Reina

Santa María Reina

22 DE AGOSTO


"La Virgen Inmaculada... asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial fue ensalzada por el Señor como Reina universal, con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores y vencedor del pecado y de la muerte". (Conc. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, n.59).

Fiesta instituida por Pío XII. Se celebra ahora en la octava de la Asunción para manifestar la conexión entre la realeza de María y su asunción a los cielos.

Dios todopoderoso, que nos has dado como Madre y como Reina a la Madre de tu Unigénito, concédenos que, protegidos por su intercesión, alcancemos la gloria de tus hijos en el reino de los cielos.

Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.

¡Salve, Reina caelorum; Reina caeli, laetare!


María es reina de los ángeles y de todos los hombres.

El pueblo cristiano siempre ha reconocido a María Reina por ser madre del Rey de reyes y Señor de Señores. Su poder y sus atributos los recibe del Todopoderoso: Su Hijo, Jesucristo. Es El quien la constituye Reina y Señora de todo lo creado, de los hombres y aún de los ángeles.

Juan Pablo II, el 23 de julio del 1997, habló sobre la Virgen como Reina del universo. Recordó que "a partir del siglo V, casi en el mismo período en que el Concilio de Éfeso proclama a la Virgen 'Madre de Dios', se comienza a atribuir a María el título de Reina. El pueblo cristiano, con este ulterior reconocimiento de su dignidad excelsa, quiere situarla por encima de todas las criaturas, exaltando su papel y su importancia en la vida de cada persona y del mundo entero".

El Santo Padre explicó que "el título de Reina no sustituye al de Madre: su realeza sigue siendo un corolario de su peculiar misión materna, y expresa simplemente el poder que le ha sido conferido para llevar a cabo esta misión. (...) Los cristianos miran con confianza a María Reina, y esto aumenta su abandono filial en Aquella que es madre en el orden de la gracia".

"La Asunción favorece la plena comunión de María no sólo con Cristo, sino con cada uno de nosotros. Ella está junto a nosotros porque su estado glorioso le permite seguirnos en nuestro cotidiano itinerario terreno. (...). Ella conoce todo lo que sucede en nuestra existencia y nos sostiene con amor materno en las pruebas de la vida".

RAZÓN: Las Sagradas Escrituras nos enseñan que los que son de Cristo reinarán con El y la Virgen María es ciertamente de Cristo.

Romanos 5:17

"En efecto, si por el delito de uno solo reinó la muerte por un solo hombre ¡con cuánta más razón los que reciben en abundancia la gracia y el don de la justicia, reinarán en la vida por uno solo, por Jesucristo!"

II Timoteo 2:12

"si nos mantenemos firmes, también reinaremos con él; si le negamos, también él nos negará"

María Santísima es reina de todo lo creado

Si bien todos reinaremos con Cristo, María Santísima participa de Su reinado de una forma singular y preeminente. Esto significa que Dios le ha otorgado Su poder para reinar sobre todos los hombres y los ángeles, y para vencer a Satanás.



Razones por las que María Santísima es Reina de todos:

1- Por ser la madre de Dios hecho hombre, El Mesías, El Rey universal. (Col 1, 16).

Santa Isabel, movida por el Espíritu Santo, hace reverencia a María, no considerándose digna de la visita de la que es "Madre de mi Señor" (Lc 1:43).  Por la realeza de su hijo, María posee una grandeza y excelencia singular entre las criaturas, por lo que Santa Isabel exclamó: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno" (Lc 1:42).

El ángel Gabriel le dijo a María que su Hijo reinaría.  Ella es entonces la Reina Madre.

Su reino no es otro que el de Jesús, por el que rezamos "Venga tu Reino".   Es el Reino de Jesús y de María. Jesús por naturaleza, María por designio divino.

En 1 Reyes 2,19 vemos que la madre del Rey se sienta a su derecha.

La Virgen María es Reina por su íntima relación con la realeza de Cristo.

De la unión con Cristo Rey deriva, en María Reina, tan esplendorosa sublimidad, que supera la excelencia de todas las cosas creadas; de esta misma unión nace su poder regio, por el que Ella puede dispensar los tesoros del reino del Divino Redentor; en fin, en la misma unión con Cristo tiene origen la eficacia inagotable de su materna intercesión con su Hijo y con el Padre (cfr. Pío XII, Enc. Mystici corporis, 29-VI­1943).

2- Por ser la perfecta discípula que acompañó a Su Hijo desde el principio hasta el final, Cristo le otorga la corona. Cf. Ap. 2,10 En María se cumplen las palabras: "el que se humilla será ensalzado".   Ella dijo "He aquí la esclava del Señor".

