Santa Hildegarda de Bingen
Doctora
de la Iglesia
Fue abadesa,
líder monacal, mística, profetisa, médico, compositora y escritora alemana.
De esta Santa puedes obtener una música sacra inspirada por los
ángeles, medicamentos naturales para distintas enfermedades, hasta sanas
recetas de cocina para enriquecer el cuerpo y el alma. Además de profecías que
se están cumpliendo hasta la actualidad.
Es conocida
como la sibila del Rin y como la profetisa teutónica. El 7 de octubre de 2012
el papa Benedicto XVI le otorgó el título de doctora de la Iglesia junto a San
Juan de Ávila durante la misa de apertura de la XIII Asamblea general ordinaria
del sínodo de los obispos.
Hildegarda
nació en Bermersheim, en el valle del Rin (actualmente Renania-Palatinado, en
Alemania), durante el verano del año 1098, en el seno de una familia noble
alemana acomodada.8 Fue la menor de los diez hijos de Hildeberto de
Bermersheim, caballero al servicio de Meginhard, conde de Spanheim, y de su
esposa, Matilde de Merxheim-Nahet, y por eso fue considerada como el diezmo
para Dios, entregada como oblata y consagrada desde su nacimiento a la
actividad religiosa, según la mentalidad medieval.10De esta manera, fue dedicada
por sus padres a la vida religiosa y entregada para su educación a la condesa
Judith de Spanheim (Jutta), hija del conde Esteban II de Spanheim y, por tanto,
noble como ella, quien la instruyó en el rezo del salterio, en la lectura del
latín —aunque no le enseñó a escribirlo o, cuando menos, no con pericia—, en la
lectura de la Sagrada Escritura y en el canto gregoriano.
Durante
algunos años maestra y discípula vivieron en el castillo de Spanheim. Cuando
Hildegarda cumplió catorce años, ambas se enclaustraron en el monasterio de
Disibodenberg. Este monasterio era masculino, pero acogió a un pequeño grupo de
enclaustradas en una celda anexa, bajo la dirección de Judith. La ceremonia de
clausura solemne fue celebrada el 1 de noviembre de 1112 y en ella participaron
Hildegarda, Judith y otra enclaustrada más, también infante. En 1114, la celda
se transformó en un pequeño monasterio, a fin de poder albergar el creciente
número de vocaciones. En ese mismo año, Hildegarda emitió la profesión
religiosa bajo la regla benedictina, recibiendo el velo de manos del obispo
Otón de Bamberg.
De esta manera continuó su educación monástica rudimentaria
dirigida por Judith.
Judith murió
en 1136, con fama de santidad tras haber llevado una vida de mucha austeridad y
ascesis, que incluyó largos ayunos y penitencias corporales. Hildegarda, a
pesar de su juventud, fue elegida como abadesa (magistra) de manera unánime por
la comunidad de monjas.
Desde niña,
Hildegarda tuvo débil constitución física, sufría de constantes enfermedades y
experimentaba visiones. En una hagiografía posterior escrita por el monje
Teoderico de Echternach se consignó el testimonio de la propia Hildegarda,
donde dejó constancia que desde los tres años tuvo la visión de «una luz tal
que mi alma tembló». Estos hechos continuaron aún durante los años en que
estuvo bajo la instrucción de Judith quien, al parecer, tuvo conocimiento de
ellos.
Vivía estos episodios conscientemente, es decir, sin perder los sentidos
ni sufrir éxtasis. Ella los describió como una gran luz en la que se
presentaban imágenes, formas y colores; además iban acompañados de una voz que
le explicaba lo que veía y, en algunos casos, de música.
En 1141, a la
edad de cuarenta y dos años, sobrevino un episodio de visiones más fuerte,
durante el cual recibió la orden sobrenatural de escribir las visiones que en
adelante tuviese. A partir de entonces, Hildegarda escribió sus experiencias,
que dieron como resultado el primer libro, llamado Scivias (Conoce los
caminos), que no concluyó hasta 1151. Para tal fin, tomó como secretario y
amanuense a uno de los monjes de Disibodenberg llamado Volmar y, como
colaboradora, a una de sus monjas, llamada Ricardis de Stade.
