Rostro

Revelaciones a La Beata Madre
MARIA PIERINA DE MICHELI



Devoción al Santo Rostro de Jesús



Jesús quiso que en estos tiempos de Misericordia lo conozcamos de un modo más personal, cercano. Por eso reveló en forma especial la Devoción a Su Divino Rostro a una humilde monjita, la hermana Pierina de Micheli, como lo hizo con Su Sagrado Corazón siglos atrás. 

En intensos diálogos con el Señor, Pierina fue conociendo los deseos de Jesús respecto del consuelo que se prodiga a Su Corazón amante con una sincera devoción a Su Divino Rostro. La imagen del Señor se refleja de un modo especial en la Eucaristía, para que encontremos en el Sagrario la llama que avive nuestra fe y nuestra confianza en Su Presencia y ayuda providencial.

Pierina nació en Milán el 11 de Septiembre de 1890. Creció en la caridad, en la pureza y en el sacrificio, y se consagró después a Dios entre las Hermanas “Hijas de la Inmaculada Concepción”. Se mantuvo fiel a su propósito de “dar a Jesús, dar todo, dar siempre”. Fue apóstol de la devoción a la Santa Faz de Jesús. Murió en Centonara d’Artò (Novara) el 26 de julio de 1945.

Las revelaciones de Dios a Pierina son un especial don para el mundo de este siglo XXI, tiempo en el que la humanidad necesita más que nunca encontrar los lazos que la acerquen a una conversión verdadera, sincera y profunda. Busquemos en las palabras de Jesús a Pierina el camino que nos ilumine y fortalezca como verdaderos soldados de Cristo.

Ella recibió una medalla, que de un lado, tenía una réplica del 

Santo Sudario de Turín y la inscripión: 

“Illumina, Domine, vultum

 Tuum super nos” (Salmo 66: “Señor, que la luz de Tu Rostro

 brille sobre nosotros”)

En el reverso, una hostia brillante con las 

palabras: 

“Mane nobiscum, Domine”. (“Quédate con nosotros, Señor”).


Jesús y Su Divino Rostro esperan que lo conozcamos y lo amemos. Ingrese a los textos de Pierina y alimente su corazón con amor y Palabras de Vida Eterna.

Madre Pierina La Madre María Pierina, llamada por sus padres Josefina Francisca María, nace en Milán el 11 de septiembre de 1890. Con 23 años ingresa a la Congregación de las Hijas de la Inmaculada Concepción de Buenos Aires, que era una pequeña comunidad recientemente fundada por la Madre Eufrasia Iaconis. Desde el día de su ingreso a la comunidad, guarda una amistad profunda y verdadero sentimiento filial hacia la Madre Estanislada, que será su maestra, superiora y siempre confidente. Entre 1919 y 1921 la Madre Pierina visita Argentina, en un breve paréntesis antes de asumir cargos de gran responsabilidad que afronta con total dedicación a pesar de su precaria salud. Definitivamente en Italia, es elegida Superiora de la Casa de Milán en 1928, Superiora de la Casa de Roma en 1939 y, diez años después, Superiora Regional.

En el desempeño de sus tareas demuestra que es una mujer sumamente capaz, de una personalidad avasallante, con una actividad afiebrada, que sabe conjugar siempre con una intensa vida interior. Finalmente, después de innumerables fatigas nunca evitadas, llega el “no puedo más”. Cuando la Segunda Guerra Mundial apenas había terminado y Roma estaba ocupada por las tropas de los aliados, el 26 de julio de 1945 en Centonara , a los 55 años, bendiciendo a sus Hermanas y con los ojos fijos en el Divino Rostro, muere esta Hija de la Inmaculada, que según tantos testimonios fue una persona serena, dulce, afable, dueña de sí misma en todo su comportamiento, siempre sensible para percibir los problemas ajenos, y también confiada para buscar su solución.

La devoción al Divino Rostro de Jesús

La Madre Pierina hizo cuanto hizo en su corta vida, aceptando el dolor y el sufrimiento interiores en grado superlativo, sin dejar traslucir a sus queridas hijitas y hermanas otra cosa que una sonrisa cordial o una ayuda eficaz, todo… por Jesús. Una única preocupación como un fuego interior la consumía: dar a Jesús, donar a Jesús, porque Jesús es todo.

