Jesús ayuna cuarenta días en el desierto
Visiones de la Beta Anna C Emerich
Jesús partió antes del sábado acompañado por Lázaro desde la
posada de éste hacia el desierto. Le dijo que tornaría después de cuarenta
días. Desde esta posada caminó solo y descalzo y fue al principio, no en
dirección de Jericó, sino hacia el Mediodía, como quien va a Belén, pasando
entre los lugares de los parientes de Ana y los parientes de José, cerca de
Maspha; luego torció hacia el Jordán.
Anduvo por estos lugares, hasta el sitio donde había estado el
Arca de la Alianza y donde había celebrado Juan aquella solemne fiesta. A una
hora de Jericó subió a la montaña y se internó en una amplia gruta.

Esta montaña ofrece, desde su cumbre, una vista muy extensa: en
parte está cubierta de plantas y en parte aparece empinada y árida. La altura
no es tanta como la de Jerusalén, pero está en una comarca más baja y se
levanta solitaria. Cuando miro las montañas de Jerusalén veo la del Calvario
más alta, de modo que está al mismo nivel que la mayor altura del templo. En
dirección a Belén, o sea hacia el Sur, está Jerusalén, sobre una cumbre
empinada y peligrosa; por este lado no hay entrada ninguna y todo está ocupado
con palacios y edificios.
Jesús subió ya de noche a una de las cumbres empinadas de la
montaña del desierto, que llaman ahora de la Cuarentena. Hay como tres
respaldos en esta montaña y tres grutas, una sobre otra. Desde la superior,
adonde subió Jesús, se ve por detrás un abismo rocoso; toda la montaña está
llena de quebradas muy peligrosas. En esta misma cueva habitó un profeta, de
cuyo nombre no me acuerdo, 400 años antes. También Elías estuvo algún tiempo
oculto aquí y agrandó la cueva. Sin que nadie supiese de donde venía, descendía
a veces hasta el pueblo, ponía paz y profetizaba. Unos 150 años antes habían
tenido aquí su habitación unos 25 esenios. Al pie de este monte estaba el
campamento de los israelitas cuando con el Arca de la Alianza y las trompetas
daban vueltas alrededor de Jericó. En este mismo lugar está el pozo cuyas aguas
dulcificó el profeta Eliseo. Santa Elena hizo
arreglar estas cuevas en forma de capillas, y yo he visto una vez, en una de
estas capillas, un cuadro que representaba la escena de la tentación. En la
parte de arriba hubo también, en otros tiempos, un convento. Yo no acababa de
comprender cómo pudieron llegar los trabajadores hasta la altura del monte
donde estaba ese convento. He visto que Santa Elena edificó muchas capillas en
estos y otros santos lugares. También
levantó una capilla sobre la casa paterna de Ana, a unas dos horas de Séforis,
donde sus padres tenían otra casa. Me causa mucha tristeza ver que estos santos
lugares fueron devastados hasta perderse el recuerdo de las iglesias y capillas
allí existentes. Cuando yo era niña e iba, antes del amanecer, por entre la
nieve a la iglesia de Koesfeld, veía todos estos lugares, muy claramente; y
veía también que a veces personas piadosas, para evitar que los soldados y
guerreros los devastaran, se interponían y se echaban al suelo delante de sus
espadas.
Jesús oraba en esa cueva arrodillado, con los brazos extendidos
a su Padre celestial, para tener fuerza y consuelo en todos los sufrimientos
que le estaban reservados. Veía delante de Sí todos los futuros sufrimientos y
pedía fuerzas a su Padre para cada uno de ellos. Tuve en esta ocasión cuadros
de sus dolores y he visto que recibía fuerza, constancia y mérito para cada uno
de ellos. Una gran nube blanca, del tamaño de una iglesia, se posó sobre Él y
por cada una de sus oraciones bajaban ángeles que tomaban forma humana; le
honraban, le daban ánimo, consuelo y promesa de ayuda. Conocí que
Jesús pidió aquí y consiguió para cada uno de nosotros toda ayuda, constancia,
victoria y consuelo en nuestras penas y tentaciones; que compró para nosotros,
con sus oraciones, el mérito y la victoria; que preparó allí todo el mérito de
las mortificaciones y ayunos; y que ofreció a Dios Padre todos sus trabajos y
padecimientos para dar mérito y valor a todos los padecimientos y penas de
espíritu de los que creerían en Él.
