Transubstanciación

LA TRANSUBSTANCIACIÓN

LA CONSAGRACIÓN DEL PAN Y DEL VINO

El momento más misterioso de la misa es cuando el sacerdote consagra el pan y el vino y se transforman súbitamente; se transubstancian.

Esto sucede en la Plegaria Eucarística.

La transubstanciación según Santo Tomás de Aquino

Introducción

«Y la Palabra de Dios se hizo carne, y puso su morada entre nosotros». Estas palabras del Evangelio resumen el gran don de Dios a la humanidad, Jesucristo su Hijo quien se entregó hasta el extremo, hasta el don de la propia vida, su amor es más grande que la muerte, de ahí que, con el don de la Eucaristía, ha hecho posible su constante presencia salvífica y vivificante en la Iglesia y en el mundo.   Santo Tomás es el cantor místico de la Eucaristía y las explicaciones acerca del gran misterio de fe de la Iglesia, significaron para el doctor angélico un gran esfuerzo racional por articular de manera aproximativa y comprensible la experiencia constante, íntima y profunda que él mismo tuvo con Jesús Eucaristía.

Tomás se destaca entre los maestros del siglo XIII tanto por su equilibrio y capacidad de sistematización, como por el modo en que asimiló el nuevo saber de su tiempo y además, porque de hecho nos ofrece la mejor síntesis elaborada sobre esta temática. Su doctrina podría resumirse en:
1). La Eucaristía es signo de salvación y medio para la vida espiritual del hombre, es sacramento que nos ha sido dado para alimento de la vida cristiana;
2) En sí misma, la Eucaristía es símbolo real del cuerpo y de la sangre de Cristo. Allí en estos signos sagrados está Cristo realmente presente;
3). La Eucaristía es sacramento de la gracia, cuyos efectos personales y eclesiales son descritos de forma elocuente: Se trata siempre de una gracia eficaz que depende del mismo Cristo que en ella se contiene o está presente;
4) La Eucaristía es también verdadero sacrificio, en cuanto que está en continuidad con el mismo sacrificio de Cristo en la cruz
Partiendo de la presencia real del cuerpo y la sangre de Cristo en la Eucaristía, señala Santo Tomás en primera medida que tal presencia no puede ser conocida por los sentidos, sino solo por la fe, que se apoya en la autoridad divina-

Raíces bíblicas y patrísticas de la doctrina de la transubstanciación en santo Tomás de Aquino

1. Los datos de la Sagrada Escritura

Aunque el concepto de transustanciación no viene expresado de manera explícita, las palabras de la institución que interpretadas en su contexto, nos dan a entender que solo si el pan y el vino dejan de ser pan y vino se convierten en el cuerpo y sangre de Cristo.

«Al anochecer se sentó a la mesa con los Doce (…). Mientras estaban comiendo, Jesús tomó pan y, después de pronunciar la bendición, lo partió, se lo dio a sus discípulos y dijo: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo”. Tomó luego el cáliz y habiendo dado gracias, se lo dio diciendo: “Bebed todos de él; porque ésta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos para remisión de los pecados”»[4]

Ocurre por tanto allí una conversión extraordinaria y maravillosa. Una conversión semejante se actúa en el pan y en el vino cada vez que la Iglesia, cumpliendo fielmente el mandato del Señor, celebra el memorial por él instituido.

2. La doctrina de los padres

Afirman y explican a la luz de la Revelación la presencia de Cristo en la Eucaristía, buscando clarificar el cómo de este evento que es misterio de nuestra fe. En la afirmación de esta verdad, es preciso reconocer que la misma comprensión doctrinal o dogmática tuvo una evolución importante, iniciando desde los mimos padres de la Iglesia  oriental como latina, llegando hasta los teólogos de la época medieval.
Entre los padres que contribuyeron de manera más concreta al desarrollo de la doctrina de la transustanciación encontramos a: san Justino en quien encontramos los primeros elementos conceptuales que se emplean para comprender la presencia de Cristo en la Eucaristía, esta habla de una eucarisrización del pan y del vino, causada por las palabras que proceden de mismo Cristo. Encontramos en la Apología I:

 Y «… de la misma manera que Él asumió nuestra carne y nuestra sangre para nuestra salvación, así también el alimento eucaristizado mediante las palabras de oración que proceden de Él, es carne  y sangre de aquel que se encarnó».

