La
santa madre Iglesia
Después de afirmar la fe en Dios uno y
Trino el Credo da un salto cualitativo cuando afirma: “creo en la Iglesia…” El
misterio de la Iglesia aparece insertado dentro del misterio de Dios-trino, ya
que éste es su fuente y origen. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son
garantes de la Iglesia, pues donde están los tres, allí también se encuentra la
Iglesia que es el cuerpo de los tres (Cfr. Tertuliano) La Iglesia hace visible
el misterio trinitario.
Una, santa, católica y apostólica son las
notas esenciales de la Iglesia proclamadas en el credo. Pero creer en la
Iglesia no es creer en una doctrina, un concepto, una idea, sino que es una
experiencia vital. Por eso la expresión de “madre Iglesia” supera a todas por
ser la imagen más bella, repetida y entrañable. Es la que mejor expresa su
naturaleza, lo que es en realidad, pues realiza las funciones de madre
espiritual a imagen de la madre natural. Es contundente la expresión de San
Cipriano (s.III): “No puede tener a Dios por Padre quien no tiene a la
Iglesia por madre” (Sobre la unidad de la Iglesia, 6).
“La santa madre Iglesia” es la
expresión más antigua usada por los santos padres, los concilios, sínodos y la
predicación. Esta idea de “madre Iglesia” debe estar presente a lo
largo de estas reflexiones como clave, prisma de visión o idea transversal que
enfoca todo comentario. El Papa Francisco repite constantemente que la “Iglesia
es nuestra madre y todos somos parte de ella; una madre misericordiosa, que comprende,
que intenta ayudar, que no juzga sino que ofrece el perdón de Dios” (Audiencia
General 11.09.13).
Hay ideas erróneas que se van propagando
tendenciosamente fijándose sólo en lo exterior de una institución humana
imperfecta y pecadora que aplica normas frías y exigentes, juzga y condena.
Otros propagan la expresión más absurda que se puede pensar: “Cristo sí,
Iglesia no”. Un cristiano que dijera eso se niega a sí mismo. La Iglesia es la
prolongación de Cristo en el tiempo y la formamos todos, desde el Papa hasta el
último recién bautizado. Es fundamental, pues, definir qué es la Iglesia.
QUÉ
ES LA IGLESIA
La iglesia la fundó Jesucristo y la puso a
andar en la historia el día de Pentecostés (Hch 2, 1ss). Aparece como la larga
mano o prolongación de la acción de Cristo, guiada por el Espíritu Santo,
caminando hacia la casa del Padre. Es el sacramento de Cristo y del Espíritu
(CEC 738).
Para algunos la Iglesia es una estructura,
una institución, un conjunto de leyes, una jerarquía. Estos se quedan sólo en
lo exterior y en la periferia del ser de la Iglesia. La Iglesia no son unos
muros fríos, ni unos despechos de administración, ni un parlamento de leyes.
Sin duda que para funcionar necesita unas normas y unas estructuras, pero muy
distintas de las del mundo, pues la única y gran ley que la conduce es la
caridad.
Está compuesta por personas. Dice San
Pedro: “También vosotros, como piedras vivas, sois edificados como
edificio espiritual para un sacerdocio santo… vosotros sois una raza elegida,
un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para
proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su
luz maravillosa” (1P 2, 4-9).
Muchas figuras de diversos órdenes
enriquecen la definición de Iglesia: madre, esposa de Cristo, pueblo de Dios
(LG 9), sacramento y cuerpo de Cristo, sacramento de salvación universal, casa
o familia de Dios edificación de Dios, maestra, luz de las gentes, labranza,
viña, redil, grey de Dios, Jerusalén del cielo. Todas estas imágenes ayudan a
ahondar lo que hay de invisible y misterio en la Iglesia, pues es, a la vez,
una institución humana y divina. Está en el mundo pero lo trasciende. Su origen
es divino y sólo lo podemos captar desde la fe. Dice San Ireneo: “Donde
está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios; y allí donde está el Espíritu
de Dios, allí está la Iglesia y toda la gracia” (Trat. contra las
herejías, 3,24).
Se descubre el misterio de la Iglesia a
través de sus acciones que prolongan la salvación de Cristo. Está en el mundo
para proclamar el Reino de Dios anunciando el Evangelio, distribuyendo el
depósito de la gracia por medio de los sacramentos; educa, ora, celebra, vive,
renueva la humanidad. Está al servicio de la humanidad entera de quien recibe
como pueblo de Dios sus hijos. Ejerce de buena samaritana del mundo, como
Jesús, sirviendo a los más necesitados. Éste es el rostro auténtico y amable de
la Iglesia madre.
