San
Francisco Javier
1506-1552
Sacerdote misionero Jesuita en el lejano Oriente
1506-1552
Sacerdote misionero Jesuita en el lejano Oriente
Nació en el
castillo de Javier (Navarra) el año 1506. Cuando estudiaba en París, se unió al
grupo de san Ignacio. Fue ordenado sacerdote en Roma el año 1537, y se dedicó a
obras de caridad. El año 1541 marchó al Oriente. Evangelizó incansablemente la
India y el Japón durante diez años, y convirtió muchos a la fe. Murió el año
1552 en la isla de Sanchón Sancián, a las puertas de China.
¡Ay de mí, si no anuncio el
Evangelio! De sus cartas a san Ignacio
Son pocos los hombres que tienen el corazón tan grande como para
responder a la llamada de Jesucristo e ir a evangelizar hasta los confines de
la tierra. San Francisco Javier es uno de esos. Con razón ha sido
llamado: "El gigante de la historia de las misiones" y
el Papa Pío X lo nombró patrono oficial de las misiones extranjeras y de todas
las obras relacionadas con la propagación de la fe. La oración del día de
su fiesta dice así: "Señor, tú has querido que varias naciones
llegaran al conocimiento de la verdadera religión por medio de la predicación
de San Francisco Javier". El famoso historiador Sir Walter Scott
comentó: "El protestante más rígido y el filósofo más
indiferente no pueden negar que supo reunir el valor y la paciencia de un
mártir con el buen sentido, la decisión, la agilidad mental y la habilidad del
mejor negociador que haya ido nunca en embajada alguna".
Francisco nació en 1506, en el castillo de Javier en Navarra, cerca de
Pamplona, España. Era el benjamín de la familia. A los
dieciocho años fue a estudiar a la Universidad de París, en el colegio de Santa
Bárbara, donde en 1528, obtuvo el grado de licenciado. Dios estaba
preparando grandes cosas, por lo que dispuso que Francisco Javier tuviese como
compañero de la pensión a Pedro Favre, que sería como él jesuita y luego beato,
también providencialmente conoció a un extraño estudiante llamado Ignacio
de Loyola, ya bastante mayor que sus compañeros. Al principio Francisco rehusó la influencia de Ignacio el cual le
repetía la frase de Jesucristo: "¿De qué
le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si se pierde a sí mismo?". Este
pensamiento al principio le parecía fastidioso y contrario a sus aspiraciones,
pero poco a poco fue calando y retando su orgullo y vanidad. Por fin San
Ignacio logró que Francisco se apartara un tiempo para hacer un retiro especial
que el mismo Ignacio había desarrollado basado en su propia lucha por la
santidad.
Se trata de
los "Ejercicios Espirituales". Francisco fue guiado por
Ignacio en aquellos días de profundo combate espiritual y quedó profundamente
transformado por la gracia de Dios. Comprendió las palabras
que Ignacio: "Un corazón tan grande y un alma tan noble no pueden
contentarse con los efímeros honores terrenos. Tu ambición debe ser
la gloria que dura eternamente".
Llegó a ser uno de los siete primeros seguidores de San Ignacio, fundador
de los jesuitas, consagrándose al servicio de Dios en Montmatre, en 1534. Hicieron
voto de absoluta pobreza, y resolvieron ir a Tierra Santa para comenzar desde
allí su obra misionera, poniéndose en todo caso a la total dependencia del
Papa. Junto con
ellos recibió la ordenación sacerdotal en Venecia, tres años más tarde, y con
ellos compartió las vicisitudes de la naciente Compañía. Aabandonado
el proyecto de la Tierra Santa, emprendieron camino hacia Roma, en donde
Francisco colaboró con Ignacio en la redacción de las Constituciones de
la Compañía de Jesús.
