El Infierno Existe y es
Eterno
¿Qué es el infierno?
El infierno es un estado que corresponde, en el más allá, a los
que mueren en pecado mortal y enemistad con Dios, habiendo perdido la gracia
santificante por un acto personal, es decir, inteligente, libre y voluntario.
¿En verdad existe el infierno?
Jesucristo habla del infierno muchísimas veces en el Evangelio y
expresa claramente su carácter de castigo doloroso y eterno.
¿Crees que si no existiera el infierno, Jesús hubiera empleado
su tiempo, que Él sabía muy valioso, hablando de una mentira, algo ficticio,
sólo para asustar a los hombres?
Jesucristo sabía lo que es el infierno y por eso vino al mundo:
a librarnos de ese castigo, a enseñarnos el camino para llegar al Cielo.
Por otra parte, si el infierno no existiera, ¿qué sentido
tendría la salvación? ¿A qué hubiera venido Jesús al mundo? ¿A salvarnos de
qué?
La existencia del infierno es un dogma de
fe definido por el Cuarto Concilio de Letrán.
CIC 1035 «La enseñanza de la Iglesia afirma la
existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en
estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la
muerte y allí sufren las penas del infierno, ‘el fuego eterno’ (cf.
DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575; Credo del Pueblo de Dios,
12).
La pena principal del infierno consiste en la separación eterna
de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la
felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira» (Catecismo de la
Iglesia Católica 1035; ver también 1033-1037).
El infierno es el conjunto de todos los males sin mezcla de bien
alguno. Jesucristo habla en el Evangelio quince veces del infierno, y
catorce veces dice que en el infierno hay fuego.
Y en el Nuevo Testamento se dice veintitrés veces que hay fuego.
Aunque este fuego es de características distintas del de la Tierra, pues
atormenta los espíritus, Jesucristo no ha encontrado otra palabra que exprese
mejor ese tormento del infierno, y por eso la repite.
LA ENSEÑANZA DE SANTO TOMÁS DE AQUINO SOBRE EL
INFIERNO Y SUS PENAS
Se advierte claramente la gravedad del infierno en la sentencia
que pronunciará Cristo Salvador y Juez nuestro a los malos castigados: «Apartaos
de Mí, malditos. Id al fuego eterno, que fue destinado para el diablo y sus
ángeles» (Mat 25, 41)
Con la expresión «apartaos de Mí», se
significa que se castiga con lo que se llama «pena de daño», que
es la mayor pena que se pueda recibir. En primer lugar, porque es estar
arrojado de la vista de Dios a la mayor distancia. En segundo lugar, porque no
se tiene el consuelo de la esperanza que pueda redimirse ni finalizar nunca.
Por último, en tercer lugar, porque se carecerá eternamente de la luz y el
calor de la vida divina.
Con la de «malditos», se entiende que les
perseguirá la justicia divina con toda clase de maldiciones. Aumenta con ello
su pesar y desconsuelo, porque al ser apartados de la presencia de Dios no se
les ha considerado dignos de alguna cosa buena por la que merecieran una
bendición. No pueden así esperar nada que alivie su aflicción y desgracia.
El otro castigo que sigue está significado con el mandato «id
al fuego eterno». A este otro tipo de castigo se denominan «pena
de sentido», porque se sufre con los sentidos. Entre todos los tormentos
está el del fuego. A estos sumos dolores sentidos se suma además el mal de
saber que durará eternamente.
Por último, de las palabras finales «que fue
destinado para el diablo y sus ángeles» se infiere que el castigo
eterno de los condenados incluirá toda clase de penas. La razón es porque
tendrán que soportar a los demonios, una malísima compañía. No tendrán ni el
consuelo que podían tener en su vida terrenal del alivio de alguna persona, que
sufriera también la misma desventura y que fuera afable y caritativo con él.
VISIÓN DE INFIERNO EN FÁTIMA
El viernes 13 de julio de 1917, Nuestra Señora se apareció en
Fátima y les habló a los tres pequeños videntes. Nuestra Señora nunca sonrió.
(¿Cómo podía sonreír, si en ese día les iba a dar a los niños la
visión del Infierno?)
Nuestra Señora extendió sus manos y de repente los niños vieron
un agujero en el suelo. Ese agujero, decía Lucía, era como un mar de fuego en
el que se veían almas con forma humana, hombres y mujeres, consumiéndose en el
fuego, gritando y llorando desconsoladamente. Lucía decía que los demonios
tenían un aspecto horrible como de animales desconocidos. Los niños estaban tan
horrorizados que Lucía gritó.
Ella estaba tan atemorizada que pensó que moriría.
Ella estaba tan atemorizada que pensó que moriría.
María dijo a los niños:
“Ustedes han visto el Infierno a donde los pecadores van cuando
no se arrepienten”. “Al decir estas palabras, abrió de nuevo las manos como en
los dos meses anteriores. El reflejo (de luz que ellas irradiaban) parecía
penetrar en la tierra y vimos un como mar de fuego y, sumergidos en ese fuego, a
los demonios y las almas como si fueran brasas transparentes y negras o
bronceadas, con forma humana, que fluctuaban – en el incendio llevadas por las
llamas que salían de ellas mismas juntamente con nubes de humo, cayendo hacia
todos los lados – semejante a la caída de pavesas en los grandes incendios –
pero sin peso ni equilibrio, entre gritos y lamentos de dolor y desesperación
que horrorizaban y hacían estremecer de pavor. Los demonios se distinguían por
formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero
transparentes como negros tizones en brasa”
La Virgen dijo a los pastorcitos:
Sacrificaos por los pecadores y decid muchas veces, y
especialmente cuando hagáis un sacrificio: “¡Oh, Jesús, es por tu amor, por la
conversión de los pecadores y en reparación de los pecados cometidos contra el
Inmaculado Corazón de María!.
Al decir estas últimas palabras abrió de nuevo las manos como
los meses anteriores. El reflejo parecía penetrar en la tierra y vimos como un
mar de fuego y sumergidos en este fuego los demonios y las almas como si fuesen
brasas transparentes y negras o bronceadas, de forma humana, que fluctuaban en
el incendio llevadas por las llamas que de ellas mismas salían, juntamente con
nubes de humo, cayendo hacia todo los lados, semejante a la caída de pavesas en
grandes incendios, pero sin peso ni equilibrio, entre gritos y lamentos de
dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor. (Debía ser
a la vista de eso que di un “ay” que dicen haber oído.)
Los demonios se distinguían por sus formas horribles y
asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como
negros tizones en brasa. Asustados y como pidiendo socorro levantamos la vista
a Nuestra Señora, que nos dijo con bondad y tristeza:
Habéis visto el infierno, donde van las almas de los pobres
pecadores. Para salvarlas Dios quiere establecer en el mundo la Devoción a Mi
Inmaculado Corazón. Si hacen lo que yo os digo se salvarán muchas
almas y tendrán paz. La guerra terminará pero si no dejan de ofender a Dios en
el reinado de Pío XI comenzará otra peor. Cuando viereis una noche alumbrada
por una luz desconocida sabed que es la gran señal que Dios os da de que va a
castigar al mundo por sus crímenes por medio de la guerra, del hambre, de la
persecución de la Iglesia y del Santo Padre. Para impedir eso vendré a pedir la
consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora de los
primeros sábados. Si atendieran mis deseos, Rusia se convertirá y habrá paz; si
no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones de
la Iglesia: los buenos serán martirizados; el Santo Padre tendrá que sufrir
mucho; varias naciones serán aniquiladas. Por fin, mi Inmaculado Corazón
triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá, y será
concedido al mundo algún tiempo de paz. En Portugal el dogma de la fe se
conservará siempre, etc. (Aquí comienza la tercer parte del secreto, escrita
por Lucía entre el 22 de diciembre de 1943 y el 9 de enero de 1944.) Esto no lo
digáis a nadie. A Francisco sí podéis decírselo.
Cuando recéis el rosario, decid después de cada misterio: “Jesús mío, perdona nuestras culpas, líbranos
del fuego del infierno, lleva todas las almas al cielo, especialmente a las más
necesitadas de tu misericordia.”
DESCRIPCIÓN DEL INFIERNO DADAS POR NUESTRO SEÑOR, POR SU
GRACIA, A DISTINTAS PERSONAS
María Valtorta nace en Caserta
(Italia) el 14 de Marzo de 1897. Fue enfermera y tras sufrir la agresión de un
manifestante quedó paralítica de cintura para abajo lo que le obligó a estar
postrada durante los 27 últimos años de su vida. Tuvo revelaciones de Dios quien
le contó toda su vida que ella consignó bajo el título de "El Evangelio
como me ha sido revelado". Muere en Viareggio, a los 64 años, el 12 de
Octubre de 1961.
Ella relata:
El Señor hablo a María Valtorta sobre
el infierno el 15 de enero de 1944:
Dijo Jesús: "Una vez te hice ver
el monstruo del abismo. Hoy te hablaré sobre su Reino...
Recuerda que tienes la misión de
llamar a todos a la verdad porque muchos la han olvidado.
Y este olvido que es en realidad
desprecio por las verdades eternas, procura muchos males a los hombres.
Los hombres de esta época ya no creen
en la existencia del Infierno.
Se han fabricado un más allá a su
gusto para hacerlo menos aterrador a sus conciencias merecedoras de muchos
castigos.
Discípulos más o menos fieles del
espíritu del mal saben que su conciencia no se atrevería a cometer ciertos
delitos si realmente creyeran en el Infierno tal como la Fe enseña que es.
Saben que ante ciertos delitos cometidos,
con el remordimiento encontrarían el
arrepentimiento.
En el miedo encontrarían el
arrepentimiento y con el arrepentimiento, el camino para volver a Mí.
Su malicia enseñada por Satanás, del
cual son siervos y esclavos, secundada por su adhesión a los deseos y
sugerencias del maligno, no quiere este retroceso ni este retorno.
Por eso anulan la Fe en eI infierno
tal cual es, y se fabrican otro. Lo cual no es más que una tregua para tomar
impulso a otras futuras equivocaciones.
He dicho Yo, Dios Uno y Trino, que
quien va al Infierno permanecerá en él por toda la eternidad, porque de esa
muerte no se surge a una nueva resurrección. He dicho que aquel fuego es eterno
y que ahí serán acogidos todos los operadores de escándalos y de iniquidad.
No crean que eso será sólo hasta el
momento del fin del mundo, no, porque después de la tremenda revisión, más
despiadada quedará aquella morada de llanto y tormento.
El Infierno es remordimiento, es
cólera, es odio.
Odio hacia Satanás, odio hacia los
hombres, odio hacia sí mismos. Después de haber adorado en la vida a Satanás en
vez de adorarme a Mí, ahora lo poseen y lo ven en su verdadero aspecto, ya no
escondido bajo la maligna sonrisa de la carne, el reluciente brillo del oro, o
el poderoso signo de la supremacía. Terminan allí por haber olvidado su
dignidad de hijos de Dios.
Terminan ahí por haber adorado a los
hombres, hasta convertirse por ellos en asesinos, en ladrones, en tramposos, en
mercaderes de inmundicia. Ahora encuentran a su dueño... por el cual han
matado, robado, estafado, vendido su honor y el honor de muchas infelices
criaturas, débiles e indefensas, haciéndolas instrumentos de vicios que las
bestias no conocen, de la lujuria, atributo del hombre envenenado por Satanás.
Están allí por haberse dado a todas
las satisfacciones, despreciando las leyes de Dios y las leyes morales.
Todo el dolor de haber traicionado a
Dios en el tiempo (cuando vivos) está frente al alma por toda la eternidad.
Todo el error de haber rechazado a
Dios en el tiempo, está presente para su tormento por toda la eternidad.
Han querido el fuego de las pasiones.
Ahora tienen el fuego ardiente de Dios de cuyo santo fuego se burlaron.
El fuego responde al fuego. ¡Oh! lo
que es el Infierno, no lo podéis imaginar.
Tomad todo lo que constituye tormento
para el hombre sobre la Tierra. Fuego, hielo, agua que ahoga, hambre, sueño,
heridas, enfermedades, llagas, muerte; y si hacéis con ello una cantidad única
multiplicándola millones de veces, no tendréis más que un fantasma de aquella tremenda
verdad.
Al ardor insostenible se mezcla el
hielo sideral.
Los condenados ardieron con todos los
fuegos humanos, habiendo tenido únicamente hielo espiritual hacia el Señor su
Dios. El hielo los espera para congelarlos después que el fuego los haya
[calentado] como peces puestos a asar. Tormento sobre tormento es este pasar
del fuego que derrite al hielo que congela. ¡Oh! no es una descripción
metafórica porque Dios hace que las almas cargadas de culpa tenga sensibilidad
igual a las de la carne, aún antes que se vuelvan a revestir de carne.
"Vosotros no sabéis, no creéis, pero en verdad os digo que os convendría
más soportar todos los tormentos de mis mártires, antes que una hora de aquella
tortura infernal. La oscuridad será el tercer tormento. Oscuridad material y
espiritual. La reverberación de los espíritus ardiendo ilumina sólo el nombre
del pecado por el cual están confinados. El horror de permanecer siempre en las
tinieblas después de haber visto la luz del Paraíso y estar abrazado por las
tiniebla, después de haber visto la luz de Dios. Tener que debatirse en aquel
horror tenebroso sin encontrar excusas en aquella promiscuidad de espíritus que
se odian y se dañan recíprocamente. Se ha dicho que la muerte nutrirá a la
muerte. La desesperación es muerte y nutrirá a estos muertos por toda la
eternidad.... Yo Dios... cuando descendí... tuve horror de aquel horror... y
vosotros queréis ir a él. Meditad, oh hijos, estas palabras mías. La vida sobre
la Tierra no dura más que unos pocos días. La vida comienza cuando parece que
acaba, y entonces ya no tiene fin. Haced que para vosotros transcurra donde la
Luz y la Gloria de Dios hacen bella la eternidad y no donde Satanás es el
eterno verdugo.
·
A Santa Faustina Kowalska. Vidente de Jesús de la Divina
Misericordia
Santa Faustina Kowalska, Nació el 25 de agosto de 1905 y muere el 5 de octubre de 1938, fue Canonizada el 30 de abril del 2000, año jubilar. Esta religiosa polaca recibió mensajes de Jesús sobre su Divina Misericordia. Providencialmente esta devoción tan necesaria para nuestros tiempos se ha propagado por el mundo entero.
Ella nos dice en su diario:
En una ocasión, Sor Faustina relata
este hecho en su diario ―me puse de rodillas delante del crucifijo y empecé a
implorar la misericordia. Sin embargo, Jesús no oyó mis llamamientos. Me sentí
despojada completamente de las fuerzas físicas, caí al suelo, la desesperación
se apoderó de toda mi alma, sufrí realmente las penas infernales, que no
difieren en nada de las del infierno. En tal estado permanecí durante tres
cuartos de hora.‖ ―Una vez vi a dos hermanas que iban a entrar en el infierno.
