Como prevención contra las pestes
Cruz de San Zacarías, Patriarca de Jerusalén (+610)
Recortar esta imágen y colocarla en puertas y ventanas, cargar una en su cuerpo. |
Cuando, en 1546, reinó una grave plaga en Trento Italia, refieren que los Santos Padres del Concilio Tridentino tradujeron devotamente ciertas letras o caractéres dispuestos en forma de una cruz, compuesta por San Zacarias, Obispo de Jerusalen.
En efecto conocieron los Santos Padres que fue un remedio muy útil contra la peste llevar con veneración estas letras, significaban varias Jaculatorias devotas y oraciones afectuosas antiguas y aprobadas para librar del contagio, como consta de la explicación arriba expuesta.
Las dichas letras fueron antiguamente escritas en Latín, en un pargamino por el Santo Obispo de su propia mano, y despues se encontraron en un convento de religiosos en España, y tenidas en gran veneracion (con efecto admirable) por las personas devotas que las veneran y traen consigo, rogando conforme a su significado.
En Portugal y en otros lugares se dieron cuenta que no entró el contagio en las casas en cuyas puertas han puesto estas Cruces, ni en las personas que consigo la llevaron.
EXPLICACIÓN DE LOS CARACTERES DE LA CRUZ
Z. El celo de vuestra casa me libre,
✞ La Cruz vence, La Cruz reina, La Cruz impera, por señal de la Cruz líbrame, Señor, de la peste.
D. Dios, Dios mío, apartad de mí y de este lugar la peste, y libradme.
I. En vuestras manos, Señor, encomiendo mi espíritu, mi corazón y mi cuerpo.
A. Antes de existir el cielo y la tierra existe Dios, y Dios es poderoso para librarme de esta peste.
✞ La Cruz de Cristo es poderosa para expulsar la plaga de este lugar y de mi cuerpo.
B. Bueno es experimentar el socorro de Dios en silencio para que aparte de mi la peste.
I. Inclinaré mi corazón a acatar vuestros mandamientos, y no seré confundido porque os invoqué.
Z. Me armé le celo contra los pecadores viendo su paz y esperé en vos.
✞ La Cruz de Cristo ahuyenta los demonios, el aire corruptible y la peste.
S. Yo soy tu salud, dice El Señor, Clama a mí y te oiré y libraré de esta peste.
A. Un abismo llama a otro abismo, y tu voz expelió los demonios, líbrame de esta peste.
B. Bienaventurado el que espera en el Señor, y no oye las doctrinas vanas y falsas.
✞ La Cruz de Cristo, que antes era señal de oprobio y contumelia, y ahora lo es de nobleza y gloria, me sea de salvación, y aparte de este lugar al demonio, el aire corrupto, y a la peste de mi cuerpo.
Z. El celo de honor de Dios me convierta antes que muera.
H. ¿Es esto lo que das al Señor pueblo loco? Dale tus votos, ofrécele un sacrificio de alabanza, confía en El, que es poderoso para librar á este lugar y mí de esta peste, porque los que confían en El no están confundidos.
G. Peguese mi lengua á la garganta y mis fauces si no os bendijese, librad a los que esperan en vos, en vos confío, libradme Dios, de esta peste, á mi y á este lugar, en el cual se invoca vuestro santo nombre.
F. Cubriese la tierra de tinieblas en vuestra muerte, Señor Dios mío, acabe y quede confundido el poder del demonio porque vos, ¡Oh! Hijo de Dios vivo, vinisteis a destruir las obras del demonio, apartad con vuestro poder de este lugar y de mí, vuestro siervo esta plaga, descienda la corrupción a las tinieblas exteriores.
✞ Cruz de Cristo defiéndenos, y aparta de este lugar la peste, Señor, libra á vuestro siervo de esta peste, porque sois benigno y misericordioso, de mucha misericordia, y verdadero.
B. Bienaventurado aquel que no da su atención a las doctrinas vanas y falsas. El Señor me librará del día malo, en vos espere, libradme de esta peste.
