Fuego Eterno


El Infierno Existe y es Eterno



¿Qué es el infierno?
El infierno es un estado que corresponde, en el más allá, a los que mueren en pecado mortal y enemistad con Dios, habiendo perdido la gracia santificante por un acto personal, es decir, inteligente, libre y voluntario.

¿En verdad existe el infierno?
Jesucristo habla del infierno muchísimas veces en el Evangelio y expresa claramente su carácter de castigo doloroso y eterno.
¿Crees que si no existiera el infierno, Jesús hubiera empleado su tiempo, que Él sabía muy valioso, hablando de una mentira, algo ficticio, sólo para asustar a los hombres?
Jesucristo sabía lo que es el infierno y por eso vino al mundo: a librarnos de ese castigo, a enseñarnos el camino para llegar al Cielo.
Por otra parte, si el infierno no existiera, ¿qué sentido tendría la salvación? ¿A qué hubiera venido Jesús al mundo? ¿A salvarnos de qué?

La existencia del infierno es un dogma de fe definido por el Cuarto Concilio de Letrán
CIC 1035 «La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, ‘el fuego eterno’ (cf. DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575; Credo del Pueblo de Dios, 12). 

La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira» (Catecismo de la Iglesia Católica 1035; ver también 1033-1037).

El infierno es el conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno. Jesucristo habla en el Evangelio quince veces del infierno, y catorce veces dice que en el infierno hay fuego.

Y en el Nuevo Testamento se dice veintitrés veces que hay fuego. Aunque este fuego es de características distintas del de la Tierra, pues atormenta los espíritus, Jesucristo no ha encontrado otra palabra que exprese mejor ese tormento del infierno, y por eso la repite.

LA ENSEÑANZA DE SANTO TOMÁS DE AQUINO SOBRE EL INFIERNO Y SUS PENAS


Se advierte claramente la gravedad del infierno en la sentencia que pronunciará Cristo Salvador y Juez nuestro a los malos castigados: «Apartaos de Mí, malditos. Id al fuego eterno, que fue destinado para el diablo y sus ángeles» (Mat 25, 41)
Con la expresión «apartaos de Mí», se significa que se castiga con  lo que se llama «pena de daño», que es la mayor pena que se pueda recibir. En primer lugar, porque es estar arrojado de la vista de Dios a la mayor distancia. En segundo lugar, porque no se tiene el consuelo de la esperanza que pueda redimirse ni finalizar nunca. Por último, en tercer lugar, porque se carecerá eternamente de la luz y el calor de la vida divina.
Con la de «malditos», se entiende que les perseguirá la justicia divina con toda clase de maldiciones. Aumenta con ello su pesar y desconsuelo, porque al ser apartados de la presencia de Dios no se les ha considerado dignos de alguna cosa buena por la que merecieran una bendición. No pueden así esperar nada que alivie su aflicción y desgracia.
El otro castigo que sigue está significado con el mandato «id al fuego eterno». A este otro tipo de castigo se denominan «pena de sentido», porque se sufre con los sentidos. Entre todos los tormentos está el del fuego. A estos sumos dolores sentidos se suma además el mal de saber que durará eternamente.
Por último, de las palabras finales «que fue destinado para el diablo y sus ángeles» se infiere que el castigo eterno de los condenados incluirá toda clase de penas. La razón es porque tendrán que soportar a los demonios, una malísima compañía. No tendrán ni el consuelo que podían tener en su vida terrenal del alivio de alguna persona, que sufriera también la misma desventura y que fuera afable y caritativo con él.

VISIÓN DE INFIERNO EN FÁTIMA
El viernes 13 de julio de 1917, Nuestra Señora se apareció en Fátima y les habló a los tres pequeños videntes. Nuestra Señora nunca sonrió.
(¿Cómo podía sonreír, si en ese día les iba a dar a los niños la visión del Infierno?)

Ella dijo: “Oren, oren mucho porque muchas almas se van al Infierno”

Nuestra Señora extendió sus manos y de repente los niños vieron un agujero en el suelo. Ese agujero, decía Lucía, era como un mar de fuego en el que se veían almas con forma humana, hombres y mujeres, consumiéndose en el fuego, gritando y llorando desconsoladamente. Lucía decía que los demonios tenían un aspecto horrible como de animales desconocidos. Los niños estaban tan horrorizados que Lucía gritó. 

Ella estaba tan atemorizada que pensó que moriría.
María dijo a los niños:
“Ustedes han visto el Infierno a donde los pecadores van cuando no se arrepienten”. “Al decir estas palabras, abrió de nuevo las manos como en los dos meses anteriores. El reflejo (de luz que ellas irradiaban) parecía penetrar en la tierra y vimos un como mar de fuego y, sumergidos en ese fuego, a los demonios y las almas como si fueran brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma humana, que fluctuaban – en el incendio llevadas por las llamas que salían de ellas mismas juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todos los lados – semejante a la caída de pavesas en los grandes incendios – pero sin peso ni equilibrio, entre gritos y lamentos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor. Los demonios se distinguían por formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como negros tizones en brasa”

La Virgen dijo a los pastorcitos:
Sacrificaos por los pecadores y decid muchas veces, y especialmente cuando hagáis un sacrificio: “¡Oh, Jesús, es por tu amor, por la conversión de los pecadores y en reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María!.

Al decir estas últimas palabras abrió de nuevo las manos como los meses anteriores. El reflejo parecía penetrar en la tierra y vimos como un mar de fuego y sumergidos en este fuego los demonios y las almas como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas, de forma humana, que fluctuaban en el incendio llevadas por las llamas que de ellas mismas salían, juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todo los lados, semejante a la caída de pavesas en grandes incendios, pero sin peso ni equilibrio, entre gritos y lamentos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor. (Debía ser a la vista de eso que di un “ay” que dicen haber oído.)
Los demonios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como negros tizones en brasa. Asustados y como pidiendo socorro levantamos la vista a Nuestra Señora, que nos dijo con bondad y tristeza:

Habéis visto el infierno, donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas Dios quiere establecer en el mundo la Devoción a Mi Inmaculado Corazón. Si hacen lo que yo os digo se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra terminará pero si no dejan de ofender a Dios en el reinado de Pío XI comenzará otra peor. Cuando viereis una noche alumbrada por una luz desconocida sabed que es la gran señal que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes por medio de la guerra, del hambre, de la persecución de la Iglesia y del Santo Padre. Para impedir eso vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora de los primeros sábados. Si atendieran mis deseos, Rusia se convertirá y habrá paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones de la Iglesia: los buenos serán martirizados; el Santo Padre tendrá que sufrir mucho; varias naciones serán aniquiladas. Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz. En Portugal el dogma de la fe se conservará siempre, etc. (Aquí comienza la tercer parte del secreto, escrita por Lucía entre el 22 de diciembre de 1943 y el 9 de enero de 1944.) Esto no lo digáis a nadie. A Francisco sí podéis decírselo.

Cuando recéis el rosario, decid después de cada misterio: Jesús mío, perdona nuestras culpas, líbranos del fuego del infierno, lleva todas las almas al cielo, especialmente a las más necesitadas de tu misericordia.”  

DESCRIPCIÓN DEL INFIERNO DADAS POR NUESTRO SEÑOR, POR SU GRACIA,  A DISTINTAS PERSONAS

·        A María Valtorta, mística italiana



María Valtorta nace en Caserta (Italia) el 14 de Marzo de 1897. Fue enfermera y tras sufrir la agresión de un manifestante quedó paralítica de cintura para abajo lo que le obligó a estar postrada durante los 27 últimos años de su vida. Tuvo revelaciones de Dios quien le contó toda su vida que ella consignó bajo el título de "El Evangelio como me ha sido revelado". Muere en Viareggio, a los 64 años, el 12 de Octubre de 1961.
Ella relata:
El Señor hablo a María Valtorta sobre el infierno el 15 de enero de 1944:
Dijo Jesús: "Una vez te hice ver el monstruo del abismo. Hoy te hablaré sobre su Reino...
Recuerda que tienes la misión de llamar a todos a la verdad porque muchos la han olvidado.
Y este olvido que es en realidad desprecio por las verdades eternas, procura muchos males a los hombres.
Los hombres de esta época ya no creen en la existencia del Infierno.
Se han fabricado un más allá a su gusto para hacerlo menos aterrador a sus conciencias merecedoras de muchos castigos.
Discípulos más o menos fieles del espíritu del mal saben que su conciencia no se atrevería a cometer ciertos delitos si realmente creyeran en el Infierno tal como la Fe enseña que es.
Saben que ante ciertos delitos cometidos, con el remordimiento encontrarían el
arrepentimiento.
En el miedo encontrarían el arrepentimiento y con el arrepentimiento, el camino para volver a Mí.
Su malicia enseñada por Satanás, del cual son siervos y esclavos, secundada por su adhesión a los deseos y sugerencias del maligno, no quiere este retroceso ni este retorno.
Por eso anulan la Fe en eI infierno tal cual es, y se fabrican otro. Lo cual no es más que una tregua para tomar impulso a otras futuras equivocaciones.
He dicho Yo, Dios Uno y Trino, que quien va al Infierno permanecerá en él por toda la eternidad, porque de esa muerte no se surge a una nueva resurrección. He dicho que aquel fuego es eterno y que ahí serán acogidos todos los operadores de escándalos y de iniquidad.
No crean que eso será sólo hasta el momento del fin del mundo, no, porque después de la tremenda revisión, más despiadada quedará aquella morada de llanto y tormento.
El Infierno es remordimiento, es cólera, es odio.
Odio hacia Satanás, odio hacia los hombres, odio hacia sí mismos. Después de haber adorado en la vida a Satanás en vez de adorarme a Mí, ahora lo poseen y lo ven en su verdadero aspecto, ya no escondido bajo la maligna sonrisa de la carne, el reluciente brillo del oro, o el poderoso signo de la supremacía. Terminan allí por haber olvidado su dignidad de hijos de Dios.
Terminan ahí por haber adorado a los hombres, hasta convertirse por ellos en asesinos, en ladrones, en tramposos, en mercaderes de inmundicia. Ahora encuentran a su dueño... por el cual han matado, robado, estafado, vendido su honor y el honor de muchas infelices criaturas, débiles e indefensas, haciéndolas instrumentos de vicios que las bestias no conocen, de la lujuria, atributo del hombre envenenado por Satanás.
Están allí por haberse dado a todas las satisfacciones, despreciando las leyes de Dios y las leyes morales.
Todo el dolor de haber traicionado a Dios en el tiempo (cuando vivos) está frente al alma por toda la eternidad.
Todo el error de haber rechazado a Dios en el tiempo, está presente para su tormento por toda la eternidad.
Han querido el fuego de las pasiones. Ahora tienen el fuego ardiente de Dios de cuyo santo fuego se burlaron.
El fuego responde al fuego. ¡Oh! lo que es el Infierno, no lo podéis imaginar.
Tomad todo lo que constituye tormento para el hombre sobre la Tierra. Fuego, hielo, agua que ahoga, hambre, sueño, heridas, enfermedades, llagas, muerte; y si hacéis con ello una cantidad única multiplicándola millones de veces, no tendréis más que un fantasma de aquella tremenda verdad.
Al ardor insostenible se mezcla el hielo sideral.
Los condenados ardieron con todos los fuegos humanos, habiendo tenido únicamente hielo espiritual hacia el Señor su Dios. El hielo los espera para congelarlos después que el fuego los haya [calentado] como peces puestos a asar. Tormento sobre tormento es este pasar del fuego que derrite al hielo que congela. ¡Oh! no es una descripción metafórica porque Dios hace que las almas cargadas de culpa tenga sensibilidad igual a las de la carne, aún antes que se vuelvan a revestir de carne. "Vosotros no sabéis, no creéis, pero en verdad os digo que os convendría más soportar todos los tormentos de mis mártires, antes que una hora de aquella tortura infernal. La oscuridad será el tercer tormento. Oscuridad material y espiritual. La reverberación de los espíritus ardiendo ilumina sólo el nombre del pecado por el cual están confinados. El horror de permanecer siempre en las tinieblas después de haber visto la luz del Paraíso y estar abrazado por las tiniebla, después de haber visto la luz de Dios. Tener que debatirse en aquel horror tenebroso sin encontrar excusas en aquella promiscuidad de espíritus que se odian y se dañan recíprocamente. Se ha dicho que la muerte nutrirá a la muerte. La desesperación es muerte y nutrirá a estos muertos por toda la eternidad.... Yo Dios... cuando descendí... tuve horror de aquel horror... y vosotros queréis ir a él. Meditad, oh hijos, estas palabras mías. La vida sobre la Tierra no dura más que unos pocos días. La vida comienza cuando parece que acaba, y entonces ya no tiene fin. Haced que para vosotros transcurra donde la Luz y la Gloria de Dios hacen bella la eternidad y no donde Satanás es el eterno verdugo.