Un dolor inexpresable me rasgó el alma; pedí a Dios por ellas, y Jesús me dijo:
Ve a decir a la Madre Superiora que estas dos hermanas están en ocasión de
cometer un pecado grave. Al día siguiente se lo dije a la Superiora. Una de
ellas ya se había arrepentido y se encontraba en estado de fervor y la otra aun
estaba en un gran combate.‖ ―De repente mi celda se llenó de figuras negras,
llenas de furia y de odio hacia mí. Una de ellas dijo: Maldita tú y Aquel que
está en ti, porque ya empiezas a atormentarnos en el infierno. En cuanto
pronuncié: Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, en seguida esas
figuras desaparecieron ruidosamente.‖ ―Por la noche, mientras escribía, oí en
la celda esta voz: No salgas de esta Congregación, ten piedad de ti misma, te
esperan grandes sufrimientos. Cuando mire hacia allí de donde salía la voz, no
vi nada y continué escribiendo. De repente oí un ruido y estas palabras: Cuando
salgas, te destruiremos. No nos atormentes. Cuando miré vi muchos monstruos
feos; cuando hice con el pensamiento la señal de la cruz, se disiparon todos
inmediatamente. Que horriblemente feo es Satanás; pobres las almas que tienen
que vivir en su compañía, verlo solamente es más repugnante que todos los
tormentos del infierno. Un momento después oí en el alma esta voz: No tengas
miedo de nada, no te sucederá nada sin Mi voluntad. Después de estas palabras
del Señor una fuerza misteriosa entró en mi alma; me alegro grandemente de la
bondad de Dios.‖ ―Convéncete de esto para siempre, vigila sin cesar porque todo
el infierno se empeña en contra de ti a causa de esta obra, ya que muchas almas
se alejarán de la boca del infierno y glorificarán Mi misericordia. Pero no
tengas miedo de nada, porque Yo estoy contigo; debes saber que por ti misma no
puedes nada.‖ ―Vi a Nuestra Señora visitando a las almas del Purgatorio, la
llamaban Estrella del Mar. Luego mi ángel guardián me pidió que regresáramos,
al salir de esta prisión de sufrimiento, escuché la voz interior del Señor que
decía: ‘Mi Misericordia no quiere esto, pero lo pide mi Justicia’"
En otra parte del mismo diario nos dice:
"Hoy he estado en los abismos del
infierno, conducida por un ángel. Es un lugar de grandes tormentos, ¡qué
espantosamente grande es su extensión! Los tipos de tormentos que he visto: el
primer tormento que constituye el infierno, es la pérdida de Dios; el segundo,
el continuo remordimiento de conciencia; el tercero, aquel destino no cambiará
jamás; el cuarto tormento, es el fuego que penetrará al alma, pero no la
aniquilará, es un tormento terrible, es un fuego puramente espiritual,
incendiado por la ira divina; el quinto tormento, es la oscuridad permanente,
un horrible, sofocante olor; y a pesar de la oscuridad los demonios y las almas
condenadas se ven mutuamente y ven todos el mal de los demás y el suyo; el
sexto tormento, es la compañía continua de Satanás; el séptimo tormento, es una
desesperación tremenda, el odio a Dios, las imprecaciones, las maldiciones, las
blasfemias. Estos son los tormentos que todos los condenados padecen juntos,
pero no es el fin de los tormentos. Hay tormentos particulares para distintas
almas, que son los tormentos de los sentidos: cada alma es atormentada de modo
tremendo e indescriptible con lo que ha pecado. Hay horribles calabozos,
abismos de tormentos donde un tormento se diferencia del otro. Habría muerto a
la vista de aquellas terribles torturas, si no me hubiera sostenido la
omnipotencia de Dios. Que el pecador sepa: con el sentido que peca, con ése
será atormentado por toda la eternidad. Lo escribo por orden de Dios para que
ningún alma se excuse diciendo que el infierno no existe o que nadie estuvo
allí ni sabe cómo es. Yo, Sor Faustina, por orden de Dios, estuve en los
abismos del infierno para hablar a las almas y dar testimonio de que el
infierno existe. Ahora no puedo hablar de ello, tengo la orden de dejarlo por
escrito. Los demonios me tenían un gran odio, pero por orden de Dios tuvieron
que obedecerme. Lo que he escrito es una débil sombra de las cosas que he
visto. He observado una cosa: la mayor parte de las almas que allí están son
las que no creían que el infierno existe. Cuando volví en mí no pude reponerme
del espanto, qué terriblemente sufren allí las almas. Por eso ruego con más
ardor todavía por la conversión de los pecadores, invoco intensamente la
misericordia de Dios para ellos. Oh Jesús mío, prefiero agonizar en los más
grandes tormentos hasta el fin del mundo, que ofenderte con el menor
pecado".
·
Oliva vidente de Jesús de la Misericordia en Garagoa
Colombia
Le besando los pies a Jesús...
” No supe que paso, pero vi que un
hueco inmenso se abrió bajo los pies del señor. No sé si viajamos atreves de
Él, pero pronto me vi en el infierno. Escuche, gritos, lamentos, había
desesperación, aquel lugar era horrible. Sentí miedo, sentí morirme de pavor, y
me dije, hay de mi señor donde estoy!!!! El señor me dijo: “no temas nada, nada
te pasara, yo estoy contigo, observa bien”
Entonces vi una hornilla como la boca
de un volcán. De ella salían llamas inmensas. Era como un fondo donde se cocina
la caña para hacer miel. Como un lago de azufre hirviendo a borbollones, había
allí mucha gente que gritaba y pedía auxilio sin ser escuchados. Unos
insultaban, otros estaban vestidos lujosamente, otros estaban sin ropa. Creo
que estaban con la ropa que lo enterraron. Un hombre muy rico, con mantos y
anillos en los dedos, y cadenas en el cuello, sacaba la mano y decía, sálvame
por esto! y mostraba como un gajo de cebolla. Pero las llamas empezaban a
consumir el gajo de cebolla hasta quemarle los dedos. Creo que fue algo que
dio, pero sin amor, o lo único que regalo en su vida.
El tormento era cruel, no había paz,
le pegunte al Señor, este es el rechinar de dientes? Y me contesto “No, todavía
no es. Es solo parte de sufrimiento, de los condenados”
Alrededor de la hornilla había
demonios con las piernas cruzadas, todos tenían un trinche largo. Su aspecto
era horrible, sus ojos rojos, boca malvada, sonrisa malévola, de un color casi
negro como gris. Fumaban y fumaban algo que los hacía más rebeldes. Y bebían un
líquido rojizo que los llenaba de soberbia.
De pronto todos se colocaron de pie en
posición firme .Los condenados deseaban desaparecer. Se consumían en el lago de
fuego, era una multitud incontable. El infierno se estremeció, todo tembló. Por
una puerta entraba un demonio como de casi 2 metros de alto, más horribles que
los otros demonios. Este tenía cuernos, garras, cola y alas como de murciélago.
Los demás no tenían nada de eso. Grito y zapateo, y todo volvió a temblar,
pregunte quien era, y me dijo:” Es Satanás, Lucifer, rey del inferno. ”Hasta
los demás demonios le tenían miedo, a una orden dada por el, todos corrieron
ante él con el trinche en la mano, en fila como un batallón de soldados. Les
dijo algo que no alcancé a escuchar, púes tenía demasiado miedo. Y no le
pregunte al Señor. Si el Señor no me hubiera sostenido en ese momento, yo
hubiera muerto de terror.
El Señor me dijo:” Acá no hay paz ni
un segundo, acá no hay nada de amor, es el reino del odio. Aquí vienen todos
aquellos que me despreciaron cuando estaban vivos, libre y voluntariamente,
prefirieron el mal en lugar de bien. Ahora observa bien, pues para algunos
comienza el rechinas de dientes, sufrimiento y muerte eterna, gusano que no
muere y fuego que no se apaga. Porque el que no está conmigo, está muerto, esa
es la verdadera muerte. No la que llaman ustedes muerte”.
Los demonios corrieron hacia la
hornilla después de la orden de Satanás, y metían el trinche, sacaban a los
condenados traspasados por los trinches. Se movían como culebras sin poder
soltarse. Gritaban se contorsionaban. Les salía sangre, alguno fueron
traspasados por la espalda, otros por las piernas, otros por la cabeza
agarraban los trinches queriendo salir. Pregunte al Señor: ¿porque esas almas
tiene sangre? Y me dijo: ”Al infierno viene en cuerpo y alma, como al cielo van
en cuerpo y alma. Estamos en el primer infierno, y ya fueron juzgados, aquí
están todos los condenados desde la creación del mundo hasta el diluvio. Los
demonios colocaron a los condenados como en una lámina de zinc, galvanizada y
los agarraban a trinchazos entre dos o tres demonios. Luego como con un
cortaúñas, un poco más largo, les prendían pedazos de carne y poco a poco le
arrancaban las uñas, los dedos, el pelo, los gritos eran desesperados, eran
gritos que terminaban en lamentos….
Para que no gritaran, sacaron una
especie de arma no vista en la tierra por mí. Se la metieron en la boca.
Aquella arma se abrió como una mano, y al cerrarse le agarró la lengua, y le
arrancaban, bien torciéndola o tirándola. Luego con un cuchillo bien afilado,
le comenzaban a volver cecina, a destazar, volver pedazos como de vistel.
Los condenados no podían gritar, sus
ojos parecían salirse de ellos. Y sus mandíbulas pegaban una con otra haciendo
un rechinar de dientes horrible!!! Después de desprender la carne, trozaban los
huesos y los volvían nada. Por último partían la cabeza, hasta quedar trizas,
todo parecía nada en al lamina. Sangre, carne en trozos, huesos, aquello era
horrible. Y en los huesos había gusanos.
Entonces dije al Señor, pobres
personas!!! Pensé que no iban a morir, por fin murieron, aunque los pedazos de
carnes se mueven. El me dijo: “Aquí no existe la muerte fíjate bien”. Los
demonios tomaron esa lamina y echaron los trozos de la persona sobre un hueco
donde había llamas y fierros filosos, una especie como de molino para volver
todo polvo. En la parte de abajo de ese hueco estaba otra vez el hueco de la
hornilla.
Al caer ese polvo vi que las personas
volvían a tener cuerpo y el que se dejaba agarrar por el trinche volvía a
padecer lo mismo. Entonces pregunte al Señor: ¿Qué pasa, porque tiene que
volver a vivir? Él me dijo: “La muerte ya no existe, como los hombres la
llaman. Aquí se padécela la muerte eterna, que es la separación de DIOS.Y para
llegar a este lugar de tormentos, cada uno llego aquí libre. Ésa fue la
elección de ellos. Yo ya no puedo hacer nada por ellos. Cuando podía me
despreciaron y llegaron a este lugar no creado para los hombres, para los
hombres fue creado el cielo. Este lugar fue creado para Satanás y sus ángeles.”
Me di cuenta que a mayor pecado, mayor
el sufrimiento. Cada uno paga según sus deudas. Y cada uno tiene castigos
diferentes, pero todos sufren terriblemente. Me di cuenta que con el órgano que
pecan es con el que más sufren.
Según se hundían en el lago de fuego,
aparecían en un lugar de arenas candentes, al rojo vivo. El calor era
sofocante, no se podía respirar y gritaban, tengo sed!!!
Entonces un demonio se le subía a la
nuca y le abría la boca, hasta desgarrarla hasta los oídos. Otro demonio
agarraba la arena caliente, para que la bebieran. Era tal el desespero que
corrían sin control en la oscuridad iluminada únicamente por las arenas.
Chocaban con otros condenados y
peleaban como perros callejeros. Al llegar al final había rocas con puertas,
cada uno miraba solo una puerta, al abrirla había un hoyo, donde estaban los
animales ponzoñosos y aquellos que más temían cuando estaban en la tierra. El
Señor me dijo que eran castigos psicológicos. No pregunte qué era eso.
Oh pobres condenados!! Que
desesperación, que pesadilla sin fin!!!
Cuando lograban salir de allí, se
veían esos animales por el cuerpo y que salían por la boca y por todo lugar.
Por lo único que podían correr, es por un desfiladero de piedras cortantes, se
caían y se cortaban. Unos caían de frente y se cortaban todo, otros de espalda
y al final había una planada, el que no lograba pararse rápidamente, una piedra
redonda lo aplastaba como una cucaracha. Al lograr levantarse se botaban por un
hueco que había, y caían a la hornilla del inicio, y todo volvía a repetirse.
El Señor me dijo: “¿Te diste cuenta
que acá no hay descanso ni un segundo? Ahora te voy a mostrar otro lugar que
está esperando a esta generación perversa y malvada. Le voy a mostrar quien sufre
más y quienes van por el camino al infierno”.
Vi entonces tres hornos más grandes
que el primero y Satanás gritaba: Qué se haga el juicio, eh trabajado bastante
para darle la bienvenida a mi reino, he inventado nuevos castigos, y tormentos.
Que vengan aquí los que pudieron salvarse y no quisieron, que vengan a mí los
que me sirvieron en la tierra.
Entonces vi unas mujeres, arrastradas
con cadenas, llevaban cargas como mulas, eran golpeadas atrozmente y
atormentadas. Les habrían sus vientres, las dejaban gritar, la despedazaban,
les daban con unas cuerdas como de hierro, las insultaban, les mostraban sus
hijos que ellas habían asesinado y se las amarraban a sus pechos. Ellas
escuchaban el llanto y los gritos de sus hijos (porque me mataste mama!!!) al
grito del niño, sus pechos se desgarraban y comenzaban a sangrar, sus oídos
sangraban y todo aquellos era horrible. Y pregunte al Señor: ¿Señor JESÚS quienes son esas mujeres y porque sufren tanto? Me contestó: ”Son todas
aquellas que matan a sus hijos en el aborto, sufren porque hicieron de sus
vientres tumbas, y el vientre es para dar vida. Él pecado del aborto le es a mi
Padre muy difícil de perdonar. No basa con confesarlo, sino hay verdadero
arrepentimiento. Hay que hacer mucha oración y penitencia, pidiendo
misericordia a DIOS Padre como al hijo que asesinaron. Sus gritos y llantos
estarán al frente del trono de DIOS y su sangre clamara desde la tierra al
cielo”.
Y me dijo: ”Ore, Ore, por ellas,
porque algunas están vivas y pueden arrepentirse. Pues muchas van por el camino
del infierno”.
Vi al lado de ellas hombres y mujeres
que sufrían iguales tormentos que ellas. Y pregunte, ¿estos quiénes son, y
porque sufren iguales tormentos? El Señor me dijo: ”Son todos los cómplices del
aborto, los que las ayudaron. Aquí pueden venir médicos, amigos, enfermeros,
parientes, o alguna persona que escucho que iban a abortar, y no les dijo no lo
hagas.”
Seguimos andando por ese ancho camino
y vi hombres que venían cari bajos, con la lengua afuera, se la machacaban con
piedras, les quemaban las manos y pies y se la atravesaban con punzones. Lo
demonios descargaban toda su ira contra estos hombres. Vi como sufrían y
pregunte ¿estos quiénes son y por que sufren tanto? Y me dijo el Señor: ”Son
los llamados a la más alta gloria de los cielos pero la han perdido. Se han
vendido y me han vendido. Ellos son mis sacerdotes. Los pecados del sacerdote
son doble pena para mí, por eso su castigo es doble. Son martirizados en la
lengua porque han callado mi palabra y han sido perros silenciosos, tartamudean
al hablar. Se han consumido en las pasiones y llenado de mosto, vino. Para
ellos la maldición y el fuego.”
