sábado, 26 de julio de 2025

+Santoral+







San Joaquín y Santa Ana

Los padres de la Virgen María


26 de julio

Fuente:   Catholic.net


Martirologio Romano: 

Un matrimonio santo
Memoria de san Joaquín y santa Ana, padres de la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, cuyos nombres se conservaron gracias a la tradición de los cristianos.






Breve Biografía

San Joaquín

Joaquín (Yahvé prepara) fue el padre de la Virgen María, madre de Dios. Según San Pedro Damián, deberíamos tener por curiosidad censurable e innecesaria el inquirir sobre cuestiones que los evangelistas no tuvieron a bien relatar, y, en particular, acerca de los padres de la Virgen.

Con todo, la tradición, basándose en testimonios antiquísimos y muy tempranamente, saludó a los santos esposos Joaquín y Ana como padre y madre de la Madre de Dios.

Ciertamente, esta tradición parece tener su fundamento último en el llamado Protoevangelio de Santiago, en el Evangelio de la Natividad de Santa María y el Pseudomateo o Libro de la Natividad de Santa María la Virgen y de la infancia del Salvador; este origen es normal que levantara sospechas bastante fundadas.

No debería olvidarse, sin embargo, que el carácter apócrifo de tales escritos, es decir, su exclusión del canon y su falta de autenticidad no conlleva el prescindir totalmente de sus aportaciones.

En efecto, a la par que hechos poco fiables y legendarios, estas obras contienen datos históricos tomados de tradiciones o documentos fidedignos; y aunque no es fácil separar el grano de la paja, sería poco prudente y acrítico rechazar el conjunto indiscrimadamente.


Algunos comentaristas, que opinan que la genealogía aportada por San Lucas es la de la Virgen, hallan la mención de Joaquín en Helí (Lucas, 3, 23; Eliachim, es decir, Jeho-achim), y explican que José se había convertido a los ojos de la ley, a fuer de su matrimonio, en el hijo de Joaquín. Que esa sea el propósito y la intención del evangelista es más que dudoso, lo mismo que la identificación propuesta entre los dos nombres Helí y Joaquín.

Tampoco se puede afirmar con certeza, a pesar de la autoridad de los Bollandistas, que Joaquín fuera hijo de Helí y hermano de José; ni tampoco, como en ocasiones se dice a partir de fuentes de muy dudoso valor, que era propietario de innumerables cabezas de ganado y vastos rebaños.

Más interesantes son las bellas líneas en las que el Evangelio de Santiago describe, cómo, en su edad provecta, Joaquín y Ana hallaron respuesta a sus oraciones en favor de tener descendencia.

Es tradición que los padres de Santa María, que aparentemente vivieron primero en Galilea, se instalaron después en Jerusalén; donde nació y creció Nuestra Señora; allí también murieron y fueron enterrados.

Una iglesia, conocida en distintas épocas como Santa María, Santa María ubi nata est, Santa María in Probática, Sagrada Probática y Santa Ana fue edificada en el siglo IV, posiblemente por Santa Elena, en el lugar de la casa de San Joaquín y Santa Ana, y sus tumbas fueron allí veneradas hasta finales del siglo IX, en que fue convertida en una escuela musulmana.

La cripta que contenía en otro tiempo las sagradas tumbas fue redescubierta en 1889. San Joaquín fue honrado muy pronto por los griegos, que celebran su fiesta al día siguiente de la de la Natividad de Ntra. Señora. Los latinos tardaron en incluirlo en su calendario, donde le correspondió unas veces el 16 de septiembre y otras el 9 de diciembre.

Asociado por Julio II [el de la capilla Sixtina] al 20 de marzo, la solemnidad fue suprimida unos cinco años después, restaurada por Gregorio XV (1622), fijada por Clemente XII (1738) en el domingo posterior a la Asunción, y fue finalmente León XIII [el de la Rerum Novarum] quien, el 1 de agosto de 1879, dignificó la fiesta de estos esposos que se celebró por separado hasta la última reforma litúrgica.