Conocí el tesoro que Jesús instituyó para la Iglesia y que se
abrió en los cuarenta días de su ayuno. Vi a Jesús sudar sangre en esta
oración.
Jesús bajó de nuevo de esta montaña hacia el Jordán, entre
Gilgal y el lugar del bautismo de Juan, que estaba más al Sur, como a una hora
de camino. Pasó "solo en una balsa el río, que era estrecho en este punto,
y caminó dejando a su derecha a Bethabara y varios caminos reales que llevaban
al Jordán. Seguía por senderos de montaña a través del desierto, internándose
entre el Este y el Mediodía. Llegó a un valle que va hacia Kallirrohe, pasando
un riachuelo, y se dirigió a una ladera de la montaña, más al Oeste, donde está
Jachza, en un valle. En este lugar había los israelitas
vencido al rey amonita Sichón. En esta guerra había tres israelitas contra
diez y seis enemigos; pero sucedió un
prodigio. Vino sobre los amonitas una tormenta y un ruido
espantoso, que los puso en fuga y los derrotó. Jesús estaba ahora sobre una
montaña muy agreste. Era todo aquí más salvaje que en la montaña cercana a
Jericó, que estaba como enfrente. Dista del Jordán nueve horas de camino.
Tentaciones interiores de Jesús
Está oculta a Satanás la divinidad de Jesús y su misión. Las
palabras; "Este es mi Hjo amado en quien me he complacido", las
entendió como dichas a un hombre, a un profeta. Jesús está ahora apesadumbrado
en su interior. La primera tentación que tuvo fue esta:
"Este pueblo está demasiado pervertido. ¿Tendré Yo que
padecer todo esto por él y no poder conseguir el pleno efecto de mi
obra?..." Jesús venció esta tentación, a pesar de prever todos sus
dolores, con inmensa bondad y amor a los hombres, Jesús rezaba en la cueva, a
veces de rodillas, a veces de pie y a veces postrado echado sobre su rostro.
Estaba con sus acostumbrados vestidos, pero los tenía más sueltos. No llevaba
la correa y estaba descalzo. En el suelo estaban su manto, algunos bolsillos y
el ceñidor. Cada día era el trabajo de su oración diferente, porque todos los
días nos conseguía otras gracias; y así veía que no volvían las cosas que ya
había vencido. Sin esta lucha y merecimiento de Jesús por nosotros no hubiera
podido ser meritoria nuestra resistencia contra las tentaciones ni posible
nuestra victoria.
Jesús no comía ni bebía; pero he visto que los Ángeles lo confortaban y
fortalecían.
No había adelgazado por el largo ayuno: su rostro aparecía más
pálido.
En esta cueva, que no estaba en plena cumbre, había una abertura
por la cual entraba un aire helado; y en este tiempo del año ya hacía frío y el
día era nebuloso. El interior era de piedras coloridas, de modo que si hubiese
sido pulido pudiera parecer pintado de varios colores. Los alrededores de la
cueva tenían muy poca vegetación. Era tan amplia que Jesús podía estar hincado
o echado en una parte de ella sin quedar bajo esa abertura.
Lo he visto echado sobre su rostro. Sus pies desnudos estaban
sangrando, heridos por las caminatas que había hecho, pues había ido al
desierto con los pies descalzos. A veces se levantaba en pie; otras veces se
echaba sobre su rostro. Estaba rodeado de luz. De pronto hubo adentro una
conmoción y un ruido; la cueva se llenó de luz y apareció una multitud de
ángeles que traían variados objetos. Yo me sentí tan agobiada y oprimida
que me parecía estar metida dentro de la misma roca de la cueva; y con la impresión de que me
hundía y me perdía, comencé a clamar: "¡Yo me hundo; yo debo hundirme
junto a mi Jesús!"
