San Damián de Molokai
"El leproso voluntario"
Su Vida
Lo han llamado "el leproso voluntario", porque con tal de poder
atender a los leprosos que estaban en total abandono, aceptó volverse leproso
como ellos.
Lo beatificó el Papa Juan Pablo II en el año 1994.
El Padre Damián nació el 3 de enero de 1840, en Tremeloo, Bélgica.
De pequeño en la escuela ya gozaba haciendo como obras manuales, casitas
como la de los misioneros en las selvas. Tenía ese deseo interior de ir un día
a lejanas tierras a misionar.
De joven fue arrollado por una carroza, y se levantó sin ninguna herida.
El médico que lo revisó exclamó: "Este muchacho tiene energías para
emprender trabajos muy grandes".
Un día siendo apenas de ocho años dispuso irse con su hermanita a vivir
como ermitaños en un bosque solitario, a dedicarse a la oración. El susto de la
familia fue grande cuando notó su desaparición. Afortunadamente unos campesinos
los encontraron por allá y los devolvieron a casa. La mamá se preguntaba: ¿qué
será lo que a este niño le espera en el futuro?
De joven tuvo que trabajar muy duro en el campo para ayudar a sus padres
que eran muy pobres. Esto le dio una gran fortaleza y lo hizo práctico en
muchos trabajos de construcción, de albañilería y de cultivo de tierras, lo
cual le iba a ser muy útil en la isla lejana donde más tarde iba a misionar.
A los 18 años lo enviaron a Bruselas (la capital) a estudiar, pero los
compañeros se le burlaban por sus modos acampesinados que tenía de hablar y de
comportarse. Al principio aguantó con paciencia, pero un día, cuando las burlas
llegaron a extremos, agarró por los hombros a uno de los peores burladores y
con él derribó a otros cuatro. Todos rieron, pero en adelante ya le tuvieron
respeto y, pronto, con su amabilidad se ganó las simpatías de sus compañeros.
Religioso. A los 20 años escribió a sus padres pidiéndoles permiso para
entrar de religioso en la comunidad de los sagrados Corazones. Su hermano Jorge
se burlaba de él diciéndole que era mejor ganar dinero que dedicarse a ganar
almas (el tal hermano perdió la fe más tarde).
Una gracia pedida y concedida. Muchas veces se arrodillaba ante la imagen
del gran misionero, San Francisco Javier y le decía al santo: "Por favor
alcánzame de Dios la gracia de ser un misionero, como tú". Y sucedió que a
otro religioso de la comunidad le correspondía irse a misionar a las islas
Hawai, pero se enfermó, y los superiores le pidieron a Damián que se fuera él
de misionero. Eso era lo que más deseaba.
Su primera conquista. En 1863 zarpó hacia su lejana misión en el viaje se
hizo sumamente amigo del capitán del barco, el cual le dijo: "yo nunca me
confieso. soy mal católico, pero le digo que con usted si me confesaría".
Damián le respondió: "Todavía no soy sacerdote, pero espero un día, cuando
ya sea sacerdote, tener el gusto de absolverle todos sus pecados". Años más
tarde esto se cumplirá de manera formidable.
Empieza su misión. Poco después de llegar a Honolulú, fue ordenado
sacerdote y enviado a una pequeña isla de Hawai. las Primeras noches las pasó
debajo de una palmera, porque no tenía casa para vivir. Casi todos los
habitantes de la isla eran protestantes. Con la ayuda de unos pocos campesinos
católicos construyó una capilla con techo de paja; y allí empezó a celebrar y a
catequizar. Luego se dedicó con tanto cariño a todas las gentes, que los
protestantes se fueron pasando casi todos al catolicismo.
Fue visitando uno a uno todos los ranchos de la isla y acabando con muchas
creencias supersticiosas de esas pobres gentes y reemplazándolas por las
verdaderas creencias. Llevaba medicinas y lograba la curación de numerosos
enfermos. Pero había por allí unos que eran incurables: eran los leprosos.
Molokai, la isla maldita. Como en las islas Hawai había muchos leprosos,
los vecinos obtuvieron del gobierno que a todo enfermo de lepra lo desterraran
a la isla de Molokai. Esta isla se convirtió en un infierno de dolor sin
esperanza. Los pobres enfermos, perseguidos en cacerías humanas, eran olvidados
allí y dejados sin auxilios ni ayudas. Para olvidar sus penas se dedicaban los
hombres al alcoholismo y los vicios y las mujeres a toda clase de
supersticiones.
Enterrado vivo. Al saber estas noticias el Padre Damián le pidió al Sr.
Obispo que le permitiera irse a vivir con los leprosos de Molokai. Al Monseñor
le parecía casi increíble esta petición, pero le concedió el permiso, y allá se
fue.
En 1873 llego a la isla de los leprosos. Antes de partir había dicho :
"Sé que voy a un perpetuo destierro, y que tarde o temprano me contagiaré
de la lepra. Pero ningún sacrificio es demasiado grande si se hace por
Cristo". Los leprosos lo recibieron con inmensa alegría. La primera noche
tuvo que dormir también debajo de una palmera, porque no había habitación
preparada para él. Luego se dedicó a visitar a los enfermos. Morían muchos y los
demás se hallaban desesperados.
