Maestro

Jesús El Divino Maestro

EL DIVINO JESUS MAESTRO, CAMINO, VERDAD Y VIDA

El divino Maestro Camino, Verdad y Vida. Lo cual significa: el divino Maestro es el ejemplo de toda virtud, y de nuestras virtudes deben ser las suyas; el divino Maestro es la luz del camino, la luz y la enseñanza que nos hace conocer al Padre, que nos da la sabiduría de las cosas celestiales, que nos da la ciencia de las cosas de Dios, es la fuente de toda bendición y gracia, de todo consuelo y plenitud de vida sobrenatural.

El Maestro divino es el camino: no solo por haber indicado a las personas la senda que conduce al cielo y une al Padre celeste: no solo por haberse hecho, con su ejemplo, nuestra modelo. Jesús maestro es el camino porque solo en  Él y por Él llegan las personas al Padre; no solo procede como modelo que imitar, sino que lleva consigo y en sí, como el cuerpo lleva los miembros.

Jesús maestro es la verdad; no solo por haber predicado y enseñado las verdades eternas; no sólo por haber comunicado a las personas las verdades. Jesús es la verdad porque nos hace conocer, creer y vivir.

Jesús maestro es la vida: no solo por habernos merecido la gracia y la Vida Eterna con su oración y sacrificio; no solo por comunicarnos en los sacramentos esta gracia que penetra, empapa, restaura y eleva toda la persona humana. Jesús es la vida porque está presente y operante en nosotros, y en Él y por Él  vivimos en Dios, quedamos constituidos en herederos suyos y tenemos ganado el cielo.

1. El retrato de Jesús Maestro
En el Nuevo Testamento se usa el término didáskalos (instructor, maestro, el que instruye) 58 veces, de ellas 48 en los evangelios, prevalentemente aplicado a Jesús; y 95 veces el verbo didáskein (enseñar), dos tercios de ellas en los evangelios, también en este caso prevalentemente aplicado a Jesús. Por tanto es Él por excelencia el "maestro" de la comunidad cristiana.
A Jesús Maestro lo esbozamos con tres trazos:

. Jesús es llamado rabbí. Rabbí o Rabuní en hebreo del tiempo de Jesús significaba Maestro... para llegar a serlo debías estudiar las Escrituras, la Kabbalá y entre otras cosas a lo largo de cuarenta años, no antes de eso podías ser llamado Rabí.
A Jesús sus seguidores le dieron ese título aunque nunca había estudiado, ese fue uno de los motivos por los que los maestros de la ley o rabinos estaban tan enfurecidos con Él .
Además, los rabinos eran buscados por sus enseñanzas y Jesús invirtió el proceso, Él mismo buscó a sus seguidores; otra razón más para haber indignado a los sabios de su pueblo.
Dos pasos entre otros, como ejemplo: Mc 9,5 y 10,51. Es un rabbí que habla en público, como hacían los maestros de Israel: en las sinagogas, en las plazas, en el templo. Jesús es un maestro rodeado de mazetái (discípulos), tiene su escuela.
Además, Jesús usa las técnicas de los maestros, dispone de un cierto utillaje pedagógico, didáctico. Sin duda tiene algo de original, sobre todo un aspecto curioso digno de subrayarlo enseguida: diversamente de los otros rabbí de Israel, Él se elige sus discípulos. Justamente lo contrario de lo que hacían los rabbí; éstos se comportaban como los predicadores de plaza: empezaban a hablar en las plazas públicas, y quien se dejaba convencer les seguía. Jesús va en dirección opuesta. Los estudiosos hablan al respecto de una "discontinuidad" del Jesús histórico con el mundo-ambiente y la cultura en que se movía. A los discípulos les dice en los discursos de la última cena: «No me elegisteis vosotros a mí, os elegí yo a vosotros» (Jn 15,16).

. Jesús es un maestro acreditado. Marcos (1,22) lo dice con frase incisiva: «Les enseñaba como quien tiene autoridad, no como los letrados». Es un maestro que se yergue no a fuerza de autoritarismo, sino con la autoridad del acreditado. Otro paso de Marcos (12,14) es muy significativo: «Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa quienes son los que te escuchan, porque tú no miras lo que la gente sea. No, tú enseñas de verdad el camino de Dios». 