Ahora he visto que los ángeles se inclinaban ante Jesús, le
honraban y le preguntaban si podían presentarle los instrumentos de su misión,
y si era su voluntad aún padecer por los hombres como hombre, como había sido
esta su voluntad cuando descendió de su Padre y tomó carne en el seno de la
Virgen. Como Jesús renovase de nuevo su resolución, levantaron ante Él los
ángeles una cruz muy grande cuyas partes habían traído. Esta cruz tenía la forma que siempre veo y
constaba de cuatro partes, como veo también las prensas del vino. La parte
superior de la cruz, que se alzaba entre los dos trozos de madera de los lados,
estaba también aparte. Cinco ángeles llevaban la parte inferior de la cruz,
tres ángeles la parte superior, tres el brazo izquierdo y tres el derecho; tres
llevaban el pedazo de madera donde descansaban los pies de Jesús; tres traían
una escalera; otro un canasto con sogas y utensilios; otro la lanza, la caña, los azotes, la vara, la corona de espinas,
los clavos, los vestidos de burla, y, en fin, todas aquellas cosas que fueron
causa de sus dolores en su pasión. La cruz era hueca, de modo que se podía
abrir como un armario, y adentro se veía toda clase de instrumentos de
martirio. En medio de ella, donde correspondía al corazón abierto de Jesús, se
veía un entrelazamiento de figuras de tormento con los más diversos objetos. El
color de la cruz era de sangre que conmovía. De este modo, todas las partes de
la cruz eran de diversos colores, con los cuales se podía conocer los diversos
dolores que debía padecer Jesús; y los rayos de estas partes iban hacia la
imagen del corazón, que estaba en el medio. En cada parte había instrumentos
diversos que indicaban futuros sufrimientos. Se veía igualmente en esa cruz
vasos con hiel y vinagre; otros con
mirra y áloe, que se usaron después de la muerte del Salvador. Había
además adentro una cantidad de bandas como cintas, del ancho de la mano, de
diversos colores, donde había grabadas varias formas de padecimientos y
dolores. Los diferentes colores denotaban distintos grados y maneras de
oscuridad y tinieblas que debían ser iluminadas y transparentadas por los
dolores de Jesús. De color negro aparecía lo que se daba por perdido; pardo lo
que era triste, duro, seco, mezclado y sucio; de color rojo aparecía lo que era
pesado, terrenal, sensual; y de color amarillo lo muelle, demasiado delicado! y
cómodo. Había algunas bandas, entre amarillas y coloradas, que tenían que ser
emblanquecidas e iluminadas. Había también otras bandas blancas, de un blanco
de leche, con escrituras luminosas y
transparentes. Esto significaba lo ganado, lo vencido, lo completado y
perfeccionado. Estas bandas eran como señales y representaciones, la cuenta de
todos los trabajos y dolores que Jesús tenía que sobrellevar en su carrera
mortal, con sus discípulos y con los hombres. También se le presentaron al
Señor todas aquellas personas que más le debían hacer sufrir: la obstinación de
los fariseos, la traición de Judas y la crueldad de los judíos durante los
dolores de su pasión y muerte. Todas estas cosas las desarrollaban los ángeles
delante de la vista de Jesús con mucha reverencia y en cierto orden, como
procedería un sacerdote en sus ceremonias; y cuando todo este aparato de
dolores le fue presentado, he visto a Jesús, y a los ángeles con Él, derramando
lágrimas.
Otro día vi que los ángeles representaban a Jesús la ingratitud
de los hombres, las dudas, las burlas, las traiciones y negaciones de amigos y
enemigos, hasta su amarga muerte y aún después; y todo lo que de sus dolores y
penas se perdería para los hombres. Le mostraron también lo que se ganaba, para
su consuelo. Todo esto se representaba en cuadros y vi a los ángeles señalando
esos cuadros y representaciones. En todas estas representaciones yo veía la
cruz de Jesús, como siempre, de cinco clases de maderas, con los brazos
encajados adentro, con las cuñas debajo y un madero para descanso de los pies.
El pedazo de madera para poner el título lo vi añadido arriba, porque no había
espacio sobre la cabeza para ponerlo. Este trozo de madera estuvo sobrepuesto,
como una tapa sobre un costurero.
Jesús tentado por Satanás

Como viera que Jesús se mostraba a menudo con celo, quiso
tentarlo, como si fuese un discípulo que le quería seguir; y como lo veía tan
bondadoso, lo quiso tentar en forma de un anciano débil y disputar con Él como
si fuese un esenio. Por esto he visto una vez a Satanás en la entrada de la
cueva, bajo la forma de un joven hijo de una viuda,
sabiendo que Jesús amaba a ese joven. Hizo Satanás un ruido en la entrada para mover a displicencia a
Jesús, en cuanto ese discípulo se llegaba hasta su retiro contra lo que Él
había dicho que no lo siguieran. Jesús ni siquiera volvió su rostro para
mirarlo. Satanás anduvo por la cueva y hablaba de Juan el Bautista que, según
él, debía estar muy contrariado contra Jesús que había hecho bautizar en
diversos lugares, cosa que no le correspondía a Él sino a Juan solo.