Pero si éste es el compromiso que asume cualquier bautizado cuando promete renunciar a Satanás, a sus pompas y a sus obras y entregarse a Jesucristo por siempre jamás, si éste es el recto orden del amor que se deja traslucir en la vida de aquél que cumple con los mandamientos de la ley de Dios, ¿por qué consideramos heroica la respuesta de la Madre Pierina?
Mirada de Jesús En una extensa carta que la Madre Pierina escribió al Papa Pío XII brota una piedad apasionada: 

Humildemente confieso que siento una gran devoción por el Divino Rostro de Jesús, devoción que me parece que me la infundió el mismo Jesús. Tenía doce anos cuando un viernes santo esperaba en mi Parroquia mi turno para besar el crucifijo, cuando una voz clara me dijo: ¿Nadie me da un beso de amor en el rostro para reparar el beso de Judas? En mi inocencia de niña, creí que todos habían escuchado la voz, y sentía pena viendo que la gente continuaba besando las llagas y ninguno pensaba besarlo en el Rostro. Te doy yo Jesús el beso de amor, ten paciencia, y llegado el momento le estampé un fuerte beso en la cara con el ardor de mi corazón. Era feliz pensando que Jesús, ya contento, no tendría más pena. Desde aquel día el primer beso al crucifijo era a Su Divino Rostro y muchas veces los labios rehusaban separarse porque me sentía fuertemente retenida.

La experiencia se repite cuando tiene 25 años, pero con otros prodigios: En la noche del jueves al viernes santo de 1915, mientras rezaba ante el crucifijo en la Capilla de mi Noviciado, sentí que me decían: “bésame”. Lo hice y mis labios en vez de apoyarse sobre un rostro de yeso, sintieron el contacto con Jesús. ¿Qué pasó? Me es imposible decirlo.

Cuando la Superiora me llamó era ya de mañana, sentía el corazón lleno de las penas y deseos de Jesús; deseaba reparar las ofensas que recibió su Santísimo Rostro en la pasión y las que recibe en el Santísimo Sacramento.

En este mismo Colegio de Argentina sucede otra aparición cinco anos después: En 1920, el 12 de abril me encontraba en Buenos Aires en la Casa Madre. Tenía una gran amargura en el corazón. Fui a la Iglesia y prorrumpí en llanto lamentándome con Jesús. Se me presentó con el Rostro ensangrentado y con una expresión de dolor tal que conmovería a cualquiera. Con una ternura que jamás olvidaré me dijo: “Y Yo, ¿qué he hecho?”

Comprendía… y a partir de ese día el Divino Rostro se convirtió en mi libro de meditación, la puerta de entrada a Su Corazón… De tanto en tanto, en los años siguientes –continúa la carta- se me aparecía ya triste, ya ensangrentado, comunicándome Sus penas y pidiéndome reparación y sufrimientos, llamándome a inmolarme ocultamente por la salvación de las almas.

Jesús habla a Pierina

Entre 1920 y 1940, fecha en que data esta carta, el pedido de Nuestro Señor se sucede en reiteradas apariciones: “Quiero que Mi Rostro, que refleja las penas más íntimas, el dolor y el amor de Mi Corazón, sea más honrado. Quien me contempla, me consuela” La Madre Pierina, que es siempre la fiel confidente, se hace portavoz de este ruego y, poco a poco, la devoción al Divino Rostro se va consolidando de un modo concreto gracias a la intervención milagrosa de la Santísima Virgen, que ordena y dispone: un escapulario, una medalla, los medios para costearla, y una fiesta después del martes de quincuagésima para honrar la Santa Faz.

Rostro de Jesús Mientras tanto continúa la entrega o la inmolación oculta de la Madre Pierina. Como lo describe en su diario el día 5 de septiembre de 1942: Anoche en la Capilla le dije a Jesús: Jesús quiero ser tu gloria y tu alegría. Y Jesús me respondió. “Ven. Te necesito. Hoy he buscado el gozo en tantos corazones y me fue negado”. Dime Jesús: ¿Qué debo hacer para suplir los rechazos que tuviste? Jesús, envuelto en ternura, me respondió. “¿Quieres gozar las dulzuras de la unión conmigo o sentir la pena de mi corazón por los pecados de los hombres? Lo que Tú quieras, Jesús. Y mi alma instantáneamente participó del dolor de Su corazón, dolor imposible de traducir en palabras. Jamás, como en ese instante, comprendí qué cosa era el pecado… Oh, Jesús! Que no te ofenda yo jamás… repara por mí, por los otros, como quieras… Tómalo todo!

Cuando volví en mí, se había cumplido el tiempo y me dispuse a retirarme. Entonces Jesús me dijo: “¡Quédate un poco más conmigo! ¡Ya me dejas solo…!” Al responderle yo que había pasado el tiempo que me indicara mi director espiritual, Su Rostro se iluminó. “He aquí mi gloria! –me dijo- ¡La obediencia!