Santa Ana

Ana (del hebreo Hannah, gracia) es el nombre que la tradición ha señalado para la madre de la Virgen. Las fuentes son las mismas que en el caso de San Joaquín. Aunque la versión más antigua de estas fuentes apócrifas se remonta al año 150 d.C., difícilmente podemos admitir como fuera de toda duda sus variopintas afirmaciones con fundamento en su sola autoridad.

En Oriente, el Protoevangelio gozó de gran autoridad y de él se leían pasajes en las fiestas marianas entre los griegos, los coptos y los árabes. En Occidente, sin embargo, como ya te adelanté con San Joaquín, fue rechazado por los Padres de la Iglesia hasta que su contenido fue incorporado por San Jacobo de Vorágine a su Leyenda Áurea en el siglo XIII.

A partir de entonces, la historia de Santa Ana se divulgó en Occidente y tuvo un considerable desarrollo, hasta que Santa Ana llegó a convertirse en uno de los santos más populares también para los cristianos de rito latino.

El Protoevangelio aporta la siguiente relación: En Nazaret vivía una pareja rica y piadosa, Joaquín y Ana. No tenían hijos. Cuando con ocasión de cierto día festivo Joaquín se presentó a ofrecer un sacrificio en el templo, fue arrojado de él por un tal Rubén, porque los varones sin descendencia eran indignos de ser admitidos.

Joaquín entonces, transido de dolor, no regresó a su casa, sino que se dirigió a las montañas para manifestar su sentimiento a Dios en soledad. También Ana, puesta ya al tanto de la prolongada ausencia de su marido, dirigió lastimeras súplicas a Dios para que le levantara la maldición de la esterilidad, prometiendo dedicar el hijo a su servicio.

Sus plegarias fueron oídas; un ángel se presentó ante Ana y le dijo: "Ana, el Señor ha visto tus lágrimas; concebirás y darás a luz, y el fruto de tu seno será bendecido por todo el mundo". El ángel hizo la misma promesa a Joaquín, que volvió al lado de su esposa. Ana dio a luz una hija, a la que llamó Miriam.

Dado que esta narración parece reproducir el relato bíblico de la concepción del profeta Samuel, cuya madre también se llamaba Hannah, la sombra de la duda se proyecta hasta en el nombre de la madre de María.


El célebre Padre John de Eck de Ingolstadt, en un sermón dedicado a Santa Ana (pronunciado en París en 1579), aparenta conocer hasta los nombres de los padres de Santa Ana. Los llama Estolano (Stollanus) y Emerencia (Emerentia).

Afirma que la santa nació después de que Estolano y Emerencia pasaran veinte años sin descendencia; que San Joaquín murió poco después de la presentación de María en el templo; que Santa Ana casó después con Cleofás, del cual tuvo a María de Cleofás; la mujer de Alfeo y madre de los apóstoles Santiago el Menor, Simón y Judas Tadeo, así como de José el Justo.

Después de la muerte de Cleofás, se dijo que casó con Salomas, de quien trajo al mundo a María Salomé (la mujer de Zebedeo y madre de los apóstoles Juan y Santiago el Mayor).

La misma leyenda espuria se halla en los textos de Gerson y en los de muchos otros. Allí surgió en el siglo XVI una animada controversia sobre los matrimonios de Santa Ana, en la que Baronio y Belarmino defendieron su monogamia.

En Oriente, al culto a Santa Ana se le puede seguir la pista hasta el siglo IV. Justiniano I hizo que se le dedicara una iglesia. El canon del oficio griego de Santa Ana fue compuesto por San Teófanes, pero partes aún más antiguas del oficio son atribuidas a Anatolio de Bizancio.

Su fiesta se celebra en Oriente el 25 de julio, que podría ser el día de la dedicación de su
primera iglesia en Constantinopla o el aniversario de la llegada de sus supuestas reliquias a esta ciudad (710).

Aparece ya en el más antiguo documento litúrgico de la Iglesia Griega, el Calendario de
Constantinopla (primera mitad del siglo VIII). Los griegos conservan una fiesta común de San Joaquín y Santa Ana el 9 de septiembre.