Después de esto, Satanás envió arriba la figura de siete o nueve
de sus discípulos, uno tras otro. Venía uno por vez a la cueva y decía que
Eustaquio les había dicho que Él estaba en esta cueva; que lo habían estado
buscando con grande ansia; que Él no debía arruinar su salud en este lugar,
abandonándolos a ellos. Añadían que se hablaba mucho de Él y que no debía
permitir corrieran tantas voces sobre su modo de proceder. Jesús nada contestó
a todas estas representaciones y, al fin, dijo: "Vete de aquí,
Satanás; ahora no es tiempo". Con esto desaparecieron todas las figuras de
discípulos.
Más tarde apareció de nuevo Satanás en figura de un anciano
esenio muy venerable, que venía cansado de subir por la montaña. Aparecía tan cansado que yo misma
tuve compasión del que parecía venerable anciano. Se acercó a la cueva, cayendo
de cansancio a la puerta misma, dando quejidos de dolor. Jesús ni siquiera miró
al que acababa de entrar. Entonces se levantó el fingido esenio y dijo que era uno del
Monte Carmelo, que había oído hablar de Jesús y que, por verlo, se había venido
hasta allí, desfalleciendo casi por el cansancio.
Le rogaba se sentase un momento en su compañía, para hablar de
cosas de Dios. Dijo que sabía lo que era ayunar y rezar; y que
si se unen dos en oración sirve de edificación mutua. Jesús solo contestó
algunas palabras, como: "Apártate de mí, Satanás, no es llegado el
tiempo". Sólo entonces vi que había sido Satanás el aparecido, puesto que
al alejarse y desaparecer se puso negro, tenebroso y lleno de ira. Me causó
risa ver que se echó al suelo como desfallecido y al fin tuvo que levantarse
solo.
Cuando Satanás apareció de nuevo para tentar a Jesús se
apareció en figura del anciano Eliud. Debió haber sabido que a Jesús se le
había mostrado la cruz con todos los sufrimientos que le esperaban, porque
comenzó diciendo que había tenido una visión de los graves dolores que debía
sufrir Jesús y que había sentido la impresión de que no habría podido soportar
semejantes sufrimientos. Dijo que tampoco
podría estar ayunando los cuarenta días y que por eso venía él para verle de
nuevo y pedirle que le dejase participar de su soledad y tomar sobre sí una
parte de su promesa y resolución. Jesús no miró siquiera al tentador, y
levantando sus manos al cielo, dijo: "Padre mío,
quita esta tentación de Mí". Al punto Satanás desapareció, lleno de rabia
y despecho.
Después de esto, Jesús se hincó para rezar; y al rato vi que
aparecieron allí aquellos tres jóvenes que habían estado con Él
desde un principio en Nazaret, que habían querido ser
discípulos suyos y que luego le habían dejado. Estos jóvenes se arrojaron a los
pies de Jesús y le dijeron que no podían
tener paz y tranquilidad si no les perdonaba; se mostraron muy compungidos y
contritos. Pedían los volviera a recibir y les dejase ayunar en su compañía,
añadiendo que querían ser en adelante sus más fieles discípulos. Se mostraban
muy afligidos; y entrando en la gran cueva, andaban con toda clase de ruidos en
torno de Él. Jesús se levantó entonces, alzó sus manos al cielo, rogó a su
Padre y al punto desapareció la imagen de esos jóvenes.
Una tarde, mientras Jesús rezaba de rodillas, he visto a
Satanás, en luminosa vestidura, flotando por los aires y subiendo la ladera
escarpada de la montaña. Esta ladera escarpada estaba al Oriente; no había por
ese lado entrada alguna, sino sólo algunos agujeros en las rocas. Satanás se
presentó luminoso, semejante a un ángel; pero Jesús ni lo miró siquiera. Veo
que en estos casos la luz de Satanás nunca es transparente, sino con un brillo superficial
e imitado; y su mismo traje hace impresión de dureza, mientras veo las
vestiduras de los ángeles transparentes, ligeras y luminosas. Satanás, en forma
de ángel, quedó en la entrada de la cueva, y dijo: "Soy enviado
por tu Padre, para consolarte". Jesús no le dirigió siquiera una mirada.
