Santa Filomena
Revelaciones a la Madre María
Luisa de Jesús* – Nápoles, 1863.
Poco se sabía históricamente de
Santa Filomena hasta el hallazgo de sus restos mortales.
El día 26 de noviembre
del año 1798, a las 17:41 horas, mientras se llevaban a cabo las constantes
excavaciones en las famosas catacumbas de Santa Priscila, en la Vía Salaria de
Roma, se encontró una cripta sellada con tres losas de terracota, que cerraban
la entrada; la tumba estaba rodeada de símbolos que aludían al martirio y a la
virginidad de la persona ahí enterrada. El emblema del lirio y la palma estaba
grabado en el sepulcro para indicar su virginidad y su martirio. También había
un ancla, un látigo, y tres flechas, dos apuntando en dirección opuesta, y una
con la línea curvada en ella, significando fuego e intentando simbolizar los
diferentes tormentos que la mártir sufrió en testimonio de su fe y amor a
Jesucristo. Llevaban la inscripción «Lumena —Pax Te— Cum Fi». Al leer desde la
losa de en medio según la antigua tradición de comenzar el epitafio desde esta
losa, se obtuvo el texto la forma correcta que se leería como «Paxte Cum
Filumena», que en latín quiere decir «La paz sea contigo, Filomena».
Al abrir la tumba descubrieron un esqueleto que era de huesos
pequeños y notaron, a la vez, que el cuerpo había sido traspasado por flechas.
Al examinar los restos, los cirujanos atestiguaron la clase de heridas
recibidas y los expertos coincidieron en calcular que el cuerpo encontrado al
abrir la tumba se trataba de una joven chica de 12 ó 13 años. Cerca de su
cabeza tenía un jarrón roto que contenía sangre seca, cosa que se hacía según
la costumbre antigua de los primeros cristianos al sepultar a los mártires.
Lo que sabemos sobre el martirio de Santa Filomena es gracias a
las revelaciones privadas dadas por la Santa en 1863 a una piadosa religiosa de
Nápoles, la Venerable Madre María Luisa de Jesús (1799-1875), quien murió en
olor de santidad; fue en respuesta a las oraciones de muchos a que dejara saber
quién era ella y cómo llegó a su martirio. Estas revelaciones han recibido el
Imprimátur de la Santa Sede, dando testimonio de que no hay nada contrario a la
fe. La Iglesia no ha hecho ningún otro pronunciamiento y no garantiza la
autenticidad de las mismas. La Santa Sede dio la autorización para su
publicación, el 21 de diciembre de 1883.
Revelaciones de Santa Filomena
a la Madre María Luisa de Jesús – Nápoles, 1863.
“Yo soy la hija de un príncipe que gobernaba un pequeño estado de
Grecia. Mi madre también era de sangre real. No tenían niños. Eran idólatras y
continuamente ofrecían oraciones y sacrificios a sus dioses falsos. Un doctor
de Roma llamado Publio —ahora está en el Cielo—, vivía en el palacio al
servicio de mi padre. Este doctor profesaba el cristianismo. Viendo la
aflicción de mis padres y por un impulso del Espíritu Santo les habló acerca de
nuestra fe e incluso les prometió posteridad si consentían en recibir el
bautismo. La gracia que acompañaba sus palabras, iluminaron el entendimiento de
mis padres y triunfó sobre su voluntad. Se hicieron cristianos por encima de
sus voluntades: se hicieron Cristianos y obtuvieron la gran deseada felicidad
que Publius les había prometido en premio a su conversión.
Al momento de nacer me pusieron
el nombre de Lumena, en alusión a la luz de la fe, de la cual era fruto. El día
de mi bautismo me llamaron Filomena, hija de la luz (filia luminis) porque en
ese día había nacido a la fe. Mis padres me tenían gran
cariño y siempre me tenían con ellos. Fue por eso que me llevaron a Roma, en un
viaje que mi padre fue obligado a hacer debido a una guerra injusta.
Yo tenía trece años. Cuando arribamos a la capital nos dirigimos
al palacio del emperador y fuimos admitidos para una audiencia.
Tan
pronto como Dioclesiano me vio, fijó los ojos en mí.
El emperador oyó toda la explicación del príncipe, mi padre.
Cuando éste acabó y no queriendo ser ya más molestado le dijo: “Yo
pondré a tu disposición toda la fuerza de mi imperio y te pediré a cambio sólo
una cosa, que es la mano de tu hija”.Mi padre deslumbrado con
un honor que no esperaba, accede inmediatamente a la propuesta del emperador y
cuando regresamos a nuestra casa, mi padre y mi madre hicieron todo lo posible
para inducirme a que cediera a los deseos del emperador y los suyos. Yo lloraba
y les decía: “¿Ustedes desean que por el amor de un
hombre yo rompa la promesa que he hecho a Jesucristo? Mi virginidad le
pertenece a Él y yo ya no puedo disponer de ella”. —Pero eres muy joven para ese tipo de
compromiso —me decían— y proferían las más terribles amenazas para hacerme que
aceptara la mano del emperador.
