVINA
I. GENERALIDADES
1. Los dones del
Espíritu Santo pertenecen también a lo que el Catecismo Romano llama
"noble séquito" de la gracia santificante.
Son regalo de
Dios trino. La razón de que, a pesar de todo, se llaman dones del Espíritu
Santo es que el Espíritu Santo mismo es el regalo del Padre y del Hijo al
hombre que está en gracia, y tiene, por tanto, una relación especial con los
dones aquí mentados.
Todo regalo es
signo de amor. Al dar un regalo, el amor del donante se dirige a quien lo
recibe, que al recibirlo acepta y acoge el amor de quien regala. El regalo
sustituye a quien lo hace; en el regalo, uno se regala a sí mismo.
Cuando el Padre y
el Hijo regalan el Espíritu Santo, Dios trino mismo se regala al hombre que
está en gracia. Recordemos que el Espíritu Santo es el amor personal y
personificado; Padre e Hijo, al enviar el Espíritu, regalan el amor personal
que los une. El Espíritu Santo, a diferencia de los regalos humanos y terrenos,
no es sólo signo y símbolo del amor, sino que es el amor mismo, el amor
personificado. El Espíritu Santo es, por tanto, regalo del Padre y del Hijo al
hombre que está en gracia, porque es el amor insuflado en él por el Padre y el
Hijo.
El regalo del Espíritu
Santo se divide y específica, por así decirlo, en los siete dones. No debemos
entender este proceso al modo panteísta. El desarrollo del único don total en
sus dones parciales debe entenderse como realización de un gran regalo en
regalos individuales. Los siete dones son como rayos de un mismo sol.
2. Los siete
dones del Espíritu Santo han sido explicados por los teólogos de varias
maneras. Según la opinión de Santo Tomás, aceptada hoy por la mayoría de los
teólogos, los dones del Espíritu Santo son hábitos que capacitan al hombre para
seguir, rápida y fácilmente, las iluminaciones e inspiraciones divinas.
Por su origen
divino y por su carácter esencial condicionado por su origen, está el hombre
siempre abierto a Dios (potentia obedientialis), pero puede oponer
resistencia a la acción divina. Los dones del Espíritu Santo quebrantan esa
resistencia a Dios fundada en el orgullo del hombre; causan tal afinidad con
Dios y tal prontitud de corazón, que la acción de Dios deja de ser sentida como
algo extraño y peligroso y empieza a sentirse como algo dichoso e íntimo, que
la voluntad humana acepta con gusto y alegría. Los siete dones del Espíritu
conceden una fina sensibilidad para lo divino, un fino oído para la voz de Dios
y un sensible tacto para la mano divina que nos coge y quiere llevarnos.
Quien está
pertrechado de los dones del Espíritu, es capaz de cumplir sin resistencia la
acción divina. Su propia conducta orgullosa pasa a segundo término; es
impulsado por el Espíritu Santo y no por su voluntad soberana y egoísta.
Santo Tomás dice
que los siete dones crean en el hombre un estado en el que beneagitur a Spiritu Sancto,
mientras que las virtudes infusas crean un estado en el que obramos bien (bene agimus)
nosotros mismos. Esta distinción no debe interpretarse en el sentido de que los
dones nos capacitan para una conducta puramente pasiva y las virtudes para una
conducta puramente activa; toda conducta humana es a la vez activa y pasiva,
porque en toda acción humana Dios obra como agente principal. La actividad
humana es obrada por Dios; Dios obra en el mundo por medio de la actividad de
los hombres.
LOS DONES Y LAS VIRTUDES
La distinción
entre virtudes y dones consiste, por tanto, en que las virtudes no ahorran al
hombre ni la reflexión ni los esfuerzos que exige la decisión de aceptar la
acción divina en la voluntad humana, mientras que los dones conceden al hombre
facilidad y alegría para aceptar la influencia divina en el obrar humano,
aunque el hombre se cargue así de dolores y trabajos. Ocurre, por ejemplo, que
el hombre está en una situación difícil en que se le exigen dos deberes, al
parecer opuestos; vacila y no se atreve a obrar ni a dar respuesta a la
cuestión, busca una salida; entonces la inspiración del don de consejo le
permite encontrar rápidamente la respuesta justa o la acción apropiada.
