FIESTA DE TODOS LOS SANTOS
1° de Noviembre
En el Credo
después de haber confesado "la Santa Iglesia católica", el Símbolo de
los Apóstoles añade "la comunión de los santos". Este artículo es, en
cierto modo, una explicitación del anterior: "¿Qué es la Iglesia, sino la asamblea de todos los santos?"
(San Nicetas de Remesiana, Instructio ad competentes 5, 3, 23
[Explanatio Symboli, 10]: PL 52, 871).
La
comunión de los santos es precisamente la Iglesia.
"Santo Dios, santo fuerte, santo inmortal",
oramos en la liturgia del Viernes Santo. Como creador de toda la vida, también
es el compendio y la plenitud de la santidad, y es el único santo, del que
todos los santos de este mundo recibieron su parte de perfección por la gracia.
Este don de la santidad, regalo del Padre amoroso desde el día en que renacimos por el agua y el Espíritu Santo, obra en nosotros con impulso misterioso para que todas nuestras acciones, como las oscilaciones de la aguja magnética, tiendan al primer origen y a nuestra última meta. Así, cada uno de nosotros está llamado y ha sido elegido para la santidad, que debe ser el cumplimiento normal de toda vida cristiana.
Al honrar a los santos, la Iglesia en verdad
alaba la bondad de Dios, que les concedió el torrente de su gracia y, al
invocarlos, su clamor no se detiene en un intercesor milagroso, sino que llega
hasta el mismo Cristo, a quien estos bienaventurados están ligados íntimamente
en la unidad de su cuerpo místico. Nosotros también los amamos y veneramos
porque la plenitud de la vida de Cristo se manifiesta en ellos. La gloria de
Cristo brilla en ellos y mueve nuestros corazones para seguirlos e imitarlos en
su lucha por el bien.
Santidad es gracia, pero santidad también
incluye cooperación humana valiente, máximo esfuerzo y heroísmo sin par, pues
la gracia no anula la naturaleza ni las consecuencias del pecado original. Por
eso, el rostro de todo santo ostenta las huellas de la lucha y del sufrimiento.
Ningún ángel les apartó las piedras del camino. Cada uno de ellos soportó, con
dificultades, la maldición de Adán, cada uno tenía sus tareas y problemas
especiales, ninguno se ganó el premio sin haber cargado con su cruz. No fueron
fugitivos del mundo, como los pinta la opinión común. Aun retirados en la
soledad del desierto o la paz del convento, las tentaciones los acompañaron;
pero ellos lograron vencerlas. Muchos cayeron y volvieron a levantarse y
destacaron por su penitencia; otros se distinguieron por la inocencia de su
corazón. Su voz nos habla en muchos idiomas. Su ropaje y su vida son tan
multifacéticos como la naturaleza inagotable. No hay opinión más tonta que
pensar que, plantados y podados por el jardinero celestial, todos son iguales,
¡Qué diferencia entre san Pablo y un san Juan de la Cruz, entre Catalina de Sena
y la pequeña Teresa del Niño Jesús!
La Iglesia no conoce a todos sus hijos e hijas
de virtud heroica y sólo eleva a algunos al honor de los altares. Muchos de
aquéllos, sobre cuyas tumbas prendemos en este día las velas del recuerdo
devoto, ya fueron aceptados por Dios en su gloria y siguen al Cordero a donde
quiera que vaya. Nadie conoce sus nombres; tal vez en la tierra fueron
insignificantes y des-preciados; entregados a la voluntad de Dios, sufrieron el
martirio de las obligaciones de todos los días.
También a esos santos anónimos se honra en la
fiesta de este día. Los saludamos desde la miseria y a estrechez de nuestra
propia existencia; alabamos al creador y le agradecemos la gracia de su
elección; les rogamos que intercedan por nosotros para que sigamos
valientemente sus pasos. No busquemos milagros y visiones; meditemos sobre la
base original de su virtud y la unidad interna de su vida. San Agustín. el hijo
descarriado y más tarde santo, nos lo interpreta: "Aunque todos se armen
con la señal de la cruz; aunque todos digan Amén y canten el Aleluya; aunque
todos se bauticen, visiten iglesias y construyan catedrales; los hijos de Dios
y los hijos del diablo sólo se diferencian por el amor"
¿Qué es un Santo Católico?
Jesús el único y verdadero Santo, ante su nombre toda rodilla se doble, en el cielo, en la tierra y bajo la tierra.
Unidos a Jesús hallamos la Santidad
Contrario a lo que creen, predican y discuten los
cristianos no-católicos, la Biblia sí nos invita a solicitar
en la oración la intercesión de los santos.
Desde el Antiguo Testamento vemos sugerencias
en este sentido:
"Bendigan al Señor todos sus Angeles,
héroes poderosos que ejecutan sus órdenes apenas oyen el
sonido de su palabra. Bendigan al Señor todos sus ejércitos,
servidores que hacen su voluntad ... Bendice alma mía al Señor”
(Sal. 103, 20-21).
“Alaben al Señor desde los cielos,
alábenlo en las alturas, alábenlo todos sus Angeles, alábenlo
todos sus ejércitos” (Sal. 148, 1-2).
Cuando San Rafael Arcángel descubre su verdadera
identidad a Tobías y Sara, le hace saber esto: “Cuando
tú y Sara rezaban, yo presentaba tus oraciones al Señor”
(Tob. 12, 12).
Tanto los Angeles, como los Santos, son intercesores
activos ante Dios por nosotros los seres humanos.