Después de esto apareció de nuevo en otra parte del monte, junto
a una abertura que era del todo inaccesible y dijo a Jesús que
considerase cómo era un ángel, ya que volaba por esos sitios inaccesibles.
Tampoco esta vez se dignó Jesús dirigirle una mirada. Entonces vi a Satanás terriblemente
rabioso e hizo ademán como si quisiese aterrarlo con sus garras a través de
esa abertura; su rostro y aspecto eran espantosos.
Jesús no le dirigió siquiera una mirada. Satanás desapareció.
He visto aparecer a Satanás en forma de un anciano ermitaño del monte Sinaí, todo
desgreñado y penitente, y entrar en la cueva de Jesús. Lo he visto trepar
cansadamente por la montaña; tenía una luenga barba y solo una piel por
vestidura; pero a pesar de esto lo reconocí por no poder disimular algo de artero
y de puntiagudo en su rostro.
Dijo que había estado
con él un esenio del monte Carmelo, que le había hablado de su bautismo, de su
sabiduría, de sus prodigios y ahora de su ayuno riguroso. Por esto había
venido, a pesar de su mucha edad, hasta aquí; para que se dignase hablar con
él, que tenía también una larga experiencia en cuestión de ayunos y
penitencias.
Le dijo que ya lo hecho bastaba, que dejase lo
demás y que él mismo tomaría una parte de lo que aún faltaba por hacer. Habló
en este sentido muchas cosas, y Jesús, mirando apenas de un lado, dijo:
"Apártate de mí, Satanás". Vi entonces a Satanás
precipitarse como una piedra, desde el monte abajo, con estruendo, como un
cuerpo negruzco.
Yo me preguntaba cómo puede serle desconocido al Demonio que
Jesús era Dios. Recibí entonces una instrucción y conocí claramente el provecho
grande para los hombres de que Satanás, y el mismo hombre, no lo entendiesen y
lo debiese creer. El Señor me dijo estas palabras: "El hombre no sabía
que la serpiente que le tentaba era Satanás; por esto no debe saber Satanás que
es un Dios el que salva al hombre". He visto en esta ocasión que Satanás
recién reconoció la Divinidad de Cristo cuando Éste bajó a los infiernos a
librar las almas de los santos padres.

En uno de estos días siguientes
he visto a Satanás aparecer en forma de un hombre de aspecto venerable y que
venía de Jerusalén y se acercaba a la cueva de Jesús, que estaba en oración. Dijo que venía porque
le interesaba mucho saber si Él estaba destinado a dar la libertad a su pueblo
de Israel. Contó todo lo que se decía y contaba en Jerusalén de su persona y
añadió que venía para ayudarle y protegerle. Dijo ser un mensajero
de Herodes, que le invitaba a ir con él a Jerusalén,
ocultarse en el palacio de aquél y reunir a sus discípulos, hasta poner en
orden su designio de liberación. Insistía que era conveniente que viniese de
inmediato con él. Todo esto lo dijo con muchas
palabras y por extenso. Jesús no le miró. Rogó con instancia; y de pronto vi a
Satanás alejarse de allí, volviéndose su rostro espantoso y despidiendo llamas
y tinieblas por la nariz.
Como Jesús estaba atormentado por el hambre, especialmente por
la sed, se presentó Satanás en forma de un piadoso ermitaño, que le dijo:
"Tengo mucha hambre; te ruego me des de los frutos que
están aquí en la montaña, delante de la entrada, pues no quiero sacar nada sin
permiso del dueño. Nos sentaremos luego amigablemente y conversaremos de cosas
buenas". Había, en efecto, no en la entrada, sino al lado, hacia el
Oriente, a alguna distancia de la cueva, algunos higos y una clase de frutas
como nueces, pero de cáscara blanda como la tienen los nísperos, y también
bayas. Jesús le dijo: "Apártate de
Mí; tú eres el mentiroso desde el principio, y no dejes daño alguno sobre esos
frutos". Vi entonces al fingido ermitaño precipitarse como una sombra
oscura contrahecha del monte abajo y escupir un vapor negro.
Vino Satanás en forma de un viajero y preguntó si no podía él comer
de las hermosas uvas que se veían allí cerca, que eran tan buenas para apagar la
sed. Jesús no contestó nada ni miró hacia el lado donde le hablaba.
Algunos días después le tentó mostrándole una fuente de agua.
