La revelación de la Virgen sobre las Llamas de Amor de su corazón
Según Isabel Kindelmann, una mujer húngara muy devota, la Virgen
María le reveló este instrumento para la salvación de los hombres: la Llama
de Amor de su Inmaculado Corazón.
Isabel vivió en Hungría entre 1913 y 1985. Entre esos años, habría
recibido una revelación privada de Nuestra Señora. La Virgen le habría pedido
que difundiera la devoción a la Llama de su Amor, como una forma de combatir el
dominio del demonio sobre el mundo.
Las experiencias y mensajes que Isabel Kindelmann alega haber
recibido de la Virgen se encuentran reunidos en su Diario Espiritual.
Como toda revelación privada, ningún católico tiene la obligación
de creer en ella y se debe proceder con prudencia. Siempre el criterio para
aceptar las supuestas revelaciones es que jamás contradigan los Santos
Evangelios, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia.
La Llama de Amor de su
Inmaculado Corazón
En el año 1962, Isabel dice haber recibido el primer mensaje de la
Virgen mientras realizaba una oración de reparación a Jesús. Entonces la Virgen
se manifestó y le dijo sollozando:
“Quiero que así como conocen mi Nombre en el mundo, conozcan
también la Llama de Amor de mi Corazón que hace milagros en lo profundo de los
corazones“. (P.376)
“Con esta Llama llena de gracias que de mi Corazón les doy a
ustedes, enciendan todos los corazones en todo el país, pasándola de corazón a
corazón. Éste será el milagro que, convirtiéndose en un incendio, con su fulgor
cegará a Satanás. Éste es el fuego de amor de unión que alcancé del Padre
Celestial por los méritos de las Llagas de Mi Hijo Santísimo“. (P. 38)
Cegará a Satanás
Según habría revelado la Virgen, la devoción a la Llama de Amor no
sólo ayudaría a la salvación de muchos, sino que cegaría a Satanás y liberaría
las almas del Maligno.
“¡Dense prisa, hijita mía! Ya está cerca el momento en que mi Llama
de Amor se encenderá y en aquel momento Satanás se quedará ciego, y eso Yo les
quiero hacer sentir, para aumentar su confianza. Esta les dará gran fuerza.
Esta fuerza la sentirán todos aquellos a quienes llegue. Porque no
solamente en las naciones que me han sido encomendadas sino en toda la redondez
de la tierra va a encenderse y se extenderá por todo el mundo.
Aún en los lugares más inaccesibles, porque para Satanás no hay
lugar inaccesible, saquen fuerza y confianza. Yo apoyaré su trabajo con
milagros nunca vistas hasta ahora, que imperceptible, mansa y silenciosamente
va obrar la reparación de mi Hijo Santo”.
¿Y qué pidió la Virgen?
Según esta mística católica, Nuestra Señora le pidió varias cosas,
como sacrificios, penitencia, devoción a la Divina Misericordia y la veneración
de las cinco llagas de Jesús. Pero además que tuvieran una Hora Santa de
reparación en familia, y que rezaran un jaculatoria.
HORA SANTA DE REPARACIÓN EN
FAMILIA
“Hija mía, ruego que consideres los jueves y viernes como días
especiales de gracia y en estos días ofrezcan a mi Santo Hijo una reparación
muy especial. La manera de hacerla es la Hora Santa de Reparación en la
familia.
Esta hora que pasarán en familia haciendo reparación, comiéncenla
con lectura espiritual y continúen con el rezo del Santo Rosario. Háganlo por
lo menos entre dos o tres, porque donde dos o tres se reúnen, allí está mi
Santo Hijo.
Al comenzar, santígüense cinco veces y mientras lo hacen ofrézcanse
por medio de las Llagas de mi Santo Hijo al Eterno Padre. Hagan lo mismo al
terminar. Santígüense de esta manera también al levantarse y al acostarse por
medio de mi Hijo Santísimo al Eterno Padre y su corazón se llenará de gracia”.