No obstante,
siguió teniendo reticencias para hacer públicas sus revelaciones y los textos
resultantes de ellos, por lo que para disipar sus dudas recurrió a uno de los
hombres más prominentes y con mayor reputación espiritual de su tiempo:
Bernardo de Claraval, a quien dirigió una sentida carta pidiéndole consejo
sobre la naturaleza de sus visiones y la pertinencia de hacerlas de
conocimiento general. En dicha misiva, enviada hacia 1146, confesaba al ilustre
monje cisterciense que lo había visto en una visión «como un hombre que veía
directo al sol audaz y sin miedo», y al mismo tiempo que se atribuía a sí misma
«debilidad» solicitaba su consejo:
Padre, estoy
profundamente perturbada por una visión que se me ha aparecido por medio de una
revelación divina y que no he visto con mis ojos carnales, sino solamente en mi
espíritu. Desdichada, y aún más desdichada en mi condición mujeril, desde mi
infancia he visto grandes maravillas que mi lengua no puede expresar, pero que
el Espíritu de Dios me ha enseñado que debo creer. [...]
Por medio de
esta visión, que tocó mi corazón y mi alma como una llama quemante, me fueron
mostradas cosas profundísimas. Sin embargo, no recibí estas enseñanzas en
alemán, en el cual nunca he tenido instrucción. Sé leer en el nivel más
elemental, pero no comprenderlo plenamente. Por favor, dame tu opinión sobre
estas cosas, porque soy ignorante y sin experiencia en las cosas materiales y
solamente se me ha instruido interiormente en mí espíritu. De ahí mi habla
vacilante. [...]
La respuesta
de Bernardo no fue ni muy extensa ni tan elocuente como la carta enviada por
Hildegarda, pero en ella la invitaba a «reconocer este don como una gracia y a
responder a él ansiosamente con humildad y devoción [...]». Además, parece que
el abad de Claraval posteriormente intervino ante el papa Eugenio III en favor
de Hildegarda, ya que tenía trato personal con el obispo de Roma porque éste
era también cisterciense y antiguo discípulo suyo.
Precisamente,
el arzobispo Enrique de Maguncia bajo cuya jurisdicción se encontraba el
monasterio de Disibodenberg, y que estaba enterado de las visiones y profecías
de Hildegarda, mandó una comisión al papa Eugenio para informarse de lo
sucedido y lograr que se declarara sobre la naturaleza de tales dones. El papa
se encontraba por aquellos días en Tréveris para presidir el sínodo que se
celebró en aquella ciudad entre 1147 y 1148.
En 1148, un
comité de teólogos, encabezado por Albero de Chiny-Namur, obispo de Verdún, a
petición del papa, estudió y aprobó parte del Scivias. El mismo papa leyó
públicamente algunos textos durante el sínodo de Tréveris y declaró que tales
visiones eran fruto de la intervención del Espíritu Santo. Tras la aprobación,
envió una carta a Hildegarda, pidiéndole que continuase escribiendo sus
visiones. Con ello dio comienzo no solo la actividad literaria aprobada
canónicamente, sino también la relación epistolar con múltiples personalidades
de la época, tanto políticas como eclesiásticas, tales como el ya mencionado
Bernardo de Claraval, Federico I Barbarroja, Enrique II de Inglaterra o Leonor
de Aquitania, que pedían sus consejos y orientaciones. Tal fue su
reconocimiento, que llegó a ser conocida como la Sibila del Rin.
También en
1148 y sin haber concluido la redacción del Scivias, una visión la hizo
concebir la idea de partir de Disibodenberg y marchar a un lugar «donde no
había agua y donde nada era placentero» inspirándola así para la fundación de
un monasterio en la colina de san Ruperto (Rupertsberg), cerca de Bingen al
oeste del río Rin en la desembocadura del Nahe, para trasladar a la crecida
comunidad y emanciparla de los monjes de Disibodenberg.
Sin embargo,
Kuno, entonces abad de Disibodenberg, se opuso a su salida, lo que contrarió a
la monja en gran medida, al punto de ocasionarle trastornos físicos, que fueron
atribuidos a causas divinas:
Decían que
había sido engañada por la vanidad. Cuando lo oí, mi corazón se afligió, mi
carne y mis venas se secaron, y durante muchos días yací en cama.
Ante esta
situación intervino la marquesa Ricardis de Stade (Richardis von Stade),29
madre de la monja que servía de secretaria a Hildegarda, quien logró convencer
a Enrique I, arzobispo de Maguncia (1142—1153), de que diera la autorización
para la salida de las religiosas y la fundación del nuevo monasterio. Hacia
1150, se trasladó a Rupertsberg con cerca de veinte de sus monjas, obtuvo el
permiso del conde Bernardo de Hildesheim, propietario del terreno elegido y
fundó el monasterio de Rupertsberg, del cual se convirtió en abadesa.