En la Iglesia Latina, Santa Ana no fue venerada, salvo, quizás, en el sur de Francia, antes del siglo XIII. Su imagen, pintada en el siglo
VIII y hallada más tarde en la Iglesia de Santa María la Antigua de Roma, acusa la influencia bizantina.

Su fiesta, bajo la influencia de la Leyenda Áurea, se puede ya rastrear (26 de julio) en el siglo XIII, en Douai. Fue introducida en Inglaterra por Urbano VI el 21 de noviembre de 1378, y a partir de entonces se extendió a toda la Iglesia occidental. Pasó a la Iglesia Latina universal en 1584.

Santa Ana es la patrona de Bretaña. Su imagen milagrosa (fiesta, 7 de marzo) es venerada en Notre Dame d´Auray, en la diócesis de Vannes.
También en Canadá -donde es la patrona principal de la provincia de Québec- el santuario de Santa Ana de Beaupré es muy famoso.

Santa Ana es patrona de las mujeres trabajadoras; se la representa con la Virgen María en su regazo, que también lleva en brazos al Niño Jesús. Es además la patrona de los mineros, que comparan a Cristo con el oro y con la plata a María.

Jesús Martí Ballester

jueves, 17 de julio de 2025

.Santoral

San Alejo

Mendigo

17 de julio

Fuente: Corazones.org



Martirologio Romano: 


Santos Protomártires de la santa Iglesia Romana, que, acusados de haber incendiado la Urbe, por orden del emperador Nerón unos fueron asesinados después de crueles tormentos, otros, cubiertos con pieles de fieras, entregados a perros rabiosos, y los demás, tras clavarlos en cruces, quemados para que, al caer el día, alumbrasen la oscuridad. Eran todos discípulos de los Apóstoles y fueron las primicias del martirio que la iglesia de Roma presentó al Señor († c. 64).










Breve Biografía

A finales del siglo IV, vivía en Edesa, Siria, un mendigo a quien el pueblo veneraba como un santo. Después de su muerte, un anónimo escribió su biografía. Como ignoraba el nombre del mendigo, le llamó simplemente "el hombre de Dios". Según ese documento, el hombre de Dios vivió en la época del obispo Rábula, quien murió el año 436. El mendigo compartía con otros pobres la limosna que recogía a las puertas de las iglesias.

La leyenda

San Alejo es hijo de un senador romano. A la edad de veinte años comprendió que su vida rodeada de riquezas era un peligro para su alma. Para servir a Dios en la mayor humildad, se fue de Roma a Edesa disfrazado de mendigo. En Siria vivió por 17 años dedicado a la oración y a la penitencia. Mendigaba para vivir y para ayudar a otros. Cuando se descubrió que era hijo de una familia rica de Roma, Alejo temió que le rindieran honores y regresó a Roma, a casa de su padre donde vivió por años de incógnito, como un criado, durmiendo debajo de una escalera. Todo lo aceptaba con humildad y lo ofrecía por los pecadores. Ya moribundo, reveló a sus padres que era su hijo y que había escogido vivir aquella vida por penitencia. Los dos ancianos lo abrazaron llorando y lo ayudaron a bien morir. Cuando el obispo se enteró del caso, mandó exhumar el cadáver, pero no se encontraron más que los andrajos del hombre de Dios y ningún cadáver. La fama del suceso se extendió rápidamente.


Antes del siglo IX, se había dado en Grecia al hombre de Dios, el nombre de Alejo y San José el Hinmógrafo (833) dejó escrita en un "kanon" la leyenda, adornada naturalmente con numerosos detalles. Aunque se tributaba ya cierto culto al santo en España, la devoción a San Alejo se popularizó en occidente gracias a la actividad de un obispo de Damasco, Sergio, desterrado a Roma a fines del siglo X. Dicho obispo estableció en la iglesia de San Bonifacio del Aventino un monasterio de monjes griegos, y nombró a San Alejo co-patrono de la iglesia.

