Teresita



Santa Teresita del Niño Jesús, Virgen.
Doctora de la Iglesia

1ro de octubre.

La devoción a Santa Teresita del Niño Jesús se ha esparcido de una manera impresionante a través de toda la Iglesia. Durante su corta vida, Teresita no sobresalió por encima de las otras monjas del convento de carmelitas en Lisieux, pero inmediatamente después de su muerte, muchos milagros y favores fueron concedidos a través de su intercesión. La santa cumplió la promesa de hacer caer una lluvia de rosas después de su muerte, es decir, una lluvia de beneficios hacia todos los que la invocan. "Lo que me impulsa a ir al Cielo es el pensamiento de poder encender en amor de Dios una multitud de almas que le alabarán eternamente", decía Teresita. Su gran anhelo es que aquellos que la invocan amen a Dios con un amor abrasador.

Por medio de sus cartas, los testimonios de aquellos que la conocieron, y especialmente su autobiografía, "La Historia de un Alma", millones han llegado a conocer sus grandes dones y virtudes. Incontables peregrinos visitan el convento carmelita de Lisieux


Biografía

María Francisca Teresa nació el 2 de Enero de 1873 en la ciudad de Alenson, Francia. Hija de Luis Martín, quién era relojero, y de Celia Guerín, quien era costurera. Tuvo una infancia feliz y ordinaria, llena de buenos ejemplos. Teresita era viva e impresionable, pero no particularmente devota. 
 
En 1877, cuando Teresita tenía cuatro años, murió su madre. Su padre vendió su relojería y se fue a vivir a Lisieux donde sus hijas estarían bajo el ciudado de su tía, la Sra. Guerin, que era una mujer excelente. Las hermanas de Teresita eran Paulina, María, Leonia y Celina. La que dirigía la casa era María y Paulina que era la mayor se encargaba de la educación religiosa de sus hermanas. Pero de todas ellas, Celina era su hermana preferida, con solo tres años de diferencia se entienden muy bien.

Cuando Teresita tenía 9 años, Paulina ingresó al convento de las carmelitas. Desde entonces, Teresita se sintió inclinada a seguirla por ese camino. Era una niña afable y sensible y la religión ocupaba una parte muy importante de su vida.

Cuando Teresita tenía catorce años, su hermana María se fue al convento de las carmelitas igual que Paulina. La Navidad de ese año, tuvo la experiencia que ella llamó su “conversión”. Dice ella que apenas a una hora de nacido el Niño Jesús, inundó la oscuridad de su alma con ríos de luz. Decía que Dios se había hecho débil y pequeño por amor a ella para hacerla fuerte y valiente. 

Al año siguiente, Teresita le pidió permiso a su padre para entrar al convento de las carmelitas y él dijo que sí. Las monjas del convento y el obispo de Bayeux opinaron que era muy joven y que debía esperar.

Algunos meses más tarde fueron a Roma en una peregrinación por el jubileo sacerdotal del Papa León XIII. Al arrodillarse frente al Papa para recibir su bendición, rompió el silencio y le pidió si podía entrar en el convento a los quince años. El Papa quedó impresionado por su aspecto y modales y le dijo que si era la voluntad de Dios así sería.

Teresita rezó mucho en todos los santuarios de la peregrinación y con el apoyo del Papa, logró entrar en el Carmelo en Abril de 1888. Al entrar al convento, la maestra de novicias dijo; “Desde su entrada en la orden, su porte tenía una dignidad poco común de su edad, que sorprendió a todas las religiosas.” Profesó como religiosa el 8 de Septiembre de 1890. Su deseo era llegar a la cumbre del monte del amor.

Teresita cumplió con las reglas y deberes de los carmelitas. Oraba con un inmenso fervor por los sacerdotes y los misioneros. Debido a esto, fue nombrada después de su muerte, con el título de patrona de las misiones, aunque nunca habia salido de su convento.

Se sometió a todas las austeridades de la orden, menos al ayuno, ya que era delicada de salud y sus superiores se lo impidieron. Entre las penitencias corporales, la más dura para ella era el frío del invierno en el convento. Pero ella decía “Quería Jesús concederme el martirio del corazón o el martirio de la carne; preferiría que me concediera ambos.” Y un día pudo exclamar “He llegado a un punto en el que me es imposible sufrir, porque todo sufrimiento es dulce.”

