Santa Juana de Arco, virgen
(1412-1431) Patrona de Francia y Doncella de Orleáns
(1412-1431) Patrona de Francia y Doncella de Orleáns
Guiada por Dios por medio de locuciones interiores, Santa Juana
conduce al ejército francés a liberar el país. Finalmente, traicionada, muere
en la hoguera. Ella se mantiene siempre fiel a Jesús y la Iglesia.
Santa Juana de Arco nació en día de la Epifanía (6 Enero) de
1412, en Domrémy, pequeño pueblecito de Champagne, a orillas de la Mosa,
Francia. Su padre, Jacobo d’Arc, era un hacendado de cierta importancia, hombre
bueno, frugal y un tanto huraño. La madre de Santa Juana, que amaba tiernamente
a sus cinco hijos, educó a sus dos hijas en los quehaceres domésticos. Santa
Juana declaró más tarde: "Sé cocer e hilar como cualquier mujer".
Pero nunca aprendió a leer ni a
escribir. Los vecinos de la familia, en el proceso de rehabilitación de la
santa, dejaron testimonios conmovedores de la piedad y ejemplar conducta de la
joven. Tanto los sacerdotes que la conocieron como sus compañeros de juegos,
atestiguaron que le gustaba ir a orar a la Iglesia, que recibía con frecuencia
los sacramentos, que se ocupaba de los enfermos y era particularmente bondadosa
con los peregrinos, a los que más de una vez, cedió su lecho. Según uno de los
testigos "era tan buena, que todo el pueblo la quería." Por lo que
parece Santa Juana tuvo una infancia feliz, aunque un tanto turbada por los
desastres que asolaban el país y por el constante peligro de un ataque armado
sobre la población de Domrémy, situada en la frontera de Lorena. Antes de
emprender su gran empresa, Santa Juana tuvo que huir, por lo menos una vez, con
sus padres, a la población de Neufchatel, a trece kilómetros de distancia, para
escapar de las manos de los piratas borgoñones que saquearon Domrémy.
Santa Juana era todavía muy niña cuando Enrique V de Inglaterra
invadió Francia, asoló Normandía y reclamó la corona de Carlos VI. Francia se
hallaba en aquel momento dividida por la guerra civil entre los partidarios del
duque de Borgoña y el duque de Orleáns, de suerte que no había podido organizar
rápidamente la resistencia. Por otra parte, después de que el duque de Borgoña
fue traidoramente asesinado por los hombres del delfín, los borgoñeses se
aliaron con los ingleses, que apoyaban su causa. La muerte de los monarcas
rivales, ocurrida en 1422, no mejoró la situación de Francia. El duque de
Bedford, regente del monarca inglés, prosiguió vigorosamente la campaña y las
ciudades cayeron, una tras otra, en manos de los aliados. entre tanto, Carlos
VII, o el delfín, como se insistía en llamarle, consideraba la situación
perdida sin remedio y se entregaba a frívolos pasatiempos en su corte.
A los catorce años de edad, Santa Juana tuvo la primera de las
experiencias místicas que habían de conducirla por el camino del patriotismo
hasta la muerte en la hoguera. Primero oyó una voz, parecía hablarle de cerca,
y vio un resplandor; más tarde, las voces se multiplicaron y la joven empezó a
ver a sus interlocutores, que eran, entre otros, San Miguel Arcángel, Santa
Catalina y Santa Margarita. Poco a poco, le explicaron la abrumadora misión a
que el cielo la tenía destinada: ¡Ella, una simple campesina debía salvar a
Francia! Para no despertar la cólera de su padre, Santa Juana mantuvo silencio.
Pero, en mayo de 1428, las voces se hicieron imperiosas y explícitas: la joven
debía presentarse ante Roberto de Baudricourt, comandante de las fuerzas reales,
en la cercana población de Vaucouleurs. Santa Juana consiguió que un tío suyo
que vivía en Vaucouleurs, la llevase consigo. Pero Baudricourt se burló de sus
palabras y despidió a la doncella, diciéndole que lo que necesitaba era que su
padre le diese unas buenas nalgadas.
En aquel momento, la posición militar del rey era desesperada,
pues los ingleses atacaban Orleáns, el último reducto de la resistencia. Santa
Juana volvió a Domrémy, pero las voces no le dieron descanso. Cuando la joven
respondió que era una campesina que no sabía ni montar a caballo, ni hacer la
guerra, las voces le replicaron: "Dios
te lo manda." Incapaz
de resistir a este llamamiento, Santa Juana huyó de su casa y se dirigió
nuevamente a Vaucouleurs. El escepticismo de Baudricourt desapareció cuando
recibió la noticia oficial de una derrota que Santa Juana había predicho; así
pues, no sólo consintió en mandarla a ver al rey, sino que le dio una escolta
de tres soldados. Santa Juana pidió que le permitieran vestirse de hombre para
proteger su virtud.