Reflexiones sobre la vida de Pierina

En fin, está a la vista de Uds., el ciento por uno que redituó el corazón de esta hermana humilde, callada, obediente, pobre, siempre bien dispuesta y entrega«a los demás, que sólo tuvo una pasión para revivir en carne propia, la de Jesús, es decir, sufrir con Él la abyección del mal cometido por los hombres -como en la noche del Huerto-, aceptar siempre la Voluntad de Dios -como acto de obediencia reparadora-, desterrar la más leve sombra de pecado, aunque fuese venial – como la Virgen Inmaculada, Su Madre Celeste-, y contemplar cuál es la anchura, la profundidad y la longura del más grande misterio de amor manifestado en el Divino Rostro de Cristo Jesús.

Su virtud: el recto orden del amor. Ese hoy nos toca imitar, si queremos que un día el Señor nos muestre Su Rostro, el del Corazón que tanto amó a los hombres. Pero la historia de una pasión es siempre, a la vez, una lección que debemos aprender los que no somos ni fríos ni calientes, los que también como ella podemos decir: “Compruebo día a día que soy una nada, más que una nada, una miseria” (Diario, noviembre de 1938).

Quiera Dios que, con su ejemplo, continuemos descubriendo que esta nada y esta miseria, en las manos de María, y con María perdida en el Corazón de Jesús, puede aspirar a una gran santidad, para llegar a la misma convicción de que si un alma santa da mayor gloria a Dios que un millón de almas comunes, yo tengo la obligación de hacerme santa, no por mí, sino por la mayor gloria de Dios. Ella, con su resolución, trazó esta vida ejemplar que hemos celebrado, porque sólo ella se animó a elegir: Sí, Padre, lo quiero, a cualquier costo, quiero ser la Santa de la Gloria de Dios, en la humildad, en la ocultación, en la sostenida e incondicional adhesión al Querer Divino, en el confiado abandono en Dios y en la Obediencia. El Getsemaní y el Tabernáculo serán mi residencia. Sor Pierina debe desaparecer para dejar en sí misma el lugar a su Jesús…que es todo.

JESÚS habla a la Madre Maria Pierina De Micheli

Medalla del Rostro de Jesús Deseo que mi Rostro, el cual refleja la íntimas penas de mi alma, el dolor y el amor de mi Corazón, sea más honrado. Quien me contempla me consuela”
(primer viernes de Cuaresma de 1936)
A los 12 años, en la Iglesia Parroquial San Pedro in Sala, Milán, un Viernes Santo, oyó una voz que le dijo: ¿Ninguno me da un beso de amor en el rostro, para reparar el beso de Judas?

En su simplicidad de niña, creyó que todos habían oído esa voz y experimentó gran pena al ver que continuaban besando las llagas y no el Rostro de Jesús. Dentro de su corazón exclamó: Te doy yo el beso de amor. ¡Oh, Jesús, ten paciencia! Y llegado su turno, le imprimió con todo el ardor de su corazón, un beso en el Rostro.

Ya siendo novicia, durante la adoración nocturna, en la noche del Jueves al Viernes Santo de 1915, mientras ora delante del crucifijo, oye que le dice: Bésame. Sor María Pierina obedece, y sus labios, en lugar de posarse sobre un rostro de yeso, sienten el contacto del verdadero Rostro de Jesús. Cuando la Superiora la llama, ya es de día: tiene el corazón lleno de los padecimientos de Jesús y siente el deseo de reparar los ultrajes que recibió en el Rostro y que recibe cada día en el Sacramento del altar.

El Martes de Pasión de 1936, Jesús le vuelve a decir: Cada vez que se contemple mi Rostro, derramaré mi amor en los corazones y por medio de mi Divino Rostro, se obtendrá la salvación de tantas almas.

En 1937, mientras oraba y “después de haberme instruido en la devoción de su Divino Rostro”, le dijo: Podría ser que algunas almas teman que la devoción a mi Divino Rostro, disminuya aquella de mi Corazón. Diles que al contrario, será completada y aumentada. Contemplando mi Rostro las almas participarán de mis penas y sentirán el deseo de amar y reparar. ¿No es ésta, tal vez, la verdadera devoción a mi corazón?

Estas manifestaciones de parte de Jesús se hacían siempre más insistentes.
En mayo de 1938, mientras reza, se presenta sobre la tarima del altar, en un haz de luz, una bella Señora: tenía en sus manos un escapulario, formado por dos franelas blancas unidas por un cordón. Una franela llevaba la imagen del Divino Rostro de Jesús y escrito alrededor: Ilumina Domine Vultum Tuum super nos (Ilumina, Señor, Tu rostro sobre nosotros); la otra, una Hostia circundada por unos rayos y con la inscripción: Mane nobiscum Domine (Quédate con nosotros Señor). Lentamente se acerca y le dice:

Escucha bien y refiere al Padre Confesor. Este escapulario es un arma de defensa, un escudo de fortaleza, una prueba de misericordia que Jesús quiere dar al mundo en estos tiempos de sensualidad y de odio contra Dios y la Iglesia. Los verdaderos apóstoles son pocos. Es necesario un remedio divino y este remedio es el Divino Rostro de Jesús. Todos aquellos que lleven un escapulario como éste y hagan, si es posible, una visita cada martes al Ssmo. Sacramento, para reparar los ultrajes que recibió el Divino Rostro de Jesús durante su Pasión y que recibe cada día en la Eucaristía, serán fortificados en la fe, prontos a defenderla y a superar todas las dificultades internas y externas. Además, tendrán una muerte serena bajo la mirada amable de mi Divino Hijo.