·        A Santa Faustina Kowalska. Vidente de Jesús de la Divina Misericordia



Santa Faustina Kowalska, Nació el 25 de agosto de 1905 y muere el 5 de octubre de 1938, fue Canonizada el 30 de abril del 2000, año jubilar. Esta religiosa polaca recibió mensajes de Jesús sobre su Divina Misericordia. Providencialmente esta devoción tan necesaria para nuestros tiempos se ha propagado por el mundo entero.
Ella nos dice en su diario:
En una ocasión, Sor Faustina relata este hecho en su diario ―me puse de rodillas delante del crucifijo y empecé a implorar la misericordia. Sin embargo, Jesús no oyó mis llamamientos. Me sentí despojada completamente de las fuerzas físicas, caí al suelo, la desesperación se apoderó de toda mi alma, sufrí realmente las penas infernales, que no difieren en nada de las del infierno. En tal estado permanecí durante tres cuartos de hora.‖ ―Una vez vi a dos hermanas que iban a entrar en el infierno. Un dolor inexpresable me rasgó el alma; pedí a Dios por ellas, y Jesús me dijo: Ve a decir a la Madre Superiora que estas dos hermanas están en ocasión de cometer un pecado grave. Al día siguiente se lo dije a la Superiora. Una de ellas ya se había arrepentido y se encontraba en estado de fervor y la otra aun estaba en un gran combate.‖ ―De repente mi celda se llenó de figuras negras, llenas de furia y de odio hacia mí. Una de ellas dijo: Maldita tú y Aquel que está en ti, porque ya empiezas a atormentarnos en el infierno. En cuanto pronuncié: Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, en seguida esas figuras desaparecieron ruidosamente.‖ ―Por la noche, mientras escribía, oí en la celda esta voz: No salgas de esta Congregación, ten piedad de ti misma, te esperan grandes sufrimientos. Cuando mire hacia allí de donde salía la voz, no vi nada y continué escribiendo. De repente oí un ruido y estas palabras: Cuando salgas, te destruiremos. No nos atormentes. Cuando miré vi muchos monstruos feos; cuando hice con el pensamiento la señal de la cruz, se disiparon todos inmediatamente. Que horriblemente feo es Satanás; pobres las almas que tienen que vivir en su compañía, verlo solamente es más repugnante que todos los tormentos del infierno. Un momento después oí en el alma esta voz: No tengas miedo de nada, no te sucederá nada sin Mi voluntad. Después de estas palabras del Señor una fuerza misteriosa entró en mi alma; me alegro grandemente de la bondad de Dios.‖ ―Convéncete de esto para siempre, vigila sin cesar porque todo el infierno se empeña en contra de ti a causa de esta obra, ya que muchas almas se alejarán de la boca del infierno y glorificarán Mi misericordia. Pero no tengas miedo de nada, porque Yo estoy contigo; debes saber que por ti misma no puedes nada.‖ ―Vi a Nuestra Señora visitando a las almas del Purgatorio, la llamaban Estrella del Mar. Luego mi ángel guardián me pidió que regresáramos, al salir de esta prisión de sufrimiento, escuché la voz interior del Señor que decía: ‘Mi Misericordia no quiere esto, pero lo pide mi Justicia’"

En otra parte del mismo diario nos dice:
"Hoy he estado en los abismos del infierno, conducida por un ángel. Es un lugar de grandes tormentos, ¡qué espantosamente grande es su extensión! Los tipos de tormentos que he visto: el primer tormento que constituye el infierno, es la pérdida de Dios; el segundo, el continuo remordimiento de conciencia; el tercero, aquel destino no cambiará jamás; el cuarto tormento, es el fuego que penetrará al alma, pero no la aniquilará, es un tormento terrible, es un fuego puramente espiritual, incendiado por la ira divina; el quinto tormento, es la oscuridad permanente, un horrible, sofocante olor; y a pesar de la oscuridad los demonios y las almas condenadas se ven mutuamente y ven todos el mal de los demás y el suyo; el sexto tormento, es la compañía continua de Satanás; el séptimo tormento, es una desesperación tremenda, el odio a Dios, las imprecaciones, las maldiciones, las blasfemias. Estos son los tormentos que todos los condenados padecen juntos, pero no es el fin de los tormentos. Hay tormentos particulares para distintas almas, que son los tormentos de los sentidos: cada alma es atormentada de modo tremendo e indescriptible con lo que ha pecado. Hay horribles calabozos, abismos de tormentos donde un tormento se diferencia del otro. Habría muerto a la vista de aquellas terribles torturas, si no me hubiera sostenido la omnipotencia de Dios. Que el pecador sepa: con el sentido que peca, con ése será atormentado por toda la eternidad. Lo escribo por orden de Dios para que ningún alma se excuse diciendo que el infierno no existe o que nadie estuvo allí ni sabe cómo es. Yo, Sor Faustina, por orden de Dios, estuve en los abismos del infierno para hablar a las almas y dar testimonio de que el infierno existe. Ahora no puedo hablar de ello, tengo la orden de dejarlo por escrito. Los demonios me tenían un gran odio, pero por orden de Dios tuvieron que obedecerme. Lo que he escrito es una débil sombra de las cosas que he visto. He observado una cosa: la mayor parte de las almas que allí están son las que no creían que el infierno existe. Cuando volví en mí no pude reponerme del espanto, qué terriblemente sufren allí las almas. Por eso ruego con más ardor todavía por la conversión de los pecadores, invoco intensamente la misericordia de Dios para ellos. Oh Jesús mío, prefiero agonizar en los más grandes tormentos hasta el fin del mundo, que ofenderte con el menor pecado".

·        Oliva vidente de Jesús de la Misericordia en Garagoa Colombia



Narración:
Le besando los pies a Jesús...
” No supe que paso, pero vi que un hueco inmenso se abrió bajo los pies del señor. No sé si viajamos atreves de Él, pero pronto me vi en el infierno. Escuche, gritos, lamentos, había desesperación, aquel lugar era horrible. Sentí miedo, sentí morirme de pavor, y me dije, hay de mi señor donde estoy!!!! El señor me dijo: “no temas nada, nada te pasara, yo estoy contigo, observa bien”

Entonces vi una hornilla como la boca de un volcán. De ella salían llamas inmensas. Era como un fondo donde se cocina la caña para hacer miel. Como un lago de azufre hirviendo a borbollones, había allí mucha gente que gritaba y pedía auxilio sin ser escuchados. Unos insultaban, otros estaban vestidos lujosamente, otros estaban sin ropa. Creo que estaban con la ropa que lo enterraron. Un hombre muy rico, con mantos y anillos en los dedos, y cadenas en el cuello, sacaba la mano y decía, sálvame por esto! y mostraba como un gajo de cebolla. Pero las llamas empezaban a consumir el gajo de cebolla hasta quemarle los dedos. Creo que fue algo que dio, pero sin amor, o lo único que regalo en su vida.

El tormento era cruel, no había paz, le pegunte al Señor, este es el rechinar de dientes? Y me contesto “No, todavía no es. Es solo parte de sufrimiento, de los condenados”

Alrededor de la hornilla había demonios con las piernas cruzadas, todos tenían un trinche largo. Su aspecto era horrible, sus ojos rojos, boca malvada, sonrisa malévola, de un color casi negro como gris. Fumaban y fumaban algo que los hacía más rebeldes. Y bebían un líquido rojizo que los llenaba de soberbia.

De pronto todos se colocaron de pie en posición firme .Los condenados deseaban desaparecer. Se consumían en el lago de fuego, era una multitud incontable. El infierno se estremeció, todo tembló. Por una puerta entraba un demonio como de casi 2 metros de alto, más horribles que los otros demonios. Este tenía cuernos, garras, cola y alas como de murciélago. Los demás no tenían nada de eso. Grito y zapateo, y todo volvió a temblar, pregunte quien era, y me dijo:” Es Satanás, Lucifer, rey del inferno. ”Hasta los demás demonios le tenían miedo, a una orden dada por el, todos corrieron ante él con el trinche en la mano, en fila como un batallón de soldados. Les dijo algo que no alcancé a escuchar, púes tenía demasiado miedo. Y no le pregunte al Señor. Si el Señor no me hubiera sostenido en ese momento, yo hubiera muerto de terror.

El Señor me dijo:” Acá no hay paz ni un segundo, acá no hay nada de amor, es el reino del odio. Aquí vienen todos aquellos que me despreciaron cuando estaban vivos, libre y voluntariamente, prefirieron el mal en lugar de bien. Ahora observa bien, pues para algunos comienza el rechinas de dientes, sufrimiento y muerte eterna, gusano que no muere y fuego que no se apaga. Porque el que no está conmigo, está muerto, esa es la verdadera muerte. No la que llaman ustedes muerte”.

Los demonios corrieron hacia la hornilla después de la orden de Satanás, y metían el trinche, sacaban a los condenados traspasados por los trinches. Se movían como culebras sin poder soltarse. Gritaban se contorsionaban. Les salía sangre, alguno fueron traspasados por la espalda, otros por las piernas, otros por la cabeza agarraban los trinches queriendo salir. Pregunte al Señor: ¿porque esas almas tiene sangre? Y me dijo: ”Al infierno viene en cuerpo y alma, como al cielo van en cuerpo y alma. Estamos en el primer infierno, y ya fueron juzgados, aquí están todos los condenados desde la creación del mundo hasta el diluvio. Los demonios colocaron a los condenados como en una lámina de zinc, galvanizada y los agarraban a trinchazos entre dos o tres demonios. Luego como con un cortaúñas, un poco más largo, les prendían pedazos de carne y poco a poco le arrancaban las uñas, los dedos, el pelo, los gritos eran desesperados, eran gritos que terminaban en lamentos….

Para que no gritaran, sacaron una especie de arma no vista en la tierra por mí. Se la metieron en la boca. Aquella arma se abrió como una mano, y al cerrarse le agarró la lengua, y le arrancaban, bien torciéndola o tirándola. Luego con un cuchillo bien afilado, le comenzaban a volver cecina, a destazar, volver pedazos como de vistel.

Los condenados no podían gritar, sus ojos parecían salirse de ellos. Y sus mandíbulas pegaban una con otra haciendo un rechinar de dientes horrible!!! Después de desprender la carne, trozaban los huesos y los volvían nada. Por último partían la cabeza, hasta quedar trizas, todo parecía nada en al lamina. Sangre, carne en trozos, huesos, aquello era horrible. Y en los huesos había gusanos.

Entonces dije al Señor, pobres personas!!! Pensé que no iban a morir, por fin murieron, aunque los pedazos de carnes se mueven. El me dijo: “Aquí no existe la muerte fíjate bien”. Los demonios tomaron esa lamina y echaron los trozos de la persona sobre un hueco donde había llamas y fierros filosos, una especie como de molino para volver todo polvo. En la parte de abajo de ese hueco estaba otra vez el hueco de la hornilla.

Al caer ese polvo vi que las personas volvían a tener cuerpo y el que se dejaba agarrar por el trinche volvía a padecer lo mismo. Entonces pregunte al Señor: ¿Qué pasa, porque tiene que volver a vivir? Él me dijo: “La muerte ya no existe, como los hombres la llaman. Aquí se padécela la muerte eterna, que es la separación de DIOS.Y para llegar a este lugar de tormentos, cada uno llego aquí libre. Ésa fue la elección de ellos. Yo ya no puedo hacer nada por ellos. Cuando podía me despreciaron y llegaron a este lugar no creado para los hombres, para los hombres fue creado el cielo. Este lugar fue creado para Satanás y sus ángeles.”

Me di cuenta que a mayor pecado, mayor el sufrimiento. Cada uno paga según sus deudas. Y cada uno tiene castigos diferentes, pero todos sufren terriblemente. Me di cuenta que con el órgano que pecan es con el que más sufren.

Según se hundían en el lago de fuego, aparecían en un lugar de arenas candentes, al rojo vivo. El calor era sofocante, no se podía respirar y gritaban, tengo sed!!!

Entonces un demonio se le subía a la nuca y le abría la boca, hasta desgarrarla hasta los oídos. Otro demonio agarraba la arena caliente, para que la bebieran. Era tal el desespero que corrían sin control en la oscuridad iluminada únicamente por las arenas.

Chocaban con otros condenados y peleaban como perros callejeros. Al llegar al final había rocas con puertas, cada uno miraba solo una puerta, al abrirla había un hoyo, donde estaban los animales ponzoñosos y aquellos que más temían cuando estaban en la tierra. El Señor me dijo que eran castigos psicológicos. No pregunte qué era eso.

Oh pobres condenados!! Que desesperación, que pesadilla sin fin!!!

Cuando lograban salir de allí, se veían esos animales por el cuerpo y que salían por la boca y por todo lugar. Por lo único que podían correr, es por un desfiladero de piedras cortantes, se caían y se cortaban. Unos caían de frente y se cortaban todo, otros de espalda y al final había una planada, el que no lograba pararse rápidamente, una piedra redonda lo aplastaba como una cucaracha. Al lograr levantarse se botaban por un hueco que había, y caían a la hornilla del inicio, y todo volvía a repetirse.

El Señor me dijo: “¿Te diste cuenta que acá no hay descanso ni un segundo? Ahora te voy a mostrar otro lugar que está esperando a esta generación perversa y malvada. Le voy a mostrar quien sufre más y quienes van por el camino al infierno”.

Vi entonces tres hornos más grandes que el primero y Satanás gritaba: Qué se haga el juicio, eh trabajado bastante para darle la bienvenida a mi reino, he inventado nuevos castigos, y tormentos. Que vengan aquí los que pudieron salvarse y no quisieron, que vengan a mí los que me sirvieron en la tierra.

Entonces vi unas mujeres, arrastradas con cadenas, llevaban cargas como mulas, eran golpeadas atrozmente y atormentadas. Les habrían sus vientres, las dejaban gritar, la despedazaban, les daban con unas cuerdas como de hierro, las insultaban, les mostraban sus hijos que ellas habían asesinado y se las amarraban a sus pechos. Ellas escuchaban el llanto y los gritos de sus hijos (porque me mataste mama!!!) al grito del niño, sus pechos se desgarraban y comenzaban a sangrar, sus oídos sangraban y todo aquellos era horrible. Y pregunte al Señor: ¿Señor JESÚS quienes son esas mujeres y porque sufren tanto? Me contestó: ”Son todas aquellas que matan a sus hijos en el aborto, sufren porque hicieron de sus vientres tumbas, y el vientre es para dar vida. Él pecado del aborto le es a mi Padre muy difícil de perdonar. No basa con confesarlo, sino hay verdadero arrepentimiento. Hay que hacer mucha oración y penitencia, pidiendo misericordia a DIOS Padre como al hijo que asesinaron. Sus gritos y llantos estarán al frente del trono de DIOS y su sangre clamara desde la tierra al cielo”.

Y me dijo: ”Ore, Ore, por ellas, porque algunas están vivas y pueden arrepentirse. Pues muchas van por el camino del infierno”.

Vi al lado de ellas hombres y mujeres que sufrían iguales tormentos que ellas. Y pregunte, ¿estos quiénes son, y porque sufren iguales tormentos? El Señor me dijo: ”Son todos los cómplices del aborto, los que las ayudaron. Aquí pueden venir médicos, amigos, enfermeros, parientes, o alguna persona que escucho que iban a abortar, y no les dijo no lo hagas.”

Seguimos andando por ese ancho camino y vi hombres que venían cari bajos, con la lengua afuera, se la machacaban con piedras, les quemaban las manos y pies y se la atravesaban con punzones. Lo demonios descargaban toda su ira contra estos hombres. Vi como sufrían y pregunte ¿estos quiénes son y por que sufren tanto? Y me dijo el Señor: ”Son los llamados a la más alta gloria de los cielos pero la han perdido. Se han vendido y me han vendido. Ellos son mis sacerdotes. Los pecados del sacerdote son doble pena para mí, por eso su castigo es doble. Son martirizados en la lengua porque han callado mi palabra y han sido perros silenciosos, tartamudean al hablar. Se han consumido en las pasiones y llenado de mosto, vino. Para ellos la maldición y el fuego.”

Vi mujeres y hombres al lado de ellos que sufrían grandes penas y pregunte ¿Quiénes son estos? Y me dijo:” Son los que han pecado con ellos. La mujer que hace caer a un sacerdote, más le valiera no haber nacido, porque es más maldita que Judas. Lo mismo el hombre que haga pecar a un sacerdote.”

