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San Hilario de Poitiers

Obispo y Doctor de la Iglesia
(301-368)

Fue llamado "el Atanasio de Occidente", y, efectivamente, se asemeja en muchas cosas al batallador obispo de Alejandría. 


Fueron contemporáneos -Hilarlo nació a principios del siglo IV en Poitiers y ahí murió en el año 367- y tuvieron que combatir contra el mismo adversario, el arrianismo, y participaron en las polémicas teológicas con discursos y sobre todo con los escritos. Hilario fue desterrado por el emperador Constancio, que se había alineado con las decisiones del sínodo de Béziers del año 356. Este sínodo, naturalmente, era arriano. Así Hilarlo fue a parar a Frigia.
El contacto con el Oriente fue providencial para el obispo de Poitiers: durante los cinco años de permanencia en Frigia aprendió el griego y descubrió a Orígenes, como también la gran producción teológica de los Padres orientales, obteniendo una documentación importantísima para el libro que le mereció el título de Doctor de la Iglesia (dado por Pío IX): el De Trinitate, intitulado primero y mejor De Fide adversus Arianos. En efecto, era el tratado más importante y profundo que había aparecido hasta entonces sobre el dogma principal de la fe cristiana. Aun en el destierro no permaneció inactivo. Con el opúsculo Contra Maxentium atacó violentamente al mismo Constancio, refutándole el cesaro-papismo, la pretensión de meterse en las disputas teológicas y en los asuntos internos de la disciplina eclesiástica. De regreso a Poitiers, el valiente obispo continuó su obra pastoral, ayudado eficazmente por el joven Martín, el futuro santo obispo de Tours.
Hilarlo nació en el paganismo y durante mucho tiempo buscó la verdad, pidiendo luces a las varias filosofías y sobre todo al neoplatonismo, que más tarde influiría muchísimo en su pensamiento. La búsqueda de una respuesta sobre el fin fiel hombre lo llevó a la lectura de la Biblia, en donde finalmente encontró lo que buscaba; entonces se convirtió al cristianismo.
Era un noble terrateniente, y cuando se convirtió estaba casado y tenía una hija, Abre, a quien amaba tiernamente. Poco después del bautismo, el pueblo lo aclamó como obispo de su ciudad natal. Fueron seis años de intenso estudio y predicación, antes de partir para el destierro, que, como hemos recordado, perfeccionó su formación cultural y teológica. 


Junto a la voz retumbante del polemista y del defensor de la ortodoxia teológica, hay en él también otra voz, la del padre y del pastor. Humano en la lucha, y humanísimo en la victoria, defendió a los obispos que reconocían su propio error, y hasta apoyó el derecho a conservar su cargo.