Trabajo y distracción. El Padre Damián empezó a crear fuentes de trabajo
para que los leprosos estuvieran distraídos. Luego organizó una banda de
música. Fue recogiendo a los enfermos mas abandonados, y él mismo los atendía
como abnegado enfermero. Enseñaba reglas de higiene y poco a poco transformó la
isla convirtiéndola en un sitio agradable para vivir.
Pidiendo al extranjero. Empezó a escribir al extranjero, especialmente a
Alemania, y de allá le llegaban buenos donativos. Varios barcos desembarcaban
alimentos en las costas, los cuales el misionero repartía de manera equitativa.
Y también le enviaban medicinas, y dinero para ayudar a los más pobres. Hasta
los protestantes se conmovían con sus cartas y le enviaban donativos para sus
leprosos.
Confesión a larga distancia. Pero como la gente creía que la lepra era
contagiosa, el gobierno prohibió al Padre Damián salir de la isla y tratar con
los que pasaban por allí en los barcos. Y el sacerdote llevaba años sin poder
confesarse. Entonces un día, al acercarse un barco que llevaba provisiones para
los leprosos, el santo sacerdote se subió a una lancha y casi pegado al barco
pidió a un sacerdote que allí viajaba, que lo confesara. Y a grito entero hizo
desde allí su única y última confesión, y recibió la absolución de sus faltas.
Haciendo de todo. Como esas gentes no tenían casi dedos, ni manos, el
Padre Damián les hacía él mismo el ataúd a los muertos, les cavaba la sepultura
y fabricaba luego como un buen carpintero la cruz para sus tumbas. Preparaba
sanas diversiones para alejar el aburrimiento, y cuando llegaban los huracanes
y destruían los pobres ranchos, él en persona iba a ayudar a reconstruirlos.
Leproso para siempre. El santo para no demostrar desprecio a sus queridos
leprosos, aceptaba fumar en la pipa que ellos habían usado. Los saludaba
dándoles la mano. Compartía con ellos en todas las acciones del día. Y sucedió
lo que tenía que suceder: que se contagió de la lepra. Y vino a saberlo de
manera inesperada.
La señal fatal. Un día metió el pie en una vasija que tenía agua sumamente
caliente, y él no sintió nada. Entonces se dió cuenta de que estaba leproso.
Enseguida se arrodilló ante un crucifijo y exclamó: "Señor. por amor a Ti
y por la salvación de estos hijos tuyos, acepté esta terrible realidad. La
enfermedad me ira carcomiendo el cuerpo, pero me alegra el pensar que cada día
en que me encuentre más enfermo en la tierra, estaré más cerca de Ti para el
cielo".
La enfermedad se fue extendiendo prontamente por su cuerpo. Los enfermos
comentaban: "Qué elegante era el Padre Damián cuando llegó a vivir con
nosotros, y que deforme lo ha puesto la enfermedad". Pero él añadía:
"No importa que el cuerpo se vaya volviendo deforme y feo, si el alma se
va volviendo hermosa y agradable a Dios".
Sorpresa final. Poco antes de que el gran sacerdote muriera, llegó a
Molokai un barco. Era el del capitán que lo había traído cuando llegó de
misionero. En aquél viaje le había dicho que con el único sacerdote con el cual
se confesaría sería con él. Y ahora, el capitán venía expresamente a confesarse
con el Padre Damián. Desde entonces la vida de este hombre de mar cambió y
mejoró notablemente. También un hombre que había escrito calumniando al santo
sacerdote llegó a pedirle perdón y se convirtió al catolicismo.
Y el 15 de abril de 1889 "el leproso voluntario", el Apóstol de
los Leprosos, voló al cielo a recibir el premio tan merecido por su admirable
caridad.
En 1994 el Papa Juan Pablo II, después de haber comprobado milagros
obtenidos por la intercesión de este gran misionero, lo declaró beato, y
patrono de los que trabajan entre los enfermos de lepra.
Oraciones a San Damián
1. Dios, Padre Nuestro, Tú nos has manifestado tu amor
en tu hijo Jesús que vino para servirnos y dar su vida por nosotros. Te damos
gracias por las maravillas que realizaste en la vida del Bienaventurado Damián
de Molokai Él escuchó el llamado de Jesús a seguirlo y entregó su vida por los
más pobres, los leprosos, a quienes hizo recuperar su dignidad de personas
humanas. Animados por su ejemplo y confiados en su intercesión, venimos a Ti
con nuestros sufrimientos, nuestras penas, y con nuestras esperanzas.
Que el Espíritu Santo abra nuestros corazones ante la
miseria del mundo, entonces, como Damián, te encontraremos en los rostros
marginados por la sociedad y podremos revelarles el amor que Tú tienes por cada
uno de ellos Bendito seas Tú, Señor, Padre lleno de ternura y amor, Tú que eres
nuestro Dios, desde siempre y por toda la eternidad.
Amén.
2. Glorioso y venerado Beato Damián: Sois modelo y patrono de los
leprosos. Por vuestro amor os entregásteis en cuerpo y alma al cuidado de los
leprosos de Molokai. Yo, impulsado por la confianza que me inspira tu
valimiento poderoso ante Dios y tu caridad hacia los más necesitados, acudo a
ti. Llena mi corazón de amor hacia los más necesitados, alcánzame un gran
espíritu de fe, saber aceptar y ofrecerte todas las contrariedades de la vida y
poder gozar un día de vuestra compañía en el cielo. Por Jesucristo, Nuestro Señor.
Amén.