 De esta manera el verbo ευχαριστέω adquiere un nuevo significado; que ya no es solo dar gracias, sino también santificar y consagrar (cambiar, convertir) el pan y el vino en el cuerpo y la sangre del Verbo encarnado.

San Ireneo comprende esta eucaristización, como llegar a ser (o hacerse, o convertirse en) del pan y del vino en el cuerpo y en la sangre de Cristo. San Cirilo de Jerusalén interpreta el llegar a ser de los elementos eucarísticos en el sentido de una conversión de los mismos y, además enseña que esta conversión acontece en la celebración litúrgica de la Eucaristía, y que en ella la acción del Espíritu Santo tiene un valor esencial; es de notar la clara distinción que hace Cirilo entre lo que aparece ante los sentidos, que permanecen después de la conversión eucarística, y la nueva realidad.

San Gregorio de Nisa formuló una doctrina sobre la conversión eucarística semejante a la de san Cirilo de Jerusalén, pero se sirvió de otros elementos clave, como transformación (μεταπoίησις) y transelementación (μεταστοιχείοσις) del pan y del vino en el cuerpo y sangre del Logos encarnado.

Entre los padres de la Iglesia latina encontramos a San Ambrosio de Milán quien afirma con fuerza el realismo de la presencia de Cristo en virtud de la conversión del pan y del vino en el cuerpo y sangre del Señor, tal conversión comporta un cambio objetivo en los dones eucarístico, en su naturaleza, de manera que estas realidades, no obstante, las apariencias que perciben nuestros sentidos, no son ya pan y vino, porque se han convertido en el verdadero cuerpo y sangre de Cristo. Este maravillo cambio de la naturaleza del pan y del vino es obre de la omnipotencia divina, que actúa en las palabras de Cristo. Fausto de Riez retoma las ideas de san Ambrosio, no solo afirmando el cambio realizado en virtud de la potencia de la palabra divina, sino expresando también el nivel ontológico del cambio, y aunque en un poco ambigua es una contribución importante. 

Para comprender mejor el aporte tomista, es necesario tener en cuenta, que en la época patrística predomina el molde platónico, pero que poco a poco se va transformando de acuerdo a los nuevos aportes de los teólogos, quienes ya no solo acuden a la filosofía platónica para argumentar sus reflexiones teológicas. Para el mundo occidental es constante punto de referencia la teología eucarística de san Ambrosio  y de san Agustín, sobre todo por el Pseudo-Dionisio y san Isidoro de Sevilla, este último centra su atención en el problema de la presencia real somática de Cristo en el sacramento y, su doctrina insiste en un cambio real de los elementos del pan y del vino en el cuerpo y sangre de Cristo, por la consagración que produce en ellos, lo que se puede calificar como un místico metabolismo, tal cambio se da por la acción de una virtud secreta que no es otra que la virtud del Espíritu Santo. Se lleva a cabo así un cambio en la forma de ver la conversión eucarística y el modo de estar de Cristo en la Eucaristía, que llevará a los autores de la edad media a hacer optar por una forma de ver, que no concuerda muchas veces con las opiniones de otros teólogos y de ahí las diversas polémicas a las que se dieron paso.
(Fin de la Cita de Santo Tomás de Aquíno)

¿Cuándo ocurre exactamente la transubstanciación durante la misa?

Se produce cuando el sacerdote, In Persona Christi (en la Persona de Cristo), dice las Palabras de la Institución.
El cambio de la Transubstanciación es instantáneo. No es gradual.
Es decir, la presencia de Cristo no pasa del 0% y lentamente llega al 100% durante las palabras de la Institución.
En la Transubstanciación, cada elemento se cambia en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Cristo.
Es decir, el pan cambia completamente en el Cuerpo y la Sangre.
Del mismo modo el vino cambia en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.


LA VISIÓN DE LA TRANSUBSTANCIACIÓN SEGÚN 
SANTA HILDEGARDA. (Doctora de la Iglesia)

A Santa Hildegarda de Bingen parece habérsele dado el entendimiento de lo que sucede con el pan y el vino.
La siguiente es una descripción de una visión de su primer libro, Scivias (abreviatura de Scito Vias Domini , “Conocer los caminos de Dios”).
“Cuando el Evangelio de la paz había sido recitado y la ofrenda a ser consagrada había sido colocada sobre el altar, y el sacerdote cantaba la alabanza de Dios Todopoderoso, “Santo, Santo, Santo, Señor Dios del universo”, comienza el misterio de los ritos sagrados.
El cielo se abrió de repente y un brillo intenso de incalculable resplandor descendió sobre esa ofrenda y la irradió por completo de luz, así como el sol ilumina todo lo que alumbra.
.
Y, de este modo, iluminándola, la brillantez la llevó a lo alto hacia dentro de los lugares secretos del cielo y luego la devolvió sobre el altar” (Libro 2, Visión 6).