En 1893, a los veinte años, la hermana Teresa fue nombrada asistente de la maestra de novicias. Prácticamente ella era la maestra de novicias, aunque no tuviera el título. Con respecto a esta labor, decía ella que hacer el bien sin la ayuda de Dios era tan imposible como hacer que el sol brille a media noche.
Su padre enfermó perdiendo el uso de la razón a causa de dos ataques de parálisis. Celina, su hermana, se encargó de cuidarlo. Fueron unos años difíciles para las hijas. Al morir el padre, Celina ingresó al convento con sus hermanas.

En este mismo año, Teresita se enfermó de tuberculosis. Quería ir a una misión en Indochina pero su salud no se lo permitió. Sufrió mucho los últimos 18 meses de su vida. Fue un período de sufrimiento corporal y de pruebas espirituales. En junio de 1897 fue trasladada a la enfermería del convento de la que no volvió a salir. A partir de agosto ya no podía recibir la Comunión debido a su enfermedad y murió el 30 de Septiembre de ese año. Fue beatificada en 1923 y canonizada en 1925. Se le presenta como una monja carmelita con un crucifijo y rosas en los brazos. Ella decía que después de su muerte derramaría una lluvia de rosas. 

El culto a esta santa comenzó a crecer con rapidez. Los milagros hechos gracias a su intercesión atrajeron a atención de los cristianos del mundo entero.

Escribió el libro “Historia de un alma” que es una autobiografía. Escribe frases preciosas como éstas en ese libro: “Para mí, orar consiste en elevar el corazón, en levantar los ojos al cielo, en manifestar mi gratitud y mi amor lo mismo en el gozo que en la prueba.”; “Te ruego que poses tus divinos ojos sobre un gran número de almas pequeñas.” Teresita se contaba a sí misma entre las almas pequeñas, decía “Yo soy un alma minúscula, que sólo puede ofrecer pequeñeces a nuestro Señor.”

¿Qué nos enseña Santa Teresita?
1.  Nos enseña un camino para llegar a Dios: la sencillez de alma. Hacer por amor a Dios nuestras labores de todos los días. Tener detalles de amor con los que nos rodean. Esta es la “grandeza” de Santa Teresita. Decía: “Quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra. “El secreto es reconocer nuestra pequeñez ante Dios, nuestro Padre. Tener una actitud de niño al amar a Dios, es decir, amarlo con simplicidad, con confianza absoluta, con humildad sirviendo a los demás. Esto es a lo que ella llama su “caminito”. Es el camino de la infancia espiritual, un camino de confianza y entrega absoluta a Dios.
2.  Nos enseña a servir a los demás con amor y perfección viendo en ellos a Jesús. Toda su vida fue de servicio a los demás. Ser mejores cada día con los demás en los detalles de todos los días.
3.  Nos enseña a tener paciencia ante las dificultades de la vida. Su enfermedad requirió de mucha paciencia y aceptación. Sólo estando cerca de Dios el sufrimiento se hace dulce.
4.  Nos enseña a tener sentido del humor ante lo inevitable. Dicen que durante la meditación en el convento, una de las hermanas agitaba su rosario y esto irritaba a Santa Teresita. Decidió entonces en lugar de tratar de no oir nada, escuchar este ruido como si fuera una música preciosa. En nuestras vidas hay situaciones o acciones de los demás que nos molestan y que no podemos evitar. Debemos aprender a reirnos de éstas, a disfrutarlas por que nos dan la oportunidad de ofrecer algo a Dios.
5.  Nos enseña que podemos vivir nuestro cielo en la tierra haciendo el bien a los que nos rodean. Actuar con bondad siempre, buscando lo mejor para los demás. Esta es una manera de alcanzar el cielo.
6.  Nos enseña a ser sencillos como niños para llegar a Dios. Orar con confianza, con simplicidad. Sentirnos pequeños ante Dios nuestro Padre.