La Gracia de Dios me hizo invencible. Mi padre, no pudiendo
convencer al Emperador con las razones que alegó para ser dispensado de la
promesa que había hecho, fue obligado por Dioclesiano a llevarme a su
presencia.
Tuve que soportar nuevos ataques de parte de mis padres hasta el
punto, que de rodillas ante mí, imploraban con lágrimas en sus ojos, que
tuviera piedad de ellos y de mi patria. Mi respuesta fue: “No,
no. Dios y el voto de virginidad que le he hecho, está primero que ustedes y mi
patria. Mi reino es el Cielo.”
Mis palabras, los hacía desesperar y me llevaron ante la presencia
del emperador, el cual hizo todo lo posible para ganarme con sus atractivas
promesas y con sus amenazas, las cuales fueron inútiles. Él
se puso furioso e, influenciado por el demonio, me mandó a una de las cárceles
del palacio donde fui encadenada. Pensando que la vergüenza y el dolor
iban a debilitar el valor que mi Divino Esposo me había inspirado. Me venía a
ver todos los días y soltaba mis cadenas para que pudiera comer la pequeña
porción de pan y agua que recibía como alimento, y después renovaba sus
ataques, que si no hubiera sido por la Gracia de Dios no hubiera podido
resistir.
Yo no cesaba de encomendarme a Jesús y su Santísima Madre.
Mi cautiverio había durado
treinta siete días, cuando, en el medio de una luz divina, vi a María con Su
Divino Hijo en Sus brazos. Ella me dijo: “Hija Mía, tres días más de prisión, y después de 40 días dejarás
este lugar de sufrimiento.”
Las felices noticias hicieron mi corazón latir de gozo, pero como
la Reina de los Ángeles había añadido, dejaría la prisión, para ser sometida a tormentos mucho más terribles que los anteriores.
Pasé del gozo a una terrible angustia,
que pensaba me mataría. Entonces me dijo la Reina de los Cielos:
“Ten
valor, hija Mía, ¿no sabes el amor y la predilección que tengo por ti? El
nombre que has recibido en tu bautismo es garantía de ello, y la semejanza que
tiene con Mi Hijo y conmigo. Como tú te llamas Lumela y tu Esposo se llama Luz,
Estrella, Sol; y como soy llamada Aurora, Estrella, la Luna en su máximo fulgor
y Sol. No temas, Yo te asistiré. Ahora que tu naturaleza se debilita, con toda
justicia, en su momento, la Gracia te prestará sus fuerzas y el Ángel, que
también es Mi Ángel Gabriel, que su nombre expresa Fortaleza, vendrá en tu
auxilio. Te recomendaré especialmente a él para tu cuidado como mi más querido
bien.”
Las palabras de la Reina de las
Vírgenes me dieron nuevamente valor y la visión desapareció, dejando la prisión
llena de un perfume celestial.
Lo que se me había anunciado, pronto se realizó. Dioclesiano
perdiendo todas sus esperanzas de hacerme cumplir la promesa de mi padre, tomó
la decisión de torturarme públicamente y el primer tormento era ser flagelada.
“Debido a que ella no se avergüenza de
preferir a un malhechor, condenado por su mismo pueblo a una muerte infame, en
lugar de un emperador como yo, entonces merece que mi justicia la trate a ella
como él fue tratado”.
Ordenó que me quitaran mis vestidos, que
fuera atada a una columna y en presencia de un gran número de personas de la
corte, hizo que me azotaran con tal violencia, que mi cuerpo se bañó en sangre,
y lucía como una sola herida abierta. El tirano pensando que me iba a desmayar
y morir, me hizo arrastrar a la prisión para que muriera.
Dos ángeles brillantes con luz,
se me aparecieron en la oscuridad y derramaron un bálsamo en mis heridas,
restaurando en mí la fuerza que no tenía antes de mi tortura.
Cuando el emperador fue informado del cambio que en mí había
ocurrido, me hizo llevar ante su presencia y trató de hacerme ver que mi
curación se la debía a Júpiter, diciendo: “Él ha decidido positivamente que tú
serás la emperatriz de Roma”. Y lanzó seductoras palabras y promesas de
grandísimos honores y aduladoras caricias, esforzándose por completar el
trabajo del Infierno que había comenzado; pero el Espíritu Santo al cual había
encomendado mi constancia, llenó de luz mi entendimiento en ese instante para
dar todas las pruebas de la solidez de nuestra Fe, a las que ni Dioclesiano ni
ninguno de sus cortesanos presentes pudieron nunca responder.
