INSTITUCIÓN DE LA SAGRADA EUCARISTÍA
Extractos del libro: La Dolorosa Pasión de
Nuestro Señor Jesucristo Beata Ana Catalina Emmerick
Última Pascua
Jesús y los
suyos comieron el cordero pascual en el Cenáculo, divididos en tres grupos: el
Salvador con los doce Apóstoles en la sala del Cenáculo; Natanael con otros
doce discípulos en una de las salas laterales; otros doce tenían a su cabeza a
Eliazim, hijo de Cleofás y de María, hija de Helí: había sido discípulo de San
Juan Bautista.
Se mataron para
ellos tres corderos en el templo. Había allí un cuarto cordero, que fue
sacrificado en el Cenáculo: éste es el que comió Jesús con los Apóstoles. Judas
ignoraba esta circunstancia; continuamente ocupado en su trama, no había vuelto
cuando el sacrificio del cordero; vino pocos instantes antes de la comida. El
sacrificio del cordero destinado a Jesús y a los Apóstoles fue muy tierno; se
hizo en el vestíbulo del Cenáculo. Los Apóstoles y los discípulos estaban allí
cantando el salmo CXVIII. Jesús habló de una nueva época que comenzaba. Dijo
que los sacrificios de Moisés y la figura del Cordero pascual iban a cumplirse;
pero que, por esta razón, el cordero debía ser sacrificado como antiguamente en
Egipto, y que iban a salir verdaderamente de la casa de servidumbre.
Los vasos y los
instrumentos necesarios fueron preparados. Trajeron un cordero pequeñito,
adornado con una corona, que fue enviada a la Virgen Santísima al sitio donde
estaba con las santas mujeres. El cordero estaba atado, con la espalda sobre
una tabla, por el medio del cuerpo: me recordó a Jesús atado a la columna y
azotado. El hijo de Simeón tenía la cabeza del cordero. El Señor lo picó con la
punta de un cuchillo en el cuello, y el hijo de Simeón acabó de matarlo. Jesús
parecía tener repugnancia de herirlo: lo hizo rápidamente, pero con gravedad;
la sangre fue recogida en un baño, y le trajeron un ramo de hisopo que mojó en
la sangre. En seguida fue a la puerta de la sala, tiñó de sangre los dos
pilares y la cerradura, y fijó sobre la puerta el ramo teñido de sangre.
Después hizo una instrucción, y dijo, entre otras cosas, que el ángel
exterminador pasaría más lejos; que debían adorar en ese sitio sin temor y sin
inquietud cuando Él fuera sacrificado, a Él mismo, el verdadero Cordero pascual;
que un nuevo tiempo y un nuevo sacrificio iban a comenzar, y que durarían hasta
el fin del mundo.
Después se
fueron a la extremidad de la sala, cerca del hogar donde había estado en otro
tiempo el Arca de la Alianza. Jesús vertió la sangre sobre el hogar, y lo
consagró como un altar; seguido de sus Apóstoles, dio la vuelta al Cenáculo y
lo consagró como un nuevo templo. Todas las puertas estaban cerradas mientras
tanto.
El hijo de
Simeón había ya preparado el cordero. Lo puso en una tabla: las patas de
adelante estaban atadas a un palo puesto al revés; las de atrás estaban
extendidas a lo largo de la tabla. Se parecía a Jesús sobre la cruz, y fue
metido en el horno para ser asado con los otros tres corderos traídos del
templo. Los convidados se pusieron los vestidos de viaje que estaban en el
vestíbulo, otros zapatos, un vestido blanco parecido a una camisa, y una capa
más corta de adelante que de atrás; se arremangaron los vestidos hasta la
cintura; tenían también unas mangas anchas arremangadas. Cada grupo fue a la
mesa que le estaba reservada: los discípulos en las salas laterales, el Señor
con los Apóstoles en la del Cenáculo. Según puedo acordarme, a la derecha de
Jesús estaban Juan, Santiago el Mayor y Santiago el Menor; al extremo de la
mesa, Bartolomé; y a la vuelta, Tomás y Judas Iscariote. A la izquierda de
Jesús estaban Pedro, Andrés y Tadeo; al extremo de la izquierda, Simón, y a la
vuelta, Mateo y Felipe.