Por esa época,
su asistente y secretaria Ricardis la abandonó para convertirse en abadesa del
convento de Bassum en Sajonia. Ello causó la tristeza y oposición de
Hildegarda, que luego reflejaría en serias cartas de protesta al arzobispo
Hartwig de Bremen, hermano de Ricardis, quien había influido para conseguir el
cargo abacial; llegó a apelar hasta al papa, sin conseguir que la monja
volviera. Ricardis murió al año de la separación.
Un año después
del traslado concluyó el Scivias y de esa misma época datan sus dos libros de
contenidos sobre ciencias naturales (Physica) y medicina (Cause et cure), en
los cuales expuso gran cantidad de conocimientos sobre el funcionamiento del
cuerpo humano, de herbología y otros tratamientos médicos de su época basados
en las propiedades de piedras y animales. Asimismo, comenzó la colección de
cantos que tituló Symphonia armonie celestium revelationum, que compuso para
atender a las necesidades litúrgicas de su comunidad. Según algunas
cronologías, también de 1150 dataría el inicio del Liber vite meritorum.
Hacia 1163,
como fruto de sus constantes visiones, comenzó la escritura del Liber divinorum
operum, la tercera de sus tres obras más importantes y que tardaría alrededor
de diez años en concluir. Sin embargo, la abadesa alternó la vida contemplativa
y de escritora con la de predicación y fundación, ya que en 1165 fundó un
segundo monasterio en Eibingen, que visitaba regularmente dos veces a la semana.
La fama de
santa y profetisa que llegó a tener la abadesa fue tal que, en 1150, el propio
emperador Federico I Barbarroja la invitó a entrevistarse con él en su palacio
en Ingelheim. El aprecio mutuo que generó esta entrevista manifestado en las
subsecuentes cartas llegó a tal grado que, trece años más tarde, el soberano
otorgó un edicto de protección imperial a perpetuidad al monasterio de
Rupertsberg.
La labor de
escritora de Hildegarda se vio interrumpida muchas veces por los viajes de
predicación. Si bien la clausura en sus tiempos no era tan rígida como lo sería
a partir de Bonifacio VIII, no dejó de sorprender y admirar a sus
contemporáneos que una abadesa abandonara su monasterio para predicar.
El contenido
de su predicación giró en torno a la redención, la conversión y la reforma del
clero, criticando duramente la corrupción eclesiástica, además de oponerse
firmemente a los cátaros; al condenar las doctrinas de estos, proponiendo el
combate de sus errores mediante la predicación y la edificación del clero.
En total
fueron cuatro los viajes de predicación que realizó: el primero entre 1158 y
1159, en el que viajó a Maguncia y a Wurzburgo. En 1160 realizó el segundo a
Tréveris y a Metz. En su tercera predicación, entre 1161 y 1163, viajó por el
Rin hasta Colonia. En el último de sus viajes, comprendido entre 1170 y 1171,
predicó en la región de Suabia.
Además de
estos viajes de predicación, Hildegarda usó las cartas para hacer sentir su
opinión ante personajes notables. Con motivo del cisma provocado por la
elección del antipapa Víctor IV con el apoyo del emperador Barbarroja, frente
al papa romano Alejandro III, alargado a la muerte de Víctor IV con la elección
de los también antipapas Pascual III y Calixto III, Hildegarda hizo graves
amonestaciones proféticas al primero de estos, así como al emperador mismo.
En el año
1173, poco antes de concluir el Liber divinorum operum, murió el monje Volmar,
su más cercano colaborador y secretario, lo que la orilló a ayudarse de los
monjes de la abadía de san Eucharius de Tréveris para terminar dicha obra.
Durante algún tiempo el monje Godofredo de Disibodenberg le sirvió como
amanuense, a la vez que comenzó la redacción de una biografía de la profetisa,
pero también él murió poco tiempo después, en 1176. El último de sus
secretarios lo encontró en Guiberto de Gembloux, un monje flamenco, con el que
había sostenido conversación epistolar iniciada por el interés de éste sobre la
manera en que Hildegarda tenía sus visiones.