Retrato estupendo del verdadero maestro, que no dobla las rodillas, no enseña según conveniencias. ¡Cuántos maestros son falsos en este sentido! «Tú enseñas de verdad el camino de Dios»: otra vez camino y verdad unidos, y concretamente camino y vida juntos.

. La raíz de su enseñanza es transcendente. Dos pasos son emblemáticos al respecto: «No hago nada de por mí, sino que propongo exactamente lo que me ha enseñado el Padre» (Jn 8,28), y «Al Padre lo conoce sólo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11,27). La enseñanza de Jesús es la enseñanza del misterio del Padre, es una enseñanza transcendente.
Resumiendo: Jesús es un Maestro histórico, que usa las técnicas del mundo donde está inserto (las parábolas por ejemplo), pero tiene ya algo de diverso y de original, como la elección de los discípulos; además es maestro acreditado y libre; por fin, es un maestro transcendente, que enseña una verdad más allá de los confines del saber humano, pues dimana de una revelación. 

2. Siete cualidades de Cristo Maestro
Se puede resumir en siete elementos las cualidades de Cristo Maestro en acción. Con estos siete rasgos (naturalmente ejemplificativos) intentamos representar las modalidades con las que Cristo enseña, cómo presenta su mensaje.

. Cristo es maestro del anuncio fundamental del Reino. Cristo es el anunciador perfecto de la sustancia del mensaje cristiano. Baste recordar el primer pregón de Jesús (redaccional, claro está), tal como nos lo presentan los Sinópticos y la primitiva catequesis cristiana. Lo encontramos bien formulado en Marcos (1,15). Los contenidos del anuncio de Jesús comprenden cuatro elementos: dos según la dimensión teológica y dos según la dimensión antropológica.
a. «Se ha cumplido el plazo», o sea, según el verbo griego pleroún, el tiempo ha llegado a plenitud. Cristo afirma haber venido para dar sentido a la historia. Cristo es el punto del medio, el centro, el quicio del tiempo. Afirmando que «se ha cumplido el plazo», Jesús quiere decir: "Yo doy sentido, con mi palabra y con mi acción, a toda la andadura secular de las obras salvíficas de Dios". El tiempo, compuesto de tantos elementos dispersos, de tantos actos diseminados, recibe un nudo de oro que lo unifica y da sentido.
b. «Está cerca el reinado de Dios».
El término griego énguiken (del verbo engúzein) merece nuestra atención, pues tiene varios significados. Ante todo el verbo está en perfecto y por tanto indica el pasado: quiere decir que el reino di Dios ya está actuado, acaecido, instaurado en Cristo. Pero el perfecto en griego indica una acción del pasado cuyo efecto perdura en el presente. Quiere, pues, decir que el reino de Dios está aún en acción hoy. Además, el verbo, semánticamente, indica algo concerniente al futuro: está cercano, próximo. Se subraya, por tanto, que el reino de Dios abraza todas las dimensiones de la historia de la salvación. Nosotros estamos en el hoy, pero participamos de un acontecimiento pasado, cuyo efecto actúa dinámicamente en el hoy, a la espera de la plenitud, o sea de aquella cercanía que está siempre en acción y que se completará sólo al final de la historia. El reino de Dios significa el proyecto de salvación de Dio, que atraviesa toda la historia. Estas son las dos dimensiones de la acción de Dios, que Jesús Maestro anuncia: "el tiempo tiene su plenitud en mí", y "es un tiempo irradiado todo él por el reino de Dios", o sea por la acción el proyecto de gozo, de libertad y de esperanza que Jesús ha venido a anunciar. Por consiguiente:
c. Convertíos, enmendaos.
Es la reacción que el creyente o discípulo debe asumir: cambiar de mentalidad y de vida, tras haber escuchado esta lección.
d. Creed sobre el evangelio.
En la Biblia el verbo del creer, el amen, indica "apoyarse sobre" (literalmente, "basarse en"): fundad vuestra vida sobre el evangelio. En esta primera gran lección de Cristo, Maestro del anuncio, encontramos también el contenido de nuestro anuncio: debemos anunciar el reino. Y este anuncio genera conversión y fe; ha de ser acogido en la fe y en la existencia.