Después de la
oración, el mayordomo puso delante de Jesús, sobre la mesa, el cuchillo para
cortar el cordero, una copa de vino delante del Señor, y llenó seis copas, que
estaban cada una entre dos Apóstoles. Jesús bendijo el vino y lo bebió; los
Apóstoles bebían dos en la misma copa. El Señor partió el cordero; los
Apóstoles presentaron cada uno su pan, y recibieron su parte. La comieron muy
de prisa, con ajos y yerbas verdes que mojaban en la salsa. Todo esto lo
hicieron de pie, apoyándose sólo un poco sobre el respaldo de su silla. Jesús
rompió uno de los panes ácimos, guardó una parte, y distribuyó la otra.
Trajeron otra copa de vino; y Jesús decía: "Tomad este vino hasta que
venga el reino de Dios". Después de comer, cantaron; Jesús rezó o enseñó,
y habiéndose lavado otra vez las manos, se sentaron en las sillas.
Al principio
estuvo muy afectuoso con sus Apóstoles; después se puso serio y melancólico, y
les dijo: "Uno de vosotros me venderá; uno de vosotros, cuya mano está
conmigo en esta mesa". Había sólo un plato de lechuga; Jesús la repartía a
los que estaban a su lado, y encargó a Judas, sentado en frente, que la
distribuyera por su lado. Cuando Jesús habló de un traidor, cosa que espantó a
todos los Apóstoles, dijo: "Un hombre cuya mano está en la misma mesa o en
el mismo plato que la mía", lo que significa: "Uno de los doce que
comen y beben conmigo; uno de los que participan de mi pan". No designó
claramente a Judas a los otros, pues meter la mano en el mismo plato era una
expresión que indicaba la mayor intimidad. Sin embargo, quería darle un aviso,
pues, que metía la mano en el mismo plato que el Señor para repartir lechuga.
Jesús añadió: "El hijo del hombre se va, según esta escrito de Él; pero
desgraciado el hombre que venderá al Hijo del hombre: más le valdría no haber
nacido".
Los Apóstoles,
agitados, le preguntaban cada uno: "Señor, ¿soy yo?", pues todos
sabían que no comprendían del todo estas palabras. Pedro se recostó sobre Juan
por detrás de Jesús, y por señas le dijo que preguntara al Señor quién era,
pues habiendo recibido algunas reconvenciones de Jesús, tenía miedo que le
hubiera querido designar. Juan estaba a la derecha de Jesús, y, como todos,
apoyándose sobre el brazo izquierdo, comía con la mano derecha: su cabeza
estaba cerca del pecho de Jesús. Se recostó sobre su seno, y le dijo:
"Señor, ¿quién es?". Entonces tuvo aviso que quería designar a Judas.
Yo no vi que Jesús se lo dijera con los labios: "Este a quien le doy el
pan que he mojado". Yo no sé si se lo dijo bajo; pero Juan lo supo cuando
el Señor mojó el pedazo de pan con la lechuga, y lo presentó afectuosamente a
Judas, que preguntó también: "Señor, ¿soy yo?". Jesús lo miró con
amor y le dio una respuesta en términos generales. Era para los judíos una
prueba de amistad y de confianza. Jesús lo hizo con una afección cordial, para
avisar a Judas, sin denunciarlo a los otros; pero éste estaba interiormente
lleno de rabia. Yo vi, durante la comida, una figura horrenda, sentada a sus
pies, y que subía algunas veces hasta su corazón. Yo no vi que Juan dijera a
Pedro lo que le había dicho Jesús; pero lo tranquilizó con los ojos.