Vi mujeres y hombres al lado de ellos
que sufrían grandes penas y pregunte ¿Quiénes son estos? Y me dijo:” Son los
que han pecado con ellos. La mujer que hace caer a un sacerdote, más le valiera
no haber nacido, porque es más maldita que Judas. Lo mismo el hombre que haga
pecar a un sacerdote.”
Detrás de estas había una multitud que
seguían ese camino y sufrían iguales tormentos. ¿Y estos quiénes son? Y me
dijo: ”Son todos aquellos que se alejaron de mí y de mi iglesia por el pecado
del sacerdote y no oraron por él. El sacerdote se hizo para salvar a los
hombres. Si no lo hace, lo ayudan a condenar. Pues mi palabra dice, los
guardianes de mi templo están ciegos, ninguno hace nada, son todos perros mudos
incapaces de ladrar, vigilantes perezoso que les gusta dormir. Perros
hambrientos que jamás se hartan. Y son ellos los pastores, pero no saben
comprender, cada uno va por su camino. Cada uno busca su interés, vengan dicen,
busquen vinos y emborrachémonos con los licores, no ayudan al inocente y hacen
desaparecer a los hombres fieles (Isaias-56-9)”.
Vi detrás de estos, hombres y mujeres
que sufrían iguales tormentos, y le dije ¿quiénes son? Y me dijo “Son todos los
religiosos y religiosas. Ore, ore por ellos, para que me amen y logren
salvarse. No hablen nunca mal de los míos. Es como si untara el dedo con chile
y me lo metiera en el ojo. Solo ore, ore por ellos, y no me causes tormentos.”
Vi hombres y mujeres que llevaban
vendados los ojos, detrás de ellos iban muchos encadenados. Los demonios los
insultaban, los golpeaban, y los violaban. Su tormento era cruel, y pregunte
¿quiénes son esos? Y me dijo: “Son todos los brujos, hechiceros que se han
dejado enceguecer por Satanás. A ellos les esperan los tormentos inmensos,
porque vivieron más cerca de Satanás acá en la tierra, más que a mí. Y sufrirán
más que nunca, por haber servido en el mal, libre y voluntariamente. Los
encadenados son todos aquellos que los consultan, y todos aquellos que mandan a
hacer un mal de brujería. Es preferible que mataran cara a cara, y no así. Pues
escrito esta, que mi Padre no salvara a esa raza, fuera de mi perros malditos,
para ustedes no habrá fuego ni brazas para calentar el pan (Isaías 47- 12)”.
“Ore, ore, porque hay muchos que
pueden arrepentirse. También la multitud que les siguen y sufren tormentos son
los creyentes en horóscopos, invocadores de espíritu, toda persona que quiera
saber el futuro, o consulte a uno de ellos, es merecedor del fuego eterno del
infierno. Vi luego hombres y mujeres atados por cadenas en las manos, cada uno
tiraba por su lado, se tiraban y se caían entre sí. Los demonios les decían,
por su culpa sufre, dele más duro. Y pregunte ¿Quiénes son? Y me dijo: ”Son
todos mis matrimonios que no viven en paz. Son dos bestias atadas por la misma
cuerda.” y pregunte ¿Por qué van al infierno? Y me dijo: ”Besa mi mano” lo hice
y me la coloco en los ojos. Y vi que en esos hogares había insultos, celos,
peleas, y Satanás le gritaba a JESÚS . Mire, mire como tengo a sus matrimonios!!
¿Qué saco con santificarlos en el sacramento? como la primera pareja me pertenecen,
pero ahora hare que pierdan la gloria, no permitiré que oren ni que vayan a
misa. Y se reía a carcajadas…Mientras JESÚS lloraba. “Oren, porque hay muchos
que pueden arrepentirse y cambiar”.
Vi hombres y mujeres atados por los
pies, y sufrían peor que los anteriores. Y pregunte ¿estos quiénes son? Y me
dijo: ”Son todos los que viven sin casarse, o han cometido adulterio o
fornicación”. Y pregunte: ¿porque van al infierno? Y me toco los ojos y vi que
JESUS bendecía todas las uniones entre el hombre y la mujer cuando estaban
íntimamente, como la primer pareja. Pero cuando no estaban casados, era Satanás
el que dormía al lado de ellos. Golpeando al Señor JESÚS, le escupía la cara
diciendo: mira tú criatura el hombre convertido por mí en un animal. Aun peor
que ella, ¿de qué le sirvió morir por ellos? yo destruiré tu sacramento que les
permite unirse santamente. Pero yo haré de cada lecho un fuego infernal
envuelto en pasiones aun no permitidas. Pues a mí si me escuchan, aunque yo no
les ofrezco un reino de paz, sino de dolor…
Y JESÚS me dijo:” Mi sufrimiento para
ellos ha sido inútil, por eso van al infierno. ”Y vi que unos de los castigos
para ellos, es ver al hombre o mujer por el cual se condenaron en el pecho, y
Satanás le daba un cuchillo filoso y ellos mismos se cortaban, y sacaban
pedazos de carne hasta llegar al corazón. Diciendo, maldito, maldito, por tu
culpa estoy aquí en este infierno. Te quiero sacar del pecho para siempre pero
no puedo.
El Señor me dijo: ”Ore, ore, porque
algunos están vivos, y se pueden arrepentir.”
Vi hombres atados con hombres, y
mujeres atadas con mujeres, atados por la cintura, que se balanceaban, como
animales salvajes, arrastrando una presa. Y estos quiénes son y porque sufren?
El Señor me dijo: ”Son toda clase de homosexuales y lesbianas, que libre me
rechazaron, y no fueron capaces de ser castos ofreciendo su vida”. Y vi como
Satanás, se revolcaba en el lecho de estos pobres seres, dándoles más deseos
sin llegar hacer saciados nunca. Y vi como los espíritus los atormentaban en
sus partes con los que pecaron. Y vi que le atravesaban palos desde el ano
hasta la boca, y le giraban.
Y pregunte ¿La presa? Y me contestó: ”Son
todos aquellos que se acostaron con ellos. Ore, porque aún hay vivos que pueden
salvarse, al arrepentirse. La persona homosexual que ofrezca su castidad a mí,
y viva sin hacer pecar a nadie, yo derramo mi infinita misericordia, porque los
amo inmensamente.”
Toda relación, anal es condenada por
el Señor, es contra la naturaleza. No podemos condenar a quienes practican la
homosexualidad, si hacemos lo mismo.
Vi hombres y mujeres con caras de
animales, y sufrían inmensamente. Y al lado de ellos, unos que llevaban como
unas cintas y unas hojas o revistas donde habían mujeres y hombres desnudos.
También sufrían y van al infierno. Y le pregunte al Señor: ¿quiénes son, y
también van al infierno? Si van al infierno sino se arrepienten. Los primeros
son todos los que han tenido, intimidad con los animales. Rebajándose al nivel
de la bestia, y aun mas que ella, porque si ella pensara, no lo haría. Y todo
aquel que haga del sexo una obsesión atreves de películas, revistas, chistes
grotescos, prostitución, palabra de mal sentido. Son dignos del fuego eterno,
con todos sus tormentos, pues han aprendido a hablar la bajeza de Satanás y no
a hablar y vivir la santidad y pureza de DIOS uno y trino.
Vi hombres y mujeres de diferentes
edades, y caminaban como ciegos golpeándose con todo. Y un demonio estaba al
pie de ellos, haciéndoles caer más y más. ¿Y estos quienes son Señor? Y me
dijo: “Son todos los borrachos, alcohólicos van porque han destrozado el templo
de Espíritu Santo, donde mora la trinidad santa. Su propio cuerpo. Y han hecho
daño a sus semejantes, a sus familias, olvidándose del primer mandamiento. Amar
a DIOS y al prójimo como a sí mismo. Estos no han aprendido ni siquiera a
amarse.”
Y al lado de ellos, iban de diferentes
edades reventados los labios, con humo en la nariz, ¿Y estos quiénes son?,
pregunte, y me dijo:” Son todos los fumadores de toda clase de hierbas, droga,
cigarros o vicio. Y van porque no han amado su propio cuerpo, y los que van con
ellos, son todos los que ofrecen, o llevan a pecar. Yo les he dicho, que el que
regala un vaso de agua, es digno de cielo eterno. Pero también quien ofrece, o
hace pecar a alguien, es digno del fuego eterno. Ore, porque algunos pueden
cambiar su vida, y librarse de este castigo”
Vi hombres y mujeres en minifalda, o
con vestidos indecentes, y detrás de ellos, un gran número de hombres y
mujeres. Y pregunte: ¿Porque van al infierno, y porque los atormentan? Me
contesto: “La mujer que use minifalda va al infierno, por corromper al hombre
seduciéndolo con su vestuario. Y lo mismo el hombre, van por dejarse seducir.
Cuidado con el vestuario. La mujer no debe llevar pantalón y si lo lleva que no
sea ajustado. Muchas parecen mulas con frenos. Los hombres no deben llevar el
pantalón apretado, pero tampoco, aquellos que parecen faldas.”
Vi que iban hombres y mujeres de toda
edad, hasta niños con las manos cortadas, algunos sin dedos. Y le pegunte
¿Quiénes son y van al infierno? Y me dijo: “Son todos los tramposos, los
ladrones, los estafadores, los que no pagan sus deudas, los que solo se
dedicaron al trabajo, los avarientos, los que en su corazón solo estaba el Dios
dinero, los que nunca dieron una limosna al pobre, ni ayudaron al más pequeño
de sus hermanos. Son todos aquellos que al final les tendré que decir, apártate
de mi maldito, vaya al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles.
Pues tuve hambre y no me dieron de comer, sed y no me dieron de beber. Fui
forastero y no me alojaron, desnudo y no me vistieron, enfermo y en la cárcel y
no me visitaron. Ore, ore por ellos, porque algunos están vivos y pueden
cambiar su corazón de piedra (Mateo 25.)”.
Vi hombres y mujeres de todas las
edades, que llevaban la lengua afuera, y un demonio, iba montado sobre sus
hombros, metiéndole su lengua en la boca de ellos. Era una gran cantidad y le
pregunte al Señor ¿Quiénes son Señor, y porque traen ese demonio? Me dijo:” Son
todos los chismosos, calumniadores, mentirosos, son todos aquellos incapaces de
domar la lengua. Que hicieron mal, pues esta cargada de veneno mortal, como
escrito está en mi apóstol Santiago “Sepan domar su lengua” El demonio que
llevan es el demonio del chisme, ore para que se conviertan, porque algunos
están vivos, y no vengan a este lugar de castigo.”
Vi hombres y mujeres que de sus bocas
salían sapos, y víboras. ¿Y estos quiénes son? Pregunte. “Son todos los que
pudieron enseñar mi fe y mi doctrina y no lo hicieron. Pero si enseñaron cosas
falsas basadas en teorías sin poderse comprobar. Son los maestros, escritores,
catequistas, sacerdotes y padres de familia y todo el que pueda enseñar mi fe.
Y toda persona que destruya la fe de mis pequeños niños. Yo les he escrito, hay
del que enseñe otra palabra, hay del que escandalice a uno de estos pequeños,
mas le valiera amarrarse una piedra de moler al cuello y tirarse al mar. Ore,
ore porque para ellos, el castigo es tremendo. Y no lleguen al lugar del
castigo.”
Vi familias y padres e hijos
golpeándose. De sus bocas salieron llamas de fuego. Y pregunte: ¿porque vienen
aquí y porque los atormenta el demonio, y porqué sale fuego? Y me dijo: “Son
los padres que no se hicieron amar y respetar con sus hijos, los insultaron.
Son los hijos altaneros y groseros con sus padres.” Y pregunte: ¿Por qué van
ellos ahí? Y me dijo: ”Al final cuando cada uno se presente ante el justo juez,
sino fueron buenos van a decir, maldito de mi por no haber respetado y amado a
mis padres. Y por esa maldición va al infierno. O va a decir, maldito por no
obedecer y seguir la fe católica. O al contrario, van decir, maldito mis padres
porque no me enseñaron a respetarlos y amarlos. Por esa maldición los padres
van al infierno.
Al contrario los padres deben respetar
y dar amor a sus hijos. Jamás con insultos. “Ore, ore, porque algunos pueden
salvarse”
Vi que en esas casas, donde el padre y
la madre, insulta a sus hijos, los demonios salen de sus bocas como gusanos o
serpientes que se arrastran. Y poco a poco van y se meten al otro hijo, o al
esposo que está lejos. Vi que la única manera para acabar esos demonios en esas
casas, es rezar y especialmente el santo rosario.
Vi gente de toda clase y edades que
votaban dinero al aire y alrededor de ellos, gente muriéndose de hambre. ¿Y
estos quiénes son y porque van al infierno? Y me dijo:” Son todos los que
desperdician el dinero en lo que no sirve, son los que compran cosas
innecesarias, son los que hacen fiestas para sus gustos, invitan únicamente a
los que puede llevarles algo o lo invitan a otra fiestas. Son todos los que
desperdiciaron comprando en demasiadas cosas y la dejan dañar en sus
refrigeradores en vez de regalarlas. Y nunca hacen obras de misericordia, solo
piensan en ellos mismos mientras alrededor del mundo se mueren de hambre. Ore,
ore por ellos para que se conviertan, y no vayan al lugar del castigo”.
Vi jóvenes que llevaban aparatos en
sus oídos, no pregunte que aparatos porque no los conozco, conectados a una
radio, caminaban como sonámbulos. Por esos aparatos les entraban escorpiones,
sapos y muerte. Y pregunte ¿Quiénes son? Y me dijo: “Son todos aquellos que
escuchan música satánica, rock, la música metálica y se han convertido en
adoradores del diablo que los llevan a su propia muerte y les hacen perder el
sentido de la vida, son todos los que entran a culto satánico, discotecas u en
sus casas se encierran escuchando a alto volumen esa maldita música, para ellos
la vida no tiene sentido, ni estudiar ni nada. Se vuelven perezosos y rebeldes.
Pobre juventud va a la perdición, ya no hay inocencia en los mayores de 4 años.
La maldita televisión y la música los han pervertido, y su corazón enceguecido
se van alejando de mí. Ore, ore, para que yo pueda rescatarlos, pues viajan
como moscas al mortecino. Ore, ore para que abandonen todo, y no lleguen al
lugar de castigo elegido por ellos”.
Vi hombres y mujeres de toda clase,
que caminaban de espalda, y un demonio los arrastraba y al caminar, tropezaban
con otros, y los hacían caer. Pregunte quienes son, y me dijo: “Son todos
aquellos que me iban siguiendo por el camino del cielo, pero las dificultades,
los tropiezos, el desaliento, los problemas con los mismos grupos, los hicieron
que me abandonaran, y hoy van camino al infierno, y se llevan a otros. A estos
les es difícil volver a mí. Porque tiene un demonio que los detiene, este
demonio al final los entregara a Satanás, y recibirá más orgullo por haber
vencido a uno de los míos. Ore, ore por ellos, pues mi corazón se hiere
continuamente, por estos nuevos judas que no quieren sufrir por mí”.