Detrás de estas había una multitud que seguían ese camino y sufrían iguales tormentos. ¿Y estos quiénes son? Y me dijo: ”Son todos aquellos que se alejaron de mí y de mi iglesia por el pecado del sacerdote y no oraron por él. El sacerdote se hizo para salvar a los hombres. Si no lo hace, lo ayudan a condenar. Pues mi palabra dice, los guardianes de mi templo están ciegos, ninguno hace nada, son todos perros mudos incapaces de ladrar, vigilantes perezoso que les gusta dormir. Perros hambrientos que jamás se hartan. Y son ellos los pastores, pero no saben comprender, cada uno va por su camino. Cada uno busca su interés, vengan dicen, busquen vinos y emborrachémonos con los licores, no ayudan al inocente y hacen desaparecer a los hombres fieles (Isaias-56-9)”.

Vi detrás de estos, hombres y mujeres que sufrían iguales tormentos, y le dije ¿quiénes son? Y me dijo “Son todos los religiosos y religiosas. Ore, ore por ellos, para que me amen y logren salvarse. No hablen nunca mal de los míos. Es como si untara el dedo con chile y me lo metiera en el ojo. Solo ore, ore por ellos, y no me causes tormentos.”

Vi hombres y mujeres que llevaban vendados los ojos, detrás de ellos iban muchos encadenados. Los demonios los insultaban, los golpeaban, y los violaban. Su tormento era cruel, y pregunte ¿quiénes son esos? Y me dijo: “Son todos los brujos, hechiceros que se han dejado enceguecer por Satanás. A ellos les esperan los tormentos inmensos, porque vivieron más cerca de Satanás acá en la tierra, más que a mí. Y sufrirán más que nunca, por haber servido en el mal, libre y voluntariamente. Los encadenados son todos aquellos que los consultan, y todos aquellos que mandan a hacer un mal de brujería. Es preferible que mataran cara a cara, y no así. Pues escrito esta, que mi Padre no salvara a esa raza, fuera de mi perros malditos, para ustedes no habrá fuego ni brazas para calentar el pan (Isaías 47- 12)”.

“Ore, ore, porque hay muchos que pueden arrepentirse. También la multitud que les siguen y sufren tormentos son los creyentes en horóscopos, invocadores de espíritu, toda persona que quiera saber el futuro, o consulte a uno de ellos, es merecedor del fuego eterno del infierno. Vi luego hombres y mujeres atados por cadenas en las manos, cada uno tiraba por su lado, se tiraban y se caían entre sí. Los demonios les decían, por su culpa sufre, dele más duro. Y pregunte ¿Quiénes son? Y me dijo: ”Son todos mis matrimonios que no viven en paz. Son dos bestias atadas por la misma cuerda.” y pregunte ¿Por qué van al infierno? Y me dijo: ”Besa mi mano” lo hice y me la coloco en los ojos. Y vi que en esos hogares había insultos, celos, peleas, y Satanás le gritaba a JESÚS . Mire, mire como tengo a sus matrimonios!! ¿Qué saco con santificarlos en el sacramento? como la primera pareja me pertenecen, pero ahora hare que pierdan la gloria, no permitiré que oren ni que vayan a misa. Y se reía a carcajadas…Mientras JESÚS lloraba. “Oren, porque hay muchos que pueden arrepentirse y cambiar”.

Vi hombres y mujeres atados por los pies, y sufrían peor que los anteriores. Y pregunte ¿estos quiénes son? Y me dijo: ”Son todos los que viven sin casarse, o han cometido adulterio o fornicación”. Y pregunte: ¿porque van al infierno? Y me toco los ojos y vi que JESUS bendecía todas las uniones entre el hombre y la mujer cuando estaban íntimamente, como la primer pareja. Pero cuando no estaban casados, era Satanás el que dormía al lado de ellos. Golpeando al Señor JESÚS, le escupía la cara diciendo: mira tú criatura el hombre convertido por mí en un animal. Aun peor que ella, ¿de qué le sirvió morir por ellos? yo destruiré tu sacramento que les permite unirse santamente. Pero yo haré de cada lecho un fuego infernal envuelto en pasiones aun no permitidas. Pues a mí si me escuchan, aunque yo no les ofrezco un reino de paz, sino de dolor…

Y JESÚS me dijo:” Mi sufrimiento para ellos ha sido inútil, por eso van al infierno. ”Y vi que unos de los castigos para ellos, es ver al hombre o mujer por el cual se condenaron en el pecho, y Satanás le daba un cuchillo filoso y ellos mismos se cortaban, y sacaban pedazos de carne hasta llegar al corazón. Diciendo, maldito, maldito, por tu culpa estoy aquí en este infierno. Te quiero sacar del pecho para siempre pero no puedo.

El Señor me dijo: ”Ore, ore, porque algunos están vivos, y se pueden arrepentir.”

Vi hombres atados con hombres, y mujeres atadas con mujeres, atados por la cintura, que se balanceaban, como animales salvajes, arrastrando una presa. Y estos quiénes son y porque sufren? El Señor me dijo: ”Son toda clase de homosexuales y lesbianas, que libre me rechazaron, y no fueron capaces de ser castos ofreciendo su vida”. Y vi como Satanás, se revolcaba en el lecho de estos pobres seres, dándoles más deseos sin llegar hacer saciados nunca. Y vi como los espíritus los atormentaban en sus partes con los que pecaron. Y vi que le atravesaban palos desde el ano hasta la boca, y le giraban.

Y pregunte ¿La presa? Y me contestó: ”Son todos aquellos que se acostaron con ellos. Ore, porque aún hay vivos que pueden salvarse, al arrepentirse. La persona homosexual que ofrezca su castidad a mí, y viva sin hacer pecar a nadie, yo derramo mi infinita misericordia, porque los amo inmensamente.”

Toda relación, anal es condenada por el Señor, es contra la naturaleza. No podemos condenar a quienes practican la homosexualidad, si hacemos lo mismo.

Vi hombres y mujeres con caras de animales, y sufrían inmensamente. Y al lado de ellos, unos que llevaban como unas cintas y unas hojas o revistas donde habían mujeres y hombres desnudos. También sufrían y van al infierno. Y le pregunte al Señor: ¿quiénes son, y también van al infierno? Si van al infierno sino se arrepienten. Los primeros son todos los que han tenido, intimidad con los animales. Rebajándose al nivel de la bestia, y aun mas que ella, porque si ella pensara, no lo haría. Y todo aquel que haga del sexo una obsesión atreves de películas, revistas, chistes grotescos, prostitución, palabra de mal sentido. Son dignos del fuego eterno, con todos sus tormentos, pues han aprendido a hablar la bajeza de Satanás y no a hablar y vivir la santidad y pureza de DIOS uno y trino.

Vi hombres y mujeres de diferentes edades, y caminaban como ciegos golpeándose con todo. Y un demonio estaba al pie de ellos, haciéndoles caer más y más. ¿Y estos quienes son Señor? Y me dijo: “Son todos los borrachos, alcohólicos van porque han destrozado el templo de Espíritu Santo, donde mora la trinidad santa. Su propio cuerpo. Y han hecho daño a sus semejantes, a sus familias, olvidándose del primer mandamiento. Amar a DIOS y al prójimo como a sí mismo. Estos no han aprendido ni siquiera a amarse.”

Y al lado de ellos, iban de diferentes edades reventados los labios, con humo en la nariz, ¿Y estos quiénes son?, pregunte, y me dijo:” Son todos los fumadores de toda clase de hierbas, droga, cigarros o vicio. Y van porque no han amado su propio cuerpo, y los que van con ellos, son todos los que ofrecen, o llevan a pecar. Yo les he dicho, que el que regala un vaso de agua, es digno de cielo eterno. Pero también quien ofrece, o hace pecar a alguien, es digno del fuego eterno. Ore, porque algunos pueden cambiar su vida, y librarse de este castigo”

Vi hombres y mujeres en minifalda, o con vestidos indecentes, y detrás de ellos, un gran número de hombres y mujeres. Y pregunte: ¿Porque van al infierno, y porque los atormentan? Me contesto: “La mujer que use minifalda va al infierno, por corromper al hombre seduciéndolo con su vestuario. Y lo mismo el hombre, van por dejarse seducir. Cuidado con el vestuario. La mujer no debe llevar pantalón y si lo lleva que no sea ajustado. Muchas parecen mulas con frenos. Los hombres no deben llevar el pantalón apretado, pero tampoco, aquellos que parecen faldas.”

Vi que iban hombres y mujeres de toda edad, hasta niños con las manos cortadas, algunos sin dedos. Y le pegunte ¿Quiénes son y van al infierno? Y me dijo: “Son todos los tramposos, los ladrones, los estafadores, los que no pagan sus deudas, los que solo se dedicaron al trabajo, los avarientos, los que en su corazón solo estaba el Dios dinero, los que nunca dieron una limosna al pobre, ni ayudaron al más pequeño de sus hermanos. Son todos aquellos que al final les tendré que decir, apártate de mi maldito, vaya al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles. Pues tuve hambre y no me dieron de comer, sed y no me dieron de beber. Fui forastero y no me alojaron, desnudo y no me vistieron, enfermo y en la cárcel y no me visitaron. Ore, ore por ellos, porque algunos están vivos y pueden cambiar su corazón de piedra (Mateo 25.)”.

Vi hombres y mujeres de todas las edades, que llevaban la lengua afuera, y un demonio, iba montado sobre sus hombros, metiéndole su lengua en la boca de ellos. Era una gran cantidad y le pregunte al Señor ¿Quiénes son Señor, y porque traen ese demonio? Me dijo:” Son todos los chismosos, calumniadores, mentirosos, son todos aquellos incapaces de domar la lengua. Que hicieron mal, pues esta cargada de veneno mortal, como escrito está en mi apóstol Santiago “Sepan domar su lengua” El demonio que llevan es el demonio del chisme, ore para que se conviertan, porque algunos están vivos, y no vengan a este lugar de castigo.”

Vi hombres y mujeres que de sus bocas salían sapos, y víboras. ¿Y estos quiénes son? Pregunte. “Son todos los que pudieron enseñar mi fe y mi doctrina y no lo hicieron. Pero si enseñaron cosas falsas basadas en teorías sin poderse comprobar. Son los maestros, escritores, catequistas, sacerdotes y padres de familia y todo el que pueda enseñar mi fe. Y toda persona que destruya la fe de mis pequeños niños. Yo les he escrito, hay del que enseñe otra palabra, hay del que escandalice a uno de estos pequeños, mas le valiera amarrarse una piedra de moler al cuello y tirarse al mar. Ore, ore porque para ellos, el castigo es tremendo. Y no lleguen al lugar del castigo.”

Vi familias y padres e hijos golpeándose. De sus bocas salieron llamas de fuego. Y pregunte: ¿porque vienen aquí y porque los atormenta el demonio, y porqué sale fuego? Y me dijo: “Son los padres que no se hicieron amar y respetar con sus hijos, los insultaron. Son los hijos altaneros y groseros con sus padres.” Y pregunte: ¿Por qué van ellos ahí? Y me dijo: ”Al final cuando cada uno se presente ante el justo juez, sino fueron buenos van a decir, maldito de mi por no haber respetado y amado a mis padres. Y por esa maldición va al infierno. O va a decir, maldito por no obedecer y seguir la fe católica. O al contrario, van decir, maldito mis padres porque no me enseñaron a respetarlos y amarlos. Por esa maldición los padres van al infierno.

Al contrario los padres deben respetar y dar amor a sus hijos. Jamás con insultos. “Ore, ore, porque algunos pueden salvarse”

Vi que en esas casas, donde el padre y la madre, insulta a sus hijos, los demonios salen de sus bocas como gusanos o serpientes que se arrastran. Y poco a poco van y se meten al otro hijo, o al esposo que está lejos. Vi que la única manera para acabar esos demonios en esas casas, es rezar y especialmente el santo rosario.

Vi gente de toda clase y edades que votaban dinero al aire y alrededor de ellos, gente muriéndose de hambre. ¿Y estos quiénes son y porque van al infierno? Y me dijo:” Son todos los que desperdician el dinero en lo que no sirve, son los que compran cosas innecesarias, son los que hacen fiestas para sus gustos, invitan únicamente a los que puede llevarles algo o lo invitan a otra fiestas. Son todos los que desperdiciaron comprando en demasiadas cosas y la dejan dañar en sus refrigeradores en vez de regalarlas. Y nunca hacen obras de misericordia, solo piensan en ellos mismos mientras alrededor del mundo se mueren de hambre. Ore, ore por ellos para que se conviertan, y no vayan al lugar del castigo”.

Vi jóvenes que llevaban aparatos en sus oídos, no pregunte que aparatos porque no los conozco, conectados a una radio, caminaban como sonámbulos. Por esos aparatos les entraban escorpiones, sapos y muerte. Y pregunte ¿Quiénes son? Y me dijo: “Son todos aquellos que escuchan música satánica, rock, la música metálica y se han convertido en adoradores del diablo que los llevan a su propia muerte y les hacen perder el sentido de la vida, son todos los que entran a culto satánico, discotecas u en sus casas se encierran escuchando a alto volumen esa maldita música, para ellos la vida no tiene sentido, ni estudiar ni nada. Se vuelven perezosos y rebeldes. Pobre juventud va a la perdición, ya no hay inocencia en los mayores de 4 años. La maldita televisión y la música los han pervertido, y su corazón enceguecido se van alejando de mí. Ore, ore, para que yo pueda rescatarlos, pues viajan como moscas al mortecino. Ore, ore para que abandonen todo, y no lleguen al lugar de castigo elegido por ellos”.

Vi hombres y mujeres de toda clase, que caminaban de espalda, y un demonio los arrastraba y al caminar, tropezaban con otros, y los hacían caer. Pregunte quienes son, y me dijo: “Son todos aquellos que me iban siguiendo por el camino del cielo, pero las dificultades, los tropiezos, el desaliento, los problemas con los mismos grupos, los hicieron que me abandonaran, y hoy van camino al infierno, y se llevan a otros. A estos les es difícil volver a mí. Porque tiene un demonio que los detiene, este demonio al final los entregara a Satanás, y recibirá más orgullo por haber vencido a uno de los míos. Ore, ore por ellos, pues mi corazón se hiere continuamente, por estos nuevos judas que no quieren sufrir por mí”.

Vi hombres y mujeres de diferentes edades y clases, golpeándose el pecho con un cuchillo, luchaban por quitar un espectro humano, desde los pechos hasta sus ingles .Al golpearse sus heridas sangraban mientras que un demonio les gritaba, tú has sufrido mucho por culpa él , dele más duro, dele más duro, no le perdone no le perdone!!. Entonces pregunte: ¿Quiénes son Señor, y quienes son los que están en el pecho? El Señor me dijo: “Son todos aquellos que nunca han perdonado la falta de sus hermanos, guardan rencores, odio, resentimiento, rencillas, pensando que fueron los únicos que sufrieron. Las personas que llevan en el pecho, son sus supuestos enemigos. Y por eternidad de eternidades, lo tendrán en el pecho como castigo. Oren, oren, para que perdonen, como yo perdono, porque si no perdonan las faltas de sus hermanos, mi Padre tampoco les perdonara.”