Se cuenta que en el siglo XII la leyenda de San Alejo ejerció profunda influencia sobre el hereje Pedro Waldo.

En el siglo XV, los Hermanos de San Alejo le eligieron por patrono y, en 1817, la congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y de María le nombró patrono secundario. También en el oriente le profesa el pueblo gran devoción y aun le llama "el hombre de Dios."

En 1217 se encontraron unas reliquias en la iglesia de San Bonifacio, Roma, pero ningún martirologio antiguo y ningún libro litúrgico romano menciona el nombre de San Alejo, el cual, según parece, era desconocido en la Ciudad Eterna hasta el año 972.
 



ORACIÓN
¡Oh gloria de la nobleza romana
y verdadero amador de la pobreza
e ignominia de Cristo!
¡Oh Alejo bendito!
que en la flor de tu juventud,
por obedecer a la inspiración del Señor,
dejaste a tu esposa y saliste como otro
Abraham de la casa de tus padres,
y habiendo repartido lo que llevabas
con los pobres,
viviste como pobre y mendigo tantos años
desconocido y menospreciado entre los hombres.
Tú fuiste muy regalado y favorecido de la Virgen María
nuestra Reina y señora,
y huyendo de las alabanzas de los hombres,
volviste por instinto de Dios
a la casa de tus padres
que por su voluntad habías dejado,
para darnos ejemplo de humildad,
de paciencia, de sufrimiento y constancia,
y para triunfar de tí
y del mundo con un género de victoria tan nuevo y tan glorioso.

Pues, ¡oh santo bienaventurado!
rico y pobre, noble y humilde,
casado y puro, llorado de tus padres,
denostado de tus criados,
desestimado de los hombres
y honrado de los ángeles,
abatido en el suelo
y sublimado en el cielo,
yo te suplico,
Alejo dulcísimo,
que por tus merecimientos y oraciones
yo alcance del Señor
la virtud de la perfecta castidad,
de obediencia, de menosprecio de todas las cosas transitorias,
y gracia para vivir como hombre peregrino de su patria,
y desconocido y muerto al mundo. Amén.

sábado, 8 de marzo de 2025

SantodelDia


San Andrés Bessette

Religioso de la Congregación de Santa Cruz.


Místico que fue un fiel devoto de San José

6 de enero


Fuente: 
 pildorasdefe.net


Martirologio Romano: 

En Montreal, ciudad de la provincia de Quebec (Canadá), San Andrés (Alfredo) Bessette, religioso de la Congregación de la Santa Cruz, que trabajó incansablemente en la construcción del insigne santuario dedicado a san José que se alza en aquella ciudad († 1937).







Breve Biografía

San Andrés Bessette, también conocido como el Hermano Andrés (nacido como Alfred Bessette), fue un religioso muy devoto de San José.

Fue el octavo de 12 hijos de una pareja francocanadiense cerca de Montreal. Adoptado a los 12 años, tras la muerte de sus padres, llegó a trabajar en los Estados Unidos durante la Guerra Civil, como en un humilde trabajador agrícola. San Andrés. A los 25 años, se convirtió en Hermano de la Santa Cruz. Se dedicó a ejercer la Misericordia de Dios, acogiendo a miles de personas angustiadas o que buscaban esperanza en medio de tantas crisis de la época. A todo aquel que acudía a él, los escuchaba con mucha atención y les recomendaba que rezaran a San José, en quien tenía plena confianza. Hoy en día, San Andrés Bessette sigue siendo una inspiración para muchos religiosos de nuestros tiempos.

Alfred Bessette nació en Quebec el 9 de agosto de 1845 y quedó huérfano a los 12 años. Tuvo que trabajar para mantenerse y tuvo poca educación formal, pero desde muy joven tuvo una fe viva y una fuerte devoción a San José. Tras unos años intentando encontrar trabajo en Estados Unidos, regresó a Quebec. Allí, el párroco de su infancia le animó a considerar la vocación a la vida religiosa. Envió a Alfred a la Congregación con una nota que decía: "Te envío un santo".