(P.378)
JACULATORIA PARA EL AVE
MARÍA
“A la oración con que me honran, el ‘Ave María’, incluyan esta
petición y de la manera siguiente: Dios te salve, María, llena de gracia… Ruega
por nosotros pecadores, ‘derrama el efecto de gracia de tu Llama de Amor sobre
toda la humanidad’, ahora y en la hora de nuestra muerte, amén”.
No obstante, la Virgen también habría dicho: “No quiero cambiar la
oración con que me honran (el Ave María), sino que quiero sacudir con esta
súplica a la humanidad. Esta no es una nueva fórmula de oración, debe ser una
súplica constante”.
Biografía Isabel Kindelmann
Isabel Szántó de Kindelmann nació el 6 de junio de 1913 en
Budapest, capital de Hungría, con el nombre de Erzsébet Szántó. Su madre Júlia
Mészáros (1878-1924) provenía de una sencilla familia católica. Su padre József
Szántó (1871-1917) era maestro y pastor protestante, cuyos antepasados eran
emigrantes italianos de apellido Santo, que luego en húngaro se escribía
Szántó. El abuelo repudió a su hijo por casarse con una católica, luego el hijo
se convirtió católico. Isabel fue la decimotercera hija, todos sus hermanos
mayores eran gemelos. El padre murió en la primera Guerra Mundial en 1917,
cuando Isabel tenía solo 4 años. Para el año 1925 toda su familia había
fallecido, diez hermanos en epidemias y dos en accidentes. En 1923 el Organismo
Internacional para Niños la llevó a Suiza para que se fortaleciera, porque
estaba desnutrida, con una familia agricultora con ocho hijos. Aunque tenía de
todo y la trataron bien, ella sentía tanta nostalgia por su madre que huyó. La
encontraron congelada en un parque. Se enfermó de pulmonía, la familia la
atendió durante tres meses. Hicieron todo lo posible para que Isabel se quedara
con ellos; pero en 1924, al enterarse que su madre se había enfermado, la
dejaron regresar a su país.
La madre, a pesar de su grave estado, aún trabajaba haciendo
tejidos y bordados para ganarse la vida para el resto de su familia. Después de
la muerte de su madre la niña se encontraba extremamente agotada
espiritualmente, la acogió su única hermana Gisela que aún vivía, pero poco
después muere Gisela también, perdiendo así Isabel a su último hermano.
Entonces ella se quedó completamente sola. En 1924 sus “padres suizos”
enterándose de lo que pasaba, quisieron adoptarla, pero debido a un
malentendido, esto no se pudo lograr. Entonces fue acogida en casa de su tía
materna, pero después huye de esa familia, porque la tía muere en 1926, y el
resto de la familia la maltrataba. Las desgracias de la niña desamparada no se
parecían terminar. Empezaron años difíciles de pruebas en su vida. Tras huir de
la casa de la tía, se encontraba en la calle. Intentaba hacer trabajitos en las
calles de los arrabales de la ciudad para sobrevivir. Cargó maletas, vendía
caramelos, repartió pan y leche en las mañanas, pelaba papas para cocinas, fue
jardinera en una casa de mala nota… todo eso era muy peligroso para una
adolescente.
Entraba en las iglesias para descansar y en invierno para
calentarse. Una vez policías la encontraron durmiendo al aire libre en una
banca, la llevaron al hospital por tanto toser. La diagnosticaron con
tuberculosis, pero ella se fugó del hospital. Una señora se dio cuenta de la
niña friolenta y hambrienta, la llevó a su casa para que cuidara de su madre
anciana, pero a ella no le dieron de comer, el señor de la casa le molestaba,
así de nuevo tuvo que huir. Esa vida llena de adversidades y escaseces le
desarrolló un alto grado de autonomía, destreza y firmeza. A lo largo de su
vida siempre fue muy independiente, pero nunca egoísta. Siempre quiso estudiar,
pero las circunstancias nunca se lo permitieron. El sueño de su vida era servir
a Dios. No veía otras opciones que pedir su alta en conventos religiosos, pero
todos la rechazaron, diciendo que solo buscaba un lugar dónde sobrevivir. La
indiferencia humana le agotó mucho, sin embargo, seguía luchando entre
circunstancias increíblemente difíciles. Entre dificultades pudo completar un
curso de enfermería, pero nadie la empleaba por su mala apariencia y por ser
tan pobre. Por último, una superiora se puso al habla con ella, diciéndole:
Hijita, voy a orar y preguntarle al Señor cuál es su voluntad respecto a tu
vocación.