. Jesús es un maestro sabio 
Que usa la parábola, el símbolo, la narración, la paradoja, la imagen fulgurante. Esto se ve leyendo los evangelios; no hace falta añadir más. Respecto a nuestras pobres, grises, modestas predicaciones, que pasan por encima de las cabezas de los fieles, Jesús hablaba —como dice un estudioso— pasando por los pies, las manos, el polvo de la tierra. Consideremos, por ejemplo, Lc 11,11-12: « ¿Quién de vosotros que sea padre, si su hijo le pide un huevo, le va a ofrecer un alacrán?».
Jesús habla desde la realidad: en Palestina hay un escorpión —el alacrán blanco y venenoso— parecido a un huevo, que anida en los pedregales del deserto. A partir de esta imagen, construye Jesús de manera natural su lección sobre el amor del Padre. Si tú le pides un huevo, jamás te dará él un escorpión que te envenene. Otro ejemplo: Jesús va a presentar su propia muerte y su función salvífica; los teólogos usarían (y con razón) todas las categorías de la soteriología (Doctrina referente a la salvación en el sentido de la religión cristiana)..., y la gente quedaría insatisfecha. Jesús, en cambio, parte del grano de trigo (Jn 12,24): «Si el grano de trigo, una vez caído en la tierra, no muere, permanece él solo; en cambio, si muere, produce mucho fruto». El morir y el entrar en el sepulcro, comparado al morir de la semilla a la que sigue luego el tallo y la espiga, expresa la fecundidad pascual de la muerte de Cristo, y también la del creyente.
Son ejemplares sus parábolas. ¿Cómo enseñar el amor mejor que con la parábola del buen samaritano? Jesús saca brillo al relato cambiando la acentuación desde la objetividad del prójimo: « ¿Quién es mi prójimo?», a la subjetividad: «¿Quién se hizo prójimo?», marcando así una radical diferencia en la visión moral cristiana. Igualmente la parábola de las diez vírgenes, sobre el tema de la tensión escatológica (es el conjunto de creencias religiosas sobre las realidades últimas). Las parábolas de Jesús parten siempre de la historia concreta, de la existencia: hijos en crisis, porteros nocturnos, relaciones sindicales (parábola de los trabajadores de la viña), jueces corrompidos, previsiones meteorológicas, el ama de casa, los pescadores, los campesinos, la polilla, los pájaros, los lirios, etc. Este modo de hablar introduce la Palabra de Dios en lo cotidiano, fecundándolo.
Jesús usó también la imagen de la levadura y de la sal, enseñándonos así una comunicación sabrosa, vivaz, incisiva y "narrativa". Hemos de recuperar, siguiendo a Jesús y a la Biblia, nuestra capacidad de comunicación, las grandes dotes de la tradición cristiana para anunciar la fe mediante el relato, la imagen, la belleza, la estética. Por ejemplo san Agustín, que poseía todo el rigor incluso del lenguaje formal, cuando era necesario, acostumbraba hacer "teología del tú", del diálogo: una teología-oración, con toda la riqueza de la comunicación humana, que constituye una aventura extraordinaria del espíritu. El mundo es rico, la historia es siempre creativa, nuestro lenguaje va continuamente detrás de la realidad. 

3º. Jesús es un maestro paciente, que se adapta a nuestro lento caminar, a nuestro gradual aprendizaje. En el evangelio de Marcos encontramos un Jesús maestro "progresivo", que paulatinamente lleva la luz al discípulo, pasando a través de la oscuridad de las resistencias humanas. Primero lo conduce al reconocimiento de la mesianidad («Tú eres el Cristo»: Mc 8,27-29) y luego le desvela la plenitud, al final del evangelio, cuando el pagano, centurión romano, llega a la fe y dice: «Verdaderamente este hombre era hijo de Dios» (15,39).
¡Pero qué camino más largo hay que hacer! El camino de la cruz. Jesús, que es un maestro "progresivo", nos hace pasar de la oscuridad a la luz no de una manera desconcertante, sino de modo paciente y lento. El capítulo 9 de Juan (el ciego de nacimiento) ilustra este camino con los títulos cristológicos usados en progresión. Se parte de «ese que se llama Jesús » y se llega a la última frase: «Creo,kyrie (Señor), te doy mi adhesión, Señor»: es ya el descubrimiento de Jesús como el kyrios  (El Señor) por excelencia, o sea como Dios.

