El Rey David
David ha sido un rey muy importante del Reino de Israel cuya obra y vida aparece reflejada en la Biblia, más precisamente en el Antiguo Testamento en los libros del profeta Samuel y en Los Salmos.
Tanto en el judaísmo como en el Cristianismo y en el Islam
existen referencias a David.
También, la historia lo recuerda por haber sido el padre de otro rey importantísimo para el pueblo hebreo como fue Salomón.
Rey y profeta, hijo de Jesé betlehemita, quien encontró gracia ante Dios y fue ungido con el santo óleo por el profeta Samuel para regir el pueblo de Israel. Trasladó a la ciudad de Jerusalén el arca del Señor, y el Señor le juró que su descendencia permanecería para siempre, porque de él nacería Jesucristo según la carne.
También, la historia lo recuerda por haber sido el padre de otro rey importantísimo para el pueblo hebreo como fue Salomón.
Rey y profeta, hijo de Jesé betlehemita, quien encontró gracia ante Dios y fue ungido con el santo óleo por el profeta Samuel para regir el pueblo de Israel. Trasladó a la ciudad de Jerusalén el arca del Señor, y el Señor le juró que su descendencia permanecería para siempre, porque de él nacería Jesucristo según la carne.
En la Biblia, el nombre de David sólo lo ostenta el segundo rey
de Israel, el bisnieto de Booz y Rut (Rut 4 18 ss.). Era el más joven de los
ocho hijos de Isaí, o Jesé (I Reyes 16 8; cf. I Cro 2 13), un pequeño
propietario de la tribu de Judá que habitaba en Belén, dónde nació David.
Nuestro conocimiento de la vida y características de David se deriva
exclusivamente de las páginas de la Sagrada Escritura (ver I R 16; II R 2; I
Cro 2, 3 y 10-19; Rut 4 18-22) y los títulos de muchos Salmos. Según la
cronología usual, David nació en 1085 y reinó de 1055 a 1015 a.C. Recientes
escritores han datado su reinado, deduciéndolo de inscripciones asirias, unos
30 ó 50 años más tarde. Por las limitaciones, no es posible dar más que un
esbozo de los eventos de su vida y una simple estimación de sus características
y su importancia en la historia del pueblo elegido, como rey, salmista, profeta
e imagen del Mesías.
La historia de David se
divide en tres períodos:
·
Antes de su elevación al trono.
·
Su reinado, en Hebrón sobre
Judá y en Jerusalén sobre todo Israel.
·
Su pecado y sus últimos
años.
Aparece primero en la historia sagrada como un joven pastor que
cuidaba los rebaños de su padre en los campos cercanos a Belén, "rubio, de
bellos ojos y hermosa presencia”".
Samuel, el profeta y último de los jueces, fue enviado a ungirlo
en lugar de Saúl. a quien Dios había rechazado por su desobediencia. Los
relatos de David no parecen haber reconocido la importancia de esta unción que
lo marcó como sucesor al trono después de la muerte de Saúl.
Durante un período de enfermedad, cuando un espíritu maligno
atormentaba a Saúl, David fue llevado a la corte para aliviar al rey tocando el
arpa. Ganó la gratitud de Saúl y lo puso al frente del ejército, pero su
estancia en la corte fue breve. Más tarde, mientras sus tres hermanos mayores
estaban en el campo, luchando bajo Saúl contra los Filisteos, David fue enviado
al campamento con algunos comestibles y regalos; allí oyó las palabras con las
que el gigante, Goliat de Gat, desafiaba a todo Israel a un combate singular y
él se ofreció para matar al filisteo con la ayuda de Dios. Su victoria sobre
Goliat provocó la derrota del enemigo.
Las preguntas de Saúl a Abner en este momento, parecen implicar
que él nunca había visto antes a David, sin embargo, como hemos visto, David ya
había estado en la corte. Se han hecho varias conjeturas para explicar esta
dificultad. Como el pasaje hace pensar en una contradicción en el texto hebreo,
es omitido por la traducción de los Setenta, algunos autores han aceptado el
texto griego en preferencia al hebreo. Otros suponen que el orden de las
narraciones se ha confundido en nuestro texto hebreo actual. Una solución más
simple y más probable mantiene que, en la segunda ocasión, Saúl sólo preguntó a
Abner por la familia de David y sobre su infancia. Antes no había prestado
atención a estas cosas.