Al principio, la Santa Cruz no aceptó a San Andrés Bessette debido a su mala condición de salud. Lo habían bautizado nada más nacer porque temían que no viviera más que unos días, y fue enfermizo toda su vida. Sin embargo, Andrés Bessette no se desanimó y, con la ayuda del arzobispo de Montreal, recibió el ingreso en el noviciado de la Santa Cruz el 27 de diciembre de 1870.

Al entrar en el noviciado, Alfred tomó el nombre de Andrés, que era el nombre de su párroco de la infancia. Dada su frágil salud y la falta de educación formal, el Hermano Andrés, como se le conocía, fue asignado como portero del Colegio Notre Dame de Montreal. Continuó con esta tarea como hermano profeso. Entre sus muchas tareas, recibía a los visitantes y atendía sus necesidades, después de rezar con el Hermano Andrés, y su reputación como sanador comenzó a extenderse. La gente acudía tanto a verle que la Congregación le permitía atender a los enfermos en una estación de tranvía situada al otro lado de la calle.

A pesar de todo este gran acontecimiento, San Andrés Bessette seguía siendo humilde, y a menudo parecía confundido por el hecho de que la gente se deshiciera en elogios hacia él. Sabía que la verdadera fuente de estas curaciones milagrosas era la intercesión de San José.

San Andrés Bessette, movido por un fuerte deseo de aumentar la devoción a San José, quiso fundar un santuario a su santo favorito al otro lado de la calle del Colegio de Notre Dame. Ahorró el dinero que ganaba cortando el pelo a cinco centavos cada uno, hasta conseguir los 200 dólares que necesitaba para construir una estructura sencilla. Este santuario de San José se inauguró el 19 de octubre de 1904, y en 1909, San Andrés Bessette fue liberado de sus funciones de portero y asignado a tiempo completo como cuidador del Oratorio de San José.

El Oratorio construido por San Andrés Bessette atrajo a un gran número de peregrinos y se planificó la construcción de una gran basílica.


 

El ministerio a tiempo completo del Hermano André durante el resto de su vida consistió en recibir las largas colas de visitantes enfermos que acudían al Oratorio para verle. Llegó a ser conocido como el "Hombre Milagro de Montreal", y miles de curaciones milagrosas se atribuyeron a su intercesión durante las décadas siguientes.


Muerte.

San Andrés Bessette murió el 6 de enero de 1937 a la edad de 91 años.

Durante la semana que su cuerpo permaneció en el exterior del Oratorio de San José, se calcula que un millón de personas desafiaron el crudo invierno de Montreal para presentar sus respetos. La basílica se terminó de construir y sigue siendo un importante lugar de peregrinación, que atrae a más de dos millones de visitantes al año. Las capillas laterales están llenas de placas y agradecimientos de personas curadas gracias a las oraciones de San Andrés Bessette.

El 17 de octubre de 2010, San Andrés Bessette se convirtió en el primer santo de la Congregación de la Santa Cruz al ser canonizado por el Papa Benedicto XVI. En este día, la Iglesia reconoció que Dios eligió a un hombre muy sencillo para una vida notable de servicio a la Iglesia.

Anteriormente, había sido beatificado por el Papa San Juan Pablo II el 23 de mayo de 1982.


Oratorio de San José

Oración a San Andrés Bessette.

Señor, has elegido al hermano Andrés Bessette para difundir la devoción a San José y para dedicarse a todos los pobres y afligidos. Concede por su intercesión el favor que ahora te pedimos (indica tu intención)

Concédenos la gracia de imitar su piedad y caridad para que, con él, podamos compartir la recompensa prometida a todos los que se preocupan por el prójimo, por amor a ti. Hacemos esta oración en nombre de Jesús, el Señor. Amén.