4º. Jesús maestro polémico. 
En Lc 11, y más aún en Mt 23, Jesús se presenta también como un maestro polémico, provocador, enojado. Sus siete "maldiciones" (usadas según un género profético presente en Is 5,8ss) son un testimonio de que el verdadero maestro no teme denunciar los males, como hizo por su parte el Bautista: « ¡No te está permitido!» (Mt 14,4). El verdadero maestro corre inclusive el riesgo de la impopularidad. Cristo fue condenado también por sus palabras, auténticos latigazos. La expresión del Maestro conoce no la rabia ni la cólera, que son un vicio, pero sí el enojo, que es una virtud: Jesús nos ha revelado a menudo su mensaje mediante una palabra de fuego, como él mismo ha dicho: «No he venido a sembrar paz sino espadas; he venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con la suegra...» (Mt 10,34-35). Este aspecto hay que recuperarlo también en nuestra comunicación religiosa. No está en contradicción con el precedente: hemos de tener paciencia, pero también, cuando es necesario, hemos de introducir la palabra que desconcierta, la palabra de los profetas: decir "sí sí, no no; todo lo demás viene del maligno" (cfr Mt 5,37). Por justa reacción a una retórica o al énfasis del pasado (¡los grandes predicadores que aterrorizaban!), no debe perderse la dimensión de la palabra que ataca, que no se deja adulterar o mercadear (cfr 2Cor 2,17; 4,2.


. Jesús ha sido también un maestro profético, en el sentido auténtico del término. Profeta no es quien ve de lejos, adivinando el futuro. El profeta bíblico es quien interpreta los signos de los tiempos; el hombre del presente, quien actualiza la Palabra. A este respecto es ejemplar el sermón de Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,16ss): toma la Palabra de Dios según Isaías; la lee y la comenta. ¿Cómo? "Hoy ha quedado cumplido este pasaje ante vosotros que lo habéis escuchado". ¡He aquí la actualización! ¡La Palabra di Dios se encarna en un acontecimiento, en una persona presente! Todo el Nuevo Testamento va en esta línea. El Apocalipsis —tantas veces presentado como la predicción del fin del mundo—, también es una lección para las Iglesias de Asia Menor en crisis interna y externa, perseguidas. La Iglesia de Laodicea, por ejemplo (cfr Ap 3,14-22), produce náuseas a Cristo. Es una imagen durísima, expresada con el verbo emésai, vomitar, indicando las "vascas" (ansias de vomitar) de Cristo ante una comunidad tibia. Pues bien, a esa Iglesia en crisis la Palabra de Dios le llega con la función de darle un sentido, de indicarle una meta. El Apocalipsis, en efecto, no enseña el fin del mundo, sino la finalidad del mundo. No es la representación de la destrucción, sino la del término hacia el que estamos orientados. El profeta enseña hacia dónde debemos caminar mientras estamos en la historia, en el presente. En este sentido nos da Lc 24,19 (episodio del viaje a Emaús) la definición de Jesús: «Un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo». Justamente eso es Jesús, "maestro profético".

6º. Jesús maestro-Moisés. 
Con una expresión paradójica, se ha dicho por parte de distintos pensadores: Jesús es el Mosíssimus Moyses, Moisés a la enésima potencia. La referencia va al Sermón de la montaña, que es la plenitud de las enseñanzas: «Jesús subió al monte, se sentó y se le acercaron sus discípulos. Él tomó la palabra y edídasken (Enseñó), se puso a enseñarles así» (Mt 5,1ss). Evidentemente, el Sermón de la montaña es una lección (Las Bienaventuranzas), y tiene lugar en un monte indeterminado (más aún, Lucas, más atento a la historia, fija el discurso en un llano "campestre": Lc 6,17).
Tal monte para Mateo es el nuevo Sinaí. Esta lección marca el comienzo del "pentateuco cristiano". Jesús no hace sino llevar a plenitud el mensaje de la Toráh: el suyo es un mensaje que no propone una ley limitada en su secuencia de apartados, artículos o normas, sino una ley tendente al infinito. Jesús enseña la radicalidad: «Sed buenos del todo...», no como un santo, sino «como es bueno vuestro Padre del cielo» (Mt 5,48). Tal es el mensaje cristiano: un infinito viaje en el infinito misterio de Dios. No hay una meta de llegada, vamos siempre más allá hasta entrar en Dios. La enseñanza del verdadero Maestro, del verdadero Moisés cristiano, va unida a una "ansiedad" continua, a una superación sistemática; hay que ir siempre allende. Es justo lo contrario de cierto tipo de enseñanza nuestra, fundada tantas veces sólo en el buen sentido, con un mensaje que podría ser el mínimo común denominador de todas las religiones: una genérica y vaga solidaridad, una imprecisa fe sentimental en Dios. Al contrario, el Mosíssimus Moyses es radical. Teresa de Ávila tiene al respecto dos observaciones: «Los predicadores hoy no mueven ya a conversión porque tienen demasiado buen sentido y les falta el fuego de Cristo». Y tocante a la oración dice: «Señor, líbrame de las necias devociones de los santos cariacontecidos». Es necesario, pues, retomar el anuncio y el compromiso radical del Mosíssimus Moyses.