La victoria de David sobre Goliat le ganó la amistad entrañable
de Jonatán, el hijo de Saúl. Obtuvo un lugar permanente en la corte, pero su
gran popularidad y las imprudentes canciones de las mujeres excitaron los celos
del rey, que intentó matarlo en dos ocasiones. Como jefe de mil hombres buscó
nuevos riesgos para ganar la mano de Merab, la hija mayor de Saúl: pero, a
pesar de la promesa del rey, fue dada a Adriel de Mejolá. Mical, la otra hija
de Saúl, estaba enamorada de David, y, con la esperanza de que finalmente fuera
muerto por los Filisteos, su padre prometió dársela en matrimonio, con tal de
que David matara a cien Filisteos. David tuvo éxito y se caso con Mical. Este
éxito, sin embargo, hizo temer más a Saúl y finalmente le indujo a ordenar que
debiera matarse a David. Por mediación de Jonatán fue perdonado durante un
tiempo, pero el odio de Saúl le obligó finalmente a huir de la corte.
Primero fue a Ramá y desde allí, con Samuel, a Nayot. Los
grandes esfuerzos de Saúl por asesinarlo eran frustrados por la interposición
directa de Dios. Una entrevista con Jonatán le convenció de que la
reconciliación con Saúl era imposible y de que, para el resto del reino, él era
un desterrado y un bandido. En Nob, David y sus compañeros fueron armados por
el sacerdote Ajimélec, que después fue acusado de conspiración y asesinato con
todos sus sacerdotes. De Nob, David fue a la corte de Aquis, rey de Gat, de
donde escapó de la muerte fingiendo locura. En su retorno se convirtió en
cabeza de una banda de aproximadamente cuatrocientos hombres, algunos parientes
suyos otros entrampados y desesperados, que se reunieron en la cueva o refugio
de Adulán. Poco tiempo después su número llegó a seiscientos. David liberó la
ciudad de Queilá de los filisteos, pero fue obligado a huir de nuevo de Saúl.
Su siguiente morada fue el desierto de Zif, memorable por la visita de Jonatán
y por la alevosía de los zifitas que avisaron al rey. David se libró por la
llamada a Saúl para rechazar un ataque de los filisteos. En los desiertos de
Engadí estuvo de nuevo en gran peligro; pero, cuando Saúl estaba a su merced,
él generosamente le perdonó la vida. La aventura con Nabal, el matrimonio de
David con Abigail, y una segunda ocasión rehusada de matar a Saúl, fueron
seguidas por la decisión de David de ofrecer sus servicios a Aquis de Gat y así
poner fin a la persecución de Saúl. Como vasallo del rey filisteo, se
estableció en Sicelag, desde donde hizo incursiones a las tribus vecinas,
devastando sus tierras y no dejando con vida hombre ni mujer. Pretendiendo que
estas expediciones eran contra su propio pueblo de Israel, se aseguró el favor
de Aquis. Sin embargo, cuando los filisteos se prepararon en Afec para
emprender la guerra contra Saúl, los otros príncipes no fueron partidarios de
confiar en David, y él regresó a Sicelag. Durante su ausencia había sido
atacada por los amalecitas. David los persiguió, destruyó sus fuerzas y
recuperó todo su botín. Entretanto había tenido lugar la
batalla fatal en el monte de Gelboé, en la que Saúl y Jonatán fueron
muertos. La elegía conmovedora, que se conserva para nosotros en II Reyes 1, es
un arranque de pesar de David por su muerte.
Rey israelita
que gobernó el Reino de Israel en su primer período y se destacó por su
valentía y por la unificación del mismo y la anexión de otros territorios
Por mandato de Dios, David, que tenía ahora treinta años, subió
a Hebrón para reclamar el poder real. Los hombres de Judá lo aceptaron como rey
y fue ungido de nuevo, solemne y públicamente. Por influencia de Abner, el
resto de Israel permanecía fiel a Isbóset, hijo de Saúl. Abner atacó las
fuerzas de David, pero fue derrotado en Gabaón. La guerra civil continuó
durante algún tiempo, pero el poder de David aumentaba continuamente. En Hebrón
tuvo seis hijos: Amnón, Quilab, Absalón, Adonías, Sefatías, y Yitreán. Como
resultado de una riña con Isbóset, Abner hizo maniobras para llevar a todo
Israel bajo el poder de David; sin embargo, fue alevosamente asesinado por
Joab, sin el consentimiento del rey. Isbóset fue asesinado por dos benjamitas y
David fue aceptado por todo Israel y ungido rey. Su reinado en Hebrón sobre
Judá había durado siete años y medio.
David tuvo éxito en sus sucesivas guerras, haciendo de Israel un
estado independiente y provocando que su propio nombre fuera respetado por
todas las naciones circundantes. Una notable hazaña fue, al principio de su
reinado, la conquista de la ciudad jebusita de Jerusalén, a la que hizo capital
de su reino, “la ciudad de David”, el centro político de la nación. Construyó
un palacio, tomó más esposas y concubinas, y engendró más hijos e hijas.