A las Misiones
En 1540, San Ignacio envió a Francisco Javier y a Simón Rodríguez a la
India en la primera expedición misional de la Compañía de Jesús. Para
embarcarse, Francisco Javier llegó a Lisboa hacia fines de
junio. Inmediatamente, fue a reunirse con el P. Rodríguez, quien se
ocupaba de asistir e instruir a los enfermos en el hospital donde
vivía. Javier se hospedó también ahí y ambos solían salir a instruir y
catequizar en la ciudad. Pasaban los domingos oyendo confesiones en
la corte, pues el rey Juan III los tenía en gran estima. Esa fue la
razón por la que el P. Rodríguez tuvo que quedarse en
Lisboa. También San Francisco Javier se vio obligado a permanecer
ahí ocho meses y, fue por entonces cuando escribió a San
Ignacio: "El rey no está todavía decidido a enviarnos a la
India, porque piensa que aquí podremos servir al Señor tan eficazmente como
allí". Pero Dios tenía otros planes y Francisco Javier partió
hacia las misiones el 7 de abril de 1541, cuando tenía 35 años, el rey le
entregó un breve por el que el Papa le nombraba nuncio apostólico en el
oriente. El monarca no pudo conseguir que aceptase más que un poco
de ropa y algunos libros. Tampoco quiso Javier llevar consigo a
ningún criado, alegando que "la mejor manera de alcanzar la verdadera
dignidad es lavar los propios vestidos sin que nadie lo
sepa". Con él partieron a la India el P. Pablo de Camerino, que
era italiano, y Francisco Mansilhas, un portugués que aún no había recibido las
órdenes sagradas. En una afectuosa carta de despedida que el santo
escribió a San Ignacio, le decía a propósito de este último, que poseía
"un bagaje de celo, virtud y sencillez, más que de ciencia extraordinaria".
Otros cuatro navíos completaban la flota. En el barco viajaba el
gobernador de la India, Don Martín Alfonso Sousa y, además de la tripulación,
había pasajeros, soldados, esclavos y convictos. Entre la tripulación y
entre los pasajeros había gente de toda clase, de suerte que Javier tuvo que
mediar en reyertas, combatir la blasfemia, el juego y otros
desórdenes. Francisco se encargó de catequizar a
todos. Los domingos predicaba al pie del palo mayor de la
nave. Convirtió su camarote en enfermería y se dedicó a cuidar a todos los
enfermos, a pesar de que, al principio del viaje, los mareos le hicieron sufrir
mucho a él también. Pronto se desató a bordo una epidemia de escorbuto y
sólo los misioneros se encargaban del cuidado de los enfermos. La expedición
navegó meses para alcanzar el Cabo de Buena Esperanza en el extremo sur del
continente africano y llegar a la isla de Mozambique, donde se detuvo durante
el invierno; después siguió por la costa este del Afrecha oriental y se
detuvo en Malindi y en Socotra. Por fin, la expedición llegó a Goa,
el 6 de mayo de 1542 tardándoles el doble de lo normal. San
Francisco Javier se estableció en el hospital hasta que llegaron sus
compañeros, cuyo navío se había retrasado.
La Pérdida
de la fe entre los Cristianos de las Colonias
Goa era colonia portuguesa desde 1510. Había ahí un número
considerable de cristianos, con obispo, clero y varias
iglesias. Desgraciadamente, muchos de los portugueses se habían
dejado arrastrar por la ambición, la usura y los vicios, hasta el extremo de
que muchos abandonaban la fe. Los sacramentos habían caído en desuso; se
usaba el rosario para contar el número de azotes que mandaban dar a sus
esclavos. La escandalosa conducta los cristianos alejaba de la fe a los
infieles. Esto fue un reto para San Francisco Javier. Además, fuera
de Goa había a lo más, cuatro predicadores y ninguno de ellos era sacerdote. El
misionero comenzó por instruir a los portugueses en los principios de la
religión y a formar a los jóvenes en la práctica de la virtud. Después
de pasar la mañana en asistir y consolar a los enfermos y a los presos, en
hospitales y prisiones miserables, recorría las calles tocando una campanita
para llamar a los niños y a los esclavos al catecismo. Estos acudían
en gran cantidad y el santo les enseñaba el Credo, las oraciones y la practica
de la vida cristiana. Todos los domingos celebraba la misa a los
leprosos, predicaba a los cristianos y a los hindúes y visitaba las
casas. Su amabilidad y su caridad con el prójimo le ganaron muchas
almas. Uno de los pecados más comunes era el concubinato de los
portugueses de todas las clases sociales con las mujeres del país, dado que
había en Goa muy pocas portuguesas. Tursellini, el autor de la
primera biografía de San Francisco Javier, que fue publicada en 1594, describe
con viveza los métodos que empleó el santo para combatir aquella vida de
pecado. Por ellos, puede verse el tacto con que supo Javier predicar la
moralidad cristiana, demostrando que no contradecía ni al sentido común, ni a
los instintos verdaderamente humanos. Para instruir a los pequeños y a los
ignorantes, el santo solía adaptar las verdades del cristianismo a la música
popular, un método que tuvo tal éxito que, poco después, se cantaban las
canciones que él había compuesto, lo mismo en las calles que en las casa, en
los campos que en los talleres.