Vi hombres y mujeres de todas las edades, sus manos sangraban, y ellos al mirarlas gritaban de terror. Y un demonio les cortaba con una espada, los pasaba por parte y parte, volviéndolos nada. Pregunte ¿Quiénes son Señor? Dijo: “Son todos los asesinos, los secuestradores, los atracadores, son todos aquellos que le han quitado la vida, a alguien, física psíquica, y espiritualmente. Son aquellos que pudiendo salvar una vida, no lo hicieron, su sangre clama, desde la tierra a cielo. La vida yo la doy y la quito cuando quiero, nadie fuera de DIOS puede quitar la vida, ni a un niño, ni aun anciano, ni aun un enfermo, solo DIOS dispone de ellos. Quien lo hace le esperan los más grandes castigos y tormentos, en el lago de azufre donde el gusano no muere y el fuego no se apaga. Ore, ore, porque hay muchos que están vivos y pueden arrepentirse, hija mía ora, especialmente por los médicos”.

Seguimos caminando y vi hombres y mujeres, jóvenes y niños de todas las clases, iban dando vueltas entre sí como perdidos y confusos, los demonios los cubrían con sus sombras, y les decían, no crean, no crean. Y pregunte ¿Quiénes son? Y me dijo: “Son todos aquellos, que pertenecen a mi iglesia o pertenecieron, pero que abandonaron los sacramentos, o si acuden no creen en ellos, ni en la gracia ni en el poder santificador atreves de ellos. Han despreciado al DIOS de la verdad por la mentira. Quienes más sufrirán, son los que no creyeron en mi real presencia, en la sagrada eucaristía, y se hicieron sacrílegos, pues mi carne es verdadera comida mi sangre es verdadera bebida y quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo le resucitare el ultimo día. Ore, ore porque algunos pueden regresar”.

Vi hombres, jóvenes, mujeres y niños con edad de razón, en gran cantidad, caminaban a tientas, pisaban cualquier luz que los podía iluminar, los demonios gritaban, no crean en la luz no crean! Y pregunte ¿Quiénes son? Y me dijo: “Son todos aquellos, que han cometido cualquier pecado y no lo han confesado, por pena, o porque no creen. O si lo confesaron, no lo hicieron con verdadero arrepentimiento. DIOS conoce el corazón de cada hombre. Ore, ore para que se conviertan. Nadie que no confiese su pecado puede entrar en el reino de los cielos”.

Entonces exclame, Señor JESÚS, DIOS mío quien puede salvarse!!!!!

Me contesto: “Tu ven y sígueme. Para DIOS nada es imposible.” Calle, y seguimos caminando. Encontramos miles, y miles que iban al camino del infierno. No pegunte quienes eran ellos, solo iba pensando, misericordia DIOS mío, misericordia Señor....

Él no me dijo quiénes eran, ni cual fue su pecado, era de toda edad, y de toda clase, y por algo que yo no entiendo, se me dio a saber, que era de toda religión, fe y creencia. Porque DIOS hace juicio sobre toda persona que vengan a esta tierra, nazca donde nazca y crea en lo que crea. Después de caminar y caminar JESÚS me dijo: “Aquí termina el camino al infierno” y se sentó sobre una piedra. Sus llagas sangraban, sus ropas eran rojas y estaba llorando. Le dije ¿Qué tienes Señor y DIOS mío? ¿Porque sus vestidos están rojos, si llegaste de blanco y porque sangran y porque está llorando?

Y me dijo: “Lloro al saber, que para ellos mi sacrificio fue inútil, y mi sangre se derramo en vano. Pues ellos no quisieron salvarse, me despreciaron. Mis ropas están rojas empapadas por mi sangre que he vertido en el dolor de sus pecados, y que ellos no quisieron recibir. Ya que mi perdón esta dado por parte de mi Padre pero ellos no me recibieron. Y yo les he escrito, el que me reciba lo hare hijo de DIOS. Oh hija mía!!, ore, ore, ayúdame a la salvación de los hombres y de las almas. Nos abrazamos y lloramos juntos, de pronto yo estaba en mi cuarto, abrazada fuertemente en él, el miedo era espantoso, todo mi cuerpo temblaba. Le dije Señor tengo miedo. Me coloco la mano sobre la cabeza y me dijo: “esto que has visto no lo contaras hasta dentro de 6 meses que te hayas repuesto completamente. Luego te llevare al cielo, y te mostrare el camino de quienes van por el”.

Oramos juntos, se despidió dejándome en paz, lo vi partir, me volvió a mirar. Aun iba llorando, sus ropas iban rojas, sus llagas, sangraban, me dijo adiós con la mano, y desapareció de mi vista.