7º. Jesús es maestro supremo, el Maestro Divino. 
¿Cómo anunciaban los profetas en el Antiguo Testamento? Declaraban: «Koh ‘amar Adonai: Así habla el Señor», es decir, yo soy la boca del Señor. Jesús ha retomado esta frase, pero deformándola de manera casi blasfema: «Egó dé légo hymín»: «pues yo os digo»; «se mandó a los antiguos, pero yo os digo». Una palabra eficaz, imperativa, extrema. Una palabra decisiva frente al mal; una palabra que desafía los tiempos; una palabra eterna. En este contexto es donde hemos de entender la frase: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Es una palabra supremamente "blasfema" para su momento histórico, porque se arroga todo lo que es de Dios. Más aún, es una palabra tan divina que sigue resonando por los siglos, mediante el Espíritu que Cristo manda a la Iglesia y a cada persona.
Juan 14,26 refiere las palabras de la última noche terrena de Jesús: el Padre, en el nombre de Cristo, mandará el Espíritu Santo y «él os lo irá enseñando todo, recordándoos todo lo que yo os he expuesto». ¿Quién es, pues, el Divino Maestro que continuamente actúa en nosotros ahora, en la Iglesia, en cada individuo y en la comunidad?
Es el Espíritu Santo, mandado por el Padre en nombre de Cristo, para "recordar". La memoria bíblica no es una evocación pálida, no es la conmemoración de la fiesta nacional, sino la memoria viva, operante, el memorial celebrativo y eficaz.

Reflexión
·        Me llamas MAESTRO: y no quieres aprender de Mí.
·        Me llamas LUZ: y andas en tinieblas.
·        Me llamas CAMINO: y no me sigues.
·        Me llamas VIDA: y te apartas de Mí.
·        Me llamas VERDAD: y no me crees.
·        Me llamas GUÍA: y desprecias mis Mandamientos.
·        Me llamas BUENO: y no me amas.
·        Me llamas ETERNO: y piensas sólo del mundo.
·        Me llamas NOBLE: y en vilezas te deleitas.
·        Me llamas TODOPODEROSO: y no me temes.
·        Me llamas JUSTO: ¡Oh, sí lo fueras siempre!
Si luego te condeno, no es mía la culpa.

LA DEVOCIÓN AL DIVINO MAESTRO
 La devoción al divino Maestro,  camino, verdad y vida aporta la plenitud de la personalidad. Es la donación total, consciente y afectuosa de toda nuestra persona a la persona de Jesucristo, viviente en la Iglesia y en la eucaristía. Considerado en sí, es nuestro ideal; es el ideal de la persona, del cristiano: conocer al divino Maestro, servirle, honrarle y amarle es fuente, comienzo de fidelidad.

Hemos de crecer en la devoción al divino Maestro, a su evangelio, a sus ejemplos, a su cruz, a su eucaristía, a su corazón, y conocer en Él, al Padre, nuestra persona hasta hacernos los terminales visibles de su invisible presencia, de su vida eucarística.