En el mismo año, Jesús vuelve a presentase todavía chorreando sangre y con tristeza: ¿Ves cómo sufro? Y sin embargo, de poquísimos soy comprendido. ¡Cuántas ingratitudes de parte de aquellos que dicen amarme! He dado mi corazón como objeto sensibilísimo de mi gran amor por los hombres y doy mi Rostro como objeto sensible de mi dolor por los pecados de los hombres: quiero que sea honrado con una fiesta particular el martes de Quincuagésima, fiesta precedida de una novena en que todos los fieles reparen conmigo, uniéndose a la participación de mi dolor.

En 1939, Jesús de nuevo le dice: Quiero que mi Rostro sea honrado de un modo particular el martes.

Maria Pierina logra hacer acuñar una medalla en lugar del escapulario. El 7 de abril de 1943, La Virgen se le presenta y le dice: Hija mía, tranquilízate porque el escapulario queda suplido por la medalla con las mismas promesas y favores: falta solo difundirla más. AHORA ANHELO LA FIESTA DEL SANTO ROSTRO DE MI DIVINO HIJO: DÍSELO AL PAPA PUES TANTO ME APREMIA. La bendijo y se fue.
La medalla se difunde con entusiasmo. ¡Cuántas gracias se han obtenido! Peligros evitados, curaciones, conversiones, liberación de condenas…
Invitamos a todos a llevar la medalla y rezar, diariamente, 5 Glorias al Santo Rostro de Nuestro Señor.

ORACIÓN al Santo Rostro Se puede hacer como novena 

(con aprobación eclesiástica)

Mi alma tiene sed del Dios vivo ¿cuándo veré Su Rostro?

Quisiera que mis hijas -y los devotos- se distinguieran en ardor práctico, amoroso, generoso en honrar el SANTO ROSTRO de nuestro JESÚS, dolorido por los pecados de los hombres… de todos… de los nuestros… pero especialmente de aquellos que tendrían que ser sus imitadores… ¿Qué haremos? Si miramos profundamente aquel divino Rostro, nos hablará al corazón, nos hará partícipes de las amargas penas.., y nos dirá: consuélame al menos tú, que dices que me amas, que eres toda mía…
pausa -
entremos con Jesús en el huerto de los olivos y contemplemos con amor y contrición los dolores de su Corazón, en Su Santo Rostro.
unámonos a la divina Víctima, ofreciéndonos por todas las personas del mundo para ser con EL auténticas almas reparadoras, en unión con la Virgen Inmaculada, primera Reparadora.

Canto
Oh Santo Rostro ultrajado por nosotros,
no te acuerdes más de los fallos de la tierra,
no te acuerdes más,
de tu último grito un día en el Calvario
acuérdate, acuérdate Jesús,
acuérdate, acuérdate, oh Rostro de Jesús.

Oración
¡Oh! amabilísimo Jesús, que quisiste sufrir tanto en Tu Santo Rostro, por nuestro amor, vuélvenos a mirar benignamente e imprime en nuestros corazones Tu divina semblanza, para que nuestra alegría sea sufrir por Ti.
Gloria al Padre…
¡Oh! dulcísimo Jesús, que en Tu Rostro divino has sido golpeado,
maltratado, humillado por nuestro amor, haz que el desprecio y la humillación sean nuestra porción predilecta.
Gloria al Padre…
¡Oh! manso Jesús, que en Tu Divino Rostro sudaste sangre por nuestro amor, concédenos la gracia de sufrir por tu amor y así volver a ser mirados por Ti.
Gloria al Padre…
¡Oh! Santo Rostro de Jesús, mientras esperamos el feliz día de poderte contemplar en la gloria del Paraíso, queremos procurarte tanta gloria y deleitar Tu mirada divina.
Tu mirada velada sea nuestro paraíso aquí en la tierra, las lágrimas que lo velan las recogeremos para salvar tantas almas e inflamar los corazones con Tu amor. Amén.
Santo Rostro de Jesús míranos con Tu Misericordia.

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 “He dado mi corazón como objeto sensible de mi gran amor por los hombres y mi Rostro lo doy como objeto sensible de mi dolor por los pecados de los hombres y deseo que sea honrado con una fiesta particular el martes de quincuagésima…”

Santa Teresita de Lisieux y la Santa Faz

Es precisamente este pasaje de Isaías que mueve tanto el corazón de Santa Teresita del Niño Jesús que por ello, pide permiso y le es concedido, para añadir a su nombre “del Niño Jesús y de la Santa Faz”. 