Cuando volvió dijo: ¡“¡Hijita mía, la voluntad de Dios es otra!
¡Dios te va a confiar una obra importante y mayor, cúmplela tan perfectamente
como puedas!” La superiora la bendijo y la despidió. Isabel contó después que
se deprimió pensando que a ella ni Dios la necesitaba. Casi perdió su fe
después de ese acontecimiento. Quedó completamente desesperada y desolada. Al
pasar un año, en el otoño de 1930 encontró un pedacito de papel en el bolsillo
de su abrigo con el nombre y dirección del párroco de una iglesia cercana. Como
luego descubrió, ese papel lo había metido en su bolsillo la superiora,
encomendándola a su hermano quien era el párroco de esa iglesia. Incluso le
hablaba a Isabel, le decía que lo buscara, pero ella no la escuchó, y se le
olvidó ese detalle. No obstante, ese papelito ha sido crucial en su vida,
porque conoció un gran sacerdote, y mediante él, a una pareja mayor de esposos
de muy buen corazón con quienes encontró un hogar. La comunidad parroquial
acogió a la joven alegre y enérgica de 17 años. Una vez la escucharon cantar
mientras cocinaba y la invitaron al coro. Aquí conoció a su futuro esposo, un
señor viudo, 35 años mayor que ella, Károly Kindelmann (1878-1945). Se casaron
el 25 de mayo de 1931. Ella tenía 18 años, y él 53. Entre los años 1932 y 1942
tuvieron seis hijos, 3 varones y 3 mujeres: Cecilia 1932, José 1934, Valeria
1935, María 1937, Carlos 1938 y Manuel 1942.
El señor Kindelmann poseía un negocio propio que se dedicaba a
fabricar chimeneas y calderas, era un hombre bien acomodado y de buen corazón.
En 1935 compraron una casa en un barrio de jardines de Budapest llamado
Máriaremete. Isabel apenas podía hablar de felicidad durante semanas. Su
alegría sin nubarrones no duró mucho: poco después quedó embarazada de su
tercer hijo y estuvo entre vida y muerte durante nueve meses. Nació una niña
que era enfermiza; Isabel constantemente se preocupaba y la llevaba a tratamientos
luchando por su vida. La niñita cuando cumplió 3 años, de repente se curó.
Isabel pudo experimentar en todo su ser lo que es la preocupación de una madre.
No es de extrañar que más adelante pudiera sentir tan profundamente el dolor y
la preocupación de nuestra Madre Celestial por sus hijos. La familia vivió una
vida civil católica silenciosa y tranquila. Juntos oraban todas las noches,
empezaban siempre con el examen de conciencia, pidiendo perdón el uno del otro.
Los varones encendían las velas en el altar del hogar y las muchachas ponían las
flores. El almuerzo de los domingos era una verdadera celebración. Al terminar
de comer Isabel leía periódicos católicos en voz alta. Los niños recolectaban
sus centavitos para mandarlos a misiones lejanas. El padre de la familia rezaba
todos los días el rosario. Frecuentaban las misas en el santuario de
Máriaremete o la iglesia del Espíritu Santo, para cuya construcción la familia
donó una cantidad importante.