El
lavatorio de los pies
Se levantaron de
la mesa, y mientras arreglaban sus vestidos, según costumbre, para el oficio
solemne, el mayordomo entró con dos criados para quitar la mesa. Jesús le pidió
que trajera agua al vestíbulo, y salió de la sala con sus criados. De pie en
medio de los Apóstoles, les habló algún tiempo con solemnidad. No puedo decir
con exactitud el contenido de su discurso. Me acuerdo que habló de su reino, de
su vuelta hacia su Padre, de lo que les dejaría al separarse de ellos. Enseñó
también sobre la penitencia, la confesión de las culpas, el arrepentimiento y
la justificación. Yo comprendí que esta instrucción se refería al lavatorio de
los pies; vi también que todos reconocían sus pecados y se arrepentían, excepto
Judas. Este discurso fue largo y solemne. Al acabar Jesús, envió a Juan y a
Santiago el Menor a buscar agua al vestíbulo, y dijo a los Apóstoles que
arreglaran las sillas en semicírculo. Él se fue al vestíbulo, y se puso y ciñó
una toalla alrededor del cuerpo. Mientras tanto, los Apóstoles se decían
algunas palabras, y se preguntaban entre sí cuál sería el primero entre ellos;
pues el Señor les había anunciado expresamente que iba a dejarlos y que su
reino estaba próximo; y se fortificaban más en la opinión de que el Señor tenía
un pensamiento secreto, y que quería hablar de un triunfo terrestre que
estallaría en el último momento.
Estando Jesús en
el vestíbulo, mandó a Juan que llevara un baño y a Santiago un cántaro lleno de
agua; en seguida fueron detrás de él a la sala en donde el mayordomo había
puesto otro baño vacío.
Entró Jesús de
un modo muy humilde, reprochando a los Apóstoles con algunas palabras la
disputa que se había suscitado entre ellos: les dijo, entre otras cosas, que Él
mismo era su servidor; que debían sentarse para que les lavara los pies. Se
sentaron en el mismo orden en que estaban en la mesa. Jesús iba del uno al
otro, y les echaba sobre los pies agua del baño que llevaba Juan; con la
extremidad de la toalla que lo ceñía, los limpiaba; estaba lleno de afección
mientras hacía este acto de humildad.
Cuando llegó a
Pedro, éste quiso detenerlo por humildad, y le dijo: "Señor, ¿Vos lavarme
los pies?". El Señor le respondió: "Tú no sabes ahora lo que hago,
pero lo sabrás mas tarde". Me pareció que le decía aparte: "Simón,
has merecido saber de mi Padre quién soy yo, de dónde vengo y adónde voy; tú
solo lo has confesado expresamente, y por eso edificaré sorbe ti mi Iglesia, y
las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Mi fuerza acompañará a
tus sucesores hasta el fin del mundo". Jesús lo mostró a los Apóstoles,
diciendo: "Cuando yo me vaya, él ocupará mi lugar". Pedro le dijo: "Vos
no me lavaréis jamás los pies". El Señor le respondió: "Si no te lavo
los pies, no tendrás parte conmigo". Entonces Pedro añadió: "Señor,
lavadme no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza". Jesús
respondió: "El que ha sido ya lavado, no necesita lavarse más que los
pies; está purificado en todo el resto; vosotros, pues, estáis purificados,
pero no todos". Estas palabras se dirigían a Judas. Había hablado del
lavatorio de los pies como de una purificación de las culpas diarias, porque
los pies, estando sin cesar en contacto con la tierra, se ensucian
constantemente si no se tiene una grande vigilancia. Este lavatorio de los pies
fue espiritual, y como una especie de absolución. Pedro, en medio de su celo,
no vio más que una humillación demasiado grande de su Maestro: no sabía que
Jesús al día siguiente, para salvarlo, se humillaría hasta la muerte
ignominiosa de la cruz.