F. Dios se ha hecho mi refugio, porque que he esperado en vos; libradme de esta plaga.
R. Mirad por mi Adonay (palabra hebrea que significa Dios y Señor de todo). Desde el trono de vuestra Santa Majestad. Y por vuestra misericordia libradme de esta peste.
S. Vos sois mi salvación; sanadme y seré saludable, sanadme y seré salvo.
Jaculatoria:
Aplaca Señor tu enojo,
Tu justicia y Tu rigor.
Dulce Jesús de mi vida, misericordia Señor.
Oración:
Señor ante tu presencia nuestras culpas confesamos, con el alma las lloramos, conmuévase tu clemencia, cese la terrible dolencia que arrastra tamnto despojo, hoy a tu piedad me acojo con tantos ruegos repetidos, que te duelan nuestros gemidos.
Aplaca Señor tu enojo.
Mira de tu Hijo amoroso, estas imágenes sagradas, en nuestras casas exaltadas por un pueblo fervoroso, óyelo clamar lloroso , rogándote, por favor: Templa ya la ira, Señor, pues confesamos unidos que tenemos merecidos tu justicia y tu rigor.
Y Tu redentor amable.Tu médico soberano, ¿no extenderas la mano, con impulso favorable?
Vuelva al aire saludable, para animar tantas personas, caídas del mal afligidas, cesen ya tan tristes suertes, no más muertes, no más matanza, Dulce Jesús de mi vida.
Él sana en tu amor, el convaleciente llora, el moribundo te implora, todos claman incesantemente a la Dulcísima María, que nos ayuda con su amor.
¿Te negarás con rigor a su ruego, y a nuestro llanto? ten misericordia Señor
✞
Concluidas estas Jaculatorias se rezan las Letanías de nuestra Señora, y un Padre Nuestro y Ave María, a los Santos, abogados de la peste, para que sean nuestros
intercesores con el Señor.
Durante la peste cada hora se rezan las dos jaculatorias que se encuentran a cada lado de la Cruz
Obispos españoles conceden 200 días de indulgencia al que rece estas oraciones,
y 200 días más a quien las rece por las necesidades de la Iglesia
Nota Histórica de San Zacarías, Patriarca de Jerusalen, año 610 dc
El había soñado durante 15 años con la llegada de este momento. Y ahora estaba sucediendo. Sus manos temblaban mientras las estiraba para abrazar la Santa Cruz de Jesucristo –la grandiosa Cruz que él ahora ayudaba a levantar sobre la gran ciudad de Jerusalén.
Sucedió el 14 de Setiembre del 629 de Nuestro Se cuando el Patriarca de Jerusalén, San Zacarías, presidió una de las más dramáticas y gozosas celebraciones en la historia de la Santa Iglesia.
En ese día histórico, la Cruz que había sido capturada por las fuerzas armadas invasoras de los Persas en el año 614 y llevada a Persia, había sido elevada una vez más en el lugar que le correspondía: encima de la Ciudad Santa.
Para el Santo Patriarca de la Iglesia en Jerusalén, este momento bendito era la culminación de toda una vida enseñando y defendiendo el Santo Evangelio del Hijo de Dios.
¿Habría de sorprender a alguno que sus manos temblaran incontrolablemente mientras tocaban la áspera superficie de madera de la preciosa reliquia… mientras recordaba los terribles sufrimientos que él y miles de otros Cristianos habían soportado bajo las manos del despiadado Emperador Persa Chozroes?
Cada vez que el gran Patriarca trataba de cuantificar el costo de la invasión Persa sobre Jerusalén el año 614, se daba por vencido. Nadie sabía el número exacto, por supuesto, pero era innegable que por lo menos 90 cristianos habían sido vendidos como esclavos cuando cayó la ciudad –y gran mayoría de ellos habían trabajado hasta morir o asesinados abiertamente durante los años terribles que siguieron a la victoria de lo Persas.
Como la mayoría de sus compañeros Cristianos el gran Patriarca Jerusalén había huido del cautiverio en Persia tan pronto como las últimas defensas de la ciudad fueron derrocadas y sus abarrotadas calles caían las llamas. Desde ese momento en adelante la vida de este anciano había estado ll de humillaciones, mientras esperaba que el arrogante Chozroes lo decapitara inmediatamente o le permitiera vivir en vergüenza como prisionero de guerra.