En una carta a Pauline, nos revela como su devoción a la Santa Faz es el fundamento para su espiritualidad del camino escondido y pequeño, espiritualidad que la llevó a ser proclamada Doctora de la Iglesia: 

“A través de ti he entrado en las profundidades de los misterios de amor escondidos en el Rostro de nuestro esposo. He entendido cual es la verdadera gloria. Aquel cuyo reino no es de este mundo me ha enseñado que la verdadera sabiduría consiste en desear no ser conocido ni tomado en cuenta. Es encontrar gozo en el olvido de si. Ah! Deseo, como el Rostro de Jesús, que el mío esté escondido y que nadie en la tierra me reconozca ” (cf. Is 53,3). Tengo sed de sufrir y debo ser olvidada. (SS A 71r; ET 152). 

Santa Teresita llevaba dentro de su hábito y cerca de su corazón escrito sobre una imagen del Santo Rostro: “Haz que yo me asemeje a Ti, Oh Jesús”. Para Sta. Teresita, el contemplar el Santo Rostro del Señor, significaba imitar todo lo que en El veía: un Dios con vida oculta, humilde, mansa y pobre; El Corazón de Dios siendo revelado en su Rostro. Para ella, también, esta contemplación le llevaba necesariamente a la consolación y recomendaba a su hermana Celine “sé otra Verónica que limpia el rostro de Jesús lleno de Sangre y Lágrimas.” 

La misma sangre y agua que fluirían de su Corazón al ser traspasado. Sta. Teresita invita a su hermana a consolar el Rostro de Jesús convirtiendo pecadores: “Consuela a nuestro Señor en su Agonía, revelada en su Rostro, pero especialmente calmando su sed de almas“. En uno de sus poemas escribe: ”¡Oh quisiera para consolarte ignorada del mundo estar! La belleza que Tú ocultas me descubre tu misterio. Tu Rostro Salvador es divina flor de mirra que tener quiero sobre el corazón! Tu Rostro es mi riqueza y ya nada pido . Yo Jesús me oculto en él y a Ti me asemejaré.. Deja en mi la señal divina de tus rasgos de dulzura, solo así llegaré a ser santa atrayendo a Ti los corazones.” 

Para Sta. Teresita, la santidad necesariamente se debe revelar en el rostro, pues la abundancia del corazón se refleja en el rostro. Así como la santidad se refleja en el rostro, la santidad a la vez representa el verdadero rostro de Cristo. SS Juan Pablo II nos dice en NMI: “la santidad representa al vivo el rostro de Cristo”: 

En la fiesta de la Transfiguración, el 6 de Agosto de 1896, día que se celebraba la Fiesta de la Santa Faz en el Carmelo de Lisieux, Sta. Teresita con dos novicias (ella era maestra de novicias en ese tiempo) hicieron un acto de consagración a la Santa Faz. Las tres pidieron “ser escondidas en el secreto de tu Santo Rostro”, que significaba el deseo de imitar la vida oculta y el amor sufriente de Cristo, con el propósito de ejercitarse tanto en el amor que pronto fuesen consumidas en ese amor y así no atarse a las cosas de la tierra y pronto alcanzar la visión de Jesús, cara a cara (ET 91). En la consagración expresan el deseo de convertirse en otras Verónicas, consolando a Jesús en su pasión y ofreciéndole almas como consuelo. La oración concluyó: 

“¡Oh adorable rostro de Jesús! Mientras esperamos el día en que contemplaremos tu gloria infinita, nuestro único deseo es escondernos bajo tus ojos divinos y así no ser reconocidas en la tierra.” En sus escritos Teresa revela cómo la Virgen María –a quien llamaba su “madrecita”- la ayudó a profundizar el misterio del Rostro de Cristo, que no es otro que el de la Eucaristía y el Sagrado Corazón: el misterio del Amor de un Dios que se encarna y toma rostro humano, ama con corazón humano y quiere permanecer entre nosotros y ser uno con nosotros convertido en pan: “No había sondeado hasta entonces la profundidad de los tesoros que encierra la Santa Faz; mi madrecita fue quien se afanó en revelármelos(…) Fue en esta ocasión cuando me los reveló y comprendí…Comprendí como nunca dónde se encuentra la gloria verdadera…Aquel, cuyo reino no es de este mundo, me evidenció que la única realeza codiciable consiste en querer ser desconocido y estimado en nada, en poner nuestro contento en el propio menosprecio.