3- Por ser la corredentora. El papa JPII, en la audiencia del 23-7-97 dijo que "María es Reina no sólo porque es Madre de Dios, sino también porque (...) cooperó en la obra de la redención del género humano. (...). Asunta al cielo, María es asociada al poder de su Hijo y se dedica a la extensión del Reino, participando en la difusión de la gracia divina en el mundo".

Ella participa en la obra de salvación de su Hijo con su SI en el que siempre se mantuvo fiel, siendo capaz de estar al pie de la cruz (Cf. Jn 19:25)

María Santísima, reinando con su hijo, coopera con El para la liberación del hombre del pecado. Todos nosotros, aunque en menor grado, debemos también cooperar en la redención para reinar con Cristo.

4- Por ser el miembro excelentísimo de la Iglesia: por su misión y santidad.
La misión de María Santísima es única pues solo ella es madre del Salvador.

Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar." -Génesis 3:15

Características del reinado de María Santísima:

a) Preeminencia: "su honor y dignidad sobrepasan toda la creación; los ángeles toman segundo lugar ante tu preeminencia." San Germán.

b) Poder Real: que la autoriza a distribuir los frutos de la redención. La Virgen María no solo ha tenido el más alto nivel de excelencia y perfección después de Cristo, pero también participa del poder de Su Hijo Redentor ejercita sobre las voluntades y mentes.

c) Inagotable eficacia de Intercesión con su Hijo y el Padre: Dios ha instituido a María como Reina de cielos y tierra, exaltada sobre todos los coros de ángeles y todos los santos. Estando a la diestra de su Hijo, ella suplica por nosotros con corazón de Madre, y lo que busca, encuentra, lo que pide, recibe".

d) Reinado de Amor y Servicio: Su reinado no es de pompas o de prepotencia como los reinos de la tierra.  El reino de María es el de su Hijo, que no es de este mundo, no se manifiesta con las características del mundo. María tiene todo el poder como reina de cielos y tierra y a la vez, la ternura de ser Madre de Dios.

En la tierra ella fue siempre humilde, la sierva del Señor. Se dedicó totalmente a su Hijo y a su obra. Con El y sometida con todo su corazón con toda su voluntad a Él, colaboró en el Misterio de la Redención. Ahora en el Cielo, ella continúa manifestando su amor y su servicio para llevarnos a la salvación.

Respuesta a los hermanos separados

Hay quienes rechazan el reinado de María Santísima alegando que ella no puede ser reina ya que solo Jesús es rey.

Estos hermanos no comprenden la naturaleza del Reino. El reino de María Santísima no es un reino aparte al de su Hijo. Es el mismo reino. Donde Jesús reina, María Su Madre reina también.  Se trata de dos corazones eternamente unidos en el amor divino. Dios ha dispuesto que así fuese.  María, lejos de quitarle el reinado de su Hijo, lo propicia. Ella es la más sumisa, la más fiel en el reino y por eso también la más exaltada.

Lucas 1:48 “porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada"


La Fiesta Litúrgica

Pío XII en 1954, instituyó la fiesta Litúrgica del Reinado de María al coronar a la Virgen en Santa María la Mayor, Roma. En esta ocasión el Papa también promulgó el documento principal del Magisterio acerca de la dignidad y realeza de María, la Encíclica Ad coeli Reginam (Oct 11, 1954).


San Juan Pablo II:
Junio 19, 1983 en Polonia

"El Reino del Hijo está plenamente unido el Reino de su Madre... su Reino y el de ella, no son de este mundo. Pero están enraizados en la historia humana, en la historia de toda la raza humana, por el hecho de que el Hijo de Dios, de la misma sustancia que el Padre, se hizo hombre por el poder del Espíritu Santo en el vientre de María. Y ese reino es definitivamente enraizado en la historia humana a través de la Cruz, al pie de la cual estaba la Madre de Dios como corredentora. Y es en ese evento de la Cruz y María al pie de su hijo, que el Reino se funda y permanece. Todas la comunidades humanas experimentan el reino maternal de María, que les trae más de cerca el reino de Cristo."

 
María Reina
Catequesis de San Juan Pablo II
23 de julio de 1997

1. La devoción popular invoca a María como Reina. El Concilio, después de recordar la asunción de la Virgen «en cuerpo y alma a la gloria del cielo», explica que fue «elevada (...) por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte» (Lumen gentium, 59).

En efecto, a partir del siglo V, casi en el mismo período en que el concilio de Éfeso la proclama «Madre de Dios», se empieza a atribuir a María el título de Reina. El pueblo cristiano, con este reconocimiento ulterior de su excelsa dignidad, quiere ponerla por encima de todas las criaturas, exaltando su función y su importancia en la vida de cada persona y de todo el mundo.