·        Los Sueños De San Juan Bosco Sobre El Infierno



San Don Bosco, nació de una familia humilde el 16 de Agosto de 1815 y falleció en 1888. Es un gigante de santidad. Fue dotado de grandes dones naturales y sobrenaturales, como los grandes santos. Tuvo el don de profecía, el don de milagros. A los 9 años Dios le manifestó su misión apostólica. Don Bosco fue un soñador, aun sus sueños se están haciendo hoy realidad. El ayudo a la juventud más desfavorecida y aunque emprendía obras, con pocos recursos, siempre contó con la ayuda del Señor y la protección de María Santísima la Auxiliadora del mundo y jamás dejo su misión, ante las dificultades…
Don Bosco relato cuanto había visto en los sueños Fue contado el 3 de mayo de 1868 — Debo contarles otra cosa — comenzó diciendo— que puede considerarse como consecuencia o continuación de cuanto les referí en las noches del jueves y del viernes, que me dejaron tan quebrantado que apenas si me podía tener en pie. Ustedes las pueden llamar sueños o como quieran; en suma, le pueden dar el nombre que les parezca. Les hablé de un sapo espantoso que en la noche del 17 de abril amenazaba tragarme y cómo al desaparecer, una voz me dijo: — ¿Por qué no hablas? — Yo me volví hacia el lugar de donde había partido la voz y vi junto mi lecho a un personaje distinguido. Como hubiese entendido el motivo de aquel reproche, le pregunté: — ¿Qué debo decir a nuestros jóvenes? — Lo que has visto y cuanto se te ha indicado en los últimos sueños y lo que deseas conocer, que te será revelado la noche próxima. Al hombre de la noche siguiente, me dijo: — ¡Levántate y vente conmigo! Yo le contesté: —Se lo pido por caridad. Déjeme tranquilo, estoy cansado. ¡Mire! Hace varios días que sufro de dolor de muelas. Déjeme descansar. He tenido unos sueños, espantosos y estoy verdaderamente agotado. Y decía estas cosas porque la aparición de este hombre es siempre indicio de grandes agitaciones, de cansancio y de terror. El tal me respondió: — ¡Levántate, que no hay tiempo que perder! Entonces me levanté y lo seguí.
Mientras caminábamos le pregunté: — ¿Adonde quiere llevarme ahora? — Ven y lo verás. Y me condujo a un lugar en el cual se extendía una amplia llanura. Dirigí la mirada a mí alrededor, pero aquella región era tan grande que no se distinguían los confines de la misma. Era un vasto desierto. Cuando he aquí que diviso a mi amigo que me sale al encuentro. Respiré y dije: — ¿Dónde estoy? —Ven conmigo y lo sabrás. — Bien; iré contigo. El iba delante y yo le seguía sin chistar. Entonces interrumpí el silencio preguntando a mi guía: — ¿Adónde vamos a ir ahora? —Por aquí— me dijo. Y penetramos por aquel camino. Era una senda hermosa, ancha, espaciosa y bien pavimentada. De un lado y de otro la flanqueaban dos magníficos setos verdes cubiertos de hermosas flores. En especial despuntaban las rosas entre las hojas por todas partes. Aquel sendero, a primera vista, parecía llano y cómodo, y yo me eché a andar por él sin sospechar nada. Pero después de caminar un trecho me di cuenta de que insensiblemente se iba haciendo cuesta abajo y aunque la marcha no parecía precipitada, yo corría con tanta facilidad que me parecía ir por el aire. Incluso noté que avanzaba casi sin mover los pies. Nuestra marcha era, pues, veloz. Pensando entonces que el volver atrás por un camino semejante hubiera sido cosa fatigosa y cansada, dije a mi amigo: — ¿Cómo haremos para regresar al Oratorio? —No te preocupes —me dijo—, el Señor es omnipotente y querrá que vuelvas a él. El que te conduce y te enseña a proseguir adelante, sabrá también llevarte hacia atrás. Vi que me seguían por el mismo sendero todos los jóvenes del Oratorio y otros numerosísimos compañeros a los cuales yo jamás había visto. Pronto me encontré en medio de ellos. Mientras los observaba veo que de repente, ora uno ora otro, comienzan a caer al suelo, siendo arrastrados por una fuerza invisible que los llevaba hacia una horrible pendiente que se veía aún en lontananza y que conducía a aquellos infelices de cabeza a un horno. — ¿Qué es lo que hace caer a estos jóvenes?— pregunté al guía. —Acércate un poco— me respondió. Me acerqué y pude comprobar que los jóvenes pasaban entre muchos lazos, algunos de los cuales estaban al ras del suelo y otros a la altura de la cabeza; estos lazos no se veían. Por tanto, muchos de los muchachos al andar quedaban presos por aquellos lazos, sin darse cuenta del peligro, y en el momento de caer en ellos daban un salto y después rodaban al suelo con las piernas en alto y cuando se levantaban corrían precipitadamente hacia el abismo. Algunos quedaban presos, prendidos por la cabeza, por una pierna, por el cuello, por las manos, por un brazo, por la cintura, e inmediatamente eran lanzados hacia la pendiente. Los lazos colocados en el apenas visibles, semejantes a los hilos de la araña y, al parecer, inofensivos. Y con todo, pude observar que los jóvenes por ellos prendidos caían a tierra. Yo estaba atónito, y el guía me dijo: — ¿Sabes qué es esto? Un poco de estopa— respondí. —Te diría que no es nada —añadió— El respeto humano, simplemente. Entretanto, al ver que eran muchos los que continuaban cayendo en aquellos lazos, le pregunté al desconocido: — ¿Cómo es que son tantos los que quedan prendidos en esos hilos? ¿Qué es lo que los arrastra de esa manera? Y él dijo: —Acércate más; obsérvalo bien y lo verás. Lo hice y añadí: —Yo no veo nada. —Mira mejor— me dijo el guía. Tomé, en efecto, uno de aquellos lazos en la mano y pude comprobar que no daba con el otro extremo; por el contrario, me di cuenta de que yo también era arrastrado por él. Entonces seguí la dirección del hilo y llegué a la boca de una espantosa caverna. Y he aquí que después de haber tirado mucho, salió fuera, poco a poco, un horrible monstruo que infundía espanto, el cual mantenía fuertemente cogido con sus garras la extremidad de una cuerda a la que estaban ligados todos aquellos hilos. Era este monstruo quien apenas caía uno en aquellas redes lo arrastraba inmediatamente hacia sí. Entonces me dije: —Es inútil intentar hacer frente a la fuerza de este animal, pues no lograré vencerlo; será mejor combatirlo con la señal de la Santa Cruz y con jaculatorias. Me volví, por tanto, junto a mi guía, el cual me dijo: — ¿Sabes ya quién es? — ¡Oh, sí que lo sé!, —le respondí—. Es el Demonio quien tiende estos lazos para hacer caer a mis jóvenes en el infierno. Examiné con atención los lazos y vi que cada uno llevaba escrito su propio título: el lazo de la soberbia, de la desobediencia, de la envidia, del sexto mandamiento, del hurto, de la gula, de la pereza, de la ira, etc. Hecho esto me eché un poco hacia atrás para ver cuál de aquellos lazos era el que causaba mayor número de víctimas entre los jóvenes, y pude comprobar que era el de la deshonestidad (impureza), la desobediencia y la soberbia. A este último iban atados otros dos. Después de esto vi otros lazos que causaban grandes estragos, pero no tanto como los dos primeros. Desde mi puesto de observación vi a muchos jóvenes que corrían a mayor velocidad que los demás. Y pregunté: — ¿Por qué esta diferencia? — Porque son arrastrados por los lazos del respeto humano— me fue respondido. Mirando aún con mayor atención vi que entre aquellos lazos había esparcidos muchos cuchillos, que manejados por una mano providencial cortaban o rompían los hilos. El cuchillo más grande procedía contra el lazo de la soberbia y simbolizaba la meditación. Otro cuchillo, también muy grande, pero no tanto como el primero, significaba la lectura espiritual bien hecha. Había también dos espadas. Una de ellas representaba la devoción al Santísimo Sacramento, especialmente mediante la comunión frecuente; otra, la devoción a la Virgen María. Había, además, un martillo: la confesión; y otros cuchillos símbolos de las varias devociones a San José, a San Luis, etc., etc. Con estas armas no pocos rompían los lazos al quedar prendidos en ellos, o se defendían para no ser víctimas de los mismos. En efecto, vi a dos jóvenes que pasaban entre aquellos lazos de forma que jamás quedaban presos en ellos; bien lo hacían antes de que el lazo estuviese tendido, y si lo hacían cuando éste estaba ya preparado, sabían sortearlo de forma que les caía sobre los hombros, o sobre las espaldas, o en otro lado diferente sin lograr capturarlos. Cuando el guía se dio cuenta de que lo había observado todo, me hizo continuar el camino flanqueado de rosas; pero a medida que avanzaba, las rosas de los linderos eran cada vez más raras, empezando a aparecer punzantes espinas. Habíamos llegado a una hondonada cuyos acantilados ocultaban todas las regiones circundantes; y el camino, que descendía cada vez de una manera más pronunciada, se hacía tan horrible, tan poco firme y tan lleno de baches, de salientes, de guijarros y de piedras rodadas, que dificultaba cada vez más la marcha. Yo continué adelante. Cuanto más avanzaba más áspera era la bajada y más pronunciada, de forma que algunas veces me resbalaba, cayendo al suelo, donde permanecía sentado un rato para tomar un poco de aliento. De cuando en cuando el guía acudía en mi auxilio y me ayudaba a levantarme. A cada paso se me encogían los tendones y me parecía que se me iban a descoyuntar los huesos de las piernas. Entonces dije anhelante a mí guía: —Querido, las piernas se niegan a sostenerme. Me encuentro tan falto de fuerzas que no será posible continuar el viaje. El guía no me contestó, sino que, animándome, prosiguió su camino, hasta que al verme cubierto de sudor y víctima de un cansancio mortal, me llevó a un pequeño promontorio que se alzaba en el mismo camino. Me senté, lancé un hondo suspiro y me pareció haber descansado suficientemente. Entretanto observaba el camino que había recorrido ya; parecía cortado a pico, cubierto de guijarros y de piedras puntiagudas. Consideraba también el camino que me quedaba por recorrer, cerrando los ojos de espanto, exclamando: —Volvamos atrás, por caridad. Si seguimos adelante, ¿cómo haremos para llegar al Oratorio? ¡Es imposible que yo pueda emprender después esta subida! Y el guía me contestó resueltamente: —Ahora que hemos llegado aquí, ¿quieres quedarte solo? Ante esta amenaza repliqué en tono suplicante: — ¿Sin ti cómo podría volver atrás o continuar el viaje? —Pues bien, sígueme— añadió el guía. Me levanté y continuamos bajando. El camino era cada vez más horriblemente pedregoso, de forma que apenas si podía permanecer de pie. Y he aquí que al fondo de este precipicio, que terminaba en un oscuro valle, aparece un edificio inmenso que mostraba ante nuestro camino una puerta altísima y cerrada. Llegamos al fondo del precipicio. Un calor sofocante me oprimía y una espesa humareda, de color verdoso, se elevaba sobre aquellos murallones recubiertos de sanguinolentas llamas de fuego. Levanté mis ojos a aquellas murallas y pude comprobar que eran altas como una montaña y más aún. San Juan Bosco preguntó al guía: — ¿Dónde nos encontramos? ¿Qué es esto? —Lee lo que hay escrito sobre aquella puerta —me respondió— Y la inscripción te hará comprender dónde estamos. Me di cuenta de que estábamos a las puertas del infierno. El guía me acompañó a dar una vuelta alrededor de los muros de aquella horrible ciudad. Se veía una puerta de bronce, como la primera, al pie de una peligrosa bajada, y cada una de ellas tenía encima una inscripción diferente. Yo saqué la libreta para anotar aquellas inscripciones, pero el guía me dijo: — ¡Detente! ¿Qué haces? —Voy a tomar nota de esas inscripciones. —No hace falta: las tienes todas en la Sagrada Escritura; incluso tú has hecho grabar algunas bajo los pórticos. Ante semejante espectáculo habría preferido volver atrás y encaminarme al Oratorio. Recorrimos un inmenso y profundísimo barranco y nos encontramos nuevamente al pie del camino pendiente que habíamos recorrido y delante de la puerta que vimos en primer lugar. De pronto el guía se volvió hacia atrás con el rostro sombrío, me indicó con la mano que me retirara, diciéndome al mismo tiempo: — ¡Mira! Tembloroso, miré hacia arriba y, a cierta distancia, vi que por aquel camino en declive bajaba uno a toda velocidad. Pude reconocer en él a uno de mis jóvenes. Llevaba los cabellos desgreñados, en parte erizados sobre la cabeza y en parte echados hacia atrás por efecto del viento y los brazos tendidos hacia adelante, en actitud como de quien nada para salvarse del naufragio. Quería detenerse y no podía. Tropezaba continuamente con los guijarros salientes del camino y aquellas piedras servían para darle un mayor impulso en la carrera. —Corramos, detengámoslo, ayudémosle— gritaba yo tendiendo las manos hacia él. Y el guía: —No; déjalo. — ¿Y por qué no puedo detenerlo? — ¿No sabes lo tremenda que es la venganza de Dios? ¿Crees que podrías detener a uno que huye de la ira encendida del Señor? Entretanto aquel joven, volviendo la cabeza hacia atrás y mirando con los ojos encendidos si la ira de Dios le seguía siempre, corría precipitadamente hacia el fondo del camino, como si no hubiese encontrado en su huida otra solución que ir a dar contra aquella puerta de bronce. — ¿Y por qué mira hacia atrás con esa cara de espanto?, — pregunte yo—. —Porque la ira de Dios traspasa todas las puertas del infierno e irá a atormentarle aún en medio del fuego. En efecto, como consecuencia de aquel choque, entre un ruido de cadenas, la puerta se abrió de par en par. Y tras ella se abrieron al mismo tiempo, haciendo un horrible fragor, dos, diez, cien, mil, otras puertas impulsadas por el choque del joven, que era arrastrado por un torbellino invisible, irresistible, velocísimo. Todas aquellas puertas de bronce, que estaban una delante de otra, aunque a gran distancia, permanecieron abiertas por un instante y yo vi, allá a lo lejos, muy lejos, como la boca de un horno, y mientras el joven se precipitaba en aquella vorágine pude observar que de ella se elevaban numerosos globos de fuego. Y las puertas volvieron a cerrarse con la misma rapidez con que se habían abierto. Entonces yo tomé la libreta para apuntar el nombre y el apellido de aquel infeliz, pero el guía me tomó del brazo y me dijo: —Detente —me ordenó— y observa de nuevo. Lo hice y pude ver un nuevo espectáculo. Vi bajar precipitadamente por la misma senda a tres jóvenes de nuestras casas que en forma de tres peñascos rodaban rapidísimamente uno detrás del otro. Iban con los brazos abiertos y gritaban de espanto. Llegaron al fondo y fueron a chocar con la primera puerta. San Juan Bosco al instante conoció a los tres. Y la puerta se abrió y después de ella las otras mil; los jóvenes fueron empujados a aquella larguísima galería, se oyó un prolongado ruido infernal que se alejaba cada vez más, y aquellos infelices desaparecieron y las puertas se cerraron. Vi precipitarse en el infierno a un pobrecillo impulsado por los empujones de un pérfido compañero. Otros caían solos, otros acompañados; otros cogidos del brazo, otros separados, pero próximos. Todos llevaban escrito en la frente el propio pecado. Yo los llamaba afanosamente mientras caían en aquel lugar. Pero ellos no me oían, retumbaban las puertas infernales al abrirse y al cerrarse se hacía un silencio de muerte. —He aquí las causas principales de tantas ruinas eternas —exclamó mi guía—: los compañeros, las malas lecturas (y malos programas de televisión e internet e impureza y pornografía y anticonceptivos y fornicación y adulterios y sodomía y asesinatos de aborto y herejías) y las perversas costumbres. Los lazos que habíamos visto al principio eran los que arrastraban a los jóvenes al precipicio. Al ver caer a tantos de ellos, dije con acento de desesperación: —Entonces es inútil que trabajemos en nuestros colegios, si son tantos los jóvenes que tienen este fin. ¿No habrá manera de remediar la ruina de estas almas? Y el guía me contestó: —Este es el estado actual en que se encuentran y si mueren en él vendrán a parar aquí sin remedio. — ¡Oh, déjame anotar los nombres para que yo les pueda avisar y ponerlos en la senda que conduce al Paraíso! — ¿Y crees tú que algunos se corregirían si les avisaras? Al principio el aviso les impresionará; después no harán caso, diciendo: se trata de un sueño. Y se tornarán peores que antes. Otros, al verse descubiertos, frecuentarán los Sacramentos, pero no de una manera espontánea y meritoria, porque no proceden rectamente. Otros se confesarán por un temor pasajero a caer en el infierno, pero seguirán con el corazón apegado al pecado. — ¿Entonces para estos desgraciados no hay remisión? Dame algún aviso para que puedan salvarse. —Helo aquí: tienen los superiores, que los obedezcan; tienen el reglamento, que lo observen; tienen los Sacramentos, que los frecuenten. Entretanto, como se precipitase al abismo un nuevo grupo de jóvenes, las puertas permanecieron abiertas durante un instante y: —Entra tú también— me dijo el guía. Yo me eché atrás horrorizado. Estaba impaciente por regresar al Oratorio para avisar a los jóvenes y detenerles en aquel camino; para que no siguieran rodando hacia la perdición. Pero el guía me volvió a insistir: —Ven, que aprenderás más de una cosa. Pero antes dime: ¿Quieres proseguir solo o acompañado? Esto me lo dijo para que yo reconociese la insuficiencia de mis fuerzas y al mismo tiempo la necesidad de su benévola asistencia; a lo que contesté: — ¿Me he de quedar solo en ese lugar de horror? ¿Sin el consuelo de tu bondad? ¿Y quién me enseñará el camino del retorno? Y de pronto me sentí lleno de valor pensando para mí: — Antes de ir al infierno es necesario pasar por el juicio y yo no me he presentado todavía ante el Juez Supremo. Después exclamé resueltamente: — ¡Entremos, pues! Y penetramos en aquel estrecho y horrible corredor. Corríamos con la velocidad del rayo. Sobre cada una de las puertas del interior lucía con luz velada una inscripción amenazadora. Cuando terminamos de recorrerlo desembocamos en un amplio y tétrico patio, al fondo del cual se veía una rústica portezuela. Mientras yo daba la vuelta alrededor de los muros leyendo estas inscripciones, el guía, que se había quedado en el centro del patio, se acercó a mí y me dijo: —Desde ahora en adelante nadie podrá tener un compañero que le ayude, un amigo que le consuele, un corazón que le ame, una mirada compasiva, una palabra benévola: hemos pasado la línea. ¿Tú quieres ver o probar? —Quiero ver solamente— respondí. —Ven, pues, conmigo— añadió el amigo. Y tomándome de la mano me condujo ante aquella puertecilla y la abrió. Esta ponía en comunicación con un corredor en cuyo fondo había una gran cueva cerrada por una larga ventana con un solo cristal que llegaba desde el suelo hasta la bóveda y a través del cual se podía mirar dentro. Atravesé el dintel y avanzando un paso me detuve preso de un terror indescriptible. Vi ante mis ojos una especie de caverna inmensa que se perdía en las profundidades cavadas en las entrañas de los montes, todas llenas de fuego, pero no como el que vemos en la tierra con sus llamas movibles, con elevada temperatura. Muros, bóvedas, pavimento, herraje, piedras, madera, carbón; todo estaba blanco y brillante. Aquel fuego sobrepasaba en calores millares y millares de veces al fuego de la tierra sin consumir ni reducir a cenizas nada de cuanto tocaba. Me sería imposible describir esta caverna en toda su espantosa realidad. Mientras miraba atónito aquel lugar de tormento veo llegar con indecible ímpetu un joven que casi no se daba cuenta de nada, lanzando un grito agudísimo, como quien estaba para caer en un lago de bronce hecho líquido, y que precipitándose en el centro, se torna blanco como toda la caverna y queda inmóvil, mientras que por un momento resonaba en el ambiente el eco de su voz mortecina. Lleno de horror contemplé un instante a aquel desgraciado y me pareció uno del Oratorio, uno de mis hijos. —Pero ¿este no es uno de mis jóvenes?, —pregunté al guía—. ¿No es fulano? —Sí, sí— me respondió. — ¿Y por qué no cambia de posición? ¿Por qué está incandescente sin consumirse? Y él: —Tú elegiste el ver y por eso ahora no debes hablar; observa y verás. Apenas si había vuelto la cara y he aquí otro joven con una furia desesperada y a grandísima velocidad que corre y se precipita a la misma caverna. También éste pertenecía al Oratorio. Apenas cayó no se movió más. Este también lanzó un grito de dolor y su voz se confundió con el último murmullo del grito del que había caído antes. Después llegaron con la misma precipitación otros, cuyo número fue en aumento y todos lanzaban el mismo grito y permanecían inmóviles, incandescentes, como los que les habían precedido. Yo observé que el primero se había quedado con una mano en el aire y un pie igualmente suspendido en alto. El segundo quedó como encorvado hacia la tierra. Algunos tenían los pies por alto, otros el rostro pegado al suelo. Quiénes estaban casi suspendidos sosteniéndose de un solo pie o de una sola mano; no faltaban los que estaban sentados o tirados; unos apoyados sobre un lado, otros de pie o de rodillas, con las manos entre los cabellos. Había, en suma, una larga fila de muchachos, como estatuas en posiciones muy dolorosas. Vinieron aún otros muchos a aquel horno, parte me eran conocidos y parte desconocidos. Me recordé entonces de lo que dice la Biblia, que según se cae la primera vez en el infierno así se permanecerá para siempre. Al notar que aumentaba en mí el espanto, pregunté al guía: — ¿Pero éstos, al correr con tanta velocidad, no se dan cuenta que vienen a parar aquí? — ¡Oh!, sí que saben que van al fuego; les avisaron mil veces, pero siguen corriendo voluntariamente al no detestar el pecado y al no quererlo abandonar, al despreciar y rechazar la Misericordia de Dios que los llama a penitencia, y, por tanto, la justicia Divina, al ser provocada por ellos, los empuja, les insta, los persigue y no se pueden parar hasta llegar a este lugar. — ¡Oh, qué terrible debe de ser la desesperación de estos desgraciados que no tienen ya esperanza de salir de aquí!—, exclamé. — ¿Quieres conocer la furia íntima y el frenesí de sus almas? Pues, acércate un poco más—, me dijo el guía. Di algunos pasos hacia adelante y acercándome a la ventana vi que muchos de aquellos miserables se propinaban mutuamente tremendos golpes, causándose terribles heridas, que se mordían como perros rabiosos; otros se arañaban el rostro, se destrozaban las manos, se arrancaban las carnes arrojando con despecho los pedazos por el aire. Entonces toda la cobertura de aquella cueva se había trocado como de cristal a través del cual se divisaba un trozo de cielo y las figuras luminosas de los compañeros que se habían salvado para siempre. Y aquellos condenados rechinaban los dientes de feroz envidia, respirando afanosamente, porque en vida hicieron a los justos blanco de sus burlas. Yo pregunté al guía: —Dime, ¿por qué no oigo ninguna voz? — Acércate más— me gritó. Me aproximé al cristal de la ventana y oí cómo unos gritaban y lloraban entre horribles contorsiones; otros blasfemaban e imprecaban a los Santos. Era un tumulto de voces y de gritos estridentes y confusos que me indujo a preguntar a mi amigo: — ¿Qué es lo que dicen? ¿Qué es lo que gritan? Y él: —Al recordar la suerte de sus buenos compañeros se ven obligados a confesar. Gritos, esfuerzos, llantos son ya completamente inútiles. Aquí no cuenta el tiempo, aquí sólo impera la eternidad. Mientras lleno de horror contemplaba el estado de muchos de mis jóvenes, de pronto una idea floreció en mi mente. — ¿Cómo es posible —dije— que los que se encuentran aquí estén todos condenados? Esos jóvenes, ayer por la noche estaban aún vivos en el Oratorio. Y el guía me contestó: —Todos ésos que ves ahí son los que han muerto a la gracia de Dios y si les sorprendiera la muerte y si continuasen obrando como al presente, se condenarían. Pero no perdamos tiempo, prosigamos adelante. Se veían los atroces remordimientos de los que fueron educados en nuestras casas. El recuerdo de todos y cada uno de los pecados no perdonados y de la justa condenación; de haber tenido mil medios y muchos extraordinarios para convertirse al Señor, para perseverar en el bien, para ganarse el Paraíso. El recuerdo de tantas gracias y promesas concedidas y hechas a María Santísima y no correspondidas. ¡El haberse podido salvar a costa de un pequeño sacrificio y, en cambio, estar condenado para siempre! ¡Recordar tantos buenos propósitos hechos y no mantenidos! ¡Ah! De buenas intenciones completamente ineficaces está lleno el infierno, dice el proverbio. Y allí volví a contemplar a todos los jóvenes del Oratorio que había visto poco antes en el horno, algunos de los cuales me están escuchando ahora, otros estuvieron aquí con nosotros y a otros muchos no los conocía. Me adelanté y observé que todos estaban cubiertos de gusanos y de asquerosos insectos que les devoraban y consumían el corazón, los ojos, las manos, las piernas, los brazos y todos los miembros, dejándolos en un estado tan miserable que no encuentro palabras para describirlo. Aquellos desgraciados permanecían inmóviles, expuestos a toda suerte de molestias, sin poderse defender de ellas en modo alguno. Yo avancé un poco más, acercándome para que me viesen, con la esperanza de poderles hablar y de que me dijesen algo, pero ellos no solamente no me hablaron sino que ni siquiera me miraron. Pregunté entonces al guía la causa de esto y me fue respondido que en el otro mundo no existe libertad alguna para los condenados: cada uno soporta allí todo el peso del castigo de Dios sin variación alguna de estado y no puede ser de otra manera. Y añadió: —Ahora es necesario que desciendas tú a esa región de fuego que acabas de contemplar. — ¡No, no!, —repliqué aterrado—. Para ir al infierno es necesario pasar antes por el juicio, y yo no he sido juzgado aún. ¡Por tanto no quiero ir al infierno! —Dime —observó mi amigo—, ¿te parece mejor ir al infierno y libertar a tus jóvenes o permanecer fuera de él abandonándolos en medio de tantos tormentos? Desconcertado con esta propuesta, respondí: — ¡Oh, yo amo mucho a mis queridos jóvenes y deseo que todos se salven! ¿Pero, no podríamos hacer de manera que no tuviésemos que ir a ese lugar de tormento ni yo ni los demás? —Bien —contestó mi amigo—, aún estás a tiempo, como también lo están ellos, con tal que tú hagas cuanto puedas. Mi corazón se ensanchó al escuchar tales palabras y me dije inmediatamente: Poco importa el trabajo con tal de poder librar a mis queridos hijos de tantos tormentos. —Ven, pues —continuó mi guía—, y observa una prueba de la bondad y de la Misericordia de Dios, que pone en juego mil medios para inducir a penitencia a tus jóvenes y salvarlos de la muerte eterna. Y tomándome de la mano me introdujo en la caverna. Apenas puse el pie en ella me encontré de improviso transportado a una sala magnífica con puertas de cristal. Sobre ésta, a regular distancia, pendían unos largos velos que cubrían otros tantos departamentos que comunicaban con la caverna. El guía me señaló uno de aquellos velos sobre el cual se veía escrito: Sexto Mandamiento; y exclamó: —La falta contra este Mandamiento: he aquí la causa de la ruina eterna de tantos jóvenes. — Pero ¿no se han confesado? —Se han confesado, pero las culpas contra la bella virtud las han confesado mal o las han callado de propósito. Por ejemplo: uno, que cometió cuatro o cinco pecados de esta clase, dijo que sólo había faltado dos o tres veces. Hay algunos que cometieron un pecado impuro en la niñez y sintieron siempre vergüenza de confesarlo, o lo confesaron mal o no lo dijeron todo. Otros no tuvieron el dolor o el propósito suficiente. Incluso algunos, en lugar de hacer el examen, estudiaron la manera de engañar al confesor. Y el que muere con tal resolución lo único que consigue es contarse en el número de los réprobos por toda la eternidad. Solamente los que, arrepentidos de corazón, mueren con la esperanza de la eterna salvación, serán eternamente felices. ¿Quieres ver ahora por qué te ha conducido hasta aquí la Misericordia de Dios? Levantó un velo y vi un grupo de jóvenes del Oratorio, todos los cuales me eran conocidos, que habían sido condenados por esta culpa. Entre ellos había algunos que ahora, en apariencia, observan buena conducta. —Al menos ahora —le supliqué— me dejarás escribir los nombres de esos jóvenes para poder avisarles en particular. —No hace falta— me respondió. — Entonces, ¿qué les debo decir? — Predica siempre y en todas partes contra la inmodestia. Basta avisarles de una manera general y no olvides que aunque lo hicieras particularmente, te harían mil promesas, pero no siempre sinceramente. Para conseguir un propósito decidido se necesita la gracia de Dios, la cual no faltará nunca a tus jóvenes si ellos se la piden. Dios es tan bueno que manifiesta especialmente su poder en el compadecer y en perdonar. Oración y sacrificio, pues, por tu parte. Y los jóvenes que escuchen tus amonestaciones y enseñanzas, que pregunten a sus conciencias y éstas les dirán lo que deben hacer. Y seguidamente continuó hablando por espacio de casi media hora sobre las condiciones necesarias para hacer una buena confesión. El guía repitió después varias veces en voz alta: — ¿Qué quiere decir eso? — ¡Que cambien de vida!... ¡Que cambien de vida!... Yo, confundido ante esta revelación, incliné la cabeza y estaba para retirarme cuando el desconocido me volvió a llamar y me dijo: —Todavía no lo has visto todo. Leí esta sentencia y dije: —Esto no interesa a mis jóvenes, porque son pobres, como yo; nosotros no somos ricos ni buscamos las riquezas. ¡Ni siquiera nos pasa por la imaginación semejante deseo! Al correr el velo vi al fondo cierto número de jóvenes, todos conocidos, que sufrían como los primeros que contemplé, y el guía me contestó: —Sí, también interesa esa sentencia a tus muchachos. —Explícame entonces el significado del término divites. Y él dijo: —Por ejemplo, algunos de tus jóvenes tienen el corazón apegado a un objeto material, de forma que este afecto desordenado le aparta del amor a Dios, faltando, por tanto, a la piedad y a la mansedumbre. No sólo se puede pervertir el corazón con el uso de las riquezas, sino también con el deseo inmoderado de las mismas, tanto más si este deseo va contra la virtud de la justicia. Tus jóvenes son pobres, pero has de saber que la gula y el ocio son malos consejeros. Hay algunos que en el propio pueblo se hicieron culpables de hurtos considerables y a pesar de que pueden hacerlo no se han preocupado de restituir. Hay quienes piensan en abrir con las ganzúas la despensa y quien intenta penetrar en la habitación del Prefecto o del Ecónomo; quienes registran los baúles de los compañeros para apoderarse de comestibles, dinero y otros objetos; quien hace acopio de cuadernos y de libros para su uso... Y después de decirme el nombre de estos y de otros más, continuó: —Algunos se encuentran aquí por haberse apropiado de prendas de vestir, de ropa blanca, de mantas y manteles que pertenecían al Oratorio, para mandarlas a sus casas. Algunos, por algún otro grave daño que ocasionaron voluntariamente y no lo repararon. Otros, por no haber restituido objetos y cosa que habían pedido a título de préstamo, o por haber retenido sumas de dinero que les habían sido confiadas para que las entregasen al Superior. Y concluyó diciendo: —Y puesto que conoces el nombre de los tales, avísales, diles que desechen los deseos inútiles y nocivos; que sean obedientes a la ley de Dios y celosos del propio honor, de otra forma la codicia los llevará a mayores excesos, que les sumergirán en el dolor, en la muerte y en la perdición. Yo no me explicaba cómo por ciertas cosas a las que nuestros jóvenes daban tan poca importancia hubiese aparejados castigos tan terribles. Pero el amigo interrumpió mis reflexiones diciéndome: —Recuerda lo que se te dijo cuando contemplabas aquellos racimos de la vid echados a perder. — y levantó otro velo que ocultaba a otros muchos de nuestros jóvenes, a los cuales conocí inmediatamente por pertenecer al Oratorio. Me preguntó: — ¿Sabes qué significa esto? ¿Cuál es el pecado designado por esta sentencia? —Me parece que debe ser la soberbia. — No, me respondió.—Pues yo siempre he oído decir que la raíz de todos los pecados es la soberbia. —Sí; en general se dice que es la soberbia; pero en particular, ¿sabes qué fue lo que hizo caer a Adán y a Eva en el primer pecado, por lo que fueron arrojados del Paraíso terrenal? —La desobediencia. —Cierto; la desobediencia es la raíz de todos los males. — ¿Qué debo decir a mis jóvenes sobre esto? —Presta atención. Aquellos jóvenes los cuales tú ves que son desobedientes se están preparando un fin tan lastimoso como éste. Son los que tú crees que se han ido por la noche a descansar y, en cambio, a horas de la madrugada se bajan a pasear por el patio, sin preocuparse de que es una cosa prohibida por el reglamento; son los que van a lugares peligrosos, sobre los andamios de las obras en construcción, poniendo en peligro incluso la propia vida. Algunos, según lo establecido, van a la iglesia, pero no están en ella como deben, en lugar de rezar están pensando en cosas muy distintas de la oración y se entretienen en fabricar castillos en el aire; otros estorban a los demás. Hay quienes de lo único que se preocupan es de buscar un lugar cómodo para poder dormir durante el tiempo de las funciones sagradas; otros crees tú que van a la iglesia y, en cambio, no aparecen por ella. ¡Ay del que descuida la oración! ¡El que no reza se condena! Hay aquí algunos que en vez de cantar las divinas alabanzas y las Vísperas de la Virgen María, se entretienen en leer libros nada piadosos, y otros, cosa verdaderamente vergonzosa, pasan el tiempo leyendo obras prohibidas (¡hasta pornografía!). Y siguió enumerando otras faltas contra el reglamento, origen de graves desórdenes.
Cuando hubo terminado, yo le miré conmovido y él clavando sus ojos en mí, prestó atención a mis palabras. — ¿Puedo referir todas estas cosas a mis jóvenes?—, le pregunté. —Sí, puedes decirles todo cuanto recuerdes. — ¿Y qué consejos he de darles para que no les sucedan tan grandes desgracias? —Debes insistir en que la obediencia a Dios, a la Iglesia, a los padres y a los superiores, aún en cosas pequeñas, los salvará. — ¿Y qué más? —Les dirás que eviten el ocio, que fue el origen del pecado del Santo Rey David: incúlcales que estén siempre ocupados, pues así el demonio no tendrá tiempo para tentarlos. Yo, haciendo una inclinación con la cabeza, se lo prometí. Me encontraba tan emocionado que dije a mi amigo: —Te agradezco la caridad que has usado para conmigo y te ruego que me hagas salir de aquí. El entonces me dijo: — ¡Ven conmigo!—, y animándome, me tomó de la mano y me ayudó a proseguir porque me encontraba agotado. Al salir de la sala y después de atravesar en un momento el horrido patio y el largo corredor de entrada, antes de trasponer el dintel de la última puerta de bronce, se volvió de nuevo a mí y exclamó: —Ahora que has visto los tormentos de los demás, es necesario que pruebes un poco lo que se sufre en el infierno. — ¡No, no!—, grité horrorizado. El insistía y yo me negaba siempre. —No temas —me dijo—; prueba solamente, toca esta muralla. Yo no tenía valor para hacerlo y quise alejarme, pero el guía me detuvo insistiendo: —A pesar de todo, es necesario que pruebes lo que te he dicho— y aferrándome resueltamente por un brazo, me acercó al muro mientras decía: —Tócalo una sola vez, al menos para que puedas decir que estuviste visitando las murallas de los suplicios eternos, y para que puedas comprender cuan terrible será la última si así es la primera. ¿Ves esa muralla? Me fijé atentamente y pude comprobar que aquel muro era de espesor colosal. El guía prosiguió: —Es el milésimo primero antes de llegar adonde está el verdadero fuego del infierno. Son mil muros los que lo rodean. Cada muro es mil medidas de espesor y de distancia el uno del otro, y cada medida es de mil millas; este está a un millón de millas del verdadero fuego del infierno y por eso apenas es un mínimo principio del infierno mismo. Al decir esto, y como yo me echase atrás para no tocar, me tomo la mano, me la abrió con fuerza y me la acercó a la piedra de aquel milésimo muro. En aquel instante sentí una quemadura tan intensa y dolorosa que saltando hacia atrás y lanzando un grito agudísimo, me desperté. Me encontré sentado en el lecho y pareciéndome que la mano me ardía, la restregaba contra la otra para aliviarme de aquella sensación. Al hacerse de día, pude comprobar que mi mano, en realidad, estaba hinchada, y la impresión imaginaria de aquel fuego me afectó tanto que cambié la piel de la palma de la mano derecha. Tengan presente que no les he contado las cosas con toda su horrible crueldad, ni tal como las vi y de la forma que me impresionaron, para no causar en ustedes demasiado espanto. Nosotros sabemos que el Señor no nombró jamás el infierno sino valiéndose de símbolos, porque aunque nos lo hubiera descrito como es, nada hubiéramos entendido. Ningún mortal puede comprender estas cosas. El Señor las conoce y las puede manifestar a quien quiere. Durante muchas noches consecutivas, y siempre presa de la mayor turbación, no pude dormir a causa del espanto que se había apoderado de mi ánimo. Les he contado solamente el resumen de lo que he visto en sueños de mucha duración; puede decirse que de todos ellos les he hecho un breve compendio. Más adelante les hablaré sobre el respeto humano, y de cuanto se relaciona con el sexto y séptimo Mandamiento y con la soberbia. No haré otra cosa más que explicar estos sueños, pues están de acuerdo con la Sagrada Escritura, aún más, no son otra cosa que un comentario de cuanto en ella se lee respecto a esta materia. Durante estas noches les he contado ya algo, pero de cuando en cuando vendré a hablarles y les narraré lo que falta, dándoles la explicación consiguiente. INFIERNO—AÑO 1887 En la mañana del tres de abril San Juan Bosco dijo a Viglietti que en la noche precedente no había podido descansar, pensando en un sueño espantoso que había tenido durante la noche del dos. Todo ello produjo en su organismo un verdadero agotamiento de fuerzas. —Si los jóvenes —le decía — oyesen el relato de lo que oí, o se darían a una vida santa o huirían espantados para no escucharlo hasta el fin. Por lo demás, no me es posible describirlo todo, pues sería muy difícil representar en su realidad los castigos reservados a los pecadores en la otra vida. El Santo vio las penas del infierno. Oyó primero un gran ruido, como de un terremoto. Por el momento no hizo caso, pero el rumor fue creciendo gradualmente, hasta que oyó un estruendo horroroso y prolongadísimo, mezclado con gritos de horror y espanto, con voces humanas inarticuladas que, confundidas con el fragor general, producían un estrépito espantoso. El rumor, cada vez más ensordecedor, se iba acercando, y ni con los ojos ni con los oídos se podía precisar lo que sucedía. Vi primeramente una masa informe que poco a poco fue tomando la figura de una formidable cuba de fabulosas dimensiones: de ella salían los gritos de dolor. Pregunté espantado qué era aquello y qué significaba lo que estaba viendo. Entonces los gritos, hasta allí inarticulados, se intensificaron más haciéndose más precisos. Después vi dentro de aquella cuba ingente, personas indescriptiblemente deformes. Los ojos se les salían de las órbitas; las orejas, casi separadas de la cabeza, colgaban hacia abajo; los brazos y las piernas estaban dislocados de un modo fantástico. A los gemidos humanos se unían angustiosos maullidos de gatos, rugidos de leones, aullidos de lobos y alaridos de tigres, de osos y de otros animales. Observé mejor y entre aquellos desventurados reconocí a algunos. Entretanto, con el aumento del ruido se hacía ante él más viva y más precisa la vista de las cosas; conocía mejor a aquellos infelices, le llegaban más claramente sus gritos, y su terror era cada vez más opresor. Entonces preguntó en voz alta: —Pero ¿no será posible poner remedio o aliviar tanta desventura? ¿Todos estos horrores y estos castigos están preparados para nosotros? ¿Qué debo hacer yo? —Sí —replicó una voz—, hay un remedio; sólo un remedio. Apresurarse a pagar las propias deudas con oro o con plata. —Pero estas son cosas materiales. Con la oración incesante y con la frecuente comunión se podrá remediar tanto mal. Durante este diálogo los gritos se hicieron más estridentes y el aspecto de los que los emitían era más monstruoso, de forma que, presa de mortal terror, se despertó. Eran las tres de la mañana y no le fue posible cerrar más un ojo. En el curso de su relato, un temblor le agitaba todos los miembros, su respiración era afanosa y sus ojos derramaban abundantes lágrimas.