Cuando Jesús
lavó los pies a Judas, fue del modo más cordial y más afectuoso: acercó la cara
a sus pies; le dijo en voz baja, que debía entrar en sí mismo; que hacía un año
que era traidor e infiel. Judas hacía como que no le oía, y hablaba con Juan.
Pedro se irritó y le dijo: "Judas, el Maestro te habla". Entonces
Judas dio a Jesús una respuesta vaga y evasiva, como: "Señor, ¡Dios me
libre!". Los otros no habían advertido que Jesús hablaba con Judas, pues
hablaba bastante bajo para que no le oyeran, y además, estaban ocupados en
ponerse su calzado. En toda la pasión nada afligió más al Salvador que la
traición de Judas. Jesús lavó también los pies a Juan y a Santiago. Enseñó
sobre la humildad: les dijo que el que serví a los otros era el mayor de todos;
y que desde entones debían lavarse con humildad los pies los unos a los otros;
en seguida se puso sus vestidos. Los Apóstoles desataron los suyos, que los
habían levantado para comer el cordero pascual.
Institución de la Sagrada Eucaristía
Por orden del
Señor, el mayordomo puso de nuevo la mesa, que había lazado un poco: habiéndola
puesto en medio de la sala, colocó sobre ella un jarro lleno de agua y otro
lleno de vino. Pedro y Juan fueron a buscar al cáliz que habían traído de la
casa de Serafia. Lo trajeron entre los dos como un Tabernáculo, y lo pusieron
sobre la mesa delante de Jesús. Había sobre ella una fuente ovalada con tres
panes asimos blancos y delgados; los panes fueron puestos en un paño con el
medio pan que Jesús había guardado de la Cena pascual: había también un vaso de
agua y de vino, y tres cajas: la una de aceite espeso, la otra de aceite
líquido y la tercera vacía.
Desde tiempo
antiguo había la costumbre de repartir el pan y de beber en el mismo cáliz al
fin de la comida; era un signo de fraternidad y de amor que se usaba para dar
la bienvenida o para despedirse. Jesús elevó hoy este uso a la dignidad del más
santo Sacramento: hasta entonces había sido un rito simbólico y figurativo.
El Señor estaba
entre Pedro y Juan; las puertas estaban cerradas; todo se hacía con misterio y
solemnidad. Cuando el cáliz fue sacado de su bolsa, Jesús oró, y habló muy
solemnemente. Yo le vi explicando la Cena y toda la ceremonia: me pareció un
sacerdote enseñando a los otros a decir misa.
Sacó del
azafate, en el cual estaban los vasos, una tablita; tomó un paño blanco que
cubría el cáliz, y lo tendió sobre el azafate y la tablita. Luego sacó los
panes asimos del paño que los cubría, y los puso sobre esta tapa; sacó también
de dentro del cáliz un vaso más pequeño, y puso a derecha y a izquierda las
seis copas de que estaba rodeado. Entonces bendijo el pan y los óleos, según yo
creo: elevó con sus dos manos la patena, con los panes, levantó los ojos, rezó,
ofreció, puso de nuevo la patena sobre la mesa, y la cubrió. Tomó después el
cáliz, hizo que Pedro echara vino en él y que Juan echara el agua que había
bendecido antes; añadió un poco de agua, que echó con una cucharita : entonces
bendijo el cáliz, lo elevó orando, hizo el ofertorio, y lo puso sobre la mesa.
Juan y Pedro le
echaron agua sobre las manos. No me acuerdo si este fue el orden exacto de las
ceremonias: lo que sé es que todo me recordó de un modo extraordinario el santo
sacrificio de la Misa.