Vi hombres y mujeres de diferentes
edades y clases, golpeándose el pecho con un cuchillo, luchaban por quitar un espectro
humano, desde los pechos hasta sus ingles .Al golpearse sus heridas sangraban
mientras que un demonio les gritaba, tú has sufrido mucho por culpa él , dele
más duro, dele más duro, no le perdone no le perdone!!. Entonces pregunte:
¿Quiénes son Señor, y quienes son los que están en el pecho? El Señor me dijo:
“Son todos aquellos que nunca han perdonado la falta de sus hermanos, guardan
rencores, odio, resentimiento, rencillas, pensando que fueron los únicos que
sufrieron. Las personas que llevan en el pecho, son sus supuestos enemigos. Y
por eternidad de eternidades, lo tendrán en el pecho como castigo. Oren, oren,
para que perdonen, como yo perdono, porque si no perdonan las faltas de sus
hermanos, mi Padre tampoco les perdonara.”
Vi hombres y mujeres de todas las
edades, sus manos sangraban, y ellos al mirarlas gritaban de terror. Y un
demonio les cortaba con una espada, los pasaba por parte y parte, volviéndolos
nada. Pregunte ¿Quiénes son Señor? Dijo: “Son todos los asesinos, los
secuestradores, los atracadores, son todos aquellos que le han quitado la vida,
a alguien, física psíquica, y espiritualmente. Son aquellos que pudiendo salvar
una vida, no lo hicieron, su sangre clama, desde la tierra a cielo. La vida yo
la doy y la quito cuando quiero, nadie fuera de DIOS puede quitar la vida, ni a
un niño, ni aun anciano, ni aun un enfermo, solo DIOS dispone de ellos. Quien
lo hace le esperan los más grandes castigos y tormentos, en el lago de azufre
donde el gusano no muere y el fuego no se apaga. Ore, ore, porque hay muchos
que están vivos y pueden arrepentirse, hija mía ora, especialmente por los
médicos”.
Seguimos caminando y vi hombres y
mujeres, jóvenes y niños de todas las clases, iban dando vueltas entre sí como
perdidos y confusos, los demonios los cubrían con sus sombras, y les decían, no
crean, no crean. Y pregunte ¿Quiénes son? Y me dijo: “Son todos aquellos, que
pertenecen a mi iglesia o pertenecieron, pero que abandonaron los sacramentos,
o si acuden no creen en ellos, ni en la gracia ni en el poder santificador
atreves de ellos. Han despreciado al DIOS de la verdad por la mentira. Quienes
más sufrirán, son los que no creyeron en mi real presencia, en la sagrada
eucaristía, y se hicieron sacrílegos, pues mi carne es verdadera comida mi sangre
es verdadera bebida y quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo
le resucitare el ultimo día. Ore, ore porque algunos pueden regresar”.
Vi hombres, jóvenes, mujeres y niños
con edad de razón, en gran cantidad, caminaban a tientas, pisaban cualquier luz
que los podía iluminar, los demonios gritaban, no crean en la luz no crean! Y
pregunte ¿Quiénes son? Y me dijo: “Son todos aquellos, que han cometido
cualquier pecado y no lo han confesado, por pena, o porque no creen. O si lo
confesaron, no lo hicieron con verdadero arrepentimiento. DIOS conoce el
corazón de cada hombre. Ore, ore para que se conviertan. Nadie que no confiese
su pecado puede entrar en el reino de los cielos”.
Entonces exclame, Señor JESÚS, DIOS
mío quien puede salvarse!!!!!
Me contesto: “Tu ven y sígueme. Para
DIOS nada es imposible.” Calle, y seguimos caminando. Encontramos miles, y
miles que iban al camino del infierno. No pegunte quienes eran ellos, solo iba
pensando, misericordia DIOS mío, misericordia Señor....
Él no me dijo quiénes eran, ni cual
fue su pecado, era de toda edad, y de toda clase, y por algo que yo no
entiendo, se me dio a saber, que era de toda religión, fe y creencia. Porque
DIOS hace juicio sobre toda persona que vengan a esta tierra, nazca donde nazca
y crea en lo que crea. Después de caminar y caminar JESÚS me dijo: “Aquí
termina el camino al infierno” y se sentó sobre una piedra. Sus llagas
sangraban, sus ropas eran rojas y estaba llorando. Le dije ¿Qué tienes Señor y
DIOS mío? ¿Porque sus vestidos están rojos, si llegaste de blanco y porque
sangran y porque está llorando?
Y me dijo: “Lloro al saber, que para
ellos mi sacrificio fue inútil, y mi sangre se derramo en vano. Pues ellos no
quisieron salvarse, me despreciaron. Mis ropas están rojas empapadas por mi
sangre que he vertido en el dolor de sus pecados, y que ellos no quisieron
recibir. Ya que mi perdón esta dado por parte de mi Padre pero ellos no me
recibieron. Y yo les he escrito, el que me reciba lo hare hijo de DIOS. Oh hija
mía!!, ore, ore, ayúdame a la salvación de los hombres y de las almas. Nos
abrazamos y lloramos juntos, de pronto yo estaba en mi cuarto, abrazada
fuertemente en él, el miedo era espantoso, todo mi cuerpo temblaba. Le dije
Señor tengo miedo. Me coloco la mano sobre la cabeza y me dijo: “esto que has
visto no lo contaras hasta dentro de 6 meses que te hayas repuesto
completamente. Luego te llevare al cielo, y te mostrare el camino de quienes
van por el”.
Oramos juntos, se despidió dejándome
en paz, lo vi partir, me volvió a mirar. Aun iba llorando, sus ropas iban
rojas, sus llagas, sangraban, me dijo adiós con la mano, y desapareció de mi
vista.
San Don Bosco, nació de una familia
humilde el 16 de Agosto de 1815 y falleció en 1888. Es un gigante de santidad.
Fue dotado de grandes dones naturales y sobrenaturales, como los grandes
santos. Tuvo el don de profecía, el don de milagros. A los 9 años Dios le
manifestó su misión apostólica. Don Bosco fue un soñador, aun sus sueños se
están haciendo hoy realidad. El ayudo a la juventud más desfavorecida y aunque
emprendía obras, con pocos recursos, siempre contó con la ayuda del Señor y la
protección de María Santísima la Auxiliadora del mundo y jamás dejo su misión,
ante las dificultades…
Don Bosco relato cuanto había visto en
los sueños Fue contado el 3 de mayo de 1868 — Debo contarles otra cosa —
comenzó diciendo— que puede considerarse como consecuencia o continuación de
cuanto les referí en las noches del jueves y del viernes, que me dejaron tan
quebrantado que apenas si me podía tener en pie. Ustedes las pueden llamar
sueños o como quieran; en suma, le pueden dar el nombre que les parezca. Les
hablé de un sapo espantoso que en la noche del 17 de abril amenazaba tragarme y
cómo al desaparecer, una voz me dijo: — ¿Por qué no hablas? — Yo me volví hacia
el lugar de donde había partido la voz y vi junto mi lecho a un personaje
distinguido. Como hubiese entendido el motivo de aquel reproche, le pregunté: —
¿Qué debo decir a nuestros jóvenes? — Lo que has visto y cuanto se te ha
indicado en los últimos sueños y lo que deseas conocer, que te será revelado la
noche próxima. Al hombre de la noche siguiente, me dijo: — ¡Levántate y vente
conmigo! Yo le contesté: —Se lo pido por caridad. Déjeme tranquilo, estoy
cansado. ¡Mire! Hace varios días que sufro de dolor de muelas. Déjeme
descansar. He tenido unos sueños, espantosos y estoy verdaderamente agotado. Y
decía estas cosas porque la aparición de este hombre es siempre indicio de
grandes agitaciones, de cansancio y de terror. El tal me respondió: —
¡Levántate, que no hay tiempo que perder! Entonces me levanté y lo seguí.
Mientras caminábamos le pregunté: —
¿Adonde quiere llevarme ahora? — Ven y lo verás. Y me condujo a un lugar en el
cual se extendía una amplia llanura. Dirigí la mirada a mí alrededor, pero
aquella región era tan grande que no se distinguían los confines de la misma.
Era un vasto desierto. Cuando he aquí que diviso a mi amigo que me sale al
encuentro. Respiré y dije: — ¿Dónde estoy? —Ven conmigo y lo sabrás. — Bien;
iré contigo. El iba delante y yo le seguía sin chistar. Entonces interrumpí el
silencio preguntando a mi guía: — ¿Adónde vamos a ir ahora? —Por aquí— me dijo.
Y penetramos por aquel camino. Era una senda hermosa, ancha, espaciosa y bien
pavimentada. De un lado y de otro la flanqueaban dos magníficos setos verdes
cubiertos de hermosas flores. En especial despuntaban las rosas entre las hojas
por todas partes. Aquel sendero, a primera vista, parecía llano y cómodo, y yo
me eché a andar por él sin sospechar nada. Pero después de caminar un trecho me
di cuenta de que insensiblemente se iba haciendo cuesta abajo y aunque la
marcha no parecía precipitada, yo corría con tanta facilidad que me parecía ir
por el aire. Incluso noté que avanzaba casi sin mover los pies. Nuestra marcha
era, pues, veloz. Pensando entonces que el volver atrás por un camino semejante
hubiera sido cosa fatigosa y cansada, dije a mi amigo: — ¿Cómo haremos para
regresar al Oratorio? —No te preocupes —me dijo—, el Señor es omnipotente y
querrá que vuelvas a él. El que te conduce y te enseña a proseguir adelante,
sabrá también llevarte hacia atrás. Vi que me seguían por el mismo sendero
todos los jóvenes del Oratorio y otros numerosísimos compañeros a los cuales yo
jamás había visto. Pronto me encontré en medio de ellos. Mientras los observaba
veo que de repente, ora uno ora otro, comienzan a caer al suelo, siendo
arrastrados por una fuerza invisible que los llevaba hacia una horrible
pendiente que se veía aún en lontananza y que conducía a aquellos infelices de
cabeza a un horno. — ¿Qué es lo que hace caer a estos jóvenes?— pregunté al
guía. —Acércate un poco— me respondió. Me acerqué y pude comprobar que los jóvenes
pasaban entre muchos lazos, algunos de los cuales estaban al ras del suelo y
otros a la altura de la cabeza; estos lazos no se veían. Por tanto, muchos de
los muchachos al andar quedaban presos por aquellos lazos, sin darse cuenta del
peligro, y en el momento de caer en ellos daban un salto y después rodaban al
suelo con las piernas en alto y cuando se levantaban corrían precipitadamente
hacia el abismo. Algunos quedaban presos, prendidos por la cabeza, por una
pierna, por el cuello, por las manos, por un brazo, por la cintura, e
inmediatamente eran lanzados hacia la pendiente. Los lazos colocados en el
apenas visibles, semejantes a los hilos de la araña y, al parecer, inofensivos.
Y con todo, pude observar que los jóvenes por ellos prendidos caían a tierra.
Yo estaba atónito, y el guía me dijo: — ¿Sabes qué es esto? Un poco de estopa—
respondí. —Te diría que no es nada —añadió— El respeto humano, simplemente.
Entretanto, al ver que eran muchos los que continuaban cayendo en aquellos lazos,
le pregunté al desconocido: — ¿Cómo es que son tantos los que quedan prendidos
en esos hilos? ¿Qué es lo que los arrastra de esa manera? Y él dijo: —Acércate
más; obsérvalo bien y lo verás. Lo hice y añadí: —Yo no veo nada. —Mira mejor—
me dijo el guía. Tomé, en efecto, uno de aquellos lazos en la mano y pude
comprobar que no daba con el otro extremo; por el contrario, me di cuenta de
que yo también era arrastrado por él. Entonces seguí la dirección del hilo y
llegué a la boca de una espantosa caverna. Y he aquí que después de haber
tirado mucho, salió fuera, poco a poco, un horrible monstruo que infundía
espanto, el cual mantenía fuertemente cogido con sus garras la extremidad de
una cuerda a la que estaban ligados todos aquellos hilos. Era este monstruo
quien apenas caía uno en aquellas redes lo arrastraba inmediatamente hacia sí.
Entonces me dije: —Es inútil intentar hacer frente a la fuerza de este animal,
pues no lograré vencerlo; será mejor combatirlo con la señal de la Santa Cruz y
con jaculatorias. Me volví, por tanto, junto a mi guía, el cual me dijo: —
¿Sabes ya quién es? — ¡Oh, sí que lo sé!, —le respondí—. Es el Demonio quien
tiende estos lazos para hacer caer a mis jóvenes en el infierno. Examiné con
atención los lazos y vi que cada uno llevaba escrito su propio título: el lazo
de la soberbia, de la desobediencia, de la envidia, del sexto mandamiento, del
hurto, de la gula, de la pereza, de la ira, etc. Hecho esto me eché un poco
hacia atrás para ver cuál de aquellos lazos era el que causaba mayor número de
víctimas entre los jóvenes, y pude comprobar que era el de la deshonestidad
(impureza), la desobediencia y la soberbia. A este último iban atados otros
dos. Después de esto vi otros lazos que causaban grandes estragos, pero no
tanto como los dos primeros. Desde mi puesto de observación vi a muchos jóvenes
que corrían a mayor velocidad que los demás. Y pregunté: — ¿Por qué esta
diferencia? — Porque son arrastrados por los lazos del respeto humano— me fue
respondido. Mirando aún con mayor atención vi que entre aquellos lazos había
esparcidos muchos cuchillos, que manejados por una mano providencial cortaban o
rompían los hilos. El cuchillo más grande procedía contra el lazo de la
soberbia y simbolizaba la meditación. Otro cuchillo, también muy grande, pero
no tanto como el primero, significaba la lectura espiritual bien hecha. Había
también dos espadas. Una de ellas representaba la devoción al Santísimo
Sacramento, especialmente mediante la comunión frecuente; otra, la devoción a
la Virgen María. Había, además, un martillo: la confesión; y otros cuchillos
símbolos de las varias devociones a San José, a San Luis, etc., etc. Con estas
armas no pocos rompían los lazos al quedar prendidos en ellos, o se defendían
para no ser víctimas de los mismos. En efecto, vi a dos jóvenes que pasaban
entre aquellos lazos de forma que jamás quedaban presos en ellos; bien lo
hacían antes de que el lazo estuviese tendido, y si lo hacían cuando éste
estaba ya preparado, sabían sortearlo de forma que les caía sobre los hombros,
o sobre las espaldas, o en otro lado diferente sin lograr capturarlos. Cuando
el guía se dio cuenta de que lo había observado todo, me hizo continuar el
camino flanqueado de rosas; pero a medida que avanzaba, las rosas de los linderos
eran cada vez más raras, empezando a aparecer punzantes espinas. Habíamos
llegado a una hondonada cuyos acantilados ocultaban todas las regiones
circundantes; y el camino, que descendía cada vez de una manera más
pronunciada, se hacía tan horrible, tan poco firme y tan lleno de baches, de
salientes, de guijarros y de piedras rodadas, que dificultaba cada vez más la
marcha. Yo continué adelante. Cuanto más avanzaba más áspera era la bajada y
más pronunciada, de forma que algunas veces me resbalaba, cayendo al suelo,
donde permanecía sentado un rato para tomar un poco de aliento. De cuando en
cuando el guía acudía en mi auxilio y me ayudaba a levantarme. A cada paso se
me encogían los tendones y me parecía que se me iban a descoyuntar los huesos
de las piernas. Entonces dije anhelante a mí guía: —Querido, las piernas se
niegan a sostenerme. Me encuentro tan falto de fuerzas que no será posible
continuar el viaje. El guía no me contestó, sino que, animándome, prosiguió su
camino, hasta que al verme cubierto de sudor y víctima de un cansancio mortal,
me llevó a un pequeño promontorio que se alzaba en el mismo camino. Me senté,
lancé un hondo suspiro y me pareció haber descansado suficientemente.