La última
situación crítica a la que tuvo que enfrentarse Hildegarda aconteció en 1178,
cuando su comunidad dio sepultura en el cementerio conventual a un noble
supuestamente excomulgado. Por la imposición de esta pena eclesiástica, el
derecho canónico prohibía su entierro en suelo sagrado. Se pidió a Hildegarda
que exhumara el cadáver. Ella se negó e incluso hizo desaparecer cualquier
rastro del enterramiento para que nadie pudiera buscarlo. Sostuvo que había
sido reconciliado con la Iglesia antes de morir. Los prelados de Maguncia, en
ausencia del arzobispo Christian, que estaba en Roma, pusieron en entredicho al
monasterio. Por él se prohibió el uso de las campanas, los instrumentos y los
cantos en la vida y liturgia de Rupertsberg. Hildegarda se defendió escribiendo
una carta de rico contenido doctrinal, donde recogía el significado teológico
de la música. Cuando regresó el arzobispo en marzo de 1179, se presentaron
testigos que apoyaban la versión de Hildegarda y fue levantado el entredicho.
A los pocos
meses de ser levantado el entredicho, el 17 de septiembre de 1179, a los 81
años de edad murió Hildegarda. Las crónicas hagiográficas cuentan que a la hora
de su muerte aparecieron dos arcos muy brillantes y de diferentes colores que
formaban una cruz en el cielo.
Entre 1180 y
1190 el monje Teoderico de Echternach escribió la Vita (Vida) de Hildegarda,
recogiendo pasajes autobiográficos que la monja había dejado y contado.
Gregorio IX abrió el proceso de canonización en 1227, aunque no se concluyó.
Fue reabierto por Inocencio IV en 1244, sin que tampoco en esta ocasión se
llegase a concluir. Sin embargo, debido a la difusión de su culto se la
inscribió en el Martirologio romano, incluyéndose además su nombre en algunas
letanías; se extrajeron reliquias de su sepulcro; se celebró su fiesta
litúrgica; se le atribuyeron milagros y sus representaciones pictóricas y
escultóricas comenzaron a ser objeto de veneración.
Sus reliquias
fueron conservadas en el convento de Rupertsberg hasta la destrucción de éste
en 1632, durante la Guerra de los Treinta Años. Entonces fueron llevadas a
Colonia y después a Ebingen donde se depositaron en la iglesia parroquial donde
aún reposan.
En 1940 se
aprobó oficialmente su celebración para las iglesias locales. Con motivo del
800 aniversario de su muerte, Juan Pablo II se refirió a ella como profetisa y
santa. De la misma manera, en 2006, el papa Benedicto XVI también se refirió a
Hildegarda como santa y la encomió como una de las grandes mujeres de la
cristiandad junto con Catalina de Siena, Teresa de Ávila y la madre Teresa de Calcuta.
En el año 2010
el papa Benedicto XVI dedicó a Hildegarda las Audiencias Generales del 1 y 8 de
septiembre, dentro del marco de una serie de catequesis sobre escritores
cristianos, siendo la primera mujer presentada en estas catequesis; recordó,
entre otras cosas, que los contemporáneos de Hildegarda la consideraron con el
título de "profetisa teutónica" y puntualizó el valor teológico de
sus escritos y enseñanzas.
En diciembre
de 2011, el papa Benedicto XVI anunció su decisión de otorgar a santa Hildegarda
el título de "Doctora de la Iglesia". El 10 de mayo de 2012 procedió
a inscribirla en el catálogo de los santos y extender su culto litúrgico a la
Iglesia universal, en una "canonización equivalente". El 27 de mayo
de 2012 durante el rezo del Regina Caeli del día de Pentecostés, el papa
determinó la fecha para la proclamación como Doctora. El 7 de octubre de 2012,
durante la misa de apertura del Sínodo de los obispos en la Basílica de San
Pedro en Roma, se realizó la proclamación oficial por el cual se le concedió el
título de Doctora para la Iglesia Universal junto con san Juan de Ávila por el
papa Benedicto XVI.
La iconografía
religiosa de Hildegarda es escasa, probablemente porque su culto fue local por
bastante tiempo. Se la retrata con los atributos propios de una abadesa de la
orden de san Benito: báculo abacial y hábito benedictino con velo negro y
blanco; sus representaciones más antiguas reproducen la manera en que aparece
en las miniaturas de sus escritos: sentada con un estilo en la mano en actitud
de escribir sobre un par de tablillas o dictando a un monje, con cinco flamas
alrededor de la cabeza representando la visión divina. Más tarde se cambia el
estilo por una pluma de ave, con algún pergamino o libro en la mano —
comúnmente el Scivias — y algún instrumento musical.
Las Medicinas de Santa Hildegarda
Mísica de Santa Hildegarda