 ¡Ah! Deseaba que mi rostro ,como el de Jesús, estuviera escondido a todos los ojos, que nadie me conociera en el mundo; amaba el padecer y el ser olvidada”. Son innumerables los textos en que Teresa de Lisieux habla de la Sta. Faz. Demasiados para citarlos en un resumen de estas dimensiones. Vaya éste sacado del proceso de beatificación: “La Santa Faz era el espejo donde Sor Teresa veía el Alma y el Corazón de su Amado; el libro de meditación donde bebió la ciencia del amor. Fue en la meditación de la Santa Faz que aprendió ella la humildad”. 

Hemos visto en otro lugar lo arraigada de la devoción a la Sta. Faz en Francia, concretamente en Tours y el apostolado que desarrolló Monsieur Dupont propagando la devoción y traduciéndola en obras prácticas de atención al prójimo. 
Teresa de Lisieux hizo lo propio desde su encierro del Carmelo: dedicó numerosas poesías a la Sta Faz, la pintó en casullas y estampas, inculcó a sus novicias y hermanas de comunidad esta devoción en lo que tiene de más auténtico: la identificación con Cristo en la bonanza y en las dificultades; la menciona en cartas y comunicaciones. Duro fue para ella ver como su padre perdía sus facultades físicas y mentales durante los seis últimos años de su vida. 

Este fue su comentario: 

“Así como la Faz adorable de Jesús se entristeció durante su pasión, así hubo de velarse en los días de su humillación la faz de su servidor fiel (su padre) para merecer ser abrillantada en los cielos”. Y es que el mundo doliente es el que mejor puede identificarse con la Santa Faz de Cristo Crucificado. Lo que importa de verdad a una persona se manifiesta en el momento supremo de la muerte: salen a flote los sentimientos más profundos, algunas veces ocultos por un fárrago de trivialidades. En Teresa de Jesús no ocurrió eso: murió como vivió. Una testigo que la atendía en la enfermería manifiesta: “Cerca de su lecho habíamos colocado un lienzo de la Santa Faz, a la que tenía gran devoción, para festejar el 6 de Agosto, la Transfiguración del Señor”. 

Y a esta compañera de comunidad le confiesa en la intimidad: “¡Qué bien hizo Nuestro Señor en bajar sus ojos al ofrecernos su retrato! Porque los ojos son el espejo del alma y nosotras hubiéramos muerto de gozo al poder entrever su alma. ¡Qué gracias me ha concedido la Santa Faz en mi vida! Al escribir mi Cántico Vivir de Amor me ayudó hasta a redactarle con suma facilidad. Transcribí de memoria durante los tres cuartos de hora de silencio por la noche las quince estrofas que había rimado durante el día. Mi devoción, o hablando más exactamente mi piedad para con la Santa Faz está inspirada en las palabras de Isaías: “ Le falta hermosura y esplendor..; le vimos y no tenía expresión…

Despreciado y como el último de los hombres, varón de dolores, conocedor de la enfermedad; tenía la Faz semioculta y como llena de vergüenza, y no le hemos apreciado”. Yo también no deseo tener ni fulgor ni hermosura…pisar yo sola las uvas en el lagar, vivir desconocida de todos”. Y como se reseña en el proceso de beatificación: “Tenía la Santa Faz colgada en las cortinas de su cama durante su última enfermedad: su vista le ayudó a soportar su largo martirio”. Se ahogaba –tenía tuberculosis- y en su angustia la contemplaba una y otra vez…Para finalizar este apartado trascribimos casi literalmente su Cántico a la Santa Faz. 

A algunos oídos modernos les podrá parecer exagerado…No es eso. Son frases tejidas por una poeta, una mística…un alma enamorada. “¡Jesús! Tu imagen inefable es el astro que guía mis pasos. Tú lo sabes bien. Tu dulce rostro es aquí en la tierra mi paraíso. Mi amor descubre los encantos de tus ojos embellecidos por el llanto. Cuando contemplo tus dolores sonrío a través de mis lágrimas. Deseo vivir ignorada y solitaria para consolar tu belleza; esa belleza que se oculta en tu Faz bajo el misterio del dolor y que tan fuertemente me atrae a Ti. Tu faz es mi sola patria; ella es mi reino de amor, mi prado risueño, mi dulce sol de cada día. Ella es el lirio del valle, cuyo perfume misterioso consuela mi afligida alma y le hace gustar la paz de los cielos. Ella es mi reposo, mi dulzura y mi melodiosa lira. Tu rostro, dulce Salvador, es el divino ramillete de mirra que yo quiero guardar en mi corazón. Tu Faz es mi sola riqueza, no quiero nada fuera de ella. Jesús yo me asemejaré a Ti, y oculta entre los pliegues del velo de la Verónica, atravesaré la vida desapercibida de las criaturas. Deja en mi la divina impresión de tus besos, llenos de dulzura, y pronto llegaré a ser santa y atraeré a Ti todos los corazones. Cuando tus labios adorados impriman en mi el beso eterno, haz que me abrase de amor, y que este amor levante en el campo de la Iglesia una hermosa cosecha de almas santas” ¡Ojalá que amemos a Cristo así y nuestro amor no sea de palabras sino de obras! Ante la Santa Faz Icono del sufrimiento, imagen del amor de Dios…

Reflexión de Su Santidad, Juan Pablo II, en su visita a la Sábana Santa en Turín -24 de mayo, de 1998. La Sábana Santa: Espejo del Evangelio.