Entretanto observaba el camino que había recorrido ya; parecía cortado a pico,
cubierto de guijarros y de piedras puntiagudas. Consideraba también el camino
que me quedaba por recorrer, cerrando los ojos de espanto, exclamando:
—Volvamos atrás, por caridad. Si seguimos adelante, ¿cómo haremos para llegar
al Oratorio? ¡Es imposible que yo pueda emprender después esta subida! Y el
guía me contestó resueltamente: —Ahora que hemos llegado aquí, ¿quieres
quedarte solo? Ante esta amenaza repliqué en tono suplicante: — ¿Sin ti cómo
podría volver atrás o continuar el viaje? —Pues bien, sígueme— añadió el guía.
Me levanté y continuamos bajando. El camino era cada vez más horriblemente
pedregoso, de forma que apenas si podía permanecer de pie. Y he aquí que al
fondo de este precipicio, que terminaba en un oscuro valle, aparece un edificio
inmenso que mostraba ante nuestro camino una puerta altísima y cerrada.
Llegamos al fondo del precipicio. Un calor sofocante me oprimía y una espesa
humareda, de color verdoso, se elevaba sobre aquellos murallones recubiertos de
sanguinolentas llamas de fuego. Levanté mis ojos a aquellas murallas y pude
comprobar que eran altas como una montaña y más aún. San Juan Bosco preguntó al
guía: — ¿Dónde nos encontramos? ¿Qué es esto? —Lee lo que hay escrito sobre
aquella puerta —me respondió— Y la inscripción te hará comprender dónde
estamos. Me di cuenta de que estábamos a las puertas del infierno. El guía me
acompañó a dar una vuelta alrededor de los muros de aquella horrible ciudad. Se
veía una puerta de bronce, como la primera, al pie de una peligrosa bajada, y
cada una de ellas tenía encima una inscripción diferente. Yo saqué la libreta
para anotar aquellas inscripciones, pero el guía me dijo: — ¡Detente! ¿Qué
haces? —Voy a tomar nota de esas inscripciones. —No hace falta: las tienes todas
en la Sagrada Escritura; incluso tú has hecho grabar algunas bajo los pórticos.
Ante semejante espectáculo habría preferido volver atrás y encaminarme al
Oratorio. Recorrimos un inmenso y profundísimo barranco y nos encontramos
nuevamente al pie del camino pendiente que habíamos recorrido y delante de la
puerta que vimos en primer lugar. De pronto el guía se volvió hacia atrás con
el rostro sombrío, me indicó con la mano que me retirara, diciéndome al mismo
tiempo: — ¡Mira! Tembloroso, miré hacia arriba y, a cierta distancia, vi que
por aquel camino en declive bajaba uno a toda velocidad. Pude reconocer en él a
uno de mis jóvenes. Llevaba los cabellos desgreñados, en parte erizados sobre
la cabeza y en parte echados hacia atrás por efecto del viento y los brazos
tendidos hacia adelante, en actitud como de quien nada para salvarse del
naufragio. Quería detenerse y no podía. Tropezaba continuamente con los
guijarros salientes del camino y aquellas piedras servían para darle un mayor
impulso en la carrera. —Corramos, detengámoslo, ayudémosle— gritaba yo
tendiendo las manos hacia él. Y el guía: —No; déjalo. — ¿Y por qué no puedo
detenerlo? — ¿No sabes lo tremenda que es la venganza de Dios? ¿Crees que
podrías detener a uno que huye de la ira encendida del Señor? Entretanto aquel
joven, volviendo la cabeza hacia atrás y mirando con los ojos encendidos si la
ira de Dios le seguía siempre, corría precipitadamente hacia el fondo del
camino, como si no hubiese encontrado en su huida otra solución que ir a dar
contra aquella puerta de bronce. — ¿Y por qué mira hacia atrás con esa cara de
espanto?, — pregunte yo—. —Porque la ira de Dios traspasa todas las puertas del
infierno e irá a atormentarle aún en medio del fuego. En efecto, como
consecuencia de aquel choque, entre un ruido de cadenas, la puerta se abrió de
par en par. Y tras ella se abrieron al mismo tiempo, haciendo un horrible
fragor, dos, diez, cien, mil, otras puertas impulsadas por el choque del joven,
que era arrastrado por un torbellino invisible, irresistible, velocísimo. Todas
aquellas puertas de bronce, que estaban una delante de otra, aunque a gran
distancia, permanecieron abiertas por un instante y yo vi, allá a lo lejos, muy
lejos, como la boca de un horno, y mientras el joven se precipitaba en aquella
vorágine pude observar que de ella se elevaban numerosos globos de fuego. Y las
puertas volvieron a cerrarse con la misma rapidez con que se habían abierto.
Entonces yo tomé la libreta para apuntar el nombre y el apellido de aquel
infeliz, pero el guía me tomó del brazo y me dijo: —Detente —me ordenó— y
observa de nuevo. Lo hice y pude ver un nuevo espectáculo. Vi bajar
precipitadamente por la misma senda a tres jóvenes de nuestras casas que en
forma de tres peñascos rodaban rapidísimamente uno detrás del otro. Iban con
los brazos abiertos y gritaban de espanto. Llegaron al fondo y fueron a chocar
con la primera puerta. San Juan Bosco al instante conoció a los tres. Y la
puerta se abrió y después de ella las otras mil; los jóvenes fueron empujados a
aquella larguísima galería, se oyó un prolongado ruido infernal que se alejaba
cada vez más, y aquellos infelices desaparecieron y las puertas se cerraron. Vi
precipitarse en el infierno a un pobrecillo impulsado por los empujones de un
pérfido compañero. Otros caían solos, otros acompañados; otros cogidos del
brazo, otros separados, pero próximos. Todos llevaban escrito en la frente el
propio pecado. Yo los llamaba afanosamente mientras caían en aquel lugar. Pero
ellos no me oían, retumbaban las puertas infernales al abrirse y al cerrarse se
hacía un silencio de muerte. —He aquí las causas principales de tantas ruinas
eternas —exclamó mi guía—: los compañeros, las malas lecturas (y malos
programas de televisión e internet e impureza y pornografía y anticonceptivos y
fornicación y adulterios y sodomía y asesinatos de aborto y herejías) y las
perversas costumbres. Los lazos que habíamos visto al principio eran los que
arrastraban a los jóvenes al precipicio. Al ver caer a tantos de ellos, dije con
acento de desesperación: —Entonces es inútil que trabajemos en nuestros
colegios, si son tantos los jóvenes que tienen este fin. ¿No habrá manera de
remediar la ruina de estas almas? Y el guía me contestó: —Este es el estado
actual en que se encuentran y si mueren en él vendrán a parar aquí sin remedio.
— ¡Oh, déjame anotar los nombres para que yo les pueda avisar y ponerlos en la
senda que conduce al Paraíso! — ¿Y crees tú que algunos se corregirían si les
avisaras? Al principio el aviso les impresionará; después no harán caso,
diciendo: se trata de un sueño. Y se tornarán peores que antes. Otros, al verse
descubiertos, frecuentarán los Sacramentos, pero no de una manera espontánea y
meritoria, porque no proceden rectamente. Otros se confesarán por un temor
pasajero a caer en el infierno, pero seguirán con el corazón apegado al pecado.
— ¿Entonces para estos desgraciados no hay remisión? Dame algún aviso para que
puedan salvarse. —Helo aquí: tienen los superiores, que los obedezcan; tienen
el reglamento, que lo observen; tienen los Sacramentos, que los frecuenten.
Entretanto, como se precipitase al abismo un nuevo grupo de jóvenes, las
puertas permanecieron abiertas durante un instante y: —Entra tú también— me
dijo el guía. Yo me eché atrás horrorizado. Estaba impaciente por regresar al
Oratorio para avisar a los jóvenes y detenerles en aquel camino; para que no
siguieran rodando hacia la perdición. Pero el guía me volvió a insistir: —Ven,
que aprenderás más de una cosa. Pero antes dime: ¿Quieres proseguir solo o
acompañado? Esto me lo dijo para que yo reconociese la insuficiencia de mis
fuerzas y al mismo tiempo la necesidad de su benévola asistencia; a lo que
contesté: — ¿Me he de quedar solo en ese lugar de horror? ¿Sin el consuelo de
tu bondad? ¿Y quién me enseñará el camino del retorno? Y de pronto me sentí
lleno de valor pensando para mí: — Antes de ir al infierno es necesario pasar
por el juicio y yo no me he presentado todavía ante el Juez Supremo. Después
exclamé resueltamente: — ¡Entremos, pues! Y penetramos en aquel estrecho y
horrible corredor. Corríamos con la velocidad del rayo. Sobre cada una de las
puertas del interior lucía con luz velada una inscripción amenazadora. Cuando
terminamos de recorrerlo desembocamos en un amplio y tétrico patio, al fondo
del cual se veía una rústica portezuela. Mientras yo daba la vuelta alrededor
de los muros leyendo estas inscripciones, el guía, que se había quedado en el
centro del patio, se acercó a mí y me dijo: —Desde ahora en adelante nadie podrá
tener un compañero que le ayude, un amigo que le consuele, un corazón que le
ame, una mirada compasiva, una palabra benévola: hemos pasado la línea. ¿Tú
quieres ver o probar? —Quiero ver solamente— respondí. —Ven, pues, conmigo—
añadió el amigo. Y tomándome de la mano me condujo ante aquella puertecilla y
la abrió. Esta ponía en comunicación con un corredor en cuyo fondo había una
gran cueva cerrada por una larga ventana con un solo cristal que llegaba desde
el suelo hasta la bóveda y a través del cual se podía mirar dentro. Atravesé el
dintel y avanzando un paso me detuve preso de un terror indescriptible. Vi ante
mis ojos una especie de caverna inmensa que se perdía en las profundidades
cavadas en las entrañas de los montes, todas llenas de fuego, pero no como el
que vemos en la tierra con sus llamas movibles, con elevada temperatura. Muros,
bóvedas, pavimento, herraje, piedras, madera, carbón; todo estaba blanco y
brillante. Aquel fuego sobrepasaba en calores millares y millares de veces al
fuego de la tierra sin consumir ni reducir a cenizas nada de cuanto tocaba. Me
sería imposible describir esta caverna en toda su espantosa realidad. Mientras
miraba atónito aquel lugar de tormento veo llegar con indecible ímpetu un joven
que casi no se daba cuenta de nada, lanzando un grito agudísimo, como quien
estaba para caer en un lago de bronce hecho líquido, y que precipitándose en el
centro, se torna blanco como toda la caverna y queda inmóvil, mientras que por
un momento resonaba en el ambiente el eco de su voz mortecina. Lleno de horror
contemplé un instante a aquel desgraciado y me pareció uno del Oratorio, uno de
mis hijos. —Pero ¿este no es uno de mis jóvenes?, —pregunté al guía—. ¿No es
fulano? —Sí, sí— me respondió. — ¿Y por qué no cambia de posición? ¿Por qué
está incandescente sin consumirse? Y él: —Tú elegiste el ver y por eso ahora no
debes hablar; observa y verás. Apenas si había vuelto la cara y he aquí otro
joven con una furia desesperada y a grandísima velocidad que corre y se
precipita a la misma caverna. También éste pertenecía al Oratorio. Apenas cayó
no se movió más. Este también lanzó un grito de dolor y su voz se confundió con
el último murmullo del grito del que había caído antes. Después llegaron con la
misma precipitación otros, cuyo número fue en aumento y todos lanzaban el mismo
grito y permanecían inmóviles, incandescentes, como los que les habían
precedido. Yo observé que el primero se había quedado con una mano en el aire y
un pie igualmente suspendido en alto. El segundo quedó como encorvado hacia la
tierra. Algunos tenían los pies por alto, otros el rostro pegado al suelo.
Quiénes estaban casi suspendidos sosteniéndose de un solo pie o de una sola
mano; no faltaban los que estaban sentados o tirados; unos apoyados sobre un
lado, otros de pie o de rodillas, con las manos entre los cabellos. Había, en
suma, una larga fila de muchachos, como estatuas en posiciones muy dolorosas.
Vinieron aún otros muchos a aquel horno, parte me eran conocidos y parte
desconocidos. Me recordé entonces de lo que dice la Biblia, que según se cae la
primera vez en el infierno así se permanecerá para siempre. Al notar que
aumentaba en mí el espanto, pregunté al guía: — ¿Pero éstos, al correr con
tanta velocidad, no se dan cuenta que vienen a parar aquí? — ¡Oh!, sí que saben
que van al fuego; les avisaron mil veces, pero siguen corriendo voluntariamente
al no detestar el pecado y al no quererlo abandonar, al despreciar y rechazar
la Misericordia de Dios que los llama a penitencia, y, por tanto, la justicia
Divina, al ser provocada por ellos, los empuja, les insta, los persigue y no se
pueden parar hasta llegar a este lugar. — ¡Oh, qué terrible debe de ser la
desesperación de estos desgraciados que no tienen ya esperanza de salir de
aquí!—, exclamé. — ¿Quieres conocer la furia íntima y el frenesí de sus almas?