Los dones del
Espíritu Santo, al prestar al hombre una elevada afinidad con Dios, le
capacitan para obedecer, rápida y voluntariamente, las iniciativas divinas,
incluso en acciones difíciles y heroicas.
La fuerte
acentuación de la actividad de Dios en toda acción humana no significa la
aminoración de la actividad del hombre; la acción humana fundada en Dios, que
es la acción personal y personificada, participa en la movilidad de la
actividad divina y logra así una vida, que la criatura no puede tener de por
sí. Claro que esta actividad de Dios no debe confundirse con el ejercicio
externo; existe también en la concentración trabajosa de todas las fuerzas, que
ocurre en la intimidad y silencio, por ejemplo, en la contemplación mística. El
cielo representa la suma actividad de Dios. Podemos decir que el máximum de
actividad divina requiere un máximum de actividad humana.
3. Por lo que se
refiere a la realidad y a la naturaleza de los siete dones, hay que decir que
los Santos Padres están de acuerdo en admitir su existencia, discrepando, en
cambio, sobre el número y naturaleza. La creencia de que son siete los dones, se
formó a lo largo de la Edad Media.
El afirmar que
sean siete los dones del Espíritu se funda en ls. 11, 2, en donde se habla
de que sobre el Mesías futuro descansará el Espíritu: "Sobre el que
reposará el espíritu de Yavé, espíritu de sabiduría y de inteligencia,
espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de entendimiento y de amor de Yavé"
(Vulgata; en el texto original falta el don de piedad). Como Cristo posee todas
las riquezas sobrenaturales del Espíritu en cuanto cabeza de la Humanidad -por
tanto, no para sí, sino para nosotros-, y como el Espíritu Santo, que santifica
la naturaleza humana de Cristo, santifica también al hombre justificado, puede
suponerse que los dones del Espíritu concedidos a Cristo son también regalados
por el Espíritu Santo al justo, tanto más cuanto que la Escritura atestigua
que Cristo concederá la plenitud de la nueva vida a quienes crean en El (lo.
10, 10; Col. 2, 9-12).
La Iglesia confiesa
también en la Liturgia su fe en los siete dones del Espíritu Santo.
Cfr. los himnos Veni Sancte Spiritus y Veni Creator Spiritus.
IL. LOS DONES EN PARTICULAR
4. Se acostumbra
a dividir los dones en dones del entendimiento y dones de la voluntad;
eso no supone que los unos estén separados de los otros; tampoco lo están el
entendimiento y la voluntad. Quien obra siempre es todo el hombre
sobrenaturalmente transformado y unas veces predomina la razón iluminada por
Dios y otras la voluntad inflamada por El. Siempre actúan todos los dones, pero
el acento recae sobre alguno en concreto. Lo que distinguimos cuidadosamente en
nuestros conceptos, para facilitar la comprensión y el estudio, está en la
realidad unido.
LOS CUATRO DONES DEL ENTENDIMIENTO SON: DON
DE ENTENDIMIENTO, DON DE SABIDURÍA, DON DE CIENCIA Y DON DE CONSEJO.
a) Entendemos por
don de entendimiento la disposición creada por Dios e infundida en el hombre
que está en gracia para oír, entender y captar, clara y profundamente, la
Revelación sobrenatural. Da, pues, conocimiento del misterio de nuestra
salvación (cfr. Eph. 1, 18; 3, 4). A él alude San Pablo en la segunda
Epístola a los Corintios: "Si nuestro evangelio queda encubierto, es para
los infieles, que van a la perdición, cuya inteligencia cerró el dios de este
mundo, para que no brille en ellos la luz del Evangelio de la gloria de Cristo,
que es imagen de Dios. Pues no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo
Jesús, Señor, y cuanto a nosotros, nos predicamos siervos vuestros por amor de
Jesús.