Misionero con los Paravas
Cinco meses más tarde, se enteró Javier de que en las costas de la
Pesquería, que se extienden frente a Ceilán desde el Cabo de Comorín hasta
la isla de Manar, habitaba la tribu de los paravas. Estos habían
aceptado el bautismo para obtener la protección de los portugueses contra los
árabes y otros enemigos; pero, por falta de instrucción, conservaban
aún las supersticiones del paganismo y practicaban sus errores1.. Javier
partió en auxilio de esa tribu que "sólo sabía que era cristiana y nada
más". El santo hizo trece veces aquel viaje tan peligroso, bajo
el tórrido calor del sur de Asia. A pesar de la dificultad, aprendió el
idioma nativo y se dedicó a instruir y confirmar a los ya
bautizados. Particular atención consagró a la enseñanza del catecismo a
los niños. Los paravas, que hasta entonces no conocían siquiera el nombre
de Cristo, recibieron el bautismo en grandes multitudes. A este propósito,
Javier informaba a sus hermanos de Europa que, algunas veces, tenía los brazos
tan fatigados por administrar el bautismo, que apenas podía moverlos. Los
generosos paravas, que eran considerados de casta baja, extendieron a San
Francisco Javier una acogida calurosa, en tanto que los brahamanes, de clase
alta, recibieron al santo con gran frialdad, y su éxito con ellos fue tan
reducido que, al cabo de doce meses, sólo había logrado convertir a un
brahamán. Según parece, en aquella época Dios obró varias curaciones
milagrosas por medio de Javier.
Por su parte, Javier se adaptaba plenamente al pueblo con el que
vivía. Con los pobres comía arroz y dormía en el suelo de una pobre
choza. Dios le concedió maravillosas consolaciones
interiores. Con frecuencia, decía Javier de sí
mismo: "Oigo exclamar a este pobre hombre que trabaja en la
viña de Dios: 'Señor no me des tantos consuelos en esta
vida; pero, si tu misericordia ha decidido dármelos, llévame
entonces todo entero a gozar plenamente de Ti '". Javier regresó a
Goa en busca de otros misioneros y volvió a la tierra de los paravas con dos
sacerdotes y un catequista indígena y con Francisco Mansilhas a quienes dejó en
diferentes puntos del país. El santo escribió a Mansilhas una serie
de cartas que constituyen uno de los documentos más importantes para comprender
el espíritu de Javier y conocer las dificultades con que se enfrentó.
El
Escándalo de los Malos Cristianos: Espina en el Corazón
Nada podía
desanimar a Francisco. "Si no encuentro una barca- dijo en una ocasión-
iré nadando". Al ver la apatía de los cristianos ante la necesidad
de evangelizar comentó: "Si en esas islas hubiera minas de oro, los
cristianos se precipitarían allá. Pero no hay sino almas para
salvar".
Deseaba contagiar a todos con su celo evangelizador.
El sufrimiento de los nativos a manos de los paganos y de los
portugueses se convirtió en lo que él describía como "una espina que llevo
constantemente en el corazón". En cierta ocasión, fue raptado
un esclavo indio y el santo escribió: "¿Les gustaría a los
portugueses que uno de los indios se llevase por la fuerza a un portugués al
interior del país? Los indios tienen idénticos sentimientos que los
portugueses". Poco tiempo después, San Francisco Javier
extendió sus actividades a Travancore. Algunos autores han exagerado
el éxito que tuvo ahí, pero es cierto que fue acogido con gran regocijo en
todas las poblaciones y que bautizó a muchos de los habitantes. En
seguida, escribió al P. Mansilhas que fuese a organizar la Iglesia entre los
nuevos convertidos. En su tarea solía valerse el santo de los niños,
a quienes seguramente divertía mucho repetir a otros lo que acababan de
aprender de labios del misionero. Los badagas del norte cayeron
sobre los cristianos de Comoín y Tuticorín, destrozaron las poblaciones,
asesinaron a varios y se llevaron a otros muchos como esclavos. Ello
entorpeció la obra misional del santo. Según se cuenta, en cierta
ocasión, salió solo Javier al encuentro del enemigo, con el crucifijo en la
mano, y le obligó a detenerse. Por otra parte, también los
portugueses entorpecían la evangelización; así, por ejemplo, el comandante
de la región estaba en tratos secretos con los badagas. A pesar de
ello, cuando el propio comandante tuvo que salir huyendo, perseguido por los
badagas, San Francisco Javier escribió inmediatamente al P.