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sábado, 18 de abril de 2015

VideoViolencia



Los Vídeo-Juegos violentos son muy

 dañinos para la mente del Niño


Muchos Padres a veces por ignorancia, o comodidad dejan a sus hijos horas frente al Televisor o en la Consola de Juegos, contentos porque los ven absortos y “tranquilos”, mientras su mente, pensamiento, personalidad está siendo entrenada para aceptar la cultura de la Muerte y la Violencia, como algo Natural. Literalmente se entrenan para matar, y ver la muerte del hombre por el hombre como cotidiano.

Los vídeo-juegos violentos están a la orden del día. Parece que cuanto más sangrientos o más crueles son, más éxito tienen.

Los estudios demuestran que los medios de comunicación violentos fomentan la conducta agresiva en niños y adultos susceptibles.  ¡Los niños “susceptibles” son los más vulnerables a hacerse agresivos cuando son expuestos a la violencia!

Los video juegos que son dañinos para los niños son aquellos en los que el niño pretende tener un arma y/o disfruta atacar a otras personas. Esto es así aún si las otras personas supuestamente son “los malos”. Algunos de los juegos también sancionan que los personajes masculinos ataquen a los personajes femeninos.  ¿Quiere usted que su niño piense que está bien lastimar a cualquiera que supuestamente sea “malo”?
Lo que hace daño a los niños es que aprenden a disfrutar la violencia.  Este aprendizaje trastorna el balance interior relacionado al placer de los niños. Cuando el balance de placer es alterado, los niños no disfrutan lo que deberían disfrutar.  ¡Algunos niños hasta se rehúsan a salir afuera a jugar!

ESTAMOS HABLANDO DE UNA EMPRESA QUE PRODUCE MILES DE MILLONES DE DOLARES. ES EL NEGOCIO DE ENTRAR EN LAS MENTES DE NUESTROS HIJOS

Consejos para los Padres 

Los padres pueden ayudar a sus niños a disfrutar de estos juegos y evitar los problemas mediante:
·         cotejar la evaluación del Consejo de Clasificación de Software de Entretenimiento [Entertainment Software Rating Board (ESRB)] en la caja de juegos para conocer el contenido del juego
·         seleccionar los juegos apropiados—tanto en contenido como en el nivel de desarrollo
·         jugar los juegos de vídeo con sus hijos, para experimentar el contenido del juego
·         establecer reglas claras acerca del contenido de los juegos y del tiempo que pueden dedicarle a jugarlos, ya sea dentro o fuera del hogar
·         advertirles claramente a los niños sobre el potencial de peligro serio de los contactos y relaciones en la Internet mientras están jugando juegos en línea
·         hablando con otros padres acerca de las reglas de su familia sobre los juegos de vídeo
·         recordando que usted es el modelo para su niño—incluyendo los juegos de vídeo que juega como adulto.
·         Replantee nuevas actividades con su hijo que le hagan apreciar las Artes, La Buena Música, La Naturaleza, La Sanas Relaciones Humanas, La Espiritualidad…



viernes, 17 de abril de 2015

MadreIglesia



La santa madre Iglesia

 Después de afirmar la fe en Dios uno y Trino el Credo da un salto cualitativo cuando afirma: “creo en la Iglesia…” El misterio de la Iglesia aparece insertado dentro del misterio de Dios-trino, ya que éste es su fuente y origen. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son garantes de la Iglesia, pues donde están los tres, allí también se encuentra la Iglesia que es el cuerpo de los tres (Cfr. Tertuliano) La Iglesia hace visible el misterio trinitario.

Una, santa, católica y apostólica son las notas esenciales de la Iglesia proclamadas en el credo. Pero creer en la Iglesia no es creer en una doctrina, un concepto, una idea, sino que es una experiencia vital. Por eso la expresión de “madre Iglesia” supera a todas por ser la imagen más bella, repetida y entrañable. Es la que mejor expresa su naturaleza, lo que es en realidad, pues realiza las funciones de madre espiritual a imagen de la madre natural. Es contundente la expresión de San Cipriano (s.III): “No puede tener a Dios por Padre quien no tiene a la Iglesia por madre” (Sobre la unidad de la Iglesia, 6).