Satanás tienta a Jesús por medio de artificios de magia
Satanás vino de nuevo a la cueva de Jesús,
esta vez como un maestro de artificios y como sabio. Dijo que venía a Él
como tal, que algo podía mostrar de lo que sabía hacer y le invitó a mirar
dentro de un artefacto que traía. Diciendo esto mostró una máquina parecida a
una bola, o mejor a un cesto de pájaros. Jesús no miró hacia él, le volvió las
espaldas y salió de la cueva.
En ese caleidoscopio que traía Satanás se veía una maravillosa
representación de la naturaleza: un jardín delicioso, de exuberante vegetación,
con amena sombra, frescas fuentes, árboles llenos de hermosas frutas y de
ubérrimos racimos de uva. Todo esto se veía tan cerca que se podía tomar con la
mano y con numerosos cambiantes de paisajes y de objetos deleitosos. Cuando
Jesús le dio las espaldas, Satanás huyó de allí con su aparato [2]. Esta
tentación se produjo en este momento para hacer quebrantar el ayuno a Jesús,
que comenzaba ahora a sentir más que antes los estímulos del hambre y de la
sed.
Satanás no sabe qué hacer con Jesús. Conoce las profecías que
hay sobre Él y siente que tiene Jesús un poder que otros no tienen; pero no
sabe que es Dios, ni sabe de fijo que es el Mesías
que no puede ser tocado en sus obras; porque lo ve en muchas cosas tan humano; lo ve ayunar,
sufrir tentaciones, tener hambre y sed y padecer como los demás hombres.
Satanás es en esto tan ciego, en parte, como los fariseos. Lo
tiene por un hombre santo y justo, a quien
conviene tentar para hacerlo caer en falta y ponerlo en turbación.
Jesús padece hambre y sed. Lo veo con frecuencia delante de la
entrada de la cueva. Hacia la noche vino Satanás en forma de un hombre grande y
fuerte, subiendo la montaña. Había levantado abajo dos piedras del tamaño de
pequeños panes, con ángulos; y mientras subía les había dado forma de panes en
sus manos. Había en él algo de profundo encono cuando subió esta vez y entró en
la cueva. Tenía una piedra en cada mano y dijo más o menos lo
siguiente: "Tienes razón de no haber comido alguna fruta; ellas no sirven
sino de placer. Pero si Tú eres el Hijo querido de Dios,
sobre el cual vino el Espíritu Santo en el bautismo, mira: yo he hecho que
estas piedras parezcan panes; haz Tú ahora que sean panes". Jesús no miró
a Satanás; le oí sólo estas palabras: "El hombre no vive de pan".
Estas palabras las entendí claramente. Entonces Satanás se puso rabioso.
Extendió sus garras contra Jesús y vi las dos piedras en sus manos. Al punto
huyó de allí. No pude menos que reír al ver que tuvo que llevarse las piedras
que había traído.
Satanás lleva a Jesús al pináculo del templo y sobre la montaña
Hacia la tarde del día siguiente vi a Satanás volar hacia Jesús,
como un ángel poderoso, con gran estrépito. Estaba con vestiduras guerreras,
como veo con frecuencia a San Miguel. Pero en Satanás siempre se descubre algo
de repelente y de opaco, aún en su mayor brillo. Se gloriaba delante de Jesús y
decía: "Quiero mostrarte lo que puedo y quién soy y cómo los
ángeles me llevan en sus palmas. Mira allá a Jerusalén, mira el templo.
Te quiero colocar sobre el punto más alto. Muestra entonces lo
que Tú puedes y si los ángeles te sostienen en sus manos". Mientras esto
decía vi la ciudad de Jerusalén y el templo tan cerca como si estuvieran junto
a la montaña. Creo que todo esto no era sino artificio de Satanás. Jesús no le
respondió. Satanás lo tomó por las espaldas y lo llevó por el aire, volando
bajo, hasta Jerusalén; lo puso sobre la punta de una de las torres de las
cuatro que había sobre el templo y que yo hasta entonces no había notado.
Esta punta estaba en el ángulo occidental, hacia Sión, enfrente
de la torre Antonia. La ladera de la montaña donde estaba el templo era en esta
parte muy escarpada. Estas torres eran corno prisiones y en una de ella estaban
guardadas las preciosas vestiduras de los sacerdotes. Eran por arriba planas;
de modo que se podía caminar en ellas; se alzaba, empero, todavía en medio de
ellas un cono hueco que terminaba con una bocha tan grande que podían estarse
allí dos hombres de píe. Desde aquí se podía contemplar el templo en su
conjunto. En este punto más alto puso Satanás a Jesús, que nada dijo hasta este
momento. Satanás, entonces, de un vuelo bajó a tierra, y dijo: "Si Tú eres el Hijo de Dios, muestra
tu poder y déjate caer abajo, pues está escrito: Mandará a sus ángeles que te
sostengan en sus manos para que no tropieces en piedra alguna". Entonces dijo Jesús:
"Está escrito también: No tentarás a tu Dios".