Habiéndose liberado del yugo de los filisteos, resolvió hacer de Jerusalén el
centro religioso de su pueblo, transportando el Arca de la Alianza desde Baalá
(Quiriat Yearín). La trajo a Jerusalén y la puso en la nueva tienda construida
por el rey. Después, cuando propuso construir un templo para ella, le fue
dicho, por el profeta Natán, que Dios había reservado esta tarea para su
sucesor. En premio a su piedad, le fue hecha la promesa de que Dios le
construiría una casa y establecería su reino para siempre.
No hay detalles sobre las diversas guerras emprendidas por
David; sólo tenemos algunos hechos aislados. La guerra con los amonitas es
recordada de un modo más completo porque, cuando su ejército estaba en el campo
durante esta campaña, David cometió los pecados de adulterio y asesinato,
atrayendo por ello grandes calamidades para él y su casa. Estaba entonces en la
plenitud de su poder, era un gobernante respetado por todas las naciones, del
Eufrates al Nilo. Después de su pecado con Betsabé y el asesinato indirecto de
Urías su marido, David la convirtió en su esposa. Pasó un año de
arrepentimiento por su pecado, pero su contrición fue tan sincera que Dios le
perdonó; aunque, al mismo tiempo, le anunció los severos sufrimientos que le
sucederían. El espíritu con que David aceptó estas penas lo ha hecho en todo
tiempo modelo de penitentes. El incesto de Amnón y el fratricidio de Absalón
trajeron la vergüenza y la aflicción a David. Absalón permaneció tres años en
el destierro. Cuando fue llamado de regreso, David lo mantuvo en desgracia
durante dos años más y entonces le restauró a su anterior dignidad, sin ninguna
señal de arrepentimiento. Molesto por el tratamiento de su padre, Absalón se
consagró durante los siguientes cuatro años a seducir a la gente y finalmente
se proclamó rey en Hebrón. David fue cogido por sorpresa y obligado a huir de
Jerusalén. Las circunstancias de su huída se narran en la Escritura con gran
simplicidad y patetismo. El rechazo de Absalón del consejo de Ajitófel y su
consecuente retraso en la persecución del rey, hizo posible a éste último
reunir sus fuerzas y vencer en Majanáin dónde Absalón murió. David retornó
triunfante a Jerusalén. Una gran rebelión bajo Seba fue reprimida rápidamente
en el Jordán.
En este punto de la narración de II de Reyes leemos que “hubo
hambre, en los días de David, durante tres años consecutivos”, en castigo por el
pecado de Saúl contra los gabaonitas. A su llamada, siete de la familia de Saúl
fueron entregados para ser crucificados. No es posible fijar la fecha exacta de
la hambruna. En otras ocasiones, David mostró gran compasión con los
descendientes de Saúl, sobre todo con Mefibóset, el hijo de su amigo Jonatán.
Después de una breve mención de cuatro expediciones contra los filisteos, el
escritor sagrado recuerda un pecado de orgullo por parte de David en su
resolución de hacer un censo del pueblo.
Como penitencia por este pecado, se le
permitió escoger entre hambre, derrotas o peste. David escogió la tercera y en
tres días murieron 70.000. Cuando el ángel estaba a punto de golpear Jerusalén,
Dios se apiadó y cesó la peste. David fue enviado a ofrecer un sacrificio en la
era de Arauná, el lugar del futuro templo.
Los últimos días de David fueron perturbados por la ambición de
Adonías, cuyos planes para la sucesión fueron frustrados por Natán, el profeta,
y Betsabé, la madre de Salomón. El hijo que nació después del arrepentimiento
de David, fue elegido con preferencia sobre sus hermanos mayores. Para
asegurarse que Salomón le sucedería en el trono, David lo había ungido
públicamente. Las últimas palabras recogidas del anciano rey son una
exhortación a Salomón a ser fiel a Dios, premiar a los sirvientes fieles y para
castigar a los malos. David falleció a la edad de setenta años, tras haber
reinado en Jerusalén treinta y tres años. Fue enterrado en el Monte Sión. San
Pedro dice que su tumba todavía existía en el día de Pentecostés, cuando el
Espíritu Santo descendió sobre los Apóstoles (Hch 2 29). David es honrado por
la Iglesia como un santo. Se le cita en el Martirologio romano, el 29 de
diciembre.