Jesús se
mostraba cada vez más afectuoso; les dijo que les iba a dar todo lo que tenía,
es decir, a Sí mismo; y fue como si se hubiera derretido todo en amor. Le
volverse transparente; se parecía a una sombra luminosa. Rompió el pan en
muchos pedazos, y los puso sobre la patena; tomó un poco del primer pedazo y lo
echó en el cáliz. Oró y enseñó todavía: todas sus palabras salían de su boca
como el fuego de la luz, y entraban en los Apóstoles, excepto en Judas. Tomó la
patena con los pedazos de pan y dijo: Tomad y comed; este es mi Cuerpo, que
será dado por vosotros. Extendió su mano derecha como para bendecir, y mientras
lo hacía, un resplandor salía de Él: sus palabras eran luminosas, y el pan
entraba en la boca de los Apóstoles como un cuerpo resplandeciente: yo los vi a
todos penetrados de luz; Judas solo estaba tenebroso.
Jesús presentó
primero el pan a Pedro, después a Juan; en seguida hizo señas a Judas que se
acercara: éste fue el tercero a quien presentó el Sacramento, pero fue como si
las palabras del Señor se apartasen de la boca del traidor, y volviesen a Él.
Yo estaba tan agitada, que no puedo expresar lo que sentía. Jesús le dijo:
"Haz pronto lo que quieres hacer". Después dio el Sacramento a los
otros Apóstoles. Elevó el cáliz por sus dos asas hasta la altura de su cara, y
pronunció las palabras de la consagración: mientras las decía, estaba
transfigurado y transparente: parecía que pasaba todo entero en lo que les iba
a dar. Dio de beber a Pedro y a Juan en el cáliz que tenía en la mano, y lo
puso sobre la mesa. Juan echó la sangre divina del cáliz en las copas, y Pedro
las presentó a los Apóstoles, que bebieron dos a dos en la misma copa. Yo creo,
sin estar bien segura de ello, que Judas tuvo también su parte en el cáliz. No
volvió a su sitio, sino que salió en seguida del Cenáculo. Los otros creyeron
que Jesús le había encargado algo.
El Señor echó en
un vasito un resto de sangre divina que quedó en el fondo del cáliz; después
puso sus dedos en el cáliz, y Pedro y Juan le echaron otra vez agua y vino.
Después les dio a beber de nuevo en el cáliz, y el resto lo echó en las copas y
lo distribuyó a los otros Apóstoles. En seguida limpió el cáliz, metió dentro
el vasito donde estaba el resto de la sangre divina, puso encima la patena con
el resto del pan consagrado, le puso la tapadera, envolvió el cáliz, y lo
colocó en medio de las seis copas. Después de la Resurrección, vi a los
Apóstoles comulgar con el resto del Santísimo Sacramento. Había en todo lo que
Jesús hizo durante la institución de la Sagrada Eucaristía, cierta regularidad
y cierta solemnidad: sus movimientos a un lado y a otro estaban llenos de
majestad. Vi a los Apóstoles anotar alguna cosa en unos pedacitos de pergamino
que traían consigo.
Instituciones secretas y consagraciones
Jesús hizo una
instrucción particular. Les dijo que debían conservar el Santísimo Sacramento
en memoria suya hasta el fin del mundo; les enseñó las formas esenciales para
hacer uso de él y comunicarlo, y de qué modo debían, por grados, enseñar y
publicar este misterio. Les enseñó cuándo debían comer el resto de las especies
consagradas, cuándo debían dar de ellas a la Virgen Santísima, cómo debían
consagrar ellos mismos cuando les hubiese enviado el Consolador. Les habló
después del sacerdocio, de la unción, de la preparación del crisma, de los
santos óleos. Había tres cajas: dos contenían una mezcla de aceite y de
bálsamo. Enseñó cómo se debía hacer esa mezcla, a qué partes del cuerpo se
debía aplicar, y en qué ocasiones. Me acuerdo que citó un caso en que la
Sagrada Eucaristía no era aplicable: puede ser que fuera la Extremaunción; mis
recuerdos no están fijos sobre ese punto. Habló de diversas unciones, sobre
todo de las de los Reyes, y dijo que aun los Reyes inicuos que estaban ungidos,
recibían de la unción una fuerza particular.