“La santa madre Iglesia” es la expresión más antigua usada por los santos padres, los concilios, sínodos y la predicación. Esta idea de “madre Iglesia” debe estar presente a lo largo de estas reflexiones como clave, prisma de visión o idea transversal que enfoca todo comentario. El Papa Francisco repite constantemente que la “Iglesia es nuestra madre y todos somos parte de ella; una madre misericordiosa, que comprende, que intenta ayudar, que no juzga sino que ofrece el perdón de Dios” (Audiencia General 11.09.13).

Hay ideas erróneas que se van propagando tendenciosamente fijándose sólo en lo exterior de una institución humana imperfecta y pecadora que aplica normas frías y exigentes, juzga y condena. Otros propagan la expresión más absurda que se puede pensar: “Cristo sí, Iglesia no”. Un cristiano que dijera eso se niega a sí mismo. La Iglesia es la prolongación de Cristo en el tiempo y la formamos todos, desde el Papa hasta el último recién bautizado. Es fundamental, pues, definir qué es la Iglesia.

QUÉ ES LA IGLESIA

La iglesia la fundó Jesucristo y la puso a andar en la historia el día de Pentecostés (Hch 2, 1ss). Aparece como la larga mano o prolongación de la acción de Cristo, guiada por el Espíritu Santo, caminando hacia la casa del Padre. Es el sacramento de Cristo y del Espíritu (CEC 738).

Para algunos la Iglesia es una estructura, una institución, un conjunto de leyes, una jerarquía. Estos se quedan sólo en lo exterior y en la periferia del ser de la Iglesia. La Iglesia no son unos muros fríos, ni unos despechos de administración, ni un parlamento de leyes. Sin duda que para funcionar necesita unas normas y unas estructuras, pero muy distintas de las del mundo, pues la única y gran ley que la conduce es la caridad.

Está compuesta por personas. Dice San Pedro: “También vosotros, como piedras vivas, sois edificados como edificio espiritual para un sacerdocio santo… vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa” (1P 2, 4-9).

Muchas figuras de diversos órdenes enriquecen la definición de Iglesia: madre, esposa de Cristo, pueblo de Dios (LG 9), sacramento y cuerpo de Cristo, sacramento de salvación universal, casa o familia de Dios edificación de Dios, maestra, luz de las gentes, labranza, viña, redil, grey de Dios, Jerusalén del cielo. Todas estas imágenes ayudan a ahondar lo que hay de invisible y misterio en la Iglesia, pues es, a la vez, una institución humana y divina. Está en el mundo pero lo trasciende. Su origen es divino y sólo lo podemos captar desde la fe. Dice San Ireneo: “Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios; y allí donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda la gracia” (Trat. contra las herejías, 3,24).

Se descubre el misterio de la Iglesia a través de sus acciones que prolongan la salvación de Cristo. Está en el mundo para proclamar el Reino de Dios anunciando el Evangelio, distribuyendo el depósito de la gracia por medio de los sacramentos; educa, ora, celebra, vive, renueva la humanidad. Está al servicio de la humanidad entera de quien recibe como pueblo de Dios sus hijos. Ejerce de buena samaritana del mundo, como Jesús, sirviendo a los más necesitados. Éste es el rostro auténtico y amable de la Iglesia madre.

Los santos, los mártires, los misioneros, que son los mejores hijos de la Iglesia exclamaban: amo a mi madre la Iglesia, creo en ella, entrego mi vida para ella. Entendían que así como a la madre se le quiere a pesar de sus arrugas, así mismo se ama a la Iglesia que durante siglos ha sufrido los avatares de la historia y se le ha pegado el polvo de mil caminos del mundo.

A pesar de los pecados de los miembros de la Iglesia, de las tensiones que siempre ha habido y habrá, a pesar de los defectos el fiel creyente siempre ama a la Iglesia. Ella nos ha engendrado para la vida de la fe, nos alimenta en sus sacramentos con la gracia de Dios, nos acompaña en el camino de la vida, nunca deja de acoger y perdonar. La Iglesia, según la expresión de los Padres, es el lugar “donde florece el Espíritu” (San Hipólito Romano, Traditio apostolica, 35).