Los niños siempre se preparaban con gran ilusión para las
Navidades, yendo a las misas de la mañana, preparando regalitos simples para
los niños de las familias más necesitadas. A partir de los años 1940 el esposo
padecía de cáncer. El 2 de febrero de 1945 se sintió muy mal. Isabel y sus
hijos se fueron a Misa. Cerraron todas las puertas de la casa. Cuando volvieron
se sorprendieron porque todas las puertas estaban abiertas, se sentía
maravilloso olor a flores que impregnaba todo adentro, y el enfermo acostado en
la cama con el rosario en su mano estaba llorando. “¡La Virgen estaba aquí…..!”
les dijo. “¡Me prometió que me llevaría con ella, que debo prepararme!, y dijo
otras cosas que no recuerdo.” Posteriormente pidió a su familia que edificaran
una gruta de Lourdes para recordar que la Virgen María estuvo allí. Károly
Kindelmann murió el 25 de abril de 1945, a los 67 años de edad. Isabel tenía 32
años y se quedó sola con sus seis hijos. El mayor tenía 13 años y la menor 3.
Empezó el “calvario” de la familia, que cargó con la nacionalización comunista,
privándoles de sus medios de subsistencia. El poder comunista en 1948 prohibió
todo tipo de empresas privadas, les quitaron la empresa familiar. Isabel se
quedó sin trabajo, y no la empleaban en ninguna parte. El enorme jardín se
convirtió en el único sustento para la familia: cultivaban frutas y verduras.
Isabel intentó de hacer todo tipo de trabajo manual como artesanías para
venderlos y así poder obtener el sustento diario. Una vez llegando a su casa,
muerta de cansancio, encontró dos hombres en el jardín. No le hicieron caso y
estaban hablando de los planes para reformar la casa a su gusto, hablaban como
si la casa fuera de ellos.
Isabel corrió al ayuntamiento donde vio su nombre en una lista de
quiénes iban a ser expulsados. Empezó una campaña de oración con sus hijos. Dos
veces se repitió ese horror, lograron quedarse con la casa por un conocido que
estaba en el comité que decidía. Lo vivieron como un milagro, ya que en
aquellos tiempos ¡no había misericordia! Luego encontró trabajos en fábricas y
se mantuvo firme trabajando duro 12 horas al día, pero siempre la despedían por
ser religiosa y porque sus hijos participaban en las clases de fe de la
iglesia. A nadie le interesaba que tenía 6 niños qué alimentar. Pero “los
milagros cotidianos” no se acabaron. A finales de los años 50 Isabel pudo
trabajar como enfermera en un hospital, aprovechando el curso que había tomado
cuando tenía 16 años. En 1961, después de 20 años de lucha heroica, viendo que
sus hijos ya eran independientes, Isabel pensó que finalmente podía descansar.
Pero esa fecha le trajo la misión principal de su vida, su vocación
celestial, la de dar a conocer la Llama de Amor, y al mismo tiempo una
tarea familiar sumamente preocupante, la de asumir la educación de sus 3 nietos
pequeños, que se quedaron huérfanos, debido a que su nuera falleció y su hijo
estaba muy enfermo. Hasta 1961 el sufrimiento de “proporciones bíblicas” había
hecho trizas a Isabel, era casi tan duro como para Job, pero tal vez eso mismo
era lo que le daba capacidad para poder acoger la gracia, de acuerdo con los
planes eternos de Dios. El Señor con las pruebas duras y decisiones difíciles
de la gente común, había preparado a Isabel para algo totalmente especial y
grande. A partir de 1961, hasta su muerte en 1985, recibió los mensajes de
Jesús y de la Virgen María sobre la Llama de Amor, los cuales tuvo que escribir
en un Diario Espiritual, según la petición que le hizo Jesús. La Santísima
Virgen encendió en su corazón la Llama de Amor de su Inmaculado Corazón, y le
prometió que esta llamita va a propagarse como un reguero de pólvora por todo
el mundo.
A partir de 1965 tuvo que enfrentar retos y desafíos sobrehumanos.