El significado de esta visión, Hildegarda explicaría, es que en el momento de la consagración el pan, el vino y el agua son conducidos al cielo por una luz especial para su conversión y luego colocados de nuevo sobre el altar.

En la siguiente cita Hildegarda explica por qué el cuerpo y la sangre de Cristo permanecen invisibles.
Ella habla aquí en primera persona, asumiendo la voz de Dios:
“Pero tú, oh hombre, no puedes tomar este don espiritual de forma visible, como si comieras carne visible y bebieras sangre visible; porque tú eres suciedad de suciedad.
Pero, como el espíritu vivo en ti es invisible, así también el Sacramento vivo en esa oblación es invisible y debe ser recibido de manera invisible por ti.
El alma humana, que es invisible, invisible recibe el sacramento, que existe de forma invisible en esa oblación.
Mientras que el cuerpo humano, que es visible, recibe de forma visible, la oblaciónque encarna visiblemente el sacramento.
Pero los dos son uno, así como Cristo es Dios y Hombre, y el alma racional y la carne mortal constituyen un ser humano” (Libro 2, Visión 6, capítulo 14).
Hay una conexión especial entre la consagración y el nacimiento de Cristo.
En esta cita, de nuevo en la voz de Dios, se nos dice de una manera amorosa y paternal que Dios recuerda el nacimiento de Su Hijo en cada momento de la consagración:
“Por lo tanto, cuando Yo veo el cuerpo y la sangre de Mi Hijo cada día consagrados en el altar en Mi nombre, y tú, hombre, siendo santificado por ese sacramento, comiendo Su carne y bebiendo Su sangre, Yo siempre contemplo el nacimiento.
Para cuando el sacerdote hace su oficio como le ha sido asignado, invocándome en palabras sagradas, allí estoy Yo con poder, al igual que Yo que estuve allí cuando mi Unigénito, sin mancha, se encarnó” (Libro 2, Visión 6, capítulo 34).

La consagración en la Santa Misa

Después del ofertorio, empieza la plegaria eucarística. Comienza con el prefacio que converge en el canto del Santo, Santo, Santo… El momento central de la plegaria es la Consagración. En ella se transforman el pan y el vino, que hemos ofrecido, en cuerpo y en sangre de Cristo.

Consagración: Unión
Durante el ofertorio hemos ofrecido nuestro corazón a Dios, pequeño, pero todo suyo. Lo hemos puesto en el altar. Es momento de que nuestro corazón se una al de Cristo Eucaristía.
Entre la Eucaristía y nosotros hay un abismo. Nosotros somos criaturas y Él es Dios (Gen 1, 27). Nosotros no somos nada y Él lo es todo. Es por eso que en el momento de la Consagración tenemos que postrarnos ante Dios y reconocer que nosotros no nos podemos unir a Cristo, que se ofrece en la Eucaristía, si el Espíritu Santo no nos eleva a Él. Es el Espíritu Santo quien penetra nuestra alma y la toma para elevarla y unirla a Cristo Eucaristía permitiéndonos ofrecernos con Él (Rom. 8, 17).


Consagración: Calvario

La Misa, memorial de la muerte de Cristo, nos permite estar en el Calvario. Es la cruz el sacrificio cruento de Cristo (Heb. 10, 12) que se vive de manera incruenta en la Eucaristía. Cuando el sacerdote eleva la hostia, es como si elevara el mismo cuerpo de Cristo crucificado. Nosotros lo vemos desde abajo y desearíamos unirnos a Él. Nuestro corazón desea que Cristo no muera solo. Le suplicamos que, al menos, nos permita darle un abrazo que pueda consolar su dolor. Sin embargo, la distancia entre la cruz y nosotros sigue siendo inmensa. Pero Jesús lo dijo en su predicación: “y yo cuando sea levando de la tierra, atraeré a todos hacia mí.” Jn. 12, 32. El Espíritu Santo nos atraerá a Él y nos unirá a Cristo, que se ofrece en la cruz y en la Eucaristía.