Pero ya en un fragmento de una homilía, atribuido a Orígenes, aparece este comentario a las palabras pronunciadas por Isabel en la Visitación: «Soy yo quien debería haber ido a ti, puesto que eres bendita por encima de todas las mujeres tú, la madre de mi Señor, tú mi Señora» (Fragmenta: PG 13, 1.902 D). En este texto se pasa espontáneamente de la expresión «la madre de mi Señor» al apelativo «mi Señora», anticipando lo que declarará más tarde san Juan Damasceno, que atribuye a María el título de «Soberana»: «Cuando se convirtió en madre del Creador, llegó a ser verdaderamente la soberana de todas las criaturas» (De fide orthodoxa, 4, 14: PG 94 1.157).

2. Mi venerado predecesor Pío XII en la encíclica Ad coeli Reginam, a la que se refiere el texto de la constitución Lumen gentium, indica como fundamento de la realeza de María, además de su maternidad, su cooperación en la obra de la redención. La encíclica recuerda el texto litúrgico: «Santa María, Reina del cielo y Soberana del mundo, sufría junto a la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (MS 46 [1954] 634). Establece, además, una analogía entre María y Cristo, que nos ayuda a comprender el significado de la realeza de la Virgen. Cristo es rey no sólo porque es Hijo de Dios, sino también porque es Redentor. María es reina no sólo porque es Madre de Dios, sino también porque, asociada como nueva Eva al nuevo Adán, cooperó en la obra de la redención del género humano (MS 46 [1954] 635).

En el evangelio según san Marcos leemos que el día de la Ascensión el Señor Jesús «fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios» (Mc 16, 19). En el lenguaje bíblico, «sentarse a la diestra de Dios» significa compartir su poder soberano. Sentándose «a la diestra del Padre», él instaura su reino, el reino de Dios. Elevada al cielo, María es asociada al poder de su Hijo y se dedica a la extensión del Reino, participando en la difusión de la gracia divina en el mundo.

Observando la analogía entre la Ascensión de Cristo y la Asunción de María, podemos concluir que, subordinada a Cristo, María es la reina que posee y ejerce sobre el universo una soberanía que le fue otorgada por su Hijo mismo.

3. El título de Reina no sustituye, ciertamente, el de Madre: su realeza es un corolario de su peculiar misión materna, y expresa simplemente el poder que le fue conferido para cumplir dicha misión.

Citando la bula Ineffabilis Deus, de Pío IX, el Sumo Pontífice Pío XII pone de relieve esta dimensión materna de la realeza de la Virgen: «Teniendo hacia nosotros un afecto materno e interesándose por nuestra salvación ella extiende a todo el género humano su solicitud. Establecida por el Señor como Reina del cielo y de la tierra, elevada por encima de todos los coros de los ángeles y de toda la jerarquía celestial de los santos, sentada a la diestra de su Hijo único, nuestro Señor Jesucristo, obtiene con gran certeza lo que pide con sus súplicas maternales; lo que busca, lo encuentra, y no le puede faltar» (MS 46 [1954] 636-637).

4. Así pues, los cristianos miran con confianza a María Reina, y esto no sólo no disminuye, sino que, por el contrario, exalta su abandono filial en aquella que es madre en el orden de la gracia.

Más aún, la solicitud de María Reina por los hombres puede ser plenamente eficaz precisamente en virtud del estado glorioso posterior a la Asunción. Esto lo destaca muy bien san Germán de Constantinopla, que piensa que ese estado asegura la íntima relación de María con su Hijo, y hace posible su intercesión en nuestro favor. Dirigiéndose a María, añade: Cristo quiso «tener, por decirlo así, la cercanía de tus labios y de tu corazón; de este modo, cumple todos los deseos que le expresas, cuando sufres por tus hijos, y él hace, con su poder divino, todo lo que le pides» (Hom 1: PG 98, 348).

5. Se puede concluir que la Asunción no sólo favorece la plena comunión de María con Cristo, sino también con cada uno de nosotros: está junto a nosotros, porque su estado glorioso le permite seguirnos en nuestro itinerario terreno diario. También leemos en san Germán: «Tú moras espiritualmente con nosotros, y la grandeza de tu desvelo por nosotros manifiesta tu comunión de vida con nosotros» (Hom 1: PG 98, 344).

Por tanto, en vez de crear distancia entre nosotros y ella, el estado glorioso de María suscita una cercanía continua y solícita. Ella conoce todo lo que sucede en nuestra existencia, y nos sostiene con amor materno en las pruebas de la vida.

Elevada a la gloria celestial, María se dedica totalmente a la obra de la salvación para comunicar a todo hombre la felicidad que le fue concedida. Es una Reina que da todo lo que posee compartiendo, sobre todo, la vida y el amor de Cristo.

FUNDAMENTO TEOLÓGICO DE LA
REALEZA DE LA VIRGEN MARÍA



La razón por la que la Santísima Virgen María es Reina se fundamenta teológicamente en su divina Maternidad y en su función de ser Corredentora del género humano.

a) Por su divina Maternidad: Es el fundamento principal, pues la eleva a un grado altísimo de intimidad con el Padre celestial y la une a su divino Hijo, que es Rey universal por derecho propio.