San Juan en el Apocalipsis expresamente nos hace
saber que esto es así, cuando nos describe a los Santos ofreciendo
nuestras oraciones a Dios. Los describe como “los veinticuatro
ancianos” (los guías del pueblo de Dios en el Cielo)
“que tenían en sus manos arpas y copas de oro llenas
de perfumes, que son las oraciones de los santos” (Ap. 5, 8).
Así que los Santos, aquellos seres humanos
que nos han precedido en la gloria eterna, interceden por nosotros ante
Dios de manera activa y continua, como también lo hacen los Angeles
de Dios.
Interceder significa que oran por nosotros personas
que están en la tierra y muy especialmente los que están
en el Cielo, Angeles y Santos. Pero también oran con nosotros.
Y no es invento o imaginación de los católicos.
He aquí lo que nos revela San Juan en el
Apocalipsis:
“Entonces vino otro Angel y se paró
delante del altar de los perfumes con un incensario de oro. Le dieron
muchos perfumes para que los ofreciera con las oraciones de todos
los santos ... y la nube de perfumes, junto con las oraciones
de los santos, se elevó de las manos del Angel hasta la presencia
de Dios” (Ap. 8, 3-4).
Jesús mismo nos hace saber que nuestros
Angeles de la Guarda interceden directamente ante el Padre por nosotros:
“Sus Angeles en el Cielo contemplan sin cesar la cara de mi
Padre que está en los Cielos” (Mt. 18, 10).
Ahora bien, es cierto que San Pablo dice: “Unico
es Dios, único también es el mediador entre Dios y los hombres,
Cristo Jesús, verdadero hombre” (1 Tim. 2, 5).
Pero esto no significa que no podemos o no debemos
pedir a otros cristianos que oren por nosotros.
De hecho el mismo San Pablo recomienda que se hagan
“peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias por
todos los hombres”, recalcando que “estas oraciones
son buenas y Dios nuestro Salvador las escuchará” (1 Tim.
2, 1-3). ¿Qué es esto sino intercesión y mediación
de unos por los otros?
Muy especialmente debemos solicitar la intercesión
de los cristianos que ya están en el Cielo, aquéllos que
han sido ya santificados plenamente, porque -según nos dice Santiago
en su Carta- “la súplica del justo tiene mucho poder”
(St. 5, 16).
Adicionalmente, la enseñanza de los Padres
de la Iglesia no sólo testimonia su claro reconocimiento a la enseñanza
bíblica de que los que están en el Cielo pueden y de hecho
interceden por nosotros, sino que aplicaban esta enseñanza a su
propia vida de oración:
“Que a través de sus oraciones y súplicas,
Dios recibiera nuestra petición” (San Cirilo de Jerusalén,
350 AD).
“Vosotros santos interceded por nosotros que
somos hombres tímidos y pecadores, llenos de pereza, para que la
gracia de Cristo pueda venir sobre nosotros, e iluminad nuestros corazones
para que podamos amarle” (San Efrén, 370 AD).
“Por la orden de tu Hijo unigénito nos
comunicamos con la memoria de tus Santos ... por cuyas oraciones y súplicas
tened misericordia de nosotros” (de la Liturgia de San Basilio,
373 AD).
“Sí, estoy seguro que la intercesión de (Cipriano) es de más utilidad ahora que su instrucción en días pasados, ya que está más cerca de Dios, ahora que se ha librado de sus ataduras corporales” (San Gregorio de Nacianceno, 380 AD).
“Sí, estoy seguro que la intercesión de (Cipriano) es de más utilidad ahora que su instrucción en días pasados, ya que está más cerca de Dios, ahora que se ha librado de sus ataduras corporales” (San Gregorio de Nacianceno, 380 AD).
“(Efrén), tú que están
ante el altar divino (en el Cielo), recuérdate de nosotros, pidiendo
por la remisión de nuestros pecados y la fruición del reino
eterno” (San Gregorio de Nisa, 380 AD).
“Aquél que tiene la diadema, suplica
al fabricador de tiendas (Pablo) y al pescador (Pedro) como patrones,
aunque están muertos” (San Juan Crisóstomo, 392 AD).
“Si los Apóstoles y los Mártires
mientras estén en cuerpo pueden orar por otros, en un tiempo cuando
tenían que estar pendientes de ellos mismos, cuánto más
lo harán después de coronas, victorias y triunfos”
(San Jerónimo, 406 AD).
“Celebramos ... la memoria de los Mártires,
tanto para estimular el que sean imitados, como para participar de sus
méritos y ser auxiliados por sus oraciones” (San Agustín,
400 AD)La palabra “santo” viene de la palabra griega “hagios” que significa “consagrado a Dios, santo, sagrado, piadoso.”
En la Iglesia Católica los Santos son personas destacadas por sus virtudes y son como modelos capaces de mostrar a los demás un camino ejemplar de perfección. EL CAMINO DE CRISTO, el único y verdadero Santo. Como, de acuerdo con la Biblia, Dios es amor, su principal virtud es, consecuentemente, su capacidad para amar a Dios y a los demás seres humanos. La religión cristiana considera además que toda la humanidad está llamada a ser santa y a seguir a los santos, que representan el ejemplo de creencia y seguimiento de Dios cuya vida puede resumirse en un sólo concepto: el amor al ser supremo.
En la Iglesia católica el reconocimiento de un «santo» se produce después de un proceso judicial llamado canonización. Actualmente, sólo el Papa, al quien se llama protocolariamente «Su Santidad», puede determinar la santidad de fieles católicos.