SANTA TERESA DE LISIEUX, DOCTORA DE LA IGLESIA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo, 19 de octubre de 1997
Jornada mundial de las misiones

1. "Los pueblos caminarán a tu luz" (Is 60, 3). En estas palabras del profeta Isaías resuena, como ardiente espera y luminosa esperanza, el eco de la Epifanía. Precisamente la relación con esa solemnidad nos permite comprender mejor el carácter misionero de este domingo. En efecto, la profecía de Isaías prolonga a la humanidad entera la perspectiva de la salvación, y así anticipa el gesto profético de los Magos de Oriente que, acudiendo a adorar al Niño divino nacido en Belén (cf. Mt 2, 1-12), anuncian e inauguran la adhesión de los pueblos al mensaje de Cristo. Todos los hombres están llamados a acoger en la fe el Evangelio que salva. La Iglesia ha sido enviada a todos los pueblos, a todas las tierras y culturas: "Id (...) y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt 28, 19-20). Estas palabras, pronunciadas por Cristo antes de subir al cielo, junto con la promesa, hecha a los Apóstoles y a sus sucesores, de que estaría con ellos hasta el fin del mundo (cf. Mt 28, 20), constituyen la esencia del mandato misionero: es Cristo mismo quien, en la persona de sus ministros, va ad gentes, hacia las gentes que no han recibido aún el anuncio de la fe.
2. Teresa Martín, carmelita descalza de Lisieux, deseaba ardientemente ser misionera. Y lo fue, hasta el punto de que pudo ser proclamada patrona de las misiones. Jesús mismo le mostró de qué modo podía vivir esa vocación: practicando en plenitud el mandamiento del amor, se introduciría en el corazón mismo de la misión de la Iglesia, sosteniendo con la fuerza misteriosa de la oración y de la comunión a los heraldos del Evangelio. Así, ella realizó lo que subrayó el concilio Vaticano II, cuando enseñó que la Iglesia, por su naturaleza, es misionera (cf. Ad gentes, 2). No sólo los que escogen la vida misionera, sino también todos los bautizados, de alguna manera, son enviados ad gentes. Por eso, he querido escoger este domingo misionero para proclamar Doctora de la Iglesia universal a santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz: una mujer, una joven y una contemplativa.
3. Todos percibimos, por consiguiente, que hoy se está realizando algo sorprendente. Santa Teresa de Lisieux no pudo acudir a universidades ni realizar estudios sistemáticos. Murió muy joven y, a pesar de ello, desde hoy tendrá el honor de ser Doctora de la Iglesia, un notable reconocimiento que la exalta en la estima de toda la comunidad cristiana más de lo que pudiera hacer un "título académico". En efecto, cuando el Magisterio proclama a alguien Doctor de la Iglesia, desea señalar a todos los fieles, y de modo especial a los que prestan en la Iglesia el servicio fundamental de la predicación o realizan la delicada tarea de la investigación y la enseñanza de la teología, que la doctrina profesada y proclamada por una persona puede servir de punto de referencia, no sólo porque es acorde con la verdad revelada, sino también porque aporta nueva luz sobre los misterios de la fe, una comprensión más profunda del misterio de Cristo. El Concilio nos recordó que, con la asistencia del Espíritu Santo, crece continuamente en la Iglesia la comprensión del "depositum fidei", y a ese proceso de crecimiento no sólo contribuyen el estudio rico de contemplación a que están llamados los teólogos y el magisterio de los pastores, dotados del "carisma cierto de la verdad", sino también el "profundo conocimiento de las cosas espirituales" que se concede por la vía de la experiencia, con riqueza y diversidad de dones, a quienes se dejan guiar con docilidad por el Espíritu de Dios (cf. Dei Verbum, 8). La Lumen gentium, por su parte, enseña que en los santos "nos habla Dios mismo" (n. 50). Por esta razón, con el fin de profundizar en los divinos misterios, que son siempre más grandes que nuestros pensamientos, se atribuye un valor especial a la experiencia espiritual de los santos, y no es casualidad que la Iglesia escoja únicamente entre ellos a las personas a quienes quiere otorgar el título de "Doctor".
4. Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz es la más joven de los "Doctores de la Iglesia", pero su ardiente itinerario espiritual manifiesta tal madurez, y las intuiciones de fe expresadas en sus escritos son tan vastas y profundas, que le merecen un lugar entre los grandes maestros del espíritu. En la carta apostólica que he escrito para esta ocasión, he señalado algunos aspectos destacados de su doctrina. Pero no puedo menos de recordar, en este momento, lo que se puede considerar el culmen, a la luz del relato del conmovedor descubrimiento que hizo de su vocación particular dentro de la Iglesia. "La caridad escribe me dio la clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto por diferentes miembros, no le faltaba el más noble de todos: comprendí que la Iglesia tenía un corazón y que este corazón ardía de amor. Comprendí que sólo el Amor hacía actuar a los miembros de la Iglesia: que si el Amor se apagara, los apóstoles no anunciarían el Evangelio, los mártires no querrían derramar su sangre (...). Comprendí que el amor encerraba todas las vocaciones (...). Entonces, con alegría desbordante, exclamé: oh Jesús, Amor mío, (...) por fin he encontrado mi vocación. Mi vocación es el amor" (Ms B, 3 v). Es una página admirable, que basta por sí sola para ilustrar cómo se puede aplicar a santa Teresa el pasaje evangélico que acabamos de escuchar en la liturgia de la Palabra: "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños" (Mt 11, 25).
5. Teresa de Lisieux no sólo captó y describió la profunda verdad del amor como centro y corazón de la Iglesia, sino que la vivió intensamente en su breve existencia. Precisamente esta convergencia entre la doctrina y la experiencia concreta, entre la verdad y la vida, entre la enseñanza y la práctica, resplandece con particular claridad en esta santa, convirtiéndola en un modelo atractivo especialmente para los jóvenes y para los que buscan el sentido auténtico de su vida. Frente al vacío espiritual de tantas palabras, Teresa presenta otra solución: la única Palabra de salvación que, comprendida y vivida en el silencio, se transforma en manantial de vida renovada. A una cultura racionalista y muy a menudo impregnada de materialismo práctico, ella contrapone con sencillez desarmante el "caminito" que, remitiendo a lo esencial, lleva al secreto de toda existencia: el amor divino que envuelve y penetra toda la historia humana. En una época, como la nuestra, marcada con gran frecuencia por la cultura de lo efímero y del hedonismo, esta nueva Doctora de la Iglesia se presenta dotada de singular eficacia para iluminar el espíritu y el corazón de quienes tienen sed de verdad y de amor.
6. Santa Teresa es proclamada Doctora de la Iglesia el día en que celebramos la Jornada mundial de las misiones. Ella abrigó un deseo ardiente de consagrarse al anuncio del Evangelio y hubiera querido coronar su testimonio con el sacrificio supremo del martirio (cf. Ms B, 3 r). Además, es conocido con cuánto empeño sostuvo el trabajo apostólico de los padres Maurice Bellière y Adolphe Roulland, misioneros respectivamente en África y China. En su impulso de amor por la evangelización, Teresa tenía un solo ideal, como ella misma afirma: "Lo que le pedimos es trabajar por su gloria, amarlo y hacerlo amar" (Carta 220). La senda que recorrió para llegar a este ideal de vida no fue la de las grandes empresas, reservadas a unos pocos, sino una senda que está al alcance de todos, el "caminito", un camino de confianza y de abandono total a la gracia del Señor. No se ha de subestimar este camino, como si fuese menos exigente. En realidad es exigente, como lo es siempre el Evangelio. Pero es un camino impregnado del sentido de confiado abandono a la misericordia divina, que hace ligero incluso el compromiso espiritual más riguroso. Por este camino, en el que lo recibe todo como "gracia"; por el hecho de que pone en el centro de todo su relación con Cristo y la elección de amor; y por el espacio que da también a los afectos y sentimientos en su itinerario espiritual, Teresa de Lisieux es una santa que permanece joven, a pesar del paso de los años, y se presenta como modelo eminente y guía en el itinerario de los cristianos para nuestro tiempo, en el umbral del tercer milenio.
7. Por eso, es grande la alegría de la Iglesia en esta jornada que corona las expectativas y las oraciones de tantos que han intuido, al solicitar que se le concediera el título de Doctora, este especial don de Dios y han promovido su reconocimiento y su acogida. Deseamos dar gracias por ello al Señor todos juntos, y particularmente con los profesores y los estudiantes de las universidades eclesiásticas romanas, que precisamente en estos días han comenzado el nuevo año académico. Sí, Padre, te bendecimos, junto con Jesús (cf. Mt 11, 25), porque has ocultado tus secretos "a los sabios y a los inteligentes", y los has revelado a esta "pequeña", que hoy nuevamente propones a nuestra atención y a nuestra imitación. ¡Gracias por la sabiduría que le concediste, convirtiéndola en testigo singular y maestra de vida para toda la Iglesia! ¡Gracias por el amor que derramaste en ella, y que sigue iluminando y calentando los corazones, impulsándolos hacia la santidad! El deseo que Teresa expresó de "pasar su cielo haciendo el bien en la tierra" sigue cumpliéndose de modo admirable. ¡Gracias, Padre, porque hoy nos la haces cercana de una manera nueva, para alabanza y gloria de tu nombre por los siglos! Amén.