En la Sagrada Escritura se dice del Hijo que la Virgen concebi­rá: "Hijo del Altísimo será llamado Y a Él le dará el Señor Dios el trono de David su padre y en la casa de Jacob reinará eter­namente y su reinado no tendrá fin" (Lc. 1,32-33). Y a María se le llama "Madre del Señor" (Lc. 1,43); de donde fácilmente se deduce que Ella es también Reina, pues engendró un Hijo que era Rey y Señor de todas las cosas. Así, con razón, pudo escribir San Juan Damasceno: "Verdaderamente fue Señora de to­das las criaturas cuando fue Madre del Creador" (cit. en la Enc. Ad coeli Reginam, de Pío XII, 11-X-1954).

b) Por ser Corredentora del género humano: La Virgen María, por voluntad expresa de Dios, tuvo parte excelentísi­ma en la obra de nuestra Redención. Por ello, puede afir­marse que el género humano sujeto a la muerte por causa de una virgen (Eva), se salva también por medio de una Virgen (María). En consecuencia, así como Cristo es Rey por título de conquista, al precio de su Sangre, también María es Reina al precio de su Compasión dolorosa junto a la Cruz.

"La Beatísima María debe ser llamada Reina, no sólo por ra­zón de su Maternidad divina, sino también porque cooperó íntimamente a nuestra salvación. Así como Cristo, nuevo Adán, es Rey nuestro no sólo por ser Hijo de Dios sino tam­bién nuestro Redentor, con cierta analogía, se puede afirmar que María es Reina, no sólo por ser Madre de Dios sino tam­bién, como nueva Eva, porque fue asociada al nuevo Adán" (cfr. Pío XII, Enc, Ad coeli Reginam).



NATURALEZA DEL REINO DE MARÍA

El reino de Santa María, a semejanza y en perfecta coincidencia con el reino de Jesucristo, no es un reino temporal y terreno, sino más bien un reino eterno y universal: -"Reino de verdad y de vida, de santidad, de gracia, de amor y de paz" (cfr. Prefacio de la Misa de Cristo Rey).

a) Es un reino eterno porque existirá siempre y no tendrá fin (cfr. Lc. 1,33) y, es universal porque se extiende al Cielo, a la tierra y a los abismos (cfr. Fil. 2,10-11).

b) Es un reino de verdad y de vida. Para esto vino Jesús al mundo, para dar testimonio de la verdad (cfr. Jn. 18,37) y para dar la vida sobrenatural a los hombres.

c) Es un reino de santidad y justicia porque María, la llena de gracia, nos alcanza las gracias de su Hijo para que seamos santos (cfr. Jn. 1,12-14); y de justicia porque premia las buenas obras de todos (cfr. Rom. 2,5-6).

d) Es un reino de amor porque de su eximia caridad nos ama con corazón maternal como hijos suyos y hermanos de su Hijo (cfr. 1 Cor. 13,8).

e) Es un reino de paz, nunca de odios y rencores; de la paz con que se llenan los corazones que reciben las gracias de Dios (cfr. Is. 9,6).

Santa María como Reina y Madre del Rey es coronada en sus imágenes -según costumbre de la Iglesia- para simbo­lizar por este modo el dominio y poder que tiene sobre todos los súbditos de su reino.

La oración Colecta de la Memoria de Santa María Reina dice: "Oh Dios, que nos has dado como Madre y como Reina, a la Madre de tu Unigénito; concédenos, por su intercesión, el po­der llegar a participar en el Reino celestial de la gloria reserva­da a tus hijos".

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Del Libro:
Mística Ciudad de Dios, de Sor María de Jesús de Ágreda*


*Sor María de Jesús de Ágreda, fue una de las grandes figuras del siglo XVII, el llamado “Siglo de Oro del Barroco”; un siglo también marcado por la decadencia y la crisis generalizada, de la cual España no escapó. Sin embargo, esto no fue obstáculo para que el Señor Dios hiciera su obra en la Madre Ágreda.
Esta mujer humilde, sencilla, tímida, de escasos estudios; llegaría a ser con el tiempo: consejera de grandes figuras, entre ellas el rey Felipe IV; evangelizadora sin salir de su convento; mística, abadesa, gran escritora, su obra más conocida es la Mística Ciudad de Dios, en la que narra la historia de la vida de la Virgen María; también escribió otras obras, como su Autobiografía, El Jardín Espiritual, Las Sabatinas, una especie de diario espiritual, y otras tantas obras más.
Pero, Sor María de Jesús de Ágreda fue, sobre todo, una mujer enamorada de Dios; en toda su vida lo único que deseaba era hacer lo agradable a los ojos del Señor Altísimo, y para esto la Virgen María, en su misterio de la Inmaculada Concepción sería su modelo a seguir. Diría Sor María a la Virgen: “Madre, Señora y dueña mía, mándame como reina, enséñame como maestra, corrígeme como Madre.” Hacer la voluntad de Dios era su delicia y para esto se serviría de las doctrinas que le daba la Virgen María al escribir la Mística Ciudad de Dios. Otra manifestación de su gran amor a Dios era su amor al prójimo y de ahí su gran preocupación de que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1 Tm 2,4)