Pues, acércate un poco más—, me dijo el guía. Di algunos pasos hacia adelante y
acercándome a la ventana vi que muchos de aquellos miserables se propinaban
mutuamente tremendos golpes, causándose terribles heridas, que se mordían como
perros rabiosos; otros se arañaban el rostro, se destrozaban las manos, se
arrancaban las carnes arrojando con despecho los pedazos por el aire. Entonces
toda la cobertura de aquella cueva se había trocado como de cristal a través
del cual se divisaba un trozo de cielo y las figuras luminosas de los
compañeros que se habían salvado para siempre. Y aquellos condenados rechinaban
los dientes de feroz envidia, respirando afanosamente, porque en vida hicieron
a los justos blanco de sus burlas. Yo pregunté al guía: —Dime, ¿por qué no oigo
ninguna voz? — Acércate más— me gritó. Me aproximé al cristal de la ventana y
oí cómo unos gritaban y lloraban entre horribles contorsiones; otros
blasfemaban e imprecaban a los Santos. Era un tumulto de voces y de gritos
estridentes y confusos que me indujo a preguntar a mi amigo: — ¿Qué es lo que
dicen? ¿Qué es lo que gritan? Y él: —Al recordar la suerte de sus buenos
compañeros se ven obligados a confesar. Gritos, esfuerzos, llantos son ya
completamente inútiles. Aquí no cuenta el tiempo, aquí sólo impera la
eternidad. Mientras lleno de horror contemplaba el estado de muchos de mis
jóvenes, de pronto una idea floreció en mi mente. — ¿Cómo es posible —dije— que
los que se encuentran aquí estén todos condenados? Esos jóvenes, ayer por la
noche estaban aún vivos en el Oratorio. Y el guía me contestó: —Todos ésos que
ves ahí son los que han muerto a la gracia de Dios y si les sorprendiera la
muerte y si continuasen obrando como al presente, se condenarían. Pero no
perdamos tiempo, prosigamos adelante. Se veían los atroces remordimientos de
los que fueron educados en nuestras casas. El recuerdo de todos y cada uno de
los pecados no perdonados y de la justa condenación; de haber tenido mil medios
y muchos extraordinarios para convertirse al Señor, para perseverar en el bien,
para ganarse el Paraíso. El recuerdo de tantas gracias y promesas concedidas y hechas
a María Santísima y no correspondidas. ¡El haberse podido salvar a costa de un
pequeño sacrificio y, en cambio, estar condenado para siempre! ¡Recordar tantos
buenos propósitos hechos y no mantenidos! ¡Ah! De buenas intenciones
completamente ineficaces está lleno el infierno, dice el proverbio. Y allí
volví a contemplar a todos los jóvenes del Oratorio que había visto poco antes
en el horno, algunos de los cuales me están escuchando ahora, otros estuvieron
aquí con nosotros y a otros muchos no los conocía. Me adelanté y observé que
todos estaban cubiertos de gusanos y de asquerosos insectos que les devoraban y
consumían el corazón, los ojos, las manos, las piernas, los brazos y todos los
miembros, dejándolos en un estado tan miserable que no encuentro palabras para
describirlo. Aquellos desgraciados permanecían inmóviles, expuestos a toda
suerte de molestias, sin poderse defender de ellas en modo alguno. Yo avancé un
poco más, acercándome para que me viesen, con la esperanza de poderles hablar y
de que me dijesen algo, pero ellos no solamente no me hablaron sino que ni
siquiera me miraron. Pregunté entonces al guía la causa de esto y me fue
respondido que en el otro mundo no existe libertad alguna para los condenados:
cada uno soporta allí todo el peso del castigo de Dios sin variación alguna de
estado y no puede ser de otra manera. Y añadió: —Ahora es necesario que
desciendas tú a esa región de fuego que acabas de contemplar. — ¡No, no!,
—repliqué aterrado—. Para ir al infierno es necesario pasar antes por el
juicio, y yo no he sido juzgado aún. ¡Por tanto no quiero ir al infierno! —Dime
—observó mi amigo—, ¿te parece mejor ir al infierno y libertar a tus jóvenes o
permanecer fuera de él abandonándolos en medio de tantos tormentos?
Desconcertado con esta propuesta, respondí: — ¡Oh, yo amo mucho a mis queridos
jóvenes y deseo que todos se salven! ¿Pero, no podríamos hacer de manera que no
tuviésemos que ir a ese lugar de tormento ni yo ni los demás? —Bien —contestó
mi amigo—, aún estás a tiempo, como también lo están ellos, con tal que tú
hagas cuanto puedas. Mi corazón se ensanchó al escuchar tales palabras y me
dije inmediatamente: Poco importa el trabajo con tal de poder librar a mis
queridos hijos de tantos tormentos. —Ven, pues —continuó mi guía—, y observa
una prueba de la bondad y de la Misericordia de Dios, que pone en juego mil
medios para inducir a penitencia a tus jóvenes y salvarlos de la muerte eterna.
Y tomándome de la mano me introdujo en la caverna. Apenas puse el pie en ella
me encontré de improviso transportado a una sala magnífica con puertas de
cristal. Sobre ésta, a regular distancia, pendían unos largos velos que cubrían
otros tantos departamentos que comunicaban con la caverna. El guía me señaló
uno de aquellos velos sobre el cual se veía escrito: Sexto Mandamiento; y
exclamó: —La falta contra este Mandamiento: he aquí la causa de la ruina eterna
de tantos jóvenes. — Pero ¿no se han confesado? —Se han confesado, pero las
culpas contra la bella virtud las han confesado mal o las han callado de
propósito. Por ejemplo: uno, que cometió cuatro o cinco pecados de esta clase,
dijo que sólo había faltado dos o tres veces. Hay algunos que cometieron un
pecado impuro en la niñez y sintieron siempre vergüenza de confesarlo, o lo
confesaron mal o no lo dijeron todo. Otros no tuvieron el dolor o el propósito
suficiente. Incluso algunos, en lugar de hacer el examen, estudiaron la manera
de engañar al confesor. Y el que muere con tal resolución lo único que consigue
es contarse en el número de los réprobos por toda la eternidad. Solamente los
que, arrepentidos de corazón, mueren con la esperanza de la eterna salvación,
serán eternamente felices. ¿Quieres ver ahora por qué te ha conducido hasta
aquí la Misericordia de Dios? Levantó un velo y vi un grupo de jóvenes del
Oratorio, todos los cuales me eran conocidos, que habían sido condenados por
esta culpa. Entre ellos había algunos que ahora, en apariencia, observan buena
conducta. —Al menos ahora —le supliqué— me dejarás escribir los nombres de esos
jóvenes para poder avisarles en particular. —No hace falta— me respondió. —
Entonces, ¿qué les debo decir? — Predica siempre y en todas partes contra la
inmodestia. Basta avisarles de una manera general y no olvides que aunque lo
hicieras particularmente, te harían mil promesas, pero no siempre sinceramente.
Para conseguir un propósito decidido se necesita la gracia de Dios, la cual no
faltará nunca a tus jóvenes si ellos se la piden. Dios es tan bueno que
manifiesta especialmente su poder en el compadecer y en perdonar. Oración y
sacrificio, pues, por tu parte. Y los jóvenes que escuchen tus amonestaciones y
enseñanzas, que pregunten a sus conciencias y éstas les dirán lo que deben
hacer. Y seguidamente continuó hablando por espacio de casi media hora sobre
las condiciones necesarias para hacer una buena confesión. El guía repitió
después varias veces en voz alta: — ¿Qué quiere decir eso? — ¡Que cambien de
vida!... ¡Que cambien de vida!... Yo, confundido ante esta revelación, incliné
la cabeza y estaba para retirarme cuando el desconocido me volvió a llamar y me
dijo: —Todavía no lo has visto todo. Leí esta sentencia y dije: —Esto no
interesa a mis jóvenes, porque son pobres, como yo; nosotros no somos ricos ni
buscamos las riquezas. ¡Ni siquiera nos pasa por la imaginación semejante
deseo! Al correr el velo vi al fondo cierto número de jóvenes, todos conocidos,
que sufrían como los primeros que contemplé, y el guía me contestó: —Sí,
también interesa esa sentencia a tus muchachos. —Explícame entonces el
significado del término divites. Y él dijo: —Por ejemplo, algunos de tus jóvenes
tienen el corazón apegado a un objeto material, de forma que este afecto
desordenado le aparta del amor a Dios, faltando, por tanto, a la piedad y a la
mansedumbre. No sólo se puede pervertir el corazón con el uso de las riquezas,
sino también con el deseo inmoderado de las mismas, tanto más si este deseo va
contra la virtud de la justicia. Tus jóvenes son pobres, pero has de saber que
la gula y el ocio son malos consejeros. Hay algunos que en el propio pueblo se
hicieron culpables de hurtos considerables y a pesar de que pueden hacerlo no
se han preocupado de restituir. Hay quienes piensan en abrir con las ganzúas la
despensa y quien intenta penetrar en la habitación del Prefecto o del Ecónomo;
quienes registran los baúles de los compañeros para apoderarse de comestibles,
dinero y otros objetos; quien hace acopio de cuadernos y de libros para su
uso... Y después de decirme el nombre de estos y de otros más, continuó:
—Algunos se encuentran aquí por haberse apropiado de prendas de vestir, de ropa
blanca, de mantas y manteles que pertenecían al Oratorio, para mandarlas a sus
casas. Algunos, por algún otro grave daño que ocasionaron voluntariamente y no
lo repararon. Otros, por no haber restituido objetos y cosa que habían pedido a
título de préstamo, o por haber retenido sumas de dinero que les habían sido
confiadas para que las entregasen al Superior. Y concluyó diciendo: —Y puesto
que conoces el nombre de los tales, avísales, diles que desechen los deseos
inútiles y nocivos; que sean obedientes a la ley de Dios y celosos del propio
honor, de otra forma la codicia los llevará a mayores excesos, que les
sumergirán en el dolor, en la muerte y en la perdición. Yo no me explicaba cómo
por ciertas cosas a las que nuestros jóvenes daban tan poca importancia hubiese
aparejados castigos tan terribles. Pero el amigo interrumpió mis reflexiones
diciéndome: —Recuerda lo que se te dijo cuando contemplabas aquellos racimos de
la vid echados a perder. — y levantó otro velo que ocultaba a otros muchos de
nuestros jóvenes, a los cuales conocí inmediatamente por pertenecer al
Oratorio. Me preguntó: — ¿Sabes qué significa esto? ¿Cuál es el pecado
designado por esta sentencia? —Me parece que debe ser la soberbia. — No, me
respondió.—Pues yo siempre he oído decir que la raíz de todos los pecados es la
soberbia. —Sí; en general se dice que es la soberbia; pero en particular,
¿sabes qué fue lo que hizo caer a Adán y a Eva en el primer pecado, por lo que
fueron arrojados del Paraíso terrenal? —La desobediencia. —Cierto; la
desobediencia es la raíz de todos los males. — ¿Qué debo decir a mis jóvenes
sobre esto? —Presta atención. Aquellos jóvenes los cuales tú ves que son
desobedientes se están preparando un fin tan lastimoso como éste. Son los que
tú crees que se han ido por la noche a descansar y, en cambio, a horas de la
madrugada se bajan a pasear por el patio, sin preocuparse de que es una cosa
prohibida por el reglamento; son los que van a lugares peligrosos, sobre los
andamios de las obras en construcción, poniendo en peligro incluso la propia
vida. Algunos, según lo establecido, van a la iglesia, pero no están en ella
como deben, en lugar de rezar están pensando en cosas muy distintas de la
oración y se entretienen en fabricar castillos en el aire; otros estorban a los
demás. Hay quienes de lo único que se preocupan es de buscar un lugar cómodo
para poder dormir durante el tiempo de las funciones sagradas; otros crees tú
que van a la iglesia y, en cambio, no aparecen por ella. ¡Ay del que descuida
la oración! ¡El que no reza se condena! Hay aquí algunos que en vez de cantar
las divinas alabanzas y las Vísperas de la Virgen María, se entretienen en leer
libros nada piadosos, y otros, cosa verdaderamente vergonzosa, pasan el tiempo
leyendo obras prohibidas (¡hasta pornografía!). Y siguió enumerando otras
faltas contra el reglamento, origen de graves desórdenes.
Cuando hubo terminado, yo le miré
conmovido y él clavando sus ojos en mí, prestó atención a mis palabras. —
¿Puedo referir todas estas cosas a mis jóvenes?—, le pregunté. —Sí, puedes
decirles todo cuanto recuerdes. — ¿Y qué consejos he de darles para que no les
sucedan tan grandes desgracias? —Debes insistir en que la obediencia a Dios, a
la Iglesia, a los padres y a los superiores, aún en cosas pequeñas, los
salvará. — ¿Y qué más? —Les dirás que eviten el ocio, que fue el origen del
pecado del Santo Rey David: incúlcales que estén siempre ocupados, pues así el
demonio no tendrá tiempo para tentarlos. Yo, haciendo una inclinación con la
cabeza, se lo prometí. Me encontraba tan emocionado que dije a mi amigo: —Te
agradezco la caridad que has usado para conmigo y te ruego que me hagas salir
de aquí. El entonces me dijo: — ¡Ven conmigo!—, y animándome, me tomó de la
mano y me ayudó a proseguir porque me encontraba agotado. Al salir de la sala y
después de atravesar en un momento el horrido patio y el largo corredor de
entrada, antes de trasponer el dintel de la última puerta de bronce, se volvió
de nuevo a mí y exclamó: —Ahora que has visto los tormentos de los demás, es
necesario que pruebes un poco lo que se sufre en el infierno. — ¡No, no!—,
grité horrorizado. El insistía y yo me negaba siempre. —No temas —me dijo—;
prueba solamente, toca esta muralla. Yo no tenía valor para hacerlo y quise alejarme,
pero el guía me detuvo insistiendo: —A pesar de todo, es necesario que pruebes
lo que te he dicho— y aferrándome resueltamente por un brazo, me acercó al muro
mientras decía: —Tócalo una sola vez, al menos para que puedas decir que
estuviste visitando las murallas de los suplicios eternos, y para que puedas
comprender cuan terrible será la última si así es la primera. ¿Ves esa muralla?
Me fijé atentamente y pude comprobar que aquel muro era de espesor colosal. El
guía prosiguió: —Es el milésimo primero antes de llegar adonde está el
verdadero fuego del infierno. Son mil muros los que lo rodean. Cada muro es mil
medidas de espesor y de distancia el uno del otro, y cada medida es de mil
millas; este está a un millón de millas del verdadero fuego del infierno y por
eso apenas es un mínimo principio del infierno mismo. Al decir esto, y como yo
me echase atrás para no tocar, me tomo la mano, me la abrió con fuerza y me la
acercó a la piedra de aquel milésimo muro. En aquel instante sentí una
quemadura tan intensa y dolorosa que saltando hacia atrás y lanzando un grito
agudísimo, me desperté. Me encontré sentado en el lecho y pareciéndome que la
mano me ardía, la restregaba contra la otra para aliviarme de aquella
sensación. Al hacerse de día, pude comprobar que mi mano, en realidad, estaba
hinchada, y la impresión imaginaria de aquel fuego me afectó tanto que cambié
la piel de la palma de la mano derecha. Tengan presente que no les he contado
las cosas con toda su horrible crueldad, ni tal como las vi y de la forma que
me impresionaron, para no causar en ustedes demasiado espanto. Nosotros sabemos
que el Señor no nombró jamás el infierno sino valiéndose de símbolos, porque
aunque nos lo hubiera descrito como es, nada hubiéramos entendido. Ningún
mortal puede comprender estas cosas. El Señor las conoce y las puede manifestar
a quien quiere. Durante muchas noches consecutivas, y siempre presa de la mayor
turbación, no pude dormir a causa del espanto que se había apoderado de mi
ánimo. Les he contado solamente el resumen de lo que he visto en sueños de
mucha duración; puede decirse que de todos ellos les he hecho un breve
compendio. Más adelante les hablaré sobre el respeto humano, y de cuanto se
relaciona con el sexto y séptimo Mandamiento y con la soberbia. No haré otra
cosa más que explicar estos sueños, pues están de acuerdo con la Sagrada
Escritura, aún más, no son otra cosa que un comentario de cuanto en ella se lee
respecto a esta materia. Durante estas noches les he contado ya algo, pero de cuando
en cuando vendré a hablarles y les narraré lo que falta, dándoles la
explicación consiguiente. INFIERNO—AÑO 1887 En la mañana del tres de abril San
Juan Bosco dijo a Viglietti que en la noche precedente no había podido
descansar, pensando en un sueño espantoso que había tenido durante la noche del
dos. Todo ello produjo en su organismo un verdadero agotamiento de fuerzas. —Si
los jóvenes —le decía — oyesen el relato de lo que oí, o se darían a una vida
santa o huirían espantados para no escucharlo hasta el fin. Por lo demás, no me
es posible describirlo todo, pues sería muy difícil representar en su realidad
los castigos reservados a los pecadores en la otra vida. El Santo vio las penas
del infierno. Oyó primero un gran ruido, como de un terremoto. Por el momento
no hizo caso, pero el rumor fue creciendo gradualmente, hasta que oyó un
estruendo horroroso y prolongadísimo, mezclado con gritos de horror y espanto,
con voces humanas inarticuladas que, confundidas con el fragor general,
producían un estrépito espantoso. El rumor, cada vez más ensordecedor, se iba
acercando, y ni con los ojos ni con los oídos se podía precisar lo que sucedía.