Porque Dios, que
dijo: "Brille la luz del seno de las tinieblas", es el que ha hecho
brillar la luz en nuestros corazones, para que demos a conocer la ciencia de la
gloria de Dios en el rostro de Cristo" (Il Cor. 4, 3-6).
B) EL DON DE
SABIDURÍA es el más comentado y testificado en la Escritura. SanPablo
contrapone la sabiduría mundana -la sabiduría de los filósofos que buscan
conocimientos de lo terrestre y celeste- a la sabiduría misteriosa de Dios
aparecida en Cristo (I Cor. 1-3); nos es revelada por el Espíritu. El Espíritu
nos da parte en la sabiduría de Dios de forma que somos capaces de reconocer
como sabiduría la sabiduría de Dios. Mediante esa participación en la sabiduría
de Dios, que nos concede el Espíritu Santo, somos capacitados para entender
correctamente a Cristo y la Escritura (I Cor. 2, 10; 2 Cor. 3, 4-18).
La sabiduría de Dios, revelada en el Espíritu Santo y que nos llena no sólo nos
ilumina, sino que nos mueve hacia Dios. Nos es concedida en el Bautismo, pero
al perfeccionarse la Caridad, crece también la comprensión de la sabiduría
divina, que se nos revela en los misterios de la salvación.
Sobre estos
testimonios revelados construye Santo Tomás su explicación del don de la
sabiduría; capacita a los hombres para entender y valorar todas las cosas desde
Dios y para amar la realidad como Dios la ama, sin esfuerzo y a consecuencia de
una viva confianza en Dios. Dice en la Suma Teológica: "Lo que sea de
la virtud de la castidad, lo juzga quien sea conocedor de la ciencia moral,
basado en un estudio racional. Al mismo juicio llega por una cierta naturalidad
el que posee la virtud de la pureza. Así, es propio también de la virtud
intelectual de la sabiduría juzgar recta y racionalmente de las cosas divinas y
lo mismo corresponde, por razón de una cierta naturalidad, a la sabiduría como
don del Espíritu Santo."
La auténtica
ciencia se convierte así en sabiduría: la ciencia teológica, sobre todo, es
sabiduría (Eph. 1, 17).
EI DON DE
SABIDURÍA es el fundamento de la contemplación mística. La sabiduría se funda
en el amor y desemboca en el amor, no es sólo un proceso intelectual, sino que
es amor y conocimiento, amor contemplativo y contemplación amorosa. La
contemplación en que se realiza el don de la sabiduría no es visión inmediata
de Dios en esta vida (prescindiendo del estado pasajero del éxtasis), sino un
hacerse conscientes de Dios, una experiencia de El.
La sabiduría de
Dios, la valoración y estimación de las cosas con los ojos de Dios parece
locura al pensamiento intramundano, y viceversa: la sabiduría del mundo es
locura a los ojos de Dios. El don de la sabiduría capacita para reconocer como
locura la sabiduría del mundo y para reconocer como sabiduría verdadera la
sabiduría de la Cruz, que el mundo tiene por locura (I Cor. 1, 22-31).
C) EL DON DE LA
CIENCIA nos capacita para ver las cosas en su relación a Dios, de manera
que tengamos la visión auténtica de ellas, no despreciando su valor, pero
reconociendo que Dios es su fundamento y que todos los valores terrenos son
limitados. Nos preserva y libra de la explicación puramente intramundana del
cosmos y sus partes, concede también discernimiento para distinguir lo que se
debe creer de lo que no se debe creer, para ver la diferencia entre los
misterios de Dios que se nos manifiestan en la Revelación y los
misterios del mundo (por ejemplo, la diferencia entre la doctrina cristiana de la
Trinidad y los mitos no cristianos sobre el mismo tema). Implica, por
tanto, el don del discernimiento de espíritus.
D) EL DON DE
CONSEJO nos capacita para oír la voz de Dios en las situaciones difíciles de la
vida, para encontrar la justa decisión, pronunciar la palabra justa y obrar
rectamente (Mt. 10, 19-20).