CREO EN El INFIERNO PERO NO EN QUE SEA ETERNO.
Creer en el infierno, pero no en que sea eterno quiere decir que se cree en el purgatorio y no en el infierno, pues lo que principalmente distingue éste de aquel es la eternidad de las penas.
Nada de extraño tiene el que haya quienes aceptando el purgatorio, no acepten el infierno, pues más fácilmente lleva la razón a descubrir la necesidad de la existencia del purgatorio, que la del infierno y sin embargo, por una de esas anomalías tan frecuentes entre los herejes, la inmensa mayoría de las sectas protestantes, admiten la existencia del infierno y niegan la del purgatorio.
Decimos que es más accesible a la razón la existencia del purgatorio; en efecto: la existencia de un castigo en la otra vida para los malvados, se impone a la razón de quien acepta la existencia de Dios, su Justicia y la responsabilidad de los actos del hombre; pues es una realidad que Dios ha grabado en el corazón del hombre la voz de la conciencia, que no solamente le enseña lo que es moralmente bueno, y lo que es malo, sino que debe hacer el bien y evitar el mal: además, es un hecho que en varias ocasiones y de diversas maneras, Dios le ha revelado al hombre su ley, le ha dado a conocer lo que debemos hacer, lo que debe evitar, le ha impuesto su ley; si Dios es justo, debe forzosamente premiar al que la guarda y castigar al que la infringe, pues de otra manera sería un legislador de cartón.
Ahora bien, vemos muy frecuentemente que los que infringen la ley de Dios son felices en esta vida y que, por el contrario, son muchas veces desgraciados los que la guardan; luego se impone a la razón el que después de esta vida sean castigados los malvados que no fueron suficientemente castigados y premiados los que no lo fueron en esta vida.
Pero el que este castigo sea eterno, es una verdad que la razón no alcanza con la misma facilidad y las pruebas que de ello nos proporcionan los teólogos son de un orden bastante elevado para que no pueda fácilmente captarlas quien no tenga una preparación filosófica adecuada. Es por esto que no pasamos a desarrollarlas aquí, limitándonos solamente a enunciarlas:


El infierno es necesariamente eterno:
- a causa de la naturaleza misma de la eternidad.
- a causa de la falta de gracia en los condenados.
- a causa de la perversidad de los condenados.
Santo Tomás de Aquino en la cuestión XCIX del 5o. tomo de su maravillosa "Suma Teológica", discute la duración de las penas del infierno y demuestra que éstas deben ser eternas. 

Podemos sintetizarlo que él dice en estas 4 razones:
1º- El pecado mortal contiene en cierto modo una malicia infinita, como quiera que por él se desprecia a Dios, que es infinitamente bueno; merece, pues, ser castigado con una pena eterna en cuanto a su duración.
2º- La culpabilidad o malicia permanece para siempre y no puede remitirse sin la gracia, la cual no se da después de la muerte.
3º- El que peca mortalmente tiene interpretativa voluntad de permanecer para siempre en el pecado, como quiera que se coloca en un estado, del cual no puede salir sin el divino favor y antepone la criatura por cuya causa ama el pecado, a Dios.
4o-En este mundo los delitos contra el rey o contra la patria, tienen señalado un especial castigo, relativamente eterno; pues, como bien nota San Agustín, el que atenta contra la patria es separado de la sociedad. Lo mismo pues, debemos decir del castigo eterno. Si un desterrado pudiese vivir eternamente, eternamente estaría en el destierro.
A estas pruebas añadamos este otro razonamiento:
Por la muerte, la voluntad del hombre se fija en el bien o en el mal. Dios no puede conceder el perdón sino por el arrepentimiento, por esto es por lo que ¡o obtenemos tantas veces en esta vida, pues podemos arrepentirnos. Pero fijados en el mal los réprobos, no pueden arrepentirse. Ellos eligieron el mal, luego Dios no puede perdonarlos y como el castigo es proporcionado a la duración de la existencia del mal, él es eterno.
Habiendo enunciado simplemente, como dijimos, estas pruebas filosóficas, vamos a presentar 2 de sentido común; una probando. que la eternidad de las penas del infierno no es contraria a la razón y otra que los tormentos del infierno son eternos.
Como prueba de que la eternidad del infierno no es contraria a la razón, decimos que si lo fuera, no habría sido aceptada por todos los pueblos, en todos los tiempos, por los hombres más sabios y eminentes que ha habido.
Y como prueba de que los tormentos del infierno son eternos, las enseñanzas de N.S. Jesucristo a este respecto, no dejan lugar a duda.
Una prueba de que la existencia del tormento eterno no es contraria a la razón.
Lo que todos los pueblos han creído siempre, en todos los tiempos, constituye lo que se llama una verdad de sentido común. Quien quiera que rehusé admitir una de estas grandes verdades universales, no tendrá, pues, como justamente se dice, sentido común. Se requiere, en efecto, estar loco para imaginarse que se pueda tener razón contra todo el mundo.
Ahora bien: en todos los tiempos, desde el principio del mundo hasta nuestros días, todos los pueblos de la tierra han creído en el infierno. Bajo diferentes nombres, bajo formas más o menos alteradas, todos ellos han proclamado la creencia en castigos tremendos, en castigos sin fin, en los que siempre aparece el fuego para castigo de los malvados después de su muerte.
Ni qué dudar que desde la más remota antigüedad tal creencia existía en el pueblo hebreo, en cuyos santos libros se encuentra la creencia del tormento eterno, hasta con su mismo nombre: INFIERNO, con todas sus letras.
Vemos así que Moisés hace ya 3,500 años, lo dejó consignado en los primeros libros de la Biblia, por ejemplo en el capítulo XVI del libro de los números, leemos que 3 levitas, Coré, Dathán y Abirón que habían blasfemado contra Dios y se habían rebelado contra Moisés, fueron tragados al infierno: "cubiertos de tierra bajaron vivos al infierno". (Vers. 33).
En el deuteronomio dice el Señor por boca de Moisés: "Mi furor se ha encendido como un fuego grande que los abrazará hasta el abismo del infierno"(Deut. XXXII, 22).
En el libro de Job, igualmente escrito por Moisés, leemos que los impíos, rebosantes de bienes que dicen a Dios: "No tenemos necesidades de Ti, no queremos tu ley, ¿para qué servirte y rogarte? caen "repentinamente en el infierno".
Mil años antes de la era cristiana, cuando todavía no se empezaba a escribir la historia griega ni la romana, David y Salomón hablan con frecuencia del infierno como de una gran verdad conocida por todos y de todos reconocida.
Así David en el libro de los Salmos, dice hablando de los pecadores: "que serán arrojados al infierno", "que los impíos serán confundidos y precipitados en el infierno" y habla después "de los dolores del infierno".
Y Salomón refiriéndose a los dichos de los impíos que quieren seducir y perder al justo, dice: "Devorémoslos vivos como lo hace el infierno". Y en su famoso libro de la sabiduría, donde tan admirablemente pinta la desesperación de los condenados, añade: "He aquí lo que dicen en el infierno los que han pecado, pues la esperanza del impío se desvanece como el humo en el viento."
Y testimonios semejantes encontramos en casi todos los libros del Antiguo Testamento, especialmente en el Eclesiastés, en el de Isaías, de Daniel, de los demás profetas, hasta el precursor del Mesías, San Juan Bautista, quien también habla al pueblo de Jerusalén del fuego eterno del infierno, como de una verdad conocida de todos y de la que nunca nadie ha dudado.
"He aquí que llega Cristo, dice, Él cernirá su grano; recogerá el trigo (los elegidos) en su granero y quemará la paja (los pecadores) en el fuego inextinguible".
Y no solamente el religioso pueblo hebreo, también la antigüedad pagana, tanto la griega como la latina, nos hablan igualmente del infierno, de un infierno de fuego y de tinieblas al que llaman "el tártaro".
Así de Platón tenemos esta cita de Sócrates su maestro,. "Los impíos que han despreciado las santas leyes son precipitados en el tártaro para no salir de él jamás y para sufrir ahí tormentos horribles y eternos". Y Platón mismo nos dice: "deben aceptarse como ciertas las tradiciones antiguas y sagradas. que enseñan que, después de esta vida, el alma será juzgada y castigada severamente, si ella no ha vivido como conviene"
Y Aristóteles y Séneca y Cicerón nos hablan de estas mismas tradiciones que se pierden en la noche de los tiempos. Homero y Virgilio las han revestido con los colores de sus inmortales poesías. Quien haya leído el relato del descendimiento de Eneo a los infiernos, habrá visto que, bajo el nombre de "Tártaro", de "Plutón", etc., encontramos las grandes verdades primitivas, desfiguradas, es cierto, pero conservadas por el paganismo: "los suplicios de los malvados son ahí eternos": y uno de ellos nos es presentado como "eternamente" fijado en el infierno.
Y lo mismo es en todos los tiempos, hasta en los modernos en que encontramos la creencia en el infierno en todos los pueblos, hasta en los indios salvajes de América, los negros de Africa y de Oceanía. El paganismo de la India y de Persia aún guarda vestigios patentes de él. Y el cisma y el protestantismo y hasta el mahometismo, cuentan entre sus dogmas la existencia del infierno.
De tal manera es incontestable que esta creencia es universal, que tal lo han reconocido los filósofos más escépticos, ejemplo entre ellos Bayle y su hermano en volterianismo e impiedad; el inglés Bolingbroke quien dice formalmente: "la doctrina de un estado futuro de recompensa y de castigos es plenamente universal. Ella se pierde en las tinieblas de la antigüedad, precede todo lo que sabemos de cierto".
Si pues todos los pueblos, en todos los tiempos, han conocido y reconocido la existencia del infierno, si este dogma admirable forma parte del tesoro de las grandes verdades universales, que constituyen la luz de la humanidad, ningún hombre sensato, que tenga sentido común, podrá ponerla en duda, diciendo en la locura de una ignorancia orgullosa y estúpida; "la creencia en la existencia de un tormento eterno es contraria a la razón, yo no creo en la eternidad del infierno".