CONSAGRACIÓN Y TRANSUBSTANCIACIÓN SEGÚN CATALINA RIVAS (Vidente Boliviana)

Cuando llegó el momento final del Prefacio de la Misa y cuando la asamblea decía: “Santo, Santo, Santo” de pronto, todo lo que estaba detrás de los celebrantes desapareció.
Del lado izquierdo del señor arzobispo hacia atrás en forma diagonal aparecieron miles de Ángeles, pequeños, Ángeles grandes, Ángeles con alas inmensas, Ángeles con alas pequeñas, Ángeles sin alas, como los anteriores.
Todos vestidos con unas túnicas como las albas blancas de los sacerdotes o los monaguillos.
Todos se arrodillaban con las manos unidas en oración y en reverencia inclinaban la cabeza.
Se escuchaba una música preciosa, como si fueran muchísimos coros con distintas voces y todos decían al unísono junto con el pueblo: Santo, Santo, Santo…
Había llegado el momento de la Consagración, el momento del más maravilloso de los Milagros.
Del lado derecho del arzobispo hacia atrás en forma también diagonal, una multitud de personas, iban vestidas con la misma túnica, pero en colores pastel: rosa, verde, celeste, lila, amarillo; en fin, de distintos colores muy suaves.
Sus rostros también eran brillantes, llenos de gozo, parecían tener todos la misma edad.
Se podía apreciar (y no puedo decirlo por qué) que había gente de distintas edades, pero todos parecían igual en las caras, sin arrugas, felices.
Todos se arrodillaban también ante el canto de “Santo, Santo, Santo, es el Señor…”

Y nuestra Señora le explicó:
Son todos los Santos y Bienaventurados del cielo y entre ellos, también están las almas de los familiares de ustedes que gozan ya de la Presencia de Dios.”
Entonces la vi dice Catalina.
Allá justamente a la derecha del señor arzobispo, un paso detrás del celebrante, estaba un poco suspendida del suelo, arrodillada sobre unas telas muy finas, transparentes, pero a la vez luminosas, como agua cristalina, la Santísima Virgen, con las manos unidas, mirando atenta y respetuosamente al celebrante.
Me hablaba desde allá, pero silenciosamente, directamente al corazón, sin mirarme.
Esto le dijo la Virgen:
“¿Te llama la atención verme un poco más atrás de Monseñor, verdad? Así debe ser.
Con todo lo que me ama Mi Hijo, no Me ha dado la dignidad que da a un sacerdotede poder traerlo entre Mis manos diariamente, como lo hacen las manos sacerdotales.
Por ello siento tan profundo respeto por un sacerdote y por todo el milagro que Dios realiza a través suyo, que me obliga a arrodillarme aquí.”
Delante del altar, empezaron a salir unas sombras de personas en color gris que levantaban las manos hacia arriba.
Y le dijo la Virgen Santísima:
Son las almas benditas del Purgatorio que están a la espera de las oraciones de ustedes para refrescarse.
No dejen de rezar por ellas.
Piden por ustedes, pero no pueden pedir por ellas mismas, son ustedes quienes tienen que pedir por ellas para ayudarlas a salir para encontrarse con Dios y gozar de Él eternamente”.
Y continuó:
“Ya lo ves, aquí estoy todo el tiempo.
Al pie del Altar donde se celebra la Eucaristía, siempre me van a encontrar.
Al pie del Sagrario permanezco Yo con los Ángeles, porque estoy siempre con Él.”

A continuación el celebrante dijo las palabras de la “Consagración”.
Era una persona de estatura normal, pero de pronto empezó a crecer, a volverse lleno de luz.
Una luz sobrenatural entre blanca y dorada lo envolvía y se hacía muy fuerte en la parte del rostro, de modo que no podía ver sus rasgos.
Cuando levantaba la forma vi sus manos y tenían unas marcas en el dorso de las cuales salía mucha luz.
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¡Era Jesús! Era Él que con su Cuerpo envolvía el del celebrante como si rodeara amorosamente las manos del señor Arzobispo.
En ese momento la Hostia comenzó a crecer y crecer enorme y en ella, el rostro maravilloso de Jesús mirando hacia Su pueblo.
Por instinto quise bajar la cabeza y dijo nuestra Señora:
“No agaches la mirada, levanta la vista, contémplalo, cruza tu mirada con la Suya y repite la oración de Fátima:
Señor, yo creo, adoro, espero y Te amo, Te pido perdón por aquellos que no creen, no adoran, no esperan y no Te aman. Perdón y Misericordia.


Ahora dile cuánto lo amas, rinde tu homenaje al Rey de Reyes.”