Los dones de la
voluntad son tres: don de piedad, don de fortaleza y don de temor de Dios.
E) EL DON DE
PIEDAD nos capacita para amar y respetar a Dios como padre, incluso en los
dolores y tribulaciones. Es un misterio inefable del amor divino, que podamos
llamar padre a Dios; es el misterio del amor que abarca todos los demás
misterios. "Padre nuestro..." Esta es la voz de la libertad y llena
de confianza, dice el Sacramental Gelasiano.
El don de piedad
se ordena a que nos presentemos ante Dios con actitud y sentimientos de hijos y
a que no perdamos esa postura, aunque Dios nos pruebe y nos envíe dolores. A la
vez hace que abarquemos con nuestro amor a nuestros prójimos, que veamos en
ellos hermanos y hermanas y que superemos rápidamente cualquier aversión a
nuestros semejantes.
F) EL DON DE
FORTALEZA es una elevación de la virtud moral de la fortaleza y hace que el
hombre se mantengas en las mayores dificultades y horrores y que esté en último
caso dispuesto a perecer para conservar su estado de cristiano (martirio),
siempre que no haya otra posibilidad de conservar ese estado y no se pueda dar
otro testimonio de Cristo. Otro modo invisible, pero no menos real, de
fortaleza realiza el místico, que se entrega totalmente a la protección de Dios
y se ofrece voluntario a recorrer todos los caminos del dolor, que el amor de
Dios prepara al místico y que suelen ser llamados purgatorio de la tierra.
Santa Teresa de Jesús dice que la fortaleza es una de las condiciones
fundamentales de la perfección.
G) EL DON DEL
TEMOR DE DIOS capacita para vivir en actitud de veneración, es decir, en la
actitud del amor temeroso y del temor amoroso a Dios. Lo que el hombre teme en
este don no es tanto a Dios, en quien ha puesto su esperanza, cuanto su propia
debilidad.
La actitud de
veneración ante Dios da también la justa postura ante los hombres y cosas que
Dios nos pone en nuestro camino. En todos los hombres y cosas nos sale al paso
el Dios del silencio.
5. En estrecha
relación con los siete dones del Espíritu Santo están las ocho bienaventuranzas
y los frutos del Espíritu Santo, que también son partes constitutivas de la
vida divina.
Las ocho bienaventuranzas
(Mt. 5, 3-12; Lc. 6, 20-26), los pobres en eI Espíritu Santo, los que
lloran y están tristes en el Espíritu Santo, los que se someten a las
tribulaciones de Dios, los que tienen hambre de justicia, los misericordiosos,
los rectos y sinceros, los pacíficos, los perseguidos por amor a la justicia se
explican como actitudes ético-religiosas del hombre unido con Cristo -y a
través de El con Dios trino- y que, por tanto, tiene cualidades especiales. El
hombre defiende y conserva su estado de cristiano concentrando todas sus
fuerzas, y así se aumenta la seguridad de su actitud cristiana perfecta. Tales
modos de conducta sólo son posibles desde la nueva situación creada por Cristo.
El hombre no incorporado a Cristo, el hombre no transformado jamás podrá
entender las actitudes mentadas en las bienaventuranzas. Se llaman
bienaventuranzas porque Cristo mismo las llamó caminos hacia la felicidad y
porque son la fuente de la alegría espiritual, porque son signo de elección y
dan a los que las poseen una confiada esperanza en la felicidad, es decir, en
el reino de Dios.
San Pablo en su
Epístola a los Gálatas dice que el fruto del Espíritu Santo es: "Caridad,
gozo, paz, longanimidad, afabilidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza"
(Gal. 5, 22). El texto griego no habla de frutos, sino de fruto del Espíritu
Santo.
La Vulgata y
la mayoría de los teólogos cuentan doce frutos en lugar de los nueve de que
habla el texto griego; sustituyen la nobleza por la paciencia y longanimidad,
la suavidad por la mansedumbre y modestia y añaden el fruto de la castidad.