Vino entonces Satanás todo rabioso contra Él, y Jesús dijo: "Usa del poder
que se te ha dado". Le tomó entonces
Satanás de los hombros, y furioso voló con Él a través del desierto, hacia
Jericó. Sobre aquella torre cayó por la tarde luz vespertina del cielo. Voló en
esta ocasión más despacio. Lo veía volar con rabia con Jesús, ya por lo alto,
ya bajando, ya culebreando, como uno que quiere desahogar su enojo y no puede
dominar el objeto de su rabia. Lo llevó sobre el mismo monte, a siete
horas de Jerusalén, donde Jesús había comenzado su ayuno. Vi que lo llevó junto
a un árbol de terebinto que se erguía grande y fuerte en medio de un jardín de
un esenio que había vivido hacía tiempo en este lugar. También Elías había
vivido allí. Estaba detrás de la cueva, no lejos de la escarpada ladera. Estos
árboles son picados y cortados en la corteza tres veces al año y dan cada vez
una cierta cantidad de bálsamo. Satanás puso a Jesús sobre un pico de la
montaña, que era inaccesible y más alta que la cueva misma. Era de noche; pero
conforme Satanás señalaba a un lado o a otro se veían los más hermosos paisajes
de todas partes del mundo. Satanás dijo más o menos a Jesús:
"Yo sé que Tú eres un gran maestro y vas a buscar ahora discípulos para
esparcir tu doctrina. Mira todas estas espléndidas comarcas, estos poderosos
pueblos...
Y mira esta
pequeña Judea. Allá es donde tienes que ir. Yo te quiero entregar todas estas
comarcas, si Tú te postras y me adoras". Con esta adoración entendía ese
obsequio y esa humillación que era de uso entre los fariseos y judíos delante
de reyes y de personajes poderosos, cuando querían obtener algo de ellos. El
diablo presentó aquí una tentación semejante, aunque en mayor escala, que
cuando se presentó en forma de un mensajero del rey Herodes venido desde
Jerusalén, invitándole a ir a la ciudad y a vivir en el castillo bajo su
protección. Cuando Satanás señalaba con su mano veíanse grandes países y mares
extensos; luego sus ciudades, sus reyes y príncipes, sus magnificencias y
triunfos, yendo y viniendo con sus guerreros y soldados con toda majestad y
esplendor. Todo se veía tan claro como si estuviera cerca y más distinto aún.
Parecía que uno estaba allí dentro de esa magnificencia y cada figura, cada
cuadro, cada pueblo aparecía con diversos esplendores, con sus costumbres, usos
y maneras peculiares. Satanás señaló de algunos pueblos sus particularidades
principales y especialmente un país donde había grandes hombres y fuertes
guerreros, que parecían gigantes, creo que Persia, y
le dÿo que allí tenía que ir a enseñar. La Palestina se la representó
muy pequeña y despreciable. Fue una representación maravillosa:
se veían tantas cosas, tan claras y al mismo
tiempo tan espléndidas y
atrayentes. Jesús no dijo otra cosa que:
"Adorarás a Dios tu Señor y a Él sólo servirás. Apártate de Mí,
Satanás". Entonces vi a Satanás, en espantoso aspecto, precipitarse de la
montaña, caer en lo profundo y desaparecer como si se lo hubiese tragado la
tierra
Los ángeles sirven a Jesús
Después de esto vi una multitud de ángeles aparecer al lado de
Jesús, inclinarse ante Él y llevarlo delicadamente en las palmas a la cueva
donde había comenzado su ayuno de cuarenta días. Había allí doce ángeles y
otros grupos de ayudantes en determinado número. No recuerdo ya bien si 72,
aunque creo que sí, porque tuve durante esta visión el recuerdo
continuo de los apóstoles y de los 72 discípulos. Se celebró en la cueva una
fiesta de acción de gracias y de victoria con una comida. Vi a los ángeles
adornar el interior de la cueva con hojas de parra de la cual descendía, sobre
la cabeza de Jesús, una corona de hojas. Todo esto aconteció en un orden
admirable y cierta solemnidad y era luminoso y significativo, y no duró mucho
tiempo; pues lo que se injertó en una intención siguió a la intención del todo
al vivo y se esparció al exterior según su destino.
