San Martín de Porres
3 Noviembre
aciprensa.com
Martín es bautizado en la iglesia de San Sebastián, donde años más
tarde Santa Rosa de Lima también lo fuera.
Son misteriosos los caminos del Señor: no fue sino un santo quien
lo confirmó en la fe de sus padres. Fue Santo Toribio de Mogrovejo, primer
arzobispo de Lima, quien hizo descender el Espíritu sobre su moreno corazón,
corazón que el Señor fue haciendo manso y humilde como el de su Madre.
A los doce Martín entró de aprendiz de peluquero, y asistente de un
dentista. La fama de su santidad corre de boca en boca por la ciudad de Lima.
Martín conoció al Fraile Juan de Lorenzana, famoso dominico como
teólogo y hombre de virtudes, quien lo invita a entrar en el Convento de
Nuestra Señora del Rosario.
Las leyes de aquel entonces le impedían ser religioso por el color
y por la raza, por lo que Martín de Porres ingresó como Donado, pero él se
entrega a Dios y su vida está presidida por el servicio, la humildad, la
obediencia y un amor sin medida.
San Martín tiene un sueño que Dios le desbarata: "Pasar
desapercibido y ser el último". Su anhelo más profundo siempre es de
seguir a Jesús. Se le confía la limpieza de la casa; por lo que la escoba será,
con la cruz, la gran compañera de su vida.
Sirve y atiende a todos, pero no es comprendido por todos. Un día
cortaba el pelo a un estudiante: éste molesto ante la mejor sonrisa de Fray
Martín, no duda en insultarlo:
¡Perro mulato! ¡Hipócrita! La respuesta fue una generosa sonrisa.
San Martín llevaba ya dos años en el convento, y hacía seis que no
veía a su padre, éste lo visita y… después de dialogar con el P. Provincial,
éste y el Consejo Conventual deciden que Fray Martín se convierta en hermano
cooperador.
El 2 de junio de 1603 se consagra a Dios por su profesión
religiosa. El P. Fernando Aragonés testificará: "Se ejercitaba en la
caridad día y noche, curando enfermos, dando limosna a españoles, indios y
negros, a todos quería, amaba y curaba con singular amor". La portería del
convento es un reguero de soldados humildes, indios, mulatos, y negros; él
solía repetir: "No hay gusto mayor que dar a los pobres".
Su hermana Juana tenía buena posición social, por lo que, en una
finca de ella, daba cobijo a enfermos y pobres. Y en su patio acoge a perros,
gatos y ratones.
Pronto la virtud del moreno dejó de ser un secreto. Su servicio
como enfermero se extendía desde sus hermanos dominicos hasta las personas más
abandonadas que podía encontrar en la calle. Su humildad fue probada en el
dolor de la injuria, incluso de parte de algunos religiosos dominicos.
Incomprensión y envidias: camino de contradicciones que fue asemejando al
mulato a su Reconciliador.
Los religiosos de la Ciudad Virreinal van de sorpresa en sorpresa,
por lo que el Superior le prohíbe realizar nada extraordinario sin su
consentimiento. Un día, cuando regresaba al Convento, un albañil le grita al
caer del andamio; el Santo le hace señas y corre a pedir permiso al superior,
éste y el interesado quedan cautivados por su docilidad.
Cuando vio que se acercaba el momento feliz de ir a gozar de la
presencia de Dios, pidió a los religiosos que le rodeaban que entonasen el
Credo. Mientras lo cantaban, entregó su alma a Dios. Era el 3 de noviembre de
1639.
Su muerte causó profunda conmoción en la ciudad. Había sido el
hermano y enfermero de todos, singularmente de los más pobres. Todos se
disputaban por conseguir alguna reliquia. Toda la ciudad le dio el último
adiós.
Su culto se ha extendido prodigiosamente. Gregorio XVI lo declaró
Beato en 1837. Fue canonizado por Juan XXIII en 1962. Recordaba el Papa, en la
homilía de la canonización, las devociones en que se había distinguido el nuevo
Santo: su profunda humildad que le hacía considerar a todos superiores a él, su
celo apostólico, y sus continuos desvelos por atender a enfermos y necesitados,
lo que le valió, por parte de todo el pueblo, el hermoso apelativo de
"Martín de la caridad".
Oración a San Martín de Porres
Señor Nuestro Jesucristo, que dijiste "pedid y
recibiréis", humildemente te suplicamos que, por la intercesión de San Martín
de Porres, escuches nuestros ruegos.
Renueva, te suplicamos, los milagros que por su intercesión durante
su vida realizaste, y concédenos la gracia que te pedimos si es para bien de
nuestra alma.
Amén.