Por un lado el Señor pidiéndole que renuncie a sí misma, continuando la santa
causa para rescatar a la humanidad y, por otro lado, la obligación y deber como
madre y abuela de no dejar que las autoridades se llevaran a sus tres nietos a
orfanatos estatales. Cuidó a su hijo enfermo hasta su muerte. El tratar de
cumplir las solicitudes celestiales, los entusiasmos, los esfuerzos, las dudas,
los pocos adelantos, los grandes fracasos y las humillaciones, pusieron a
prueba hasta su alma fuerte. No cabe duda que sin la ayuda de la providencia
divina no hubiera podido cumplir la tarea espiritual y terrenal que le fue
encomendada. Isabel era una mujer muy racional, todo lo había pensado y
razonado cientos de veces, según el sentido común de la mente humana y según
los mandamientos de amor. Era muy realista, para decir racionalista y el
misticismo era esencialmente ajeno a sus actitudes. El hecho de que su Salvador
le habló aunque de una manera convincente no desalojó su cuidado natural a
“sonidos internos”. Las revelaciones que oyó (según sus propias palabras) en el
interior de su alma, le perturbaron y debido a su sentido de conciencia y
responsabilidad, ¡le causaron ansiedad y dudas que nunca terminaron! Consultó
con innumerable cantidad de sacerdotes, hasta pidió examen psicológico, pero
los especialistas no descubrieron ninguna neurosis o trastorno mental.
El primer viaje de Isabel a Roma sucedió en 1976, acompañada por su
sacerdote confesor, un profesor de la Academia de Teología de Budapest, para
dar a conocer la Llama de Amor al papa Pablo VI. El santo padre pidió más
materiales al respecto. El segundo viaje aconteció en 1978, antes del cual, a
petición de Jesús, ella tuvo que ayunar en pan y agua durante 40 días por el
éxito de esta misión. En esta ocasión fueron 40 obispos los que justamente
allí presentes recibieron en sus manos el mensaje de la Llama de Amor,
entre ellos el cardenal de Hungría también. Isabel empezó a enfermarse en 1984
y la atendieron en varios hospitales, luego un matrimonio la acogió en su hogar
en Törökbálint, cerca de Budapest, para cuidarla. Sufrió mucho, padecía de
cáncer, pero estaba feliz de poder estar entre hermanos y no en el hospital.
Falleció en ese hogar el 11 de abril de 1985, a los 72 años. Con el rosario en
sus manos, confirmada con los sacramentos y una sonrisa en su rostro se mudó a
la casa eterna. Su entierro fue en esa ciudad. En 1997 edificaron una capilla,
en el lugar donde estaba su cuarto, que hoy es un lugar de peregrinación.
Posteriormente la familia exhumó su cuerpo, y ahora descansa junto con el de su
esposo en la iglesia del Espíritu Santo en Máriaremete. Su tumba es un lugar de
peregrinación, los fieles la visitan cada cuando, como la Santísima Virgen le
había prometido: “Te uno firmemente a mí, hijita mía. La Llama de Amor de mi
Corazón que te he confiado, sobre ti como primera proyectará sus abundantes
rayos de gracia y lo seguirá haciendo también en el cielo. Tus gotas de
aceite que reúnes tan afanosamente, las bendigo con mi Mano maternal. Y a tu
llegada te esperaré con maternal amor. Las gotas de aceite exprimidas por tus
sufrimientos caerán a la tierra a las lámparas apagadas o apenas parpadeantes
de alma y se prenderán de mi Llama de Amor. Tú, por lo tanto, tendrás que tener
tu sitio junto a mí hasta el fin del mundo.”
El Rosario de la llama de Amor
Con el rosario ordinario.
Para comenzar: En honor de las cinco Sagradas Llagas de Nuestro
Divino Redentor, hagamos cinco veces seguidas la señal de la cruz.
En las cuentas grandes de los misterios: ”Corazón doloroso e
Inmaculado de María, rogad por nosotros que nos refugiamos en Ti”.
En las 10 cuentas pequeñas: “Madre Nuestra, ¡Sálvanos, por la llama
de amor de Tu Inmaculado Corazón!”.
Para terminar (tres veces) Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos, amén.
Primera Decena: En honor de la Llaga de la Mano derecha
Segunda Decena: En honor de la Llaga de la Mano izquierda
Tercera Decena: En honor de la Llaga del Pie derecho
Cuarta Decena: En honor de la Llaga del Pie izquierdo
Quinta Decena: En honor de la Llaga del Costado. La herida del Corazón
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