El mejor argumento de la eternidad de las penas del Infierno.
Como hemos dicho, son muchas las consideraciones que los teólogos nos presentan para establecer racionalmente que deben ser eternas las penas del infierno. Pero seguramente que el más sencillo, el más terminante y el mejor argumento que puede presentarse con este objeto, son las enseñanzas de N. S. Jesucristo, a este respecto.
Si Cristo nos enseña la existencia del infierno, todo aquél que crea en Cristo, deberá creer en el infierno, parézcale o no le parezca bien tal doctrina.
Y esto lo ven no pocos cristianos ignorantes, que pretenden no creer en el infierno. Por eso no es raro oírles querer disculpar su negación diciendo falsedades como ésta: "tan no existe el infierno, que Cristo nunca nos habló de él".
Y cuando se les prueba que ello no es exacto, que sí habló de él y en múltiples ocasiones y en forma terminante, recurren al expediente de mala fe, de pretender que hablaba de él en forma metafórico, figurada, o que nos hablaba de él para en su deseo ardiente de apartarnos del mal, amedrentarnos con algo que en realidad no existe.
Se concibe que niegue el infierno gentuza tal, que tiene de Cristo tan equivocada idea, que piensa pueda mentir El mismo para lograr un objeto falso, pues si no existiera en realidad el infierno, ¿para qué habría de poner Cristo tanto empeño en apartar a los malos del pecado?
¡Cómo se hace patente la mala fe e ignorancia de quien tal afirma, pues no sabe qué es doctrina católica, expuesta por San Pablo, que no deben hacerse cosas malas para que resulten buenas!
La mejor manera de refutar a los que afirman que Cristo nunca habló del infierno, o que cuando lo hizo fue en forma figurada, es presentar los diferentes textos en que constan las palabras que pronunció N.S. Jesucristo a este respecto; pues si de algunas doctrinas, tales como su presencia real en la Sagrada Eucaristía y la supremacía de San Pedro, habla N.S. Jesucristo con tanta claridad como del infierno, tal vez de ninguna otra hable tan reiteradamente, pues encontramos en los Evangelios 14 citas de N.S. Jesucristo a este respecto, de las que presentamos a continuación las siguientes:
-Que si tu mano o tu pie te es ocasión de escándalo, arrójalos lejos de ti; pues más te vale entrar en la vida eterna manco o cojo, que con dos manos, o dos pies ser precipitado al fuego eterno. Y si tu ojo es para ti ocasión de escándalo sácalo y tíralo lejos de ti: mejor te es entrar en la vida eterna con un solo ojo, que tener los dos y ser arrojado al fuego del infierno (Mat. XVIII 8-9).
-Al fin del mundo enviará el Hijo del Hombre a sus Angeles y quitará n de su reino a todos los escandalosos y a cuantos obran, la maldad y los arrojará en el horno del fuego: allí será el llanto y el crujir de dientes (Mat. XIII-40-43).
-Después de explicar. N.S. Jesucristo como vendrá a juzgar a los buenos y a los malos el día del juicio, dice: al mismo tiempo dirá a los que están a la izquierda; apartaos de mi malditos: id al fuego eterno y añade: y éstos irán al suplicio eterno (Mat. XXV-41).
-Si tu mano te escandaliza, córtala; mejor es para ti llegar a la vida con solo una mano que con las dos, arder en el infierno, en un fuego inextinguible, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga. Que si tu pie te escandaliza, córtatelo; es mucho mejor llegar a la vida eterna con un solo pie, que no con los dos ser arrojado al infierno a un fuego que no consume, donde el gusano no muere ni el fuego se apaga. Y si tu ojo te escandaliza, arráncalo; mejor es para ti entrar en la Gloria con un solo ojo que con los dos ser arrojado en el infierno, donde el gusano no muere ni el fuego se extingue (Mat. IX-42-43).
-Y no temáis a los que solamente pueden mataros en el cuerpo, si no pueden mataros "el alma" temed únicamente a quien puede arrojarnos en cuerpo y alma en el infierno (Mat. X-26).
-Murió también el rico y fue sepultado en el infierno. Y abriendo los ojos estando en los tormentos, vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro en su seno. Y exclamó diciendo: "Padre Abraham ten misericordia de mi y manda a Lázaro que con la punta de un dedo mojado en agua venga a refrescar mi lengua, pues estoy abrasado en estas llamas (Luc. XVI-22-24).
-Yo os digo que el que se enoje con su hermano será reo de Juicio... y el que te diga "raca" (un gran insulto) será reo del fuego del infierno (Mat. V-22)
-Ver también Mat. VIII-11-12; Mat. XXII 11-13; Mat. VII-19; Juan IV-5-6.
¿Qué puede objetarse de buena fe a esto? Habiendo hablado N.S. Jesucristo en términos tan claros. ¿Es de pensarse que lo haya, hecho en forma figurada?
Y tan no fue así, que vemos que los Apóstoles, encargados por el Salvador de predicar y desarrollar su doctrina, nos hablan incesantemente del fuego y de sus llamas eternas, en forma tal, que está muy lejos de poder honradamente parecernos que ellos lo entiendan figuradamente.
Para no citar sino algunas de sus palabras, recordemos que el Apóstol San Pedro dice que "los malvados compartirán el castigo de los malos ángeles, que el Señor ha precipitado en las profundidades del infierno, en los suplicios del tártaro".
San Pablo les escribe a los cristianos de Tesalónica, hablándoles del juicio último, que el Hijo de Dios "sacará venganza de las flamas del fuego de los impíos que no han querido reconocer a Dios y que no obedecieron el Evangelio de N. S. Jesucristo; tendrán que sufrir las penas eternas lejos del rostro de Dios".
San Juan nos habla del infierno y de sus fuegos eternos. Refiriéndose al Anticristo y a su falso profeta, dice: "serán arrojados vivos en el abismo abrasado de fuego y de azufre para ser ahí atormentados día y noche por los siglos de los siglos".
En fin, el Apóstol San Judas nos habla a su vez del infierno mostrándonos los demonios y los condenados "encadenados por la eternidad en las tinieblas y sufriendo las penas del fuego eterno".
Ver también entre otras muchas las citas siguientes: Hebreos X, 26-27; Apocalipsis XIV, 10-11; XX, 9-10; XX, 15; XXI, 3.
Después de enseñanzas tan claras, bien se ve que no puede negarse el infierno sin negar a Cristo y con cuánta razón la Iglesia Católica nos presenta la eternidad de las penas y del fuego del infierno, como un dogma de que, desde los tiempos apostólicos, dejó consignado en el Credo en estos términos: "creo en la vida perdurable", es decir, creo en otra vida que será para todos inmortal y eterna; para los buenos inmortal y eterna en la beatitud del Paraíso y para los malos, inmortal y eterna en los castigos del infierno, como explícitamente lo encontramos expuesto antes del año 429, en el Credo de San Atanasio en estos términos: "... a cuya llegada (de N. S. Jesucristo el día del Juicio) todos los hombres tienen que resucitar con sus cuerpos y dar cuenta de sus propios hechos. Y los que obraron bien irán a la vida eterna, pero los que obraron mal, al fuego eterno. Esta es la fe católica en la que el que no creyere fiel y firmemente no podrá salvarse".
Sí, esta es la fe católica, creer en la existencia del infierno tal y como lo enseña la Iglesia Católica es de fe y así, el que niega este dogma, que no se tenga por católico, pues con ese mismo hecho incurre en excomunión y viene a ser un hereje.



¿COMO PUEDE ACEPTARSE QUE SIENDO DIOS TAN BUENO HAYA CREADO EL INFIERNO?

Esta objeción puede también presentarse bajo otras formas como ésta: "Dios es demasiado bueno para condenarme". Vamos a pasar a refutarla y después refutaremos otras de las más usuales y múltiples objeciones del mismo tenor, que ponen contra el infierno los que así buscan pretextos para negarlo.
Los que juzgan la existencia del infierno incompatible con la bondad de Dios, es por que tienen un concepto enteramente equivocado de la bondad, pues basta con tener de ella un concepto verdadero, para ver que precisamente por ser Dios infinitamente bueno, tenía que haber creado el infierno.
En efecto: quienes ven incompatible la bondad de Dios con la creación del infierno, tienen de la bondad un concepto equivocado, creen que ésta consiste en pasar por todo, creen que la verdadera bondad es como la de una madre consentidora que todo cuanto hace el niño mimado, por malo y perjudicial que para el mismo pueda ser, lo disculpa y hasta lo aplaude, en vez de, como debería ser si ella fuera realmente buena, reprenderlo y castigarlo.
La verdadera bondad pide ante todo la justicia: dar a cada cual según sus obras; al bueno premio, al malo castigo y premio y castigo, proporcionados a la bondad o maldad de sus obras.
Por eso Dios, que es infinitamente justo, da como castigo a una obra cuya maldad no tiene límite, un castigo eterno.
La bondad de Dios, su misericordia infinita, se manifiesta no a expensas de su justicia infinita, sino perdonando al pecador ARREPENTIDO, cuantas veces se arrepienta, por innumerables que sean las veces que reincida, por grave que sea la falta cometida y para poder perdonarlo sin forzar la justicia divina, se requirió que El pagara por el pecador, lo que hizo haciéndose hombre, sufriendo los más atroces tormentos. El mismo vino al mundo a advertirnos de la existencia del infierno, a enseñarnos lo que deberíamos hacer para librarnos de él; instituyó la Iglesia para que continuamente nos estuviera recordando sus enseñanzas ¿qué más podía hacer por el hombre una bondad infinita?
Pero si a pesar de esto no hacemos aprecio a sus enseñanzas, si no queremos arrepentirnos de nuestros pecados, si no queremos ni aceptar el perdón que Él nos brinda, ¿va Dios a la fuerza a perdonarnos? perdonar a quien no reconoce sus faltas, a quien no se arrepiente de ellas, a quien no quiere ser perdonado, no es bondad, es injusticia, más aún es estupidez del todo impropia de un ser racional como es el hombre, absurdo del todo suponerla en Dios.
Sobre este mismo tema suelen ponerse sentimentales los negadores del infierno y presentar esta otra objeción.
Si un padre que es humano y tan imperfecto, nunca castigaría con la pena de muerte a un hijo ¿cómo va a aceptarse que Dios, la bondad, la perfección infinitas, que nos ama infinitamente más que lo que nos puede amar nuestro propio padre, pueda castigarnos con el infierno eterno que es muchas veces peor que la muerte?
Ver la inconsistencia de esta objeción no es nada difícil, basta considerarla con un poco de lógica y detenimiento.
En efecto: desde luego las dos penas que se aducen no son correspondientes, pues el padre no tiene el derecho de castigar la mala conducta de un hijo con la muerte y Dios, en cambio, tiene toda clase de derecho sobre sus criaturas.
Después, el castigo que un padre diera a un hijo llega al máximum si la falta del hijo lo amerita. Cierto es que no va un padre consciente a correr a un hijo de su casa simplemente porque llega un día pasado de copas, pero hay faltas que ameritan eso y más.
Imaginemos por ejemplo el caso de un hijo perdulario, que a pesar de todos los consejos, reconvenciones y castigos de su padre, es desobediente, irrespetuoso, trasnochador, borracho, fornicario, criminal y cuya maldad llega al grado de abusar de su misma hermanita de 7 u 8 años ocasionándole la muerte, todo lo cual no es un imposible, véase la plana roja de los diarios. Lo sabe el padre, lo recrimina y en vez de dar el hijo muestras de arrepentimiento, se enfrenta al padre y lo insulta y lo abofetea ¿no es de todo punto forzoso el que tal padre, a pesar de todo lo bueno que sea y de todo lo que quiera a su hijo, lo corra de la casa? y que no se conforme simplemente con esto, sino que lo maldiga y lo desherede.
Pues esto es precisamente lo que hace Dios con el pecador no arrepentido, con el que a pesar de que sabe que Dios se hizo hombre y dio la vida por él y todo lo que por él ha hecho, lo desprecia y desprecia su ley y vive en la corrupción y le ofende y niega su castigo y se burla de El y hasta en la hora de la muerte reniega de El y no se arrepiente y muere en su pecado. Dios entonces, a semejanza del padre humano le dice: "apártate de mí maldito, ve al fuego eterno" sentencia tremenda que no es solamente el esplendor de la justicia de Dios sino también el de su bondad infinita.
Todavía los negadores del infierno, pretenden esgrimir contra él otras objeciones más del mismo tenor. Refutaremos de entre ellas esta última:
Dios sabe de antemano quiénes se han de condenar, ¿por qué pues los crea?
Esta objeción está refutada con la amplitud necesaria en el Folleto E.V.C. No. 53 por lo que aquí nos referimos a ella brevemente.
Dios crea a todos los hombres para su eterna bienaventuranza y les da los medios necesarios para alcanzarla. Ellos son libres de aprovechar o no estos medios; si no los aprovechan y se pierden, ellos solos tienen la culpa.
Dios tiene sabias y poderosas razones para tolerar el mal que hacen los malos en este mundo, pues ellos son causa de grandes merecimientos para los buenos que son escandalizados y perseguidos por los malos. Si Dios no tolera el mal, quitaría a los buenos la oportunidad de merecer por causa de los malos, lo que es una injusticia manifiesta: El da además a los malos, plena oportunidad para arrepentirse; si ellos no la aprovechan, repetimos, culpa de ellos es, no de Dios.
En esta cuestión, como en otras de orden espiritual, se encierran dificultades que se requiera tiempo y estudio para poder sondear y que no fácilmente pueden ver a primera vista los que no tienen amplios estudios en religión.
Para librarnos del infierno se requieren 3 cosas:
1º- Salir del estado de pecado.
2º- Huir de las ocasiones de pecado.
3º- Vivir una vida seriamente cristiana.

1º- Salir del estado de pecado.
Lo primero que hay que hacer para evitar el Infierno, es salir del estado de pecado.
Para eso, todos sabemos que hay que hacer una confesión sincera de nuestros pecados, con propósito firme de corregirnos de ellos en adelante.
Que ello pueda significar hasta grandes sacrificios ¡qué importa! de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma.
Si se está en pecado, hay pues, que confesarse y pronto, sin pérdida de tiempo ¡hay tantos que mueren en un accidente, repentinamente!
Hay que estar siempre preparado para comparecer ante Dios, pues bien puede ser que no muera uno repentinamente, pero es absurdamente necio jugar toda una eternidad contra un ¡puede ser!

2º- Huir de las ocasiones de pecado.
Quien no huye del peligro en él perece, dice un sabio proverbio; no se trata pues, únicamente, de no permanecer en estado de pecado mortal, sino de no volver a caer en él. Para esto solo hay un medio: evitar las ocasiones de caída, sobre todo aquellas de las que triste experiencia nos ha demostrado el peligro.
Un hombre verdaderamente cristiano, que tiene sentido común, soporta todo, sacrifica todo para escapar del fuego del infierno ¿no acaso N.S. Jesucristo nos ha dicho; si tu mano derecha (es decir, lo más útil, lo más querido que tenemos) te es causa de pecado, córtala y arrójala lejos de ti: mucho mejor es vivir con una sola mano, que no con las dos ser arrojado al fuego eterno? (Mat. XVIII-8).
No hay que hacerse ilusiones a este respecto. No debemos sentirnos seguros de estar libres del infierno. Cierto que N.S. Jesucristo, nos ha dicho: Jamás rechazaré a quien viene a mí, pero también nos ha dicho por boca de su Apóstol Pablo: "Trabajad por vuestra salvación con temor y con temblor". Hay pues que temer santamente, para tener el derecho de esperar también santamente,
Así pues, no nos hagamos ilusiones de que podemos transigir con las enseñanzas del espíritu contra la fe, contra la sumisión entera que debemos a la autoridad de la Santa Sede o de la Iglesia. No nos hagamos la ilusión de que, por pretendidos motivos de salud o de descanso, podemos transigir con costumbres que pueden mancharnos con el lodo de la impureza, de transigir con los usos del mundo que tan fácilmente nos arrastran al torbellino del placer, de la vanidad, del olvido de Dios, de la negligencia en la vida Cristiana.
No caigamos en el error de que, so pretexto de necesidades en el comercio, de sabia previsión por el porvenir de los nuestros, caer en negocios sucios, con la necia disculpa de que tal sea la costumbre general en los negocios.
Para, evitar las ocasiones de pecado, esforcémonos, en fin, por evitar el camino ancho de la perdición y seguir la vereda angosta que conduce a la estrecha puerta del cielo.

3º - Vivir una vida seriamente cristiana.
Quien quiera estar seguro de evitar el infierno, que no se contente con evitar el pecado mortal, con evitar las ocasiones de él, sino que se esfuerce por llevar una vida buena, seriamente cristiana, santa, llena de N.S., Jesucristo.
Entregaos generosamente a la noble vida que se llama la vida Cristiana, la vida piadosa. Para ello es necesario, de una necesidad capital, acercarse con frecuencia al sagrado Sacramento de la Eucaristía. Claramente N.S. Jesucristo nos dijo: Quien come de este Pan vivirá eternamente.
Y comulgar trae consigo también la confesión, esa maravilla de sacramento, execración de los impíos, bendición y alegría de los buenos. La confesión y la comunión son los dos grandes medios ofrecidos por N.S. Jesucristo a los que quieren evitar el pecado, crecer en el amor del bien, en la práctica de las virtudes cristianas, a los que quieren santificarse y salvarse.
Mientras más frecuente y mejor comulguemos, más nos apartamos del infierno. Y no olvidemos cada vez que comulguemos, pedir a Dios nos conceda la mayor de todas las gracias que podemos alcanzar sobre la tierra: la gracia de la COMUNION DIARIA.
Es necesario, además, instruirse en religión