El carácter histórico de las narraciones sobre la vida de David
ha sido atacado principalmente por escritores que han desatendido el propósito
del narrador de I Cro. Este pasa por encima los acontecimientos que no están
relacionadas con la historia del Arca. En los Libros de los Reyes se narran los
eventos principales, buenos y malos. La Biblia recuerda los pecados de David y
sus debilidades sin excusa ni paliativos, pero también recuerda su
arrepentimiento, sus actos de virtud, su generosidad hacia Saúl, su gran fe y
su piedad. Los críticos que han juzgado duramente su carácter no han
considerado las circunstancias difíciles en las que vivió o los modales de su
edad. No es crítico ni científico exagerar sus faltas o imaginar que toda la
historia es una serie de mitos. La vida de David fue un momento importante en
la historia de Israel. Fue el fundador real de la monarquía, la cabeza de la
dinastía. Escogido por Dios “como un hombre según su propio corazón”, David fue
probado en la escuela del sufrir durante los días de destierro y se convirtió
en un renombrado líder militar. A él es debida la completa organización del
ejército. Dio una capital, una corte y un gran centro de culto religioso, a
Israel. La pequeña banda de Adulán se convirtió en el núcleo de una eficiente
fuerza. Cuando fue proclamado rey de todo Israel, tenía 339.600 hombres bajo su
mando. En el censo se cuentan 1.300.000 capaces de empuñar un arma. Un ejército
dispuesto, que constaba de doce cuerpos, cada uno con 24.000 hombres, que se
turnaban para servir durante un mes cada vez, en la guarnición de Jerusalén. La
administración de su palacio y su reino exigió un gran séquito de sirvientes y
oficiales. Sus diferentes funciones están fijas en I Cro 27. El rey mismo
ejerció la función de juez, aunque posteriormente los levitas fueron designados
para este propósito, así como otros oficiales menores.
Cuando el Arca fue llevada a Jerusalén, David emprendió la
organización del culto religioso. Las funciones sagradas se confiaron a 24.000
levitas; además 6.000 fueron escribas y jueces, 4.000 porteros, y 4.000
cantores. Organizó las diversas partes de los ritos, y asignó a cada sección
sus tareas. Los sacerdotes estaban divididos en veinticuatro familias; los
músicos en veinticuatro coros. A Salomón había sido reservado el privilegio de
construir la casa de Dios; pero David hizo amplias preparaciones para el
trabajo reuniendo tesoros y materiales, así como transmitiendo a su hijo un
plan para el edificio y todo sus detalles. Se nos relata en I Cro., cómo
exhortó a su hijo Salomón para llevar a cabo este gran trabajo y dio a conocer
a la asamblea de jefes la importancia de las preparaciones.
La parte más importante de los trabajos del templo, musicada y
cantada, como compuso David, está rápidamente explicada con sus habilidades
poéticas y musicales. Su habilidad para la música se recuerda en I Reyes, 16 18
y Amós 6 5. Se encuentran poemas compuestos por él en II Reyes, 1, 3, 22 y 23.
Su conexión con el Libro de Salmos, muchos de los cuales se atribuyen expresamente
a diferentes situaciones de su carrera, fue tomada para atribuirle por parte de
muchos, en los últimos tiempos, todo Salterio. La paternidad literaria de estos
himnos y las cuestiones acerca de en qué medida pueden ser considerados un
medio para proporcionar material ilustrativo sobre la vida de David, se trata
en el artículo los SALMOS.
David no fue meramente un rey y gobernante, también fue un
profeta. “El espíritu del Señor ha hablado por mi y su palabra por mi lengua”
(II Reyes, 23 2), es una declaración directa de inspiración profética en el
poema allí recordado. San Pedro nos dice que era un profeta (Hch 2 30). Sus
profecías están inmersas en los Salmos literalmente mesiánicos que compuso y en
las “últimas palabras de David” (II R 23). El carácter literal de estos Salmos
Mesiánicos se indica en el Nuevo Testamento. Ellos se refieren al sufrimiento,
la persecución y la liberación triunfante de Cristo, o a las prerrogativas
conferidas a Él por el Padre.
Además de estas profecías directas, el propio David siempre ha
sido considerado como un modelo del Mesías. En esto la Iglesia siguió las
enseñanzas de los profetas del Antiguo Testamento. El Mesías sería el gran rey
teocrático; David, el antepasado del Mesías, era un rey según el corazón de
Dios. Se atribuyen sus cualidades y su mismo nombre al Mesías. Episodios en la
vida de David son considerados por los Padres como prefiguración de la vida de
Cristo; Belén es el lugar de nacimiento de ambos; la vida de pastor de David
apunta hacia Cristo, el Buen Pastor; las cinco piedras escogidas para matar a
Goliat son tipo de las cinco llagas; la traición por su consejero de confianza,
Ajitófel, y el pasaje en el Cedrón nos recuerda la Sagrada Pasión de Cristo.
Muchos de los Salmos davídicos, tal y como los comprendemos, desde el Nuevo
Testamento, son claramente el anuncio del futuro Mesías.