La devoción al divino Maestro, por medio de los misterios no solo conmemorados, sino renovados por la sagrada liturgia, nos hace vivir al Cristo total: su doctrina y su evangelio, su santidad y sus ejemplos, su gracia y su amor; nos hace conocer, imitar y vivir a Jesucristo hasta que Él sea místicamente nosotros y nosotros seamos Él: “Es Cristo quien vive en mi…; mi vida es Cristo”  (Gál 2, 20)


Oración
I
Jesús, divino Maestro, te adoramos como Palabra encarnada, el enviado del Padre para enseñar a los hombres las verdades que dan la vida. Tú eres la verdad, la luz del mundo, el único Maestro; sólo tú tienes palabras de vida eterna. Te damos gracias por haber encendido en nosotros la luz de la razón y de la fe, y habernos llamado a la luz de la gloria.
Nos adherimos con toda nuestra mente a ti y a la Iglesia; creemos y aceptamos cuanto por su medio nos enseñas. Muéstranos los tesoros de tu sabiduría, danos a conocer al Padre, haznos auténticos discípulos tuyos. Aumenta nuestra fe, para que lleguemos a contemplarte eternamente en el cielo.
Jesús Maestro, camino, verdad y vida, ten piedad de nosotros.
II
Jesús, divino Maestro, te adoramos como al amado del Padre, único camino para llegar a él. Te damos gracias porque te has hecho nuestro modelo; nos has dado ejemplo de santidad e invitado a todos a seguir tú mismo camino. Te contemplamos en los diversos momentos de tu vida terrena; dócilmente nos ponemos a tu escuela, abrazamos todas tus enseñanzas y rechazamos toda actitud que no sea conforme a la tuya. Atráenos a ti, para que busquemos únicamente tu voluntad, siguiendo tus huellas y renunciando a nosotros mismos. Acrecienta en nosotros la esperanza activa y el deseo de asemejamos a ti, para que al final de la vida podamos poseerte por toda la eternidad.
Jesús Maestro, camino, verdad y vida, ten piedad de nosotros.
III
Jesús, divino Maestro, te adoramos como unigénito de Dios, venido al mundo para dar a los hombres la vida en toda su plenitud. Te damos gracias porque, muriendo en la cruz, nos has merecido la vida, que nos comunicas en el bautismo, y alimentas en la eucaristía y los demás sacramentos. Vive en nosotros, Jesús, por la fuerza del Espíritu Santo, para que te amemos con toda la mente, con todas las fuerzas y todo el corazón, y amemos al prójimo como a nosotros mismos. Aumenta en nosotros el amor para que un día, resucitados a la vida gloriosa, participemos contigo en el gozo de tu reino.
Jesús Maestro, camino, verdad y vida, ten piedad de nosotros.
IV
Jesús, divino Maestro, te adoramos presente en la Iglesia, tu cuerpo místico y sacramento universal de salvación. Te damos gracias por habernos dado esta madre infalible e indefectible, en la que tú sigues siendo para los hombres camino, verdad y vida.
Te pedimos que los no creyentes se acerquen a su luz inextinguible; que vuelvan los que se han apartado de ella, y todos nos unamos en la fe, en la esperanza y en el amor. Fortalece a la Iglesia, asiste al Papa, santifica a los sacerdotes y a cuantos se han consagrado a ti. Jesús Maestro, hacemos nuestro tu anhelo: que haya un solo rebaño y un solo pastor, para que todos nos reunamos en tu reino glorioso.
Jesús Maestro, camino, verdad y vida, ten piedad de nosotros.
V
Jesús, divino Maestro, te adoramos con los ángeles que cantaron el motivo de tu encarnación: «Gloria a Dios y paz a los hombres». Te damos gracias por habernos llamado a compartir tu misión. Enciende en nosotros la llama de tu mismo amor al Padre y a los hombres. Llena de ti todas nuestras facultades; vive en nosotros para que te demos a conocer a través del apostolado de la oración y del sufrimiento, de los medios de comunicación y de la palabra, del ejemplo y de las obras. Envía buenos obreros a tu mies; ilumina a los predicadores, maestros y escritores; infunde en ellos el Espíritu Santo; dispon las mentes y los corazones para que lo acojan.
Ven, Maestro y Señor, enseña y reina por medio de María, nuestra madre, maestra y reina.
Jesús Maestro, camino, verdad y vida, ten piedad de nosotros.

Padre Nuestro, Ave María, Gloria y una Salve a la Virgen