Con la mirada puesta en la Sábana Santa, deseo saludar cordialmente a todos vosotros, fieles de la Iglesia de Turín. Saludo a los peregrinos que durante el período de esta exposición vienen de todas las partes del mundo para contemplar uno de los signos más desconcertantes del amor doloroso del Redentor. Al entrar en el catedral, que muestra todavía
las heridas producidas por el terrible incendio del año pasado, me he detenido en adoración ante la Eucaristía, el Sacramento que situado en el centro de la atención de la Iglesia y que, bajo apariencias humildes, custodia la presencia verdadera, real y substancial de Cristo. 

A la luz de la presencia de Cristo en medio de nosotros, me he detenido después ante la Sábana Santa, el precioso lino que puede sernos de ayuda para comprender mejor el misterio del amor del Hijo de Dios por nosotros. Ante la Sábana Santa, imagen intensa y acongojante de un dolor inenarrable, deseo dar gracias al Señor por este don singular, que exige del creyente una atención amorosa y una disponibilidad total al seguimiento del Señor. La Sábana Santa es una provocación a la inteligencia. Ante todo, requiere el compromiso de todo hombre, en particular del investigador, para acoger con humildad el mensaje profundo que plantea a su razón y a su vida.

 La fascinación misteriosa ejercitada por la Sábana Santa lleva a formular preguntas sobre la relación entre el sagrado lienzo y la vicisitud histórica de Jesús. Confía a los científicos la tarea de investigar para llegar hasta respuestas adecuadas a los interrogantes ligados a esta sábana que, según la tradición, habría envuelto el cuerpo de nuestro Redentor cuando fue descendido de la cruz. La Iglesia exhorta a estudiar la Sábana Santa sin posiciones preconcebidas, que dan por descontado resultados que no pueden ser considerados como tales; invita a actuar con libertad interior y cuidadoso respeto tanto de la metodología científica como de la sensibilidad de los creyentes. 

Lo que cuenta sobre todo para el creyente es que la Sábana Santa es un espejo del Evangelio. De hecho, si se reflexiona sobre el sagrado lienzo, no se puede olvidar que la imagen que se encuentra presente en él tiene una relación tan profunda con lo que narran los cuatro Evangelios sobre la pasión y muerte de Jesús que cada hombre sensible se siente interiormente tocado y conmovido al contemplarla. Quien se acerca a ella es consciente también de que la Sábana Santa no sólo impresiona el corazón de la gente, sino que hace referencia a Aquel a cuyo servicio la ha puesto la Providencia amorosa del Padre. Por lo tanto, es justo alimentar la conciencia de la preciosidad de esta imagen, que todos ven y que nadie puede explicar por ahora. 

Para toda persona profunda es motivo de hondas reflexiones que pueden llegar a implicar la vida. La Sábana Santa constituye de este modo un signo verdaderamente singular que hace referencia a Jesús, la Palabra verdadera del Padre, e invita a modelar la propia existencia según la de Aquel que se dio a sí mismo por nosotros. En la Sábana Santa Se refleja la imagen del sufrimiento humano. Recuerda al hombre moderno, distraído con frecuencia por el bienestar y por las conquistas tecnológicas, el drama de tantos hermanos y le invita a interrogarse sobre el dolor y a profundizar sobre sus causas. La imagen del cuerpo martirizado del Crucificado, al testimoniar la tremenda capacidad del hombre para causar dolor y muerte a sus semejantes, se presenta como un icono del sufrimiento del inocente de todos los tiempos: de las innumerables tragedias que han marcado la historia pasada y de los dramas que continúan consumándose en el mundo. 

Ante la Sábana Santa, ¿cómo es posible no pensar en los millones de hombres que mueren de hambre, en los horrores perpetrados en tantas guerras que ensangrientan las naciones, en el abuso brutal de mujeres y niños, en los millones de seres humanos que viven entre miserias y humillaciones al margen de las metrópolis, especialmente en los países en vías de desarrollo? ¿Cómo es posible no acordarse con angustia y piedad de cuantos no pueden gozar de los derechos civiles elementales, de las víctimas de la tortura, del terrorismo, de los esclavos de organizaciones criminales? Al evocar estas dramáticas situaciones, la Sábana Santa no sólo nos lleva a salir de nuestro egoísmo, sino que además nos invita a descubrir el misterio del dolor que, santificado por el sacrificio de Cristo, genera salvación para toda la humanidad.