Vi primeramente una masa informe que poco a poco fue tomando la figura de una
formidable cuba de fabulosas dimensiones: de ella salían los gritos de dolor.
Pregunté espantado qué era aquello y qué significaba lo que estaba viendo.
Entonces los gritos, hasta allí inarticulados, se intensificaron más haciéndose
más precisos. Después vi dentro de aquella cuba ingente, personas
indescriptiblemente deformes. Los ojos se les salían de las órbitas; las
orejas, casi separadas de la cabeza, colgaban hacia abajo; los brazos y las
piernas estaban dislocados de un modo fantástico. A los gemidos humanos se
unían angustiosos maullidos de gatos, rugidos de leones, aullidos de lobos y
alaridos de tigres, de osos y de otros animales. Observé mejor y entre aquellos
desventurados reconocí a algunos. Entretanto, con el aumento del ruido se hacía
ante él más viva y más precisa la vista de las cosas; conocía mejor a aquellos
infelices, le llegaban más claramente sus gritos, y su terror era cada vez más
opresor. Entonces preguntó en voz alta: —Pero ¿no será posible poner remedio o
aliviar tanta desventura? ¿Todos estos horrores y estos castigos están
preparados para nosotros? ¿Qué debo hacer yo? —Sí —replicó una voz—, hay un
remedio; sólo un remedio. Apresurarse a pagar las propias deudas con oro o con
plata. —Pero estas son cosas materiales. Con la oración incesante y con la
frecuente comunión se podrá remediar tanto mal. Durante este diálogo los gritos
se hicieron más estridentes y el aspecto de los que los emitían era más
monstruoso, de forma que, presa de mortal terror, se despertó. Eran las tres de
la mañana y no le fue posible cerrar más un ojo. En el curso de su relato, un
temblor le agitaba todos los miembros, su respiración era afanosa y sus ojos
derramaban abundantes lágrimas.
CREO EN El INFIERNO PERO NO EN QUE SEA ETERNO.
Creer en el infierno, pero no en que sea eterno quiere decir que
se cree en el purgatorio y no en el infierno, pues lo que principalmente
distingue éste de aquel es la eternidad de las penas.
Nada de extraño tiene el que haya quienes aceptando el purgatorio,
no acepten el infierno, pues más fácilmente lleva la razón a descubrir la
necesidad de la existencia del purgatorio, que la del infierno y sin embargo,
por una de esas anomalías tan frecuentes entre los herejes, la inmensa mayoría
de las sectas protestantes, admiten la existencia del infierno y niegan la del
purgatorio.
Decimos que es más accesible a la razón la existencia del
purgatorio; en efecto: la existencia de un castigo en la otra vida para los
malvados, se impone a la razón de quien acepta la existencia de Dios, su
Justicia y la responsabilidad de los actos del hombre; pues es una realidad que
Dios ha grabado en el corazón del hombre la voz de la conciencia, que no
solamente le enseña lo que es moralmente bueno, y lo que es malo, sino que debe
hacer el bien y evitar el mal: además, es un hecho que en varias ocasiones y de
diversas maneras, Dios le ha revelado al hombre su ley, le ha dado a conocer lo
que debemos hacer, lo que debe evitar, le ha impuesto su ley; si Dios es justo,
debe forzosamente premiar al que la guarda y castigar al que la infringe, pues
de otra manera sería un legislador de cartón.
Ahora bien, vemos muy frecuentemente que los que infringen la
ley de Dios son felices en esta vida y que, por el contrario, son muchas veces
desgraciados los que la guardan; luego se impone a la razón el que después de
esta vida sean castigados los malvados que no fueron suficientemente castigados
y premiados los que no lo fueron en esta vida.
Pero el que este castigo sea eterno, es una verdad que la razón
no alcanza con la misma facilidad y las pruebas que de ello nos proporcionan
los teólogos son de un orden bastante elevado para que no pueda fácilmente
captarlas quien no tenga una preparación filosófica adecuada. Es por esto que
no pasamos a desarrollarlas aquí, limitándonos solamente a enunciarlas:
El infierno es necesariamente eterno:
- a causa de la naturaleza misma de la eternidad.
- a causa de la falta de gracia en los condenados.
- a causa de la perversidad de los condenados.
Santo Tomás de Aquino en la cuestión XCIX del 5o. tomo de su
maravillosa "Suma Teológica", discute la duración de las penas del
infierno y demuestra que éstas deben ser eternas.
Podemos sintetizarlo
que él dice en estas 4 razones:
1º- El pecado mortal contiene en cierto modo una malicia
infinita, como quiera que por él se desprecia a Dios, que es infinitamente
bueno; merece, pues, ser castigado con una pena eterna en cuanto a su duración.
2º- La culpabilidad o malicia permanece para siempre y no
puede remitirse sin la gracia, la cual no se da después de la muerte.
3º- El que peca mortalmente tiene interpretativa voluntad de
permanecer para siempre en el pecado, como quiera que se coloca en un estado,
del cual no puede salir sin el divino favor y antepone la criatura por cuya
causa ama el pecado, a Dios.
4o-En este mundo los delitos contra el rey o contra la patria,
tienen señalado un especial castigo, relativamente eterno; pues, como bien nota
San Agustín, el que atenta contra la patria es separado de la sociedad. Lo
mismo pues, debemos decir del castigo eterno. Si un desterrado pudiese vivir
eternamente, eternamente estaría en el destierro.
A estas pruebas añadamos este otro razonamiento:
Por la muerte, la voluntad del hombre se fija en el bien o en el
mal. Dios no puede conceder el perdón sino por el arrepentimiento, por esto es
por lo que ¡o obtenemos tantas veces en esta vida, pues podemos arrepentirnos.
Pero fijados en el mal los réprobos, no pueden arrepentirse. Ellos eligieron el
mal, luego Dios no puede perdonarlos y como el castigo es proporcionado a la
duración de la existencia del mal, él es eterno.
Habiendo enunciado simplemente, como dijimos, estas pruebas
filosóficas, vamos a presentar 2 de sentido común; una probando. que la
eternidad de las penas del infierno no es contraria a la razón y otra que los
tormentos del infierno son eternos.
Como prueba de que la eternidad del infierno no es contraria a
la razón, decimos que si lo fuera, no habría sido aceptada por todos los
pueblos, en todos los tiempos, por los hombres más sabios y eminentes que ha
habido.
Y como prueba de que los tormentos del infierno son eternos, las
enseñanzas de N.S. Jesucristo a este respecto, no dejan lugar a duda.
Una prueba de que la existencia del tormento eterno no es
contraria a la razón.
Lo que todos los pueblos han creído siempre, en todos los
tiempos, constituye lo que se llama una verdad de sentido común. Quien quiera
que rehusé admitir una de estas grandes verdades universales, no tendrá, pues,
como justamente se dice, sentido común. Se requiere, en efecto, estar loco para
imaginarse que se pueda tener razón contra todo el mundo.
Ahora bien: en todos los tiempos, desde el principio del mundo
hasta nuestros días, todos los pueblos de la tierra han creído en el infierno.
Bajo diferentes nombres, bajo formas más o menos alteradas, todos ellos han
proclamado la creencia en castigos tremendos, en castigos sin fin, en los que
siempre aparece el fuego para castigo de los malvados después de su muerte.
Ni qué dudar que desde la más remota antigüedad tal creencia
existía en el pueblo hebreo, en cuyos santos libros se encuentra la creencia
del tormento eterno, hasta con su mismo nombre: INFIERNO, con todas sus letras.
Vemos así que Moisés hace ya 3,500 años, lo dejó consignado en
los primeros libros de la Biblia, por ejemplo en el capítulo XVI del libro de
los números, leemos que 3 levitas, Coré, Dathán y Abirón que habían blasfemado
contra Dios y se habían rebelado contra Moisés, fueron tragados al infierno:
"cubiertos de tierra bajaron vivos al infierno". (Vers. 33).
En el deuteronomio dice el Señor por boca de Moisés: "Mi
furor se ha encendido como un fuego grande que los abrazará hasta el abismo del
infierno"(Deut. XXXII, 22).
En el libro de Job, igualmente escrito por Moisés, leemos que
los impíos, rebosantes de bienes que dicen a Dios: "No tenemos necesidades
de Ti, no queremos tu ley, ¿para qué servirte y rogarte? caen
"repentinamente en el infierno".
Mil años antes de la era cristiana, cuando todavía no se
empezaba a escribir la historia griega ni la romana, David y Salomón hablan con
frecuencia del infierno como de una gran verdad conocida por todos y de todos
reconocida.
Así David en el libro de los Salmos, dice hablando de los
pecadores: "que serán arrojados al infierno", "que los impíos
serán confundidos y precipitados en el infierno" y habla después "de
los dolores del infierno".
Y Salomón refiriéndose a los dichos de los impíos que quieren
seducir y perder al justo, dice: "Devorémoslos vivos como lo hace el
infierno". Y en su famoso libro de la sabiduría, donde tan admirablemente
pinta la desesperación de los condenados, añade: "He aquí lo que
dicen en el infierno los que han pecado, pues la esperanza del impío se
desvanece como el humo en el viento."
Y testimonios semejantes encontramos en casi todos los libros
del Antiguo Testamento, especialmente en el Eclesiastés, en el de Isaías, de
Daniel, de los demás profetas, hasta el precursor del Mesías, San Juan
Bautista, quien también habla al pueblo de Jerusalén del fuego eterno del
infierno, como de una verdad conocida de todos y de la que nunca nadie ha
dudado.
"He aquí que llega Cristo, dice, Él cernirá su grano;
recogerá el trigo (los elegidos) en su granero y quemará la paja (los
pecadores) en el fuego inextinguible".
Y no solamente el religioso pueblo hebreo, también la antigüedad
pagana, tanto la griega como la latina, nos hablan igualmente del infierno, de
un infierno de fuego y de tinieblas al que llaman "el tártaro".
Así de Platón tenemos esta cita de Sócrates su maestro,.
"Los impíos que han despreciado las santas leyes son precipitados en el
tártaro para no salir de él jamás y para sufrir ahí tormentos horribles y
eternos". Y Platón mismo nos dice: "deben aceptarse como ciertas las
tradiciones antiguas y sagradas. que enseñan que, después de esta vida, el alma
será juzgada y castigada severamente, si ella no ha vivido como conviene"
Y Aristóteles y Séneca y Cicerón nos hablan de estas mismas
tradiciones que se pierden en la noche de los tiempos. Homero y Virgilio las
han revestido con los colores de sus inmortales poesías. Quien haya leído el
relato del descendimiento de Eneo a los infiernos, habrá visto que, bajo el
nombre de "Tártaro", de "Plutón", etc., encontramos las
grandes verdades primitivas, desfiguradas, es cierto, pero conservadas por el
paganismo: "los suplicios de los malvados son ahí eternos": y uno de
ellos nos es presentado como "eternamente" fijado en el infierno.
Y lo mismo es en todos los tiempos, hasta en los modernos en que
encontramos la creencia en el infierno en todos los pueblos, hasta en los
indios salvajes de América, los negros de Africa y de Oceanía. El paganismo de
la India y de Persia aún guarda vestigios patentes de él. Y el cisma y el
protestantismo y hasta el mahometismo, cuentan entre sus dogmas la existencia
del infierno.
De tal manera es incontestable que esta creencia es universal,
que tal lo han reconocido los filósofos más escépticos, ejemplo entre ellos
Bayle y su hermano en volterianismo e impiedad; el inglés Bolingbroke quien
dice formalmente: "la doctrina de un estado futuro de recompensa y de
castigos es plenamente universal. Ella se pierde en las tinieblas de la
antigüedad, precede todo lo que sabemos de cierto".
Si pues todos los pueblos, en todos los tiempos, han conocido y
reconocido la existencia del infierno, si este dogma admirable forma parte del
tesoro de las grandes verdades universales, que constituyen la luz de la
humanidad, ningún hombre sensato, que tenga sentido común, podrá ponerla en
duda, diciendo en la locura de una ignorancia orgullosa y estúpida; "la
creencia en la existencia de un tormento eterno es contraria a la razón, yo no
creo en la eternidad del infierno".
El mejor argumento de la eternidad de las penas del Infierno.
Como hemos dicho, son muchas las consideraciones que los
teólogos nos presentan para establecer racionalmente que deben ser eternas las
penas del infierno. Pero seguramente que el más sencillo, el más terminante y
el mejor argumento que puede presentarse con este objeto, son las enseñanzas de
N. S. Jesucristo, a este respecto.
Si Cristo nos enseña la existencia del infierno, todo aquél que
crea en Cristo, deberá creer en el infierno, parézcale o no le parezca bien tal
doctrina.
Y esto lo ven no pocos cristianos ignorantes, que pretenden no
creer en el infierno. Por eso no es raro oírles querer disculpar su negación
diciendo falsedades como ésta: "tan no existe el infierno, que Cristo
nunca nos habló de él".
Y cuando se les prueba que ello no es exacto, que sí habló de él
y en múltiples ocasiones y en forma terminante, recurren al expediente de mala
fe, de pretender que hablaba de él en forma metafórico, figurada, o que nos
hablaba de él para en su deseo ardiente de apartarnos del mal, amedrentarnos
con algo que en realidad no existe.
Se concibe que niegue el infierno gentuza tal, que tiene de
Cristo tan equivocada idea, que piensa pueda mentir El mismo para lograr un
objeto falso, pues si no existiera en realidad el infierno, ¿para qué habría de
poner Cristo tanto empeño en apartar a los malos del pecado?
¡Cómo se hace patente la mala fe e ignorancia de quien tal
afirma, pues no sabe qué es doctrina católica, expuesta por San Pablo, que no
deben hacerse cosas malas para que resulten buenas!
La mejor manera de refutar a los que afirman que Cristo nunca
habló del infierno, o que cuando lo hizo fue en forma figurada, es presentar
los diferentes textos en que constan las palabras que pronunció N.S. Jesucristo
a este respecto; pues si de algunas doctrinas, tales como su presencia real en
la Sagrada Eucaristía y la supremacía de San Pedro, habla N.S. Jesucristo con
tanta claridad como del infierno, tal vez de ninguna otra hable tan
reiteradamente, pues encontramos en los Evangelios 14 citas de N.S. Jesucristo
a este respecto, de las que presentamos a continuación las siguientes:
-Que si tu mano o tu pie te es ocasión de escándalo, arrójalos
lejos de ti; pues más te vale entrar en la vida eterna manco o cojo, que con
dos manos, o dos pies ser precipitado al fuego eterno. Y si tu ojo es para ti
ocasión de escándalo sácalo y tíralo lejos de ti: mejor te es entrar en la vida
eterna con un solo ojo, que tener los dos y ser arrojado al fuego del infierno
(Mat. XVIII 8-9).
-Al fin del mundo enviará el Hijo del Hombre a sus Angeles y
quitará n de su reino a todos los escandalosos y a cuantos obran, la maldad y
los arrojará en el horno del fuego: allí será el llanto y el crujir de dientes
(Mat. XIII-40-43).
