La Compañía de
Jesús:
Los Jesuitas
La Compañía de Jesús
es el resultado de los sueños de un grupo de siete estudiantes de
la Universidad de París que, en 1534, decidieron ir a desgastar sus vidas en
Tierra Santa o, si no lo lograban, ponerse al servicio del Papa. La orden fue
fundada en 1540 y se extendió rápidamente. A la muerte de Ignacio, su impulsor,
contaba con casi un millar de miembros, un siglo después eran ya 13.000.
Desde entonces, los
jesuitas han llevado a cabo una intensa labor apostólica, propagando la
fe, siendo pioneros en los métodos de inculturación, educando a la juventud,
trabajando en todos los campos del saber, enfrentándonos a las injusticias y
defendiendo los derechos humanos.
Los jesuitas también
hemos tenido muchas dificultades en nuestro camino. En 1773 el papa Clemente
XIV se vio forzado a extinguir la Compañía y otro papa, Pío VII, la restauró en
1814. En el siglo XX persecuciones de diferente signo se llevaron a 340
compañeros. Es la consecuencia de una formulación de la misión de la Compañía
de Jesús desarrollada tras el Concilio Vaticano II, bajo el liderazgo del Padre
General Pedro Arrupe y que cuaja en la Congregación General 32 (1974), cuando
se afirma que existe un vínculo inseparable entre la fe y la promoción de la
justicia. Algo que nos llevaría a ponernos del lado de las víctimas y a
denunciar las estructuras injustas que las generan.
La
Espiritualidad Ignaciana
La espiritualidad es
para el creyente el camino que le acerca a Dios e incluye oración, intuición,
reflexión, acción y comprensión de quién es ese Dios para nosotros manifestado
en Jesús. Y ese camino termina condicionando la propia vida y nuestra
comprensión del mundo.
La espiritualidad
ignaciana encuentra su fuente en la experiencia de San Ignacio, plasmada
en los Ejercicios Espirituales. Se
sostiene en un Dios que habita y trabaja en todas las criaturas y en todo lo
que nos acontece. Nos impulsa a vivir desde un profundo sentimiento de
agradecimiento por todos los dones recibidos, nos hace conscientes de nuestras
debilidades y nos aporta claves que transforman nuestras relaciones
convirtiéndonos en personas que enfocan su vida hacia los demás.
Los principales
pilares de la espiritualidad ignaciana son:
o
Buscar y hallar la voluntad de Dios sobre mi vida. No lo más perfecto objetivamente, sino lo que Dios quiere de mí.
o
Ensanchar el corazón a las dimensiones del mundo, pero aterrizando en lo concreto para no perderme en vaguedades o
en ideales irrealizables.
o
Conocer mi realidad lo más ampliamente posible. De ahí, examinar mucho cada situación y también reflexionar mucho
sobre uno mismo.
o
Discernir, a la luz de la oración y de la razón iluminada por la fe, cómo puedo mejorar esa realidad para hacerla más evangélica.
o
Encontrar a Dios en todo lo creado, siendo contemplativos
en la acción.
Ser
Jesuita
Nadie nace jesuita,
cada uno tiene su historia y sus razones personales, diferentes de las de los
demás, que le han llevado a la Compañía de Jesús.
Eso sí, coincidimos
en una cosa: en algún momento nos hemos sentido llamados a seguir a Jesús y
tratamos de responder cada día a esa llamada. Lo hacemos en la vida religiosa y
según el carisma propio de los jesuitas, es decir, siguiendo el deseo
expresado por San Ignacio de “buscar y hallar a Dios en todas las cosas”.
Esto implica un gran dinamismo y disponibilidad, estando siempre
atentos a los nuevos retos y dispuestos a realizar nuestro trabajo en las
llamadas “fronteras”, sean geográficas o culturales, y especialmente en
aquellos lugares donde se viven situaciones de sufrimiento e injusticia.
Algunos
Santos Jesuitas reconocidos por la Santa Iglesia
·
Ignacio de Loyola
·
Pablo Miki