Los viajeros llegaron a Chinon, donde se hallaba en monarca, el
6 de marzo de 1429; pero Santa Juana no consiguió verle sino hasta dos días
después. Carlos se había disfrazado para desconcertar a Santa Juana; pero la
doncella le reconoció al punto por una señal secreta que le comunicaron las
voces y que ella transmitió sólo al rey. ello bastó para persuadir a Carlos VII
del carácter sobrenatural de la misión de la doncella. Santa Juana le pidió un
regimiento para ir a salvar Orleáns. El favorito del rey, la Trémouille, y la
mayor parte de la corte, que consideraban a Santa Juana como una visionaria o
una impostora, se opusieron a su petición. Para zanjar la cuestión, el rey
decidió enviar a Santa Juana a Poitiers a que la examinara una comisión de
sabios teólogos.
Al cabo de un interrogatorio que duró tres semanas por lo menos,
la comisión declaró que no encontraba nada que reprochar a la joven y aconsejó
que el rey se valiese, prudentemente, de sus servicios. Santa Juana volvió
entonces a Chinon, donde se iniciaron los preparativos para la expedición que
ella debía encabezar. El estandarte que se confeccionó especialmente para ella,
tenía bordados los nombres de Jesús y de María y una imagen del Padre Eterno, a
quien dos ángeles le presentaban. de rodilla, una flor de lis. La expedición
partió de Blois, el 27 de abril. Santa Juana iba al a cabeza, revestida con una
armadura blanca.
A pesar de algunos contratiempos, el ejército consiguió entrar
en Orleáns, el 29 de abril y su presencia obró maravillas. Para el 8 de mayo,
ya habían caído los fuertes ingleses que rodeaban la ciudad y, al mismo tiempo,
se levantó el sitio. Santa Juana recibió una herida de flecha bajo el hombro.
Antes de la campaña, había profetizado todos estos acontecimientos, con las
fechas aproximadas. La doncella hubiese querido continuar la guerra, pues las
voces le habían asegurado que no viviría mucho tiempo. Pero La Trémouille y el
arzobispo de Reims, que consideraban la liberación de Orleáns como obra de la
buena suerte, se inclinaban a negociar con los ingleses. Sin embargo, se
permitió a Santa Juana emprender una campaña en el Loira con el duque de
Alencon.
La campaña fue muy breve y dio el triunfo aplastante sobre las tropas
de Sir John Fastolf, en Patay. Santa Juana trató de coronar inmediatamente al
delfín. El camino a Reims estaba prácticamente conquistado y el último
obstáculo desapareció con la inesperada capitulación de Troyes.
Los nobles franceses opusieron cierta resistencia; sin embargo,
acabaron por seguir a la santa a Reims, donde, el 17 de julio de 1429, Carlos
VII fue solemnemente coronado. Durante la ceremonia, Santa Juana permaneció de
pie con su estandarte, junto al rey. Con la coronación de Carlos VII terminó la
misión que las voces habían confiado a la santa y también su carrera de
triunfos militares.
Santa Juana se lanzó audazmente al ataque de París, pero la
empresa fracasó por la falta de los refuerzos que el rey había prometido enviar
y por la ausencia del monarca. La santa recibió una herida en el muslo durante
la batalla y, el duque de Alencon tuvo que retirarla casi a rastras. La tregua
de invierno que siguió, la pasó Santa Juana en la corte, donde los nobles la
miraban con mal disimulado recelo. Cuando recomenzaron las hostilidades, Santa
Juana acudió a socorrer la plaza de Compiegne, que resistía a los borgoñones.
El 23 de mayo de 1430, entró en la ciudad y ese mismo día organizó un ataque
que no tuvo éxito. A causa del pánico, o debido a un error de cálculo del
gobernador de la plaza, se levantó demasiado pronto el puente levadizo, y Santa
Juana, con algunos de sus hombres, quedaron en el foso a merced del enemigo.
Los borgoñeses derribaron del caballo a la doncella entre una furiosa gritería
y la llevaron al campamento de Juan de Luxemburgo, pues uno de sus soldados la
había hecho prisionera. Desde entonces hasta bien entrado el otoño, la joven
estuvo presa en manos del duque de Borgoña. Ni el rey ni los compañeros de la
santa hicieron el menor esfuerzo por rescatarla, sino que la abandonaron a su
suerte. Pero, si los franceses la olvidaban, los ingleses en cambio se
interesaban por ella y la compraron, el 21 de noviembre, por una suma
equivalente a 23,000 libras esterlinas, actualmente. Una vez en manos de los
ingleses, Santa Juana estaba perdida. Estos no podían condenarla a muerte por
haberles derrotado, pero la acusaron de hechicería y de herejía. Como la
brujería estaba entonces a la orden del día, la acusación no era extravagante.