-Después de explicar. N.S. Jesucristo como vendrá a juzgar a los
buenos y a los malos el día del juicio, dice: al mismo tiempo dirá a
los que están a la izquierda; apartaos de mi malditos: id al fuego eterno y
añade: y éstos irán al suplicio eterno (Mat. XXV-41).
-Si tu mano te escandaliza, córtala; mejor es para ti llegar a
la vida con solo una mano que con las dos, arder en el infierno, en un fuego
inextinguible, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga. Que si tu pie
te escandaliza, córtatelo; es mucho mejor llegar a la vida eterna con un solo
pie, que no con los dos ser arrojado al infierno a un fuego que no consume,
donde el gusano no muere ni el fuego se apaga. Y si tu ojo te escandaliza,
arráncalo; mejor es para ti entrar en la Gloria con un solo ojo que con los dos
ser arrojado en el infierno, donde el gusano no muere ni el fuego se extingue
(Mat. IX-42-43).
-Y no temáis a los que solamente pueden mataros en el cuerpo, si
no pueden mataros "el alma" temed únicamente a quien puede arrojarnos
en cuerpo y alma en el infierno (Mat. X-26).
-Murió también el rico y fue sepultado en el infierno. Y
abriendo los ojos estando en los tormentos, vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro
en su seno. Y exclamó diciendo: "Padre Abraham ten misericordia de mi y
manda a Lázaro que con la punta de un dedo mojado en agua venga a refrescar mi
lengua, pues estoy abrasado en estas llamas (Luc. XVI-22-24).
-Yo os digo que el que se enoje con su hermano será reo de
Juicio... y el que te diga "raca" (un gran insulto) será reo del fuego
del infierno (Mat. V-22)
-Ver también Mat. VIII-11-12; Mat. XXII 11-13; Mat. VII-19; Juan
IV-5-6.
¿Qué puede objetarse de buena fe a esto? Habiendo hablado N.S.
Jesucristo en términos tan claros. ¿Es de pensarse que lo haya, hecho en forma
figurada?
Y tan no fue así, que vemos que los Apóstoles, encargados por el
Salvador de predicar y desarrollar su doctrina, nos hablan incesantemente del
fuego y de sus llamas eternas, en forma tal, que está muy lejos de poder
honradamente parecernos que ellos lo entiendan figuradamente.
Para no citar sino algunas de sus palabras, recordemos que el
Apóstol San Pedro dice que "los malvados compartirán el castigo de los
malos ángeles, que el Señor ha precipitado en las profundidades del infierno,
en los suplicios del tártaro".
San Pablo les escribe a los cristianos de Tesalónica,
hablándoles del juicio último, que el Hijo de Dios "sacará
venganza de las flamas del fuego de los impíos que no han querido reconocer a
Dios y que no obedecieron el Evangelio de N. S. Jesucristo; tendrán que sufrir
las penas eternas lejos del rostro de Dios".
San Juan nos habla del infierno y de sus fuegos eternos. Refiriéndose
al Anticristo y a su falso profeta, dice: "serán arrojados vivos
en el abismo abrasado de fuego y de azufre para ser ahí atormentados día y
noche por los siglos de los siglos".
En fin, el Apóstol San Judas nos habla a su vez del infierno
mostrándonos los demonios y los condenados "encadenados por la eternidad
en las tinieblas y sufriendo las penas del fuego eterno".
Ver también entre otras muchas las citas siguientes: Hebreos X,
26-27; Apocalipsis XIV, 10-11; XX, 9-10; XX, 15; XXI, 3.
Después de enseñanzas tan claras, bien se ve que no puede
negarse el infierno sin negar a Cristo y con cuánta razón la Iglesia Católica
nos presenta la eternidad de las penas y del fuego del infierno, como un dogma
de que, desde los tiempos apostólicos, dejó consignado en el Credo en estos
términos: "creo en la vida perdurable", es decir, creo en otra vida
que será para todos inmortal y eterna; para los buenos inmortal y eterna en la
beatitud del Paraíso y para los malos, inmortal y eterna en los castigos del
infierno, como explícitamente lo encontramos expuesto antes del año 429, en el
Credo de San Atanasio en estos términos: "... a cuya llegada (de
N. S. Jesucristo el día del Juicio) todos los hombres tienen que resucitar con
sus cuerpos y dar cuenta de sus propios hechos. Y los que obraron bien irán a
la vida eterna, pero los que obraron mal, al fuego eterno. Esta es la fe
católica en la que el que no creyere fiel y firmemente no podrá salvarse".
Sí, esta es la fe católica, creer en la existencia del infierno
tal y como lo enseña la Iglesia Católica es de fe y así, el que niega este
dogma, que no se tenga por católico, pues con ese mismo hecho incurre en
excomunión y viene a ser un hereje.
¿COMO PUEDE ACEPTARSE QUE SIENDO DIOS TAN BUENO HAYA CREADO EL
INFIERNO?
Esta objeción puede también presentarse bajo otras formas como
ésta: "Dios es demasiado bueno para condenarme". Vamos a pasar a
refutarla y después refutaremos otras de las más usuales y múltiples objeciones
del mismo tenor, que ponen contra el infierno los que así buscan pretextos para
negarlo.
Los que juzgan la existencia del infierno incompatible con la
bondad de Dios, es por que tienen un concepto enteramente equivocado de la
bondad, pues basta con tener de ella un concepto verdadero, para ver que
precisamente por ser Dios infinitamente bueno, tenía que haber creado el
infierno.
En efecto: quienes ven incompatible la bondad de Dios con la creación
del infierno, tienen de la bondad un concepto equivocado, creen que ésta
consiste en pasar por todo, creen que la verdadera bondad es como la de una
madre consentidora que todo cuanto hace el niño mimado, por malo y perjudicial
que para el mismo pueda ser, lo disculpa y hasta lo aplaude, en vez de, como
debería ser si ella fuera realmente buena, reprenderlo y castigarlo.
La verdadera bondad pide ante todo la justicia: dar a cada cual
según sus obras; al bueno premio, al malo castigo y premio y castigo,
proporcionados a la bondad o maldad de sus obras.
Por eso Dios, que es infinitamente justo, da como castigo a una
obra cuya maldad no tiene límite, un castigo eterno.
La bondad de Dios, su misericordia infinita, se manifiesta no a
expensas de su justicia infinita, sino perdonando al pecador ARREPENTIDO,
cuantas veces se arrepienta, por innumerables que sean las veces que reincida,
por grave que sea la falta cometida y para poder perdonarlo sin forzar la
justicia divina, se requirió que El pagara por el pecador, lo que hizo
haciéndose hombre, sufriendo los más atroces tormentos. El mismo vino al mundo
a advertirnos de la existencia del infierno, a enseñarnos lo que deberíamos
hacer para librarnos de él; instituyó la Iglesia para que continuamente nos estuviera
recordando sus enseñanzas ¿qué más podía hacer por el hombre una bondad
infinita?
Pero si a pesar de esto no hacemos aprecio a sus enseñanzas, si
no queremos arrepentirnos de nuestros pecados, si no queremos ni aceptar el
perdón que Él nos brinda, ¿va Dios a la fuerza a perdonarnos? perdonar a quien
no reconoce sus faltas, a quien no se arrepiente de ellas, a quien no quiere
ser perdonado, no es bondad, es injusticia, más aún es estupidez del todo
impropia de un ser racional como es el hombre, absurdo del todo suponerla en
Dios.
Sobre este mismo tema suelen ponerse sentimentales los negadores
del infierno y presentar esta otra objeción.
Si un padre que es humano y tan imperfecto, nunca castigaría con
la pena de muerte a un hijo ¿cómo va a aceptarse que Dios, la bondad, la
perfección infinitas, que nos ama infinitamente más que lo que nos puede amar
nuestro propio padre, pueda castigarnos con el infierno eterno que es muchas
veces peor que la muerte?
Ver la inconsistencia de esta objeción no es nada difícil, basta
considerarla con un poco de lógica y detenimiento.
En efecto: desde luego las dos penas que se aducen no son
correspondientes, pues el padre no tiene el derecho de castigar la mala
conducta de un hijo con la muerte y Dios, en cambio, tiene toda clase de
derecho sobre sus criaturas.
Después, el castigo que un padre diera a un hijo llega al
máximum si la falta del hijo lo amerita. Cierto es que no va un padre
consciente a correr a un hijo de su casa simplemente porque llega un día pasado
de copas, pero hay faltas que ameritan eso y más.
Imaginemos por ejemplo el caso de un hijo perdulario, que a
pesar de todos los consejos, reconvenciones y castigos de su padre, es
desobediente, irrespetuoso, trasnochador, borracho, fornicario, criminal y cuya
maldad llega al grado de abusar de su misma hermanita de 7 u 8 años ocasionándole
la muerte, todo lo cual no es un imposible, véase la plana roja de los diarios.
Lo sabe el padre, lo recrimina y en vez de dar el hijo muestras de
arrepentimiento, se enfrenta al padre y lo insulta y lo abofetea ¿no es de todo
punto forzoso el que tal padre, a pesar de todo lo bueno que sea y de todo lo
que quiera a su hijo, lo corra de la casa? y que no se conforme simplemente con
esto, sino que lo maldiga y lo desherede.
Pues esto es precisamente lo que hace Dios con el pecador no
arrepentido, con el que a pesar de que sabe que Dios se hizo hombre y dio la
vida por él y todo lo que por él ha hecho, lo desprecia y desprecia su ley y
vive en la corrupción y le ofende y niega su castigo y se burla de El y hasta
en la hora de la muerte reniega de El y no se arrepiente y muere en su pecado.
Dios entonces, a semejanza del padre humano le dice: "apártate de
mí maldito, ve al fuego eterno" sentencia tremenda que no es
solamente el esplendor de la justicia de Dios sino también el de su bondad
infinita.
Todavía los negadores del infierno, pretenden esgrimir contra él
otras objeciones más del mismo tenor. Refutaremos de entre ellas esta última:
Dios sabe de antemano quiénes se han de condenar, ¿por qué pues
los crea?
Esta objeción está refutada con la amplitud necesaria en el
Folleto E.V.C. No. 53 por lo que aquí nos referimos a ella brevemente.
Dios crea a todos los hombres para su eterna bienaventuranza y
les da los medios necesarios para alcanzarla. Ellos son libres de aprovechar o
no estos medios; si no los aprovechan y se pierden, ellos solos tienen la
culpa.
Dios tiene sabias y poderosas razones para tolerar el mal que
hacen los malos en este mundo, pues ellos son causa de grandes merecimientos
para los buenos que son escandalizados y perseguidos por los malos. Si Dios no
tolera el mal, quitaría a los buenos la oportunidad de merecer por causa de los
malos, lo que es una injusticia manifiesta: El da además a los malos, plena
oportunidad para arrepentirse; si ellos no la aprovechan, repetimos, culpa de
ellos es, no de Dios.
En esta cuestión, como en otras de orden espiritual, se
encierran dificultades que se requiera tiempo y estudio para poder sondear y
que no fácilmente pueden ver a primera vista los que no tienen amplios estudios
en religión.
Para librarnos del infierno se requieren 3 cosas:
1º- Salir del estado de pecado.
2º- Huir de las ocasiones de pecado.
3º- Vivir una vida seriamente cristiana.
1º- Salir del estado de pecado.
Lo primero que hay que hacer para evitar el Infierno, es salir
del estado de pecado.
Para eso, todos sabemos que hay que hacer una confesión sincera
de nuestros pecados, con propósito firme de corregirnos de ellos en adelante.
Que ello pueda significar hasta grandes sacrificios ¡qué
importa! de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma.
Si se está en pecado, hay pues, que confesarse y pronto, sin
pérdida de tiempo ¡hay tantos que mueren en un accidente, repentinamente!
Hay que estar siempre preparado para comparecer ante Dios, pues
bien puede ser que no muera uno repentinamente, pero es absurdamente necio
jugar toda una eternidad contra un ¡puede ser!
2º- Huir de las ocasiones de pecado.
Quien no huye del peligro en él perece, dice un sabio proverbio;
no se trata pues, únicamente, de no permanecer en estado de pecado mortal, sino
de no volver a caer en él. Para esto solo hay un medio: evitar las ocasiones de
caída, sobre todo aquellas de las que triste experiencia nos ha demostrado el
peligro.
Un hombre verdaderamente cristiano, que tiene sentido común,
soporta todo, sacrifica todo para escapar del fuego del infierno ¿no acaso N.S.
Jesucristo nos ha dicho; si tu mano derecha (es decir, lo más útil, lo más
querido que tenemos) te es causa de pecado, córtala y arrójala lejos de ti:
mucho mejor es vivir con una sola mano, que no con las dos ser arrojado al
fuego eterno? (Mat. XVIII-8).
No hay que hacerse ilusiones a este respecto. No debemos
sentirnos seguros de estar libres del infierno. Cierto que N.S. Jesucristo, nos
ha dicho: Jamás rechazaré a quien viene a mí, pero también nos ha dicho por
boca de su Apóstol Pablo: "Trabajad por vuestra salvación con temor y con
temblor". Hay pues que temer santamente, para tener el derecho de esperar
también santamente,
Así pues, no nos hagamos ilusiones de que podemos transigir con
las enseñanzas del espíritu contra la fe, contra la sumisión entera que debemos
a la autoridad de la Santa Sede o de la Iglesia. No nos hagamos la ilusión de
que, por pretendidos motivos de salud o de descanso, podemos transigir con
costumbres que pueden mancharnos con el lodo de la impureza, de transigir con
los usos del mundo que tan fácilmente nos arrastran al torbellino del placer,
de la vanidad, del olvido de Dios, de la negligencia en la vida Cristiana.
No caigamos en el error de que, so pretexto de necesidades en el
comercio, de sabia previsión por el porvenir de los nuestros, caer en negocios
sucios, con la necia disculpa de que tal sea la costumbre general en los
negocios.
Para, evitar las ocasiones de pecado, esforcémonos, en fin, por
evitar el camino ancho de la perdición y seguir la vereda angosta que conduce a
la estrecha puerta del cielo.
3º - Vivir una vida seriamente cristiana.
Quien quiera estar seguro de evitar el infierno, que no se
contente con evitar el pecado mortal, con evitar las ocasiones de él, sino que
se esfuerce por llevar una vida buena, seriamente cristiana, santa, llena de
N.S., Jesucristo.
Entregaos generosamente a la noble vida que se llama la vida
Cristiana, la vida piadosa. Para ello es necesario, de una necesidad capital,
acercarse con frecuencia al sagrado Sacramento de la Eucaristía. Claramente
N.S. Jesucristo nos dijo: Quien come de este Pan vivirá eternamente.
Y comulgar trae consigo también la confesión, esa maravilla de
sacramento, execración de los impíos, bendición y alegría de los buenos. La
confesión y la comunión son los dos grandes medios ofrecidos por N.S.
Jesucristo a los que quieren evitar el pecado, crecer en el amor del bien, en
la práctica de las virtudes cristianas, a los que quieren santificarse y
salvarse.
Mientras más frecuente y mejor comulguemos, más nos apartamos
del infierno. Y no olvidemos cada vez que comulguemos, pedir a Dios nos conceda
la mayor de todas las gracias que podemos alcanzar sobre la tierra: la gracia
de la COMUNION DIARIA.