Cuando llegaron finalmente las noticias –de que no sería asesinado- el e Santo padre de Jerusalén se sintió decepcionado.
¿Cómo podría soporta esa vida grotesca como un inútil vasallo de un rey fanfarrón? Cada día e una agonía, una agonía que probablemente nunca terminaría, mientras el Patriarca rezaba a cada instante para que el Señor Dios de los Cielos lleve a casa.
Por alguna razón insondable el Señor Dios del Cielo quería el anciano permanezca vivo. ¿Quién podría tener la esperanza de entender la manera en que trabaja Providencia? Moviendo su cabeza llena de pelo entrecano y gimoteando hasta las lágrimas, el Patriarca cautivo soportó lo mejor que pudo.
Mientras tanto, en la atiborrada capital de Bizancio, Constantinopla, otro Empera estaba reclamando su momento. Lentamente, con infinita paciencia, el vez más poderoso Heraclio (610-641) estaba construyendo un poderoso ejército que algún día sería suficientemente fuerte para enfrentar a las fuerzas Persas de Chozroes. Arrodillado sobre el piso de la celda en la que se encontraba prisionero, apesadumbrado Patriarca rezaba y rezaba.
Las lágrimas caían con interminable lentitud y el afligido San Zacarías no sabía cómo arreglárse para continuar respirando. Pero de alguna manera lo consiguió y luego una década de inexorable encierro, el Padre de la Santa Iglesia, comenzó sentir movimientos esperanzadores.
Alrededor suyo los esclavos que habían sido capturados en Jerusalén susurraban, más y más, un nombre: Heraclio. ¿Podría ser esto cierto? Sí.
El Emperador Bizantino estaba ganando - a cada momento- más reclutas para su ejército. Y ahora ellos se encontraban avanzando desde el Oeste, imponiendo rangos de soldados de a pie y arqueros y caballería que cubrían todo el horizonte, como una fuerza imparable… y el anciano empezó a creer a sus oídos, en el día gozoso en que él y sus compañeros de prisión escuchen de sus captores: Prepárense para partir. Serán liberados en algunos días y podrán iniciar su camino de regreso a su hogar. Luego de una década y media el terrible sufrimiento estaba a punto de terminar.
San Zacarías iba a regresar a Jerusalén. Para el Patriarca, quien había sucedido al Santo Isaccius (601-609) como Padre Espiritual de Jerusalén el año 609, el regreso a la Ciudad Santa sería el acontecimiento más alegre y triunfal de su vida. Gracias a la valentía y a la fuerza del gobernador de Bizancio, el Patriarca había sido liberado de la dominación paralizante de Chozroes. Y la mejor parte de todo esto era, con toda seguridad, el hecho de que el Emperador triunfante llevaría sobre sus hombros –mientras entraba a Jerusalén a la cabeza de un desfile victorioso– la Cruz del Señor que finalmente había sido recuperada de los Persas vencidos.
De pie, por encima de la vasta multitud de creyentes en el Santo Evangelio el fatigado Patriarca agradeció a Señor Dios por ese momento.
Estaba completamente desgastado por sus luchas, y no viviría más de un año luego de ese día glorioso, pero todo había valido la pena. Jerusalén había sido salvada y la Cruz había regresado a la Ciudad Santa.
Recorda los pacientes sufrimientos de Zacarías, uno de los grandes historiadores la Iglesia lo recordaría para siempre al escribir:
“La historia siempre recordará a Zacarías, el Patriarca prisionero, el héroe campeón de Tierra Santa, con gran admiración y respeto por haberse negado a separarse de la Cruz más venerable.”
La vida del patriarca Zacarías nos enseña grandemente acerca del valor que se encuentra en el sufrimiento paciencia sin quejas por Cristo Jesús.
San Zacarías, el Santo Patriarca, nunca olvidó promesa de Cristo a todos aquellos que sufren y que son perseguidos e nombre: “Aquellos que perseveren hasta el fin serán salvados.”