Entonces se renovó su frenética
ira y ordenó que fuera sumergida en las aguas del Tíber con un ancla en el
cuello. La orden fue ejecutada, pero Dios no permitió que esto tuviera éxito;
en el momento en el cual iba a ser precipitada al río, dos ángeles vinieron en
mi socorro, cortando la soga que estaba atada al ancla, la cual fue a parar al
fondo del río, y me transportaron gentilmente a la vista de la multitud, a las
orillas del río.
Este milagro obró un
maravilloso efecto en un gran número de espectadores que se convirtieron a la
fe; pero Dioclesiano, lo atribuyó a cierta magia secreta y me
arrastraron por las calles de Roma y ordenó que me dispararan una lluvia de
flechas; cuando las recibí, mi sangre fluía por todos lados; él ordenó, cuando
estaba exhausta y moribunda, que fuera llevada nuevamente al calabozo.
El cielo me honró con un nuevo favor. Entré en un dulce sueño y
cuando desperté estaba totalmente curada.
El tirano lleno de rabia dijo: “Que sea nuevamente traspasada con
flechas afiladas”. Otra vez los arqueros doblaron sus arcos, con todas sus
fuerzas, pero las flechas se negaron a salir. El Emperador estaba presente y a
la vista de esto se llenó de rabia, y diciendo que yo era una maga, pensó que
la acción del fuego destruiría este “encantamiento”. Entonces
ordenó que las puntas de las flechas fueran calentadas en un horno al rojo vivo
y con ellas mandó apuntar nuevamente contra mí. Y esta vez las flechas fueron
disparadas, pero éstas, luego de recorrer parte de la distancia que las
separaba de mí, tomaron milagrosamente la dirección contraria desde donde
habían sido lanzadas y seis arqueros fueron muertos por éstas; entonces varios de ellos
renunciaron al paganismo y la gente comenzó a rendir público testimonio del
poder de Dios que me había protegido. Esto enfureció al tirano, que determinó
apresurar mi muerte, ordenando que mi cabeza fuera cortada con un hacha.
Entonces, mi alma voló hacia mi
Divino Esposo, el cual me coronó con la corona de la virginidad y la palma del
martirio, y distinguida con esta elección, tengo parte en el gozo de Su Divina
Presencia. Este día que fue tan feliz para
mí por verme entrar en la Gloria, fue un Viernes, y la hora de mi muerte, la
tres de la tarde: el mismo día y la misma hora en que el Divino Maestro
expiró.”
San
Juan Vianney y Santa Filomena
San Juan Vianney era muy devoto de Santa Filomena. Existía un perfecto entendimiento entre el Cura de Ars y la Santa.
La
eligió como su patrona y el sentía su presencia constantemente. La llamaba con
los nombres mas tiernos y familiares y no dudaba en inducir a otros a que
invocaran su intercesión en sus necesidades de cuerpo y alma.
Conoció
a la Santa a través de Pauline Jaricot, la cual le ofreció parte de la preciosa
reliquia que había obtenido en Mugnano. Inmediatamente se puso a trabajar para
erigir una Capilla en su Iglesia y así custodiar con dignidad la reliquia. El
lugar pronto se convirtió en escena de innumerables curaciones, conversiones y
milagros.
CORONILLA DE SANTA FILOMENA
La pequeña Coronilla de Santa Filomena está compuesta por tres
cuenta blancas (símbolo de la virginidad), en honor de la Santísima Trinidad;
13 cuentas rojas (símbolo del martirio), conmemorando la edad de Santa Filomena
en la Tierra y una medalla de la Santa.
Esta devoción (debida al Santo Cura de Ars), consiste en
rezar un Credo, tres Padre Nuestros (en las cuentas blancas) y trece Ave Marías
(en las cuentas rojas), finalizando con la invocación:
“Santa
Filomena: Ruega por nosotros.”
*VENERABLE
MADRE
Mª LUISA DE JESÚS
Mª LUISA DE JESÚS
Sor María Luisa de Jesús, conocida
antes como Cannela Ascione, nació en Barra el 23 de febrero de 1799. Cuando
todavía era muy joven fue llamada a la santidad perfecta. Cuando solamente
tenía 13 años tuvo, como Santa Teresa, la visión del infierno. Desde entonces,
nuestra Cannela vivía una vida de oración y penitencia.
Al perder a su Hijo Vincenzo, muerto
en el frente en la primera guerra mundial Paolina Mannucci, madre de Cannela se
trasladó, el 6 de enero de 1915 a Nepi en la hacienda La Massa, donde el
hermano Felipe administraba, desde 1911, las propiedades de los duques Lante de
la Rovere.