Los santos, los mártires, los misioneros,
que son los mejores hijos de la Iglesia exclamaban: amo a mi madre la Iglesia,
creo en ella, entrego mi vida para ella. Entendían que así como a la madre se
le quiere a pesar de sus arrugas, así mismo se ama a la Iglesia que durante
siglos ha sufrido los avatares de la historia y se le ha pegado el polvo de mil
caminos del mundo.
A pesar de los pecados de los miembros de
la Iglesia, de las tensiones que siempre ha habido y habrá, a pesar de los
defectos el fiel creyente siempre ama a la Iglesia. Ella nos ha engendrado para
la vida de la fe, nos alimenta en sus sacramentos con la gracia de Dios, nos
acompaña en el camino de la vida, nunca deja de acoger y perdonar. La Iglesia,
según la expresión de los Padres, es el lugar “donde florece el Espíritu” (San
Hipólito Romano, Traditio apostolica, 35).
Nuestra actitud es siempre la de aceptarla,
amarla, comprenderla, colaborar con ella, sentirnos a gusto en su seno,
mejorarla y rejuvenecerla con nuestra conversión continua para ser cada día más
fieles a su misión. Es que cuando hablamos de Iglesia debemos pensar que la
formamos todos los bautizados y todo lo que se pueda llamar pueblo de Dios. El
Concilio Vaticano II enriqueció la definición del misterio de la Iglesia con la
hermosa expresión de “Pueblo de Dios”.“Así, pues, de todas las gentes de
la tierra se compone el Pueblo de Dios, porque de todas recibe sus ciudadanos,
que lo son de un reino, por cierto no terreno, sino celestial” (LG 13).
Así, la Iglesia es y está llamada a ser más plenamente misterio de amor,
comunión, misión y unión.
LOS 5 MANDAMIENTOS DE LA IGLESIA
Según el Catecismo de la Iglesia Católica #2041-2043
Los mandamientos de la Iglesia se sitúan en la línea de una vida moral
referida a la vida litúrgica y que se alimenta de ella. El carácter obligatorio
de estas leyes positivas promulgadas por la autoridad eclesiástica tiene
por fin garantizar a los fieles el mínimo indispensable en el espíritu de
oración y en el esfuerzo moral, en el crecimiento del amor de Dios y del prójimo.
Los mandamientos más generales de la Santa Madre Iglesia son cinco:
El primer mandamiento (oír misa entera los
domingos y fiestas de precepto)
Exige a los fieles participar en la celebración eucarística, en la que
se reúne la comunidad cristiana, el día en que conmemora la Resurrección
del Señor, y en aquellas principales fiestas litúrgicas que conmemoran los
misterios del Señor, la Virgen María y los santos.
El segundo mandamiento (confesar los pecados
mortales al menos una vez al año, y en peligro de muerte, y si se ha de
comulgar)
Asegura la preparación para la Eucaristía mediante la recepción del
sacramento de la Reconciliación, que continúa la obra de conversión y de perdón
del Bautismo.
El tercer mandamiento (comulgar por Pascua
de Resurrección)
Garantiza un mínimo en la recepción del Cuerpo y la Sangre del Señor en
relación con el tiempo de Pascua, origen y centro de la liturgia
cristiana.
El cuarto mandamiento (ayunar y abstenerse
de comer carne cuando lo manda la Santa Madre Iglesia)
Asegura los tiempos de ascesis y de penitencia que nos preparan
para las fiestas litúrgicas; contribuyen a hacernos adquirir el dominio
sobre nuestros instintos y la libertad del corazón.
El quinto mandamiento (ayudar a la Iglesia
en sus necesidades)
Señala la obligación de ayudar, cada uno según su capacidad, a subvenir
a las necesidades materiales de la Iglesia.
Oración por la Santa Iglesia y por los sacerdotes
Oh Jesús mío, te ruego por toda la Iglesia:
concédele el amor y la luz de tu Espíritu
y da poder a las palabras de los sacerdotes
para que los corazones endurecidos
se ablanden y vuelvan a ti, Señor.
Señor, danos sacerdotes santos;
Tú mismo consérvalos en la santidad.
Oh Divino y Sumo Sacerdote,
que el poder de tu misericordia
los acompañe en todas partes y los proteja
de las trampas y asechanzas del demonio,
que están siendo tendidas incesantemente para las almas de los sacerdotes.
Que el poder de tu misericordia,
oh Señor, destruya y haga fracasar
lo que pueda empañar la santidad de los sacerdotes,
ya que tú lo puedes todo.
Oh mi amadísimo Jesús,
te ruego por el triunfo de la Iglesia,
por la bendición para el Santo Padre y todo el clero,
por la gracia de la conversión de los pecadores empedernidos.
Te pido, Jesús, una bendición especial y luz
para los sacerdotes,
ante los cuales me confesaré durante toda mi vida.
(Santa Faustina Kowalska)