María Santísima Coronada Reina de los cielos y de todas las criaturas

Fue coronada María santísima por Reina de los cielos y de todas las criaturas, confirmándole grandes privilegios en beneficio de los hombres.

775. Cuando se despidió Cristo Jesús nuestro Salvador de sus discípulos para ir a padecer, les dijo (Jn 14, 1) que no se turbasen sus cora­zones por las cosas que les dejaba advertidas, porque en la casa de su Padre, que es la Bienaventuranza, había muchas mansiones. Y fue asegurarles que había lugar y premios para todos, aunque los merecimientos y las obras buenas fuesen diversas, y que ninguno se turbase ni contristase perdiendo la paz y la esperanza, aunque viese a otro más aventajado o adelantado, porque en la casa de Dios hay muchos grados y estancias en que cada uno estará contento con la que le tocare, sin envidiar al otro, que esto es una de las grandes dichas de aquella felicidad eterna. He dicho (Cf. supra n. 765) que María santísima fue colocada en el supremo lugar y estancia en el trono de la Beatísima Trinidad, y muchas veces he usado esta palabra para declarar misterios tan grandes, como también usan de ella los Santos y la misma Escritura Sagrada. Y aunque con esto no era menester otra advertencia, con todo eso, para los que menos en­tienden, digo que Dios, como es purísimo espíritu sin cuerpo y juntamente infinito, inmenso e incomprensible, no ha menester trono material ni asiento, porque todo lo llena y en todas las cria­turas está presente y ninguna le comprende ni ciñe o rodea, antes Él las comprende y encierra todas en sí mismo. Y los Santos no ven la divinidad con ojos corporales sino con los del alma, pero como le miran en alguna parte determinada, para entenderlo a nuestro modo terreno y material decimos que está en su real trono, donde la Beatísima Trinidad tiene su asiento, aunque en sí mismo tiene su gloria y la comunica a los Santos. Pero a la humanidad de Cristo nuestro Salvador y su Madre santísima no niego que en el cielo están en lugar más eminente que los demás Santos, y que entre los Bienaventurados que estarán en alma y cuerpo habrá algún orden de más o menos cercanía con Cristo nuestro Señor y con la Reina; pero no es para este lugar declarar el modo cómo esto sucede en el cielo.

776.    Pero llamamos trono de la divinidad a donde se manifiesta a los Santos como principal causa de la gloria y como Dios eterno, infinito y que no depende de nadie y todas las criaturas penden de su voluntad; y se manifiesta como Señor, como Rey, como Juez y Dueño de todo lo que tiene ser. Esta dignidad tiene Cristo nuestro Redentor en cuanto Dios por esencia y en cuanto Hombre por la unión hipostática con que se le comunicó a la humanidad santísima, y así está en el cielo como Rey, Señor y Juez supremo; y los Santos, aunque su gloria y excelencia excede a todo humano pensamiento, están como siervos e inferiores de aquella inaccesible Majestad. Después de Cristo nuestro Salvador participa María santísima esta excelencia en grado inferior a su Hijo santísimo y por otro modo inefable y proporcionado al ser de pura criatura inmediata a Dios Hombre; y siempre asiste a la diestra de su Hijo, como Reina, Señora y Dueña de todo lo criado, extendiéndose su dominio hasta donde llega el de su mismo Hijo, aunque por otro modo.

777.    Colocada María santísima en este lugar y trono eminen­tísimo, declaró el Señor a los cortesanos del cielo los privilegios de que gozaba por aquella majestad participada. Y la persona del Eterno Padre, como primer principio de todo, hablando con los Ángeles y Santos, dijo: Nuestra hija María fue escogida y poseída de nuestra voluntad eterna entre todas las criaturas y la primera para nuestras delicias y nunca degeneró del título y ser de hija que le dimos en nuestra mente divina, y tiene derecho a nuestro reino, de quien ha de ser reconocida y coronada por legítima Señora y singular Reina.— El Verbo humanado dijo: A mi madre verdadera y natural le perte­necen todas las criaturas que por mí fueron criadas y redimidas, y de todo lo que yo soy Rey ha de ser ella legítima y suprema Reina.— El Espíritu Santo dijo: Por el título de Esposa mía, única y escogida, a que con fidelidad ha correspondido, se le debe también la corona de Reina por toda la eternidad.