 La Sábana Santa es también imagen del amor de Dios y del pecado del hombre. Invita a redescubrir la causa última de la muerte redentora de Jesús. En el sufrimiento inconmensurable que documenta, el amor de Aquel que «tanto amó al mundo que le dio a su Hijo unigénito» (Jn 3, 16) se hace casi palpable y manifiesta sus sorprendentes dimensiones. Ante ella, los creyentes no pueden dejar de exclamar y con plena verdad: «¡Señor, no me podías amar más!» y darse cuenta inmediatamente de que el responsable de este sufrimiento es el pecado: los pecados de cada ser humano». Al hablarnos de amor y de pecado, la Sábana Santa nos invita a todos nosotros a imprimir en nuestro espíritu el rostro del amor de Dios para excluir la tremenda realidad del pecado. La contemplación de aquel Cuerpo martirizado ayuda al hombre contemporáneo a liberarse de la superficialidad y del egoísmo con el que con mucha frecuencia trata el amor y el pecado. Haciendo eco de la palabra de Dios y de los siglos de conciencia cristiana, la Sábana Santa susurra: cree en el amor de Dios, el tesoro más grande donado a la humanidad, y huye del pecado, la mayor desgracia de la historia. La Sábana Santa es también imagen de impotencia: impotencia ante la muerte, en la que se revela la máxima consecuencia del misterio de la Encarnación. 

El lienzo nos empuja a medirnos con el aspecto más perturbador del misterio de la Encarnación, que es también aquel que muestra cómo Dios se ha hecho hombre, asumiendo nuestra condición humana hasta someterse a la impotencia total del momento en el que la vida se apaga. Es la experiencia del Sábado Santo, transición importante del camino de Jesús hacia la Gloria, de la que se desprende un rayo de luz que embiste el dolor y la muerte de cada hombre. La fe, al recordarnos la victoria de Cristo, nos comunica la certeza de que el sepulcro no es la última meta de la existencia. Dios nos llama a la resurrección y a la vida inmortal. 

La Sábana Santa es una imagen del silencio. Existe un silencio trágico de la incomunicación, que en la muerte tiene su máxima expresión, y existe el silencio de la fecundidad, que es precisamente el de quien renuncia a hacerse escuchar por el exterior para alcanzar en lo profundo las raíces de la verdad y de la vida. La Sábana Santa expresa no sólo el silencio de la muerte, sino también el silencio valiente y fecundo de la superación de lo efímero, gracias a la inmersión total en el eterno presente de Dios. De este modo, ofrece la conmovedora confirmación del hecho de que la omnipotencia misericordiosa de nuestro Dios no puede ser detenida por ninguna fuerza del mal; al contrario, sabe hacer concurrir en el bien la misma fuerza del mal. Nuestro tiempo necesita redescubrir la fecundidad del silencio para superar la disipación de los sonidos, de las imágenes, de los cotilleos que con demasiada frecuencia impiden escuchar la voz de Dios. 

¡Queridos hermanos y hermanas! Vuestro obispo, el querido cardenal Giovanni Saldarini, custodio pontificio de la Sábana Santa, ha propuesto como tema para esta exposición solemne las palabras: «Todos los hombres verán tu salvación». Sí, la peregrinación que las muchedumbres están realizando a esta ciudad es precisamente un «venid a ver» este signo trágico e iluminador de la Pasión, que anuncia el amor del Redentor. Este icono de Cristo abandonado en la condición dramática y solemne de la muerte, que desde hace siglos es objeto de significativas representaciones y que desde hace cien años, gracias a la fotografía, se ha difundido a través de muchísimas reproducciones, exhorta a ahondar en el centro del misterio de la vida y de la muerte para descubrir el mensaje grande y consolador que nos ha sido dado. La Sábana Santa nos presenta a Jesús en el momento de su máxima impotencia y nos recuerda que en la anulación de esa muerte está la salvación del mundo entero. La Sábana Santa se convierte de este modo en una invitación a vivir cada experiencia, incluida la del sufrimiento y la de la suprema impotencia, con la actitud de quien cree que el amor misericordioso de Dios vence toda pobreza, todo impedimento, toda tentación de desesperación. 

El Espíritu de Dios, que habita en nuestros corazones, suscite en cada uno el deseo y la generosidad necesarios para acoger el mensaje de la Sábana Santa y para hacer de él el criterio inspirador de la existencia. Con estos deseos, os imparto a todos, a los peregrinos que visitarán la Sábana Santa y a cuantos están espiritual e idealmente unidos en torno a este signo sorprendente del amor de Cristo, una especial bendición apostólica. -