Mansilhas: "Os suplico, por el amor de Dios, que vayáis a
prestarle auxilio sin demora". De no haber sido por los
esfuerzos infatigables del santo, el enemigo hubiese exterminado a los
paravas. Y hay que decir, en honor de esa tribu, que su firmeza en
la fe católica resistió a todos los embates.
El reyezuelo de Jaffna (Ceilán del norte), al enterarse de los progresos
que había hecho el cristianismo en Manar, mandó asesinar ahí a 600
cristianos. El gobernador, Martín de Sousa, organizó una expedición
punitiva que debía partir de Negatapam. San Francisco Javier se
dirigió a ese sitio; pero la expedición no llegó a partir, de suerte
que el santo decidió emprender una peregrinación, a pie, al santuario del
Apóstol Santo Tomás en Milapur, donde había una reducida colonia portuguesa a
la que podía prestar sus servicios. Se cuentan muchas maravillas de los
viajes de San Francisco Javier. Además de la conversión de numerosos
pecadores públicos europeos, a los que se ganaba con su exquisita cortesía, se
le atribuyen también otros milagros.
Carta de
Protesta al Rey
En 1545, el santo escribió desde Cochín al rey de Portugal, en la que le
daba cuenta del estado de la misión. En ella habla del peligro en que
estaban los neófitos de volver al paganismo, "escandalizados y
desalentados por las injusticias y vejaciones que les imponen los propios
oficiales de Vuestra Majestad . . . Cuando nuestro Señor llame a
Vuestra Majestad a juicio, oirá tal vez Vuestra Majestad las palabras airadas
del Señor: '¿Por qué no castigaste a aquellos de tus súbitos sobre
los que tenías autoridad y que me hicieron la guerra en la India? ' ". El santo habla muy elogiosamente del vicario general
en las Indias, Don Miguel Vaz, y ruega al rey que le envíe nuevamente con
plenos poderes, una vez que éste haya rendido su informe en
Lisboa. "Como espero morir en estas partes de la tierra y no
volveré a ver a Vuestra Majestad en este mundo, ruégole que me ayude con sus
oraciones para que nos encontremos en el otro, ciertamente estaremos más
descansados que en éste". San Francisco Javier repite sus alabanzas
sobre el vicario general en una carta al P. Simón Rodríguez, en donde habla
todavía con mayor franqueza acerca de los europeos: "No
titubean en hacer el mal, porque piensan que no puede ser malo lo que se hace
sin dificultad y para su beneficio. Estoy aterrado ante el número de
inflexiones nuevas que se dan aquí a la conjugación del verbo 'robar'"
Malaca y el
Gozo de Servir al Señor
En la primavera de 1545, San Francisco Javier partió para Malaca, donde
pasó cuatro meses. Malaca era entonces una ciudad grande y
próspera. Albuquerque la había conquistado para la corona portuguesa en
1511 y, desde entonces, se había convertido en un centro de costumbres
licenciosas. Anticipándose a la moda que se introduciría varios siglos más
tarde, las jóvenes se paseaban en pantalones, sin tener siquiera la excusa de
que trabajaban como los hombres. El santo fue acogido en la ciudad con gran
reverencia y cordialidad, y tuvo cierto éxito en sus esfuerzos de
reforma.
En los dieciocho meses siguientes, es difícil seguirle los
pasos. Fue una época muy activa y particularmente interesante, pues
la pasó en un mundo en gran parte desconocido, visitando ciertas islas a las
que él da el nombre genérico de Molucas y que es difícil identificar con
exactitud. Sabemos que predicó y ejerció el ministerio sacerdotal en Amboina,
Ternate, Gilolo y otros sitios, en algunos de los cuales había colonia de
mercaderes portugueses. Aunque sufrió mucho en aquella misión,
escribió a San Ignacio: "Los peligros a los que me encuentro
expuesto y los trabajos que emprendo por Dios, son primavera de gozo
espiritual. Estas islas son el sitio del mundo en que el hombre
puede más fácilmente perder la vista de tanto llorar; pero se trata de lágrimas
de alegría. No recuerdo haber gustado jamás tantas delicias
interiores y los consuelos no me dejan sentir el efecto de las duras
condiciones materiales y de los obstáculos que me oponen los enemigos
declarados y los amigos aparentes". De vuelta a Malaca, el
santo pasó ahí otros cuatro meses predicando. Antes de volver a la India,
oyó hablar del Japón a unos mercaderes portugueses y conoció personalmente a un
fugitivo del Japón, llamado Anjiro. Javier desembarcó nuevamente en
la India, en enero de 1548.