778.    Dichas estas razones, las tres divinas personas pusieron en la cabeza de María santísima una corona de gloria de tan nuevo resplandor y valor, cual ni se vio antes ni se verá después en pura criatura. Al mismo tiempo salió una voz del trono que decía: Amiga y escogida entre las criaturas, nuestro reino es tuyo; tú eres Reina, Señora y Superiora de los serafines y de todos nuestros ministros los Ángeles y de toda la universidad de nuestras   criaturas.  Atiende, manda y reina prósperamente (Sal 44, 5) sobre ellas, que en nuestro supremo consistorio te damos imperio, majestad y señorío. Siendo llena de gracia sobre todos, te humillaste en tu estimación al inferior lugar; recibe ahora el supremo que se te debe y el dominio participado de nuestra divinidad sobre todo lo que fabricaron nuestras manos con nuestra omnipotencia. Desde tu real trono mandarás hasta el centro de la tierra, y con el poder que te damos sujetarás al infierno y todos sus demonios y moradores; todos te temerán como a suprema Emperatriz y Señora de aquellas cavernas y moradas de nuestros enemigos. Reinarás sobre la tierra y todos los elementos y sus cria­turas. En tus manos y en tu voluntad ponemos las virtudes y efectos de todas las causas, sus operaciones, su conservación, para que dispenses de las influencias de los cielos, de la lluvia de las nubes y de los frutos de la tierra; y de todo distribuye por tu disposición, a que estará atenta nuestra voluntad para ejecutar la tuya. Serás Reina y Señora de todos los mortales para mandar y detener la muerte y conservar su vida. Serás Emperatriz y Señora de la Iglesia militante, su Protectora, su Abogada, su Madre y su Maestra. Serás especial Patrona de los Reinos Católicos; y si ellos y los otros fieles y todos los hijos de Adán te llamaren de corazón y te sirvieren y obligaren, los remediarás y ampararás en sus trabajos y necesidades. Serás amiga, defensora y capitana de todos los justos y amigos nuestros, y a todos los consolarás y confortarás y llenarás de bienes con­forme te obligaren con su devoción. Y para esto te hacemos depo­sitaría de nuestras riquezas, tesorera de nuestros bienes, ponemos en tu mano los auxilios y favores de nuestra gracia para que los dispenses, y nada queremos conceder al mundo que no sea por tu mano y no queremos negarlo si lo concedieres a los hombres. En tus labios está derramada la gracia (Sal 44, 3) para todo lo que quisieres y ordenares en el cielo y en la tierra, y en todas partes te obedecerán los ángeles y los hombres, porque todas nuestras cosas   son   tuyas   como tú siempre fuiste nuestra, y reinarás con nosotros para siempre.

779.    En ejecución de este decreto y privilegio concedido a la Señora del universo, mandó el Omnipotente a todos los cortesanos del cielo, ángeles y hombres, que todos prestasen la obediencia a María santísima y la reconociesen por su Reina y Señora. Esta ma­ravilla tuvo otro misterio, y fue recompensar a la divina Madre la veneración y culto que con profunda humildad había dado ella a los santos cuando era viadora y se aparecían, como en toda esta Historia queda escrito, siendo ella Madre del mismo Dios y llena de gracia y santidad sobre todos los Ángeles y Santos. Y aunque, por ser ellos comprensores cuando la purísima Señora era viadora, convenía para su mayor mérito que se humillase a todos, que así lo ordenaba el mismo Señor, pero ya que estaba en la posesión del reino que se le debía era justo que todos le diesen culto y veneración y se recono­ciesen vasallos suyos. Así lo hicieron en aquel felicísimo estado donde todas las cosas se reducen a su orden y proporción debida. Este reconocimiento y veneración y adoración hicieron los espíritus angélicos y las almas de los santos, al modo que adoraron [culto de latría] al Señor con temor, dando respectivamente veneración [culto de hiperdulía] a su divina Madre. Los Santos que estaban en cuerpo en el cielo se postraron y veneraron [con culto de hiperdulía] con acciones corpóreas a su Reina. Y todas estas demostraciones y coronación de la Emperatriz de las alturas fueron de admirable gloria para ella y de nuevo gozo y júbilo para los Santos y complacencia de la Beatísima Trinidad, y en todo fue festivo este día y de nueva y accidental gloria para el cielo. Los que más la percibieron fueron su esposo castísimo San José, San Joaquín y Santa Ana y todos los demás allegados a la Reina, y en especial los mil Ángeles de guarda.