Nuestra actitud es siempre la de aceptarla, amarla, comprenderla, colaborar con ella, sentirnos a gusto en su seno, mejorarla y rejuvenecerla con nuestra conversión continua para ser cada día más fieles a su misión. Es que cuando hablamos de Iglesia debemos pensar que la formamos todos los bautizados y todo lo que se pueda llamar pueblo de Dios. El Concilio Vaticano II enriqueció la definición del misterio de la Iglesia con la hermosa expresión de “Pueblo de Dios”.“Así, pues, de todas las gentes de la tierra se compone el Pueblo de Dios, porque de todas recibe sus ciudadanos, que lo son de un reino, por cierto no terreno, sino celestial” (LG 13). Así, la Iglesia es y está llamada a ser más plenamente misterio de amor, comunión, misión y unión.

LOS 5 MANDAMIENTOS DE LA IGLESIA

Según el Catecismo de la Iglesia Católica #2041-2043
Los mandamientos de la Iglesia se sitúan en la línea de una vida moral referida a la vida litúrgica y que se alimenta de ella. El carácter obligatorio de estas leyes positivas promulgadas por la autoridad eclesiástica tiene por fin garantizar a los fieles el mínimo indispensable en el espíritu de oración y en el esfuerzo moral, en el crecimiento del amor de Dios y del prójimo. Los mandamientos más generales de la Santa Madre Iglesia son cinco:

El primer mandamiento (oír misa entera los domingos y fiestas de precepto) 
Exige a los fieles participar en la celebración eucarística, en la que se reúne la comunidad cristiana, el día en que conmemora la Resurrección del Señor, y en aquellas principales fiestas litúrgicas que conmemoran los misterios del Señor, la Virgen María y los santos. 
El segundo mandamiento (confesar los pecados mortales al menos una vez al año, y en peligro de muerte, y si se ha de comulgar)
Asegura la preparación para la Eucaristía mediante la recepción del sacramento de la Reconciliación, que continúa la obra de conversión y de perdón del Bautismo.

El tercer mandamiento (comulgar por Pascua de Resurrección) 
Garantiza un mínimo en la recepción del Cuerpo y la Sangre del Señor en relación con el tiempo de Pascua, origen y centro de la liturgia cristiana.

El cuarto mandamiento (ayunar y abstenerse de comer carne cuando lo manda la Santa Madre Iglesia) 
Asegura los tiempos de ascesis y de penitencia que nos preparan para las fiestas litúrgicas; contribuyen a hacernos adquirir el dominio sobre nuestros instintos y la libertad del corazón.

El quinto mandamiento (ayudar a la Iglesia en sus necesidades) 
Señala la obligación de ayudar, cada uno según su capacidad, a subvenir a las necesidades materiales de la Iglesia.


Oración por la Santa Iglesia y por los sacerdotes


Oh Jesús mío, te ruego por toda la Iglesia:
concédele el amor y la luz de tu Espíritu
y da poder a las palabras de los sacerdotes
para que los corazones endurecidos
se ablanden y vuelvan a ti, Señor.
Señor, danos sacerdotes santos;
Tú mismo consérvalos en la santidad.
Oh Divino y Sumo Sacerdote,
que el poder de tu misericordia
los acompañe en todas partes y los proteja
de las trampas y asechanzas del demonio,
que están siendo tendidas incesantemente para las almas de los sacerdotes.
Que el poder de tu misericordia,
oh Señor, destruya y haga fracasar
lo que pueda empañar la santidad de los sacerdotes,
ya que tú lo puedes todo.
Oh mi amadísimo Jesús,
te ruego por el triunfo de la Iglesia,
por la bendición para el Santo Padre y todo el clero,
por la gracia de la conversión de los pecadores empedernidos.
Te pido, Jesús, una bendición especial y luz
para los sacerdotes,
ante los cuales me confesaré durante toda mi vida.
(Santa Faustina Kowalska)