Además, es cierto que los ingleses y los borgoñeses habían atribuido sus
derrotas a conjuros mágicos de la santa doncella.
Los ingleses la condujeron, dos días antes de Navidad, al
castillo de Rouen. Según se dice sin suficiente fundamento, la encerraron,
primero, en una jaula de acero, porque había intentado huir dos veces; después
la trasladaron a una celda, donde la encadenaron a un poyo de piedra y la
vigilaban día y noche. El 21 de febrero de 1431, la santa compareció por
primera vez ante un tribunal presidido por Pedro Cauchon, obispo de Beauvais,
un hombre sin escrúpulos, que esperaba conseguir la sede arquiepiscopal de
Rouen con la ayuda de los ingleses. El tribunal, cuidadosamente elegido por
Cauchon, estaba compuesto de magistrados, doctores, clérigos y empleados
ordinarios. En seis sesiones públicas y nueve sesiones privadas, el tribunal
interrogó a la doncella acerca de sus visones y "voces", de sus
vestidos de hombre, de su fe y de sus disposiciones para someterse a la
Iglesia. Sola y sin defensa, la santa hizo frente a sus jueces valerosamente y
muchas veces los confundió con sus hábiles respuestas y su memoria exactísima.
Una vez terminadas las sesiones, se presentó a los jueces y a la Universidad de
Paría un resumen burdo e injusto de las declaraciones de la joven. En base a
ello, los jueces determinaron que las revelaciones habían sido diabólicas y la
Universidad la acusó en términos violentos.
En la deliberación final el tribunal declaró que, si no se
retractaba, debía ser entregada como hereje al brazo secular. La santa se negó
a retractarse a pesar de las amenazas de tortura. Pero, cuando se vio frente a
una gran multitud en el cementerio de Saint-Ouen, perdió valor e hizo una vaga
retractación. Digamos, sin embargo, que no se conservan los términos de si
retractación y que se ha discutido mucho sobre el hecho. La joven fue conducida
nuevamente a la prisión, pero ese respiro no duró mucho tiempo. Ya fuese por
voluntad propia, ya por artimañas de los que deseaban su muerte, lo cierto es
que Santa Juana volvió a vestirse de hombre, contra la promesa que le habían
arrancado sus enemigos. Cuando Cauchon y sus hombres fueron a interrogarla en
su celda sobre lo que ellos consideraban como una infidelidad, Santa Juana, que
había recobrado todo su valor, declaró nuevamente que Dios la había enviado y
que las voces procedían de Dios.
Según se dice, al salir del castillo, Cauchon dijo al Conde de
Warwick: "Tened
buen ánimo, que pronto acabaremos con ella". El martes 29 de mayo de
1431, los jueces, después de oír el informe de Cauchon, resolvieron entregar a
la santa al brazo secular como hereje renegada. Al día siguiente, a las ocho de
la mañana, Santa Juana fue conducida a la plaza del mercado de Rouen para ser
quemada en vida. Cuando los verdugos encendieron la hoguera, Santa Juana pidió
a un fraile dominico que mantuviese una cruz a la altura de sus ojos. Murió
rezando. Invocaba al Arcángel San Miguel, al cual siempre le había tenido gran
devoción e invocando el nombre de Jesús tres veces, entregó su espíritu al
Señor.
La santa no había cumplido todavía los veinte años. Sus cenizas
fueron arrojadas al río Sena. Más de uno de los espectadores debió haber hecho
eco al comentario amargo de Juan Tressart, uno de los secretarios del rey
Enrique "¡Estamos
perdidos! ¡Hemos quemado a una santa!"
Veintitrés años después de la muerte de Santa Juana, su madre y
dos de sus hermanos pidieron que se examinase nuevamente el caso, y el Papa
Calixto III nombró a una comisión encargada de hacerlo. El 7 de julio de 1456,
el veredicto de la comisión rehabilitó plenamente a la santa. Más de cuatro
siglos y medio después, el 16 de mayo de 1920, Juana
de Arco fue solemnemente
canonizada por el Papa Benedicto XV.
Santa Juana de Arco, ¡ruega
por nosotros!
Oración a Santa Juana de Arco
Ante tus enemigos, ante el hostigamiento, el
ridículo y la duda, te mantuviste firme en la fe.
Incluso abandonada, sola y sin amigos, te
mantuviste firme en la fe.
Incluso cuando encaraste la muerte, te
mantuviste firme en la fe.
Te ruego que yo sea tan inconmovible en la
fe como tú, Santa Juana.
Te ruego que me acompañes en mis propias
batallas.
Ayúdame a perseverar y a mantenerme firme
en la fe.
Amén.