Acostumbrada anteriormente a asistir
al asilo de las Religiosas de la Sagrada Familia en Monte Romano y a jugar con
sus coetáneos, de improviso la pequeña se encuentra en la soledad campestre de
la hacienda. Su madre y su tío, preocupados por la educación de la niña, el 5
de septiembre, hacia el final ya de los trabajos de la estación, deciden
confiarla como interna a las monjas Cistercienses, cuyo monasterio distaba unos
cientos de metros de la iglesia de los Santos Mártires Tolomeo y Romano,
popularmente llamada «del Rosario», parroquia confiada a la Orden de los
Siervos de María.
Habiendo entrado en el monasterio a
los 5 años, Cannela saldrá por primera vez a los 12 a causa de su estado
precario de salud. Las demás internas, la mayoría residentes en Nepi, durante
los periodos estivales regresaban a sus casas; la única que no dejaba el
monasterio, era Cannela, por voluntad tanto de su madre como de su tío,
deseosos de tenerla lejos del oír blasfemias o conversaciones torpes de
personas que no siempre tienen temor de Dios, algo frecuente durante los
periodos de trabajos agrícolas. A la misma Cannela le agradaba no dejar los
amados muros claustrales, porque se había apegado a las monjas. Después de
algunos problemas de salud, a los 18 años vistió el hábito de las Hermanas
Dominicas y escogió el nombre Sor María Luisa de Jesús. Más adelante fundó la
familia religiosa de "Oblatas de Nuestra Señora Dolorosa y Santa
Filomena". Un día, después de haber recibido la Santa Comunión,
absorta en un éxtasis, escuchó la voz de Nuestro Señor, diciéndole que le dio
el regalo de interpretar el libro del Apocalipsis y luego le dio la explicación
de toda las Sagradas Escrituras.
Sus obras admirables,
comunican doctrina profunda, ascética, y teológica de una manera muy simple y
clara. Fueron publicada por los Padres Dominicanos de Imola, diócesis del Obispo
Mastai Ferritti, quien llegó a ser el Papa Pio IX. Este Santo Padre tenía gran
respeto por Sor María Luisa, y desde el principio de su pontificado, le
escribía cartas personales llamándola siempre su "hija más querida".
El 10 de enero de 1875
(El cumpleaños de Santa Filomena) después de una vida totalmente dedicada al
sacrificio por las almas, entregó su espíritu a Dios para recibir la recompensa
merecida. La Sierva de Dios, Annibale de Francia de Messina, en conmemoración a
ella, el 3 de diciembre de 1922, dijo, "Hay glorias que no pertenecen
solamente a una sola ciudad sino a toda la Iglesia y a todos los fieles. Así es
la Sierva de Dios, Sor María Luisa de Jesús".
Después de esta reseña
biográfica de Sor María Luisa terminamos afirmando que sería un error si
dijéramos que el culto de Santa Filomena se propagó debido solamente a las
revelaciones de esta santa monja. Antes de que Sor María Luisa las
recibiera, nuestra Filomena ya era conocida por todo el mundo a causa de sus
numerosos milagros. Tampoco pueden considerarse estas revelaciones como el
fruto de la imaginación de la visionaria. Su bondad y virtud, el aprecio que
siempre se le tenía y la santidad de su muerte, constituyen, por lo menos, un
fundamento para hacer creíbles sus revelaciones.
Además, las revelaciones con respecto
a la vida de Santa Filomena, representan solamente una parte de otras más
extraordinarias que le hizo Dios a esta alma elegida. Es poco probable que
tantas obras bíblicas, ascéticas y morales admiradas por los más distinguidos
teólogos, puedan haber sido compuestas por una monja pobre y analfabeta, si no
hubiera habido una divina inspiración continua.
Aparte de toda otra
consideración, las revelaciones de que tratamos, recibieron el Imprimátur de la
Santa Sede el 21 de diciembre de 1833. Por eso, los críticos superficiales,
antes de juzgarla descaradamente, bien podrían meditar y leer los escritos y
autobiografía de la Sierva de Dios.
Finalmente, podemos
tener en cuenta la opinión del Venerable Bartolomé Longo acerca de la personalidad ascética y mística de la Sierva de Dios.
"¡Cómo se elevaba el espíritu al conversar con aquella Santa Anciana!
Siempre estaba tranquila y sonriente. Era la sonrisa de la gracia que hacía que
se iluminase su rostro. El gozo y la felicidad de su alma tocaba a las almas de
todos aquellos que tenían contacto con ella
¡Cómo se elevaba el espíritu al conversar con aquella Santa Anciana!
Siempre estaba tranquila y sonriente.
Era la sonrisa de la gracia que hacía que se iluminase su rostro. El gozo y la felicidad de su alma tocaba a los que tenían contacto con ella. (Venerable Bartolo Longo)
Era la sonrisa de la gracia que hacía que se iluminase su rostro. El gozo y la felicidad de su alma tocaba a los que tenían contacto con ella. (Venerable Bartolo Longo)