Después vi a
Jesús ungir a Pedro y a Juan: les impuso las manos sorbe la cabeza y sobre los
hombros. Ellos juntaron las manos poniendo el dedo pulgar en cruz, y se
inclinaron profundamente delante de Él, hasta ponerse casi de rodillas. Les
ungió el dedo pulgar y el índice de cada mano, y les hizo una cruz sobre la
cabeza con el crisma. Les dijo también que aquello permanecería hasta el fin
del mundo. Santiago el Menor, Andrés, Santiago el Mayor y Bartolomé recibieron
asimismo la consagración. Vi que puso en cruz sobre el pecho de Pedro una
especie de estola que llevaba al cuello, y a los otros se la colocó sobre el
hombro derecho.
Yo vi que Jesús
les comunicaba por esta unción algo esencial y sobrenatural que no sé explicar.
Les dijo que en recibiendo el Espíritu Santo consagrarían el pan y el vino y
darían la unción a los Apóstoles. Me fue mostrado aquí que el día de
Pentecostés, antes del gran bautismo, Pedro y Juan impusieron las anos a los
otros Apóstoles, y ocho días después a muchos discípulos. Juan, después de la
Resurrección, presentó por primera vez el Santísimo Sacramento a la Virgen
Santísima. Esta circunstancia fue celebrada entre los Apóstoles. La Iglesia no
celebra ya esta fiesta; pero la veo celebrar en la Iglesia triunfante. Los
primeros días después de Pentecostés yo vi a Pedro y a Juan consagrar solos la
Sagrada Eucaristía: más tarde, los otros hicieron lo mismo.
El Señor
consagró también el fuego en una copa de hierro, y tuvieron cuidado de no
dejarlo apagar jamás: fue conservado al lado del sitio donde estaba puesto el
Santísimo Sacramento, en una parte del antiguo hornillo pascual, y de allí iban
a sacarlo siempre para los usos espirituales. Todo lo que hizo entonces Jesús
estuvo muy secreto y fue enseñado sólo en secreto. La Iglesia ha conservado lo
esencial, extendiéndolo bajo la inspiración del Espíritu Santo para acomodarlo
a sus necesidades.
Cuando estas
santas ceremonias se acabaron, el cáliz que estaba al lado del crisma fue
cubierto, y Pedro y Juan llevaron el Santísimo Sacramento a la parte mas
retirada de la sala, que estaba separada del resto por una cortina, y desde
entonces fue el santuario. José de Arimatea y Nicodemus cuidaron el Santuario y
el Cenáculo en la ausencia de los Apóstoles. Jesús hizo todavía una larga
instrucción, y rezó algunas veces. Con frecuencia parecía conversar con su
Padre celestial: estaba lleno de entusiasmo y de amor. Los Apóstoles, llenos de
gozo y de celo, le hacían diversas preguntas, a las cuales respondía. La mayor
parte de todo esto debe estar en la Sagrada Escritura.
El Señor dijo a
Pedro y a Juan diferentes cosas que debían comunicar después a los otros
Apóstoles, y estos a los discípulos y a las santas mujeres, según la capacidad
de cada uno para estos conocimientos. Yo he visto siempre así la Pascua y la
institución de la Sagrada Eucaristía. Pero mi emoción antes era tan grande, que
mis percepciones no podían ser bien distintas: ahora lo he visto con más
claridad. Se ve el interior de los corazones; se ve el amor y la fidelidad del
Salvador: se sabe todo lo que va a suceder. Como sería posible observar
exactamente todo lo que no es más que exterior, se inflama uno de gratitud y de
amor, no se puede comprender la ceguedad de los hombres, la ingratitud del
mundo entero y sus pecados. La Pascua de Jesús fue pronta, y en todo conforme a
las prescripciones legales. Los fariseos añadían algunas observaciones
minuciosas.