780.    En el pecho de la gran Reina en su glorioso cuerpo se manifestó a los Santos una forma de un pequeño globo o viril de singular hermosura y resplandor, que les causó y les causa especial admiración y alegría. Y esto es como premio y testimonio de haber depositado, como en sagrario digno, en su pecho al Verbo Encarnado Sacramentado y haberle recibido tan digna, pura y santamente, sin defecto ni imperfección alguna, pero con suma devoción, amor y re­verencia, a que no llegó ninguno de los otros Santos. En los demás premios y coronas correspondientes a sus virtudes y obras sin igual, no puedo hablar cosa digna que lo manifieste, y así lo remito a la vista beatífica, donde cada uno lo conocerá como por sus obras y devoción lo mereciere. En el capítulo 19 pasado dije (Cf. supra n. 742) cómo el tránsito de nuestra Reina fue a trece de agosto. Su resurrección, asunción y coronación sucedió domingo a quince, en el que la celebra la Santa Iglesia. Estuvo su sagrado cuerpo en el sepulcro otras treinta y seis horas como el de su Hijo santísimo, porque el tránsito y resurrección fue a las mismas horas. El cómputo de los años queda ajustado arriba, donde dije que esta maravilla sucedió al año del Señor de cincuenta y cinco, entrando este año los meses que hay desde el nacimiento del mismo Señor hasta los quince de agosto.

781.    Dejamos a la gran Señora a la diestra de su Hijo santísimo reinando por todos los siglos de los siglos. Volvamos ahora a los Apóstoles y discípulos que sin enjugar sus lágrimas asistían al se­pulcro de María santísima en el valle de Josafat. San Pedro y San Juan, que fueron los más perseverantes y continuos, reconocieron el día tercero que la música celestial había cesado, pues ya no la oían, y como ilustrados con el Espíritu divino coligieron que la purísima Madre sería resucitada y levantada a los cielos en cuerpo y alma como su Hijo santísimo. Confirieron este dictamen, confirmándose en él, pero San Pedro como cabeza de la Iglesia determinó que de esta verdad y maravilla se tomase el testimonio posible, que fuese notorio a los que fueron testigos de su muerte y entierro. Para esto juntó a todos los Apóstoles y discípulos y otros fieles a vista del sepulcro, a donde el mismo día los llamó. Propúsoles las razones que tenía para el juicio que todos hacían y para manifes­tar a la Iglesia aquella maravilla que en todos los siglos sería ve­nerable y de tanta gloria para el Señor y su beatísima Madre. Apro­baron todos el parecer del Vicario de Cristo y con su orden levantaron luego la piedra que cerraba el sepulcro, y llegando a reconocerle le hallaron vacío y sin el sagrado cuerpo de la Reina del cielo, y su túnica estaba tendida como cuando la cubría, de manera que se conocía había penetrado la túnica y lápida sin moverlas ni descom­ponerlas. Tomó San Pedro la túnica y toalla, venero él y todos los demás, quedando certificados de la resurrección y asunción de María santísima a los cielos, y entre gozo y dolor celebraron con dulces lágrimas esta misteriosa maravilla y cantaron salmos e himnos en alabanza y gloria del Señor y de su beatísima Madre.

782. Pero con la admiración y cariño estaban todos suspensos y mirando al sepulcro sin poder apartarse de él, hasta que descendió y se les manifestó un Ángel del Señor que les habló y dijo: Varones galileos, ¿qué os admiráis y detenéis aquí? Vuestra Reina y nuestra ya vive en alma y cuerpo en el Cielo y reina en él para siempre con Cristo. Ella me envía para que os confirme en esta verdad y os diga de su parte que os encomienda de nuevo la Iglesia y conversión de las almas y dilatación del Evangelio, a cuyo ministerio quiere que volváis luego, como lo tenéis encargado, que desde su gloria cuidará de vosotros.—Con estas nuevas se confortaron los Apóstoles, y en las peregrinaciones reconocieron su amparo, y mucho más en la hora de sus martirios; porque a todos y a cada uno les apareció en ellos y presentó sus almas al Señor. Otras cosas que se refieren al tránsito y resurrección de María santísima no se me han manifestado, y así no las escribo, ni en toda esta divina Historia he tenido más elección que decir lo que se me ha enseñado y mandado escribir.



Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.

783. Hija mía, si alguna cosa pudiera aminorar el gozo de la suma felicidad y gloria que poseo y si con ella pudiera admitir alguna pena, sin duda me la diera grande ver a la Santa Iglesia y lo restante del mundo en el trabajoso estado que hoy tiene, sa­biendo los hombres que me tienen en el Cielo por Madre, Abogada y Protectora suya, para remediarlos y socorrerlos y encaminarlos a la vida eterna. Y siendo esto así, y que el Altísimo me concedió tantos privilegios como a Madre suya y por los títulos que has escrito, y que todos los convierto y aplico al beneficio de los mortales como Madre de clemencia, el ver que no sólo me tengan ociosa para su propio bien y que por no llamarme de todo corazón se pierdan tantas almas, causa era de gran dolor para mis entrañas de misericordia. Pero si no tengo dolor, tengo justa queja de los hombres, que para sí granjean la pena eterna y a mí no me dan esta gloria.