Los ángeles habían traído desde el principio una mesa pequeña
con alimentos del cielo, que se agrandó luego. Los alimentos y los recipientes
eran como los que veo siempre en las mesas del Cielo, y he visto que Jesús y
los doce apóstoles y los otros ángeles tomaban parte de la comida.
No era
el de ellos un comer con la boca, y, sin embargo, era un tomar para sí y un
traslado de las frutas en los que los gustaban, que eran recreados y
participaban de la comida. Era como si la íntima significación de los alimentos
pasase a quienes los tomaban. Esto es inexplicable. Al final de la mesa había
un cáliz grande y luminoso y pequeños vasitos alrededor de él, en la forma de aquél que se usó en
la última Cena; sólo que aquí era más espiritual y más grande. Había también un
plato con panecillos redondos. Vi que Jesús echaba algo del gran cáliz en los
vasos pequeños y mojaba pedazos de panes en los vasos y que los ángeles
recibían de ellos y los llevaban.
Mientras veía estas cosas se disipó la visión y Jesús salió de
la cueva y fue descendiendo la montaña en dirección al Jordán. Los ángeles lo
hicieron en forma y orden diferentes. Los que desaparecieron con el pan y vino
tenían vestidura sacerdotal. En ese mismo momento he visto toda clase de
consuelo y de animación en los amigos de Jesús de ahora y de más tarde. Vi a
Jesús aparecer a María, en Cana, de modo admirable y confortarla y consolarla.
Vi a Lázaro y a Marta conmovidos de amor
hacia Jesús. Vi a María la Silenciosa refrigerada en realidad con parte de ese
alimento: vi al ángel junto a ella y a ella recibir el alimento. María la
Silenciosa había contemplado siempre los dolores y tentaciones de Jesús y estaba
en estas cosas admirables de tal manera que no se maravillaba de nada. Aún a la
Magdalena la he visto conmovida: estaba en ese momento ocupada en adornarse
para una fiesta, cuando de pronto le sorprendió un
saludable temor de su vida y su salvación y arrojó su adorno al suelo, cosa que
causó la burla de los que la rodeaban. A muchos de los que iban a ser más tarde
sus discípulos, los vi aligerados y reconfortados y con ansias de Jesús. A
Natanael lo vi en su pieza pensando en las cosas que había oído a Jesús, muy
conmovido; pero luego él lo alejaba todo de su mente. A Andrés, a Pedro y a los
demás apóstoles los vi fortalecidos y conmovidos. Fue esto un espectáculo
admirable.
María vivió al principio del ayuno de Jesús en la casa cerca de
Cafarnaúm.
Tenía ocasión de oír a muchos que murmuraban diciendo que Él iba
vagando y nadie sabía dónde; que Él abandonaba a su Madre; que era su deber,
después de la muerte de José, tomar un oficio para mantener a su Madre. Ahora,
especialmente, había mucha conversación, habiendo llegado noticias de lo
sucedido en su bautismo, el testimonio de Juan y las cosas que contaban los
discípulos dispersos en sus pueblos. Cosa semejante sólo sucedió nuevamente en
la resurrección de Lázaro y en su pasión y muerte.
María se mostraba preocupada y sufría en su interior. Nunca
estuvo exenta de visiones, participaciones y sentimientos de compasión para con
Jesús.
Hacia el fin de los cuarenta días estuvo María en Cana de
Galilea junto a los padres de la esposa de Cana. Son estas personas
distinguidas en la ciudad y como jefes de ella; tienen una casa, casi en medio
de la ciudad, que es hermosa y limpia; una calle principal pasa por ella; creo
que de Ptolomais se ve venir el camino en esa dirección de la ciudad que no es tan desalineada y mal
edificada como otras. El esposo hizo su casamiento en su casa. Tienen otra casa
en la ciudad, la cual arreglada entregarán a la hija. Ahora está María
habitando allí. El esposo es más o menos de la misma edad que Jesús y es como
el padre en la casa de su madre, y lleva la administración de la misma. Esta
buena gente pide consejo a María para la educación de sus hijos y le muestra
todas sus cosas.