784.    Nunca se ha ignorado en la Iglesia lo que vale mi interce­sión y el poder que tengo en los cielos para remediar a todos, pues la certeza de esta verdad la he testificado con tantos millares de millares de milagros, maravillas y favores, como he obrado con mis devotos, y con los que en sus necesidades me han llamado, siempre he sido liberal y por mí lo ha sido el Señor para ellos, y aunque son muchas las almas que he remediado, son pocas respecto de las que puedo y deseo remediar. El mundo corre y los siglos caminan muy adelante; los mortales tardan en volverse a Dios y conocerle; los hijos  de la Iglesia se embarazan y enredan en los  lazos del demonio; los pecadores crecen en número y las culpas se aumentan; porque la caridad se resfría, después de haberse hecho Dios hombre, enseñado al mundo con su vida y doctrina, redimiéndole con su pasión y muerte, dando  Ley  Evangélica  y  eficaz,  concurriendo  de su parte la criatura, ilustrando la Iglesia, con tantos milagros, luces, beneficios y favores por sí y por sus Santos; y sobre esto franqueando sus misericordias por su bondad y por mi mano e intercesión, se­ñalándome por su Madre, Amparo, Protectora y Abogada, y cum­pliendo yo puntual y copiosamente con estos oficios. Des­pués de todo esto, ¿qué mucho es que la Justicia divina esté irritada, pues los pecados de los hombres merecen el castigo que les amenaza y comienzan a sentir?  Pues con estas circunstancias llega ya la malicia a lo sumo que puede.

785.    Todo esto, hija mía, es así verdad, pero mi piedad y cle­mencia excede a tanta malicia, y tiene inclinada a la infinita bondad y detenida la justicia; y el Altísimo quiere ser liberal de sus tesoros infinitos y determina favorecerlos si saben granjear mi intercesión y me obligan para que yo la interponga con eficacia en la divina presencia. Este es el camino seguro y el medio poderoso para me­jorarse la Iglesia, remediarse los reinos católicos, dilatarse la fe, asegurarse las familias y estados y reducirse las almas a la gracia y amistad de Dios. En esta causa, hija mía, he querido que trabajes y me ayudes en lo que pudieres ayudada de mi virtud divina [como Medianera de todas las gracias divinas]. Y no sólo a ser en haber escrito mi Vida, sino en imitarla con la ob­servancia de mis consejos y saludable doctrina que tan abundante­mente has recibido, así en lo que dejas escrito como en otros innu­merables favores y beneficios correspondientes a éste que el Altísimo ha obrado contigo. Pondera bien, carísima, tu estrecha obligación de obedecerme como a tu Madre única y como a legítima y verdadera Maestra y Prelada, pues hago contigo todos estos y otros beneficios de singular dignación, y tú has renovado y ratificado los votos de tu profesión muchas veces en mis manos y en ellas me has prometido especial obediencia. Acuérdate de las palabras que tantas veces has dado al Señor y a sus Ángeles, y todos te hemos manifestado nuestra voluntad de que seas, vivas y obres como uno de ellos, y participes en carne mortal de las condiciones y operaciones de ángel y tu conversación y trato sea con estos espíritus purísimos; y como ellos se comunican unos a otros entre sí mismos, como se ilustran e informan los superiores a los inferiores, así te ilustren e informen de las perfecciones de tu Amado y de la luz que necesitas para el ejercicio de todas las virtudes, y principalmente para la señora de ellas, que es la caridad con que te enciendas en amor de tu dulce Dueño y de los prójimos. A este estado debes aspirar con todas tus fuerzas para que el Altísimo te halle digna para hacer en ti su santísima voluntad y servirse de ti en todo lo que desea. Su diestra todopoderosa te dé su bendición eterna, te manifieste la alegría de su cara y te dé paz; procura tú no desmerecerla.




Oración para pedir lo más santo y perfecto de la ley cristiana, y de la imitación de Jesús y de María.


Reina de los ángeles y santos, y mi madre querida, María,
Indúceme en reverencia del Altísimo; Muéveme al conocimiento de mi bajeza. Muéveme a temer el pecado y aborrecerle, aunque sea muy leve. Muéveme a aborrecer la vanidad terrena y a negar mis inclinaciones. Muéveme a desear el último lugar y el desprecio de las criaturas. 

Muéveme a amar la cruz y llevarla con esforzado y dilatado corazón.  ¡Indúceme a padecer con alegría!

Inflámame en amor casto del Altísimo y a amar a quien me persiguiere.
Muéveme a aspirar a lo más puro, perfecto y acendrado de la virtud y a unirme con el sumo y verdadero Bien.
Amen.