Pasó los siguientes quince meses viajando sin descanso entre Goa, Ceilán
y Cabo de Comorín, para consolidar su obra (sobre todo el "Colegio
Internacional de San Pablo" en Goa) y preparar su partida al misterioso
Japón, en el que hasta entonces no había penetrado ningún
europeo. Escribió la última carta al rey Juan III, a propósito de un
obispo armenio y de un fraile franciscano. En ella
decía: "La experiencia me ha enseñado que Vuestra Majestad
tiene poder para arrebatar a las Indias sus riquezas y disfrutar de ellas, pero
no lo tiene para difundir la fe cristiana".
Japón
En abril de 1549, partió de la India, acompañado por otro sacerdote de la
Compañía de Jesús y un hermano coadjutor, por Anjiro (que había tomado el
nombre de Pablo) y por otros dos japoneses que se habían convertido al
cristianismo. El día de la fiesta de la Asunción desembarcaron en
Kagoshima, Japón. En Kagoshima, los habitantes los dejaron en paz.

San Francisco Javier se trasladó a Hirado, al norte de
Nagasaki. El gobernador de la ciudad acogió bien a los misioneros,
de suerte que en unas cuantas semanas pudieron hacer más de lo que había hecho
en Kagoshima en un año. El santo dejó esa cristiandad a cargo del P.
de Torres y partió con el hermano Fernández y un japonés a Yamaguchi, en
Honshu. Ahí predicó en las calles y delante del gobernador; pero no
tuvo ningún éxito y las gentes de la región se burlaron de él.
Javier quería ir a Miyako (Kioto), que era entonces la principal ciudad
del Japón. Después de trabajar un mes en Yamaguchi, donde apenas
cosechó algo más que afrentas, prosiguió el viaje con sus dos
compañeros. Como el mes de diciembre estaba ya muy avanzado, los
aguaceros, la nieve y los abruptos caminos hicieron el viaje muy
penoso. En febrero, llegaron los misioneros a Miyako. Ahí se enteró
el santo de que para tener una entrevista con el mikado necesitaba pagar una
suma mucho mayor a la que poseía. Por otra parte, como una guerra
civil hacía estragos en la ciudad, San Francisco Javier comprendió que, por el
momento, no podía hacer ningún bien ahí, por lo cual volvió a Yamaguchi, quince
días después. Viendo que la pobreza de su persona se convertía en un
obstáculo para llegar al gobernador, se vistió con gran pompa y fue al
gobernador escoltado por sus compañeros, con toda la regalía de su título de
embajador de Portugal. Le entregó las cartas que le habían dado para el caso
las autoridades de la India y le regaló una caja de música, un reloj y unos
anteojos, entre otras cosas. El gobernador quedó encantado con esos
regalos, dio al santo permiso de predicar y le cedió un antiguo templo budista
para que se alojase mientras estuviese ahí. Habiendo obtenido así la
protección oficial, San Francisco Javier predicó con gran éxito y bautizó a
muchas personas.
Habiéndose enterado de que un navío portugués había atracado en Funai
(Oita) de Kiushu, el santo partió para allá y resolvió partir en ese barco a
visitar sus comunidades cristianas en la India antes de hacer el deseado viaje
a China. Los cristianos del Japón, que eran ya unos 2000 quedaron al
cuidado del P. Cosme de Torres y del hermano Fernández. A pesar de
las dificultades que sufrió, San Francisco Javier opinaba que "no hay
entre los infieles ningún pueblo más bien dotado que el japonés".
Regreso a
la India y expedición a la China
La cristiandad había prosperado en la India durante la ausencia de
Javier; pero también se habían multiplicado las dificultades y los abusos,
tanto entre los misioneros como entre las autoridades portuguesas, y todo ello
necesitaba urgentemente la atención del santo. Francisco Javier emprendió
la tarea con tanta caridad como firmeza. Cuatro meses después, el 25 de
abril de 1552, se embarcó nuevamente, llevando por compañeros a un sacerdote y
un estudiante jesuitas, un criado indio y un joven chino que hubiera sido su
intérprete si no hubiese olvidado su lengua natal. En Malaca, el santo fue
recibido por Diego Pereira, a quien el virrey de la India había nombrado
embajador ante la corte de China.
San Francisco tuvo que hablar en Malaca sobre dicha embajada con Don
Alvaro de Ataide, hijo de Vasco de Gama, que era el jefe en la marina de la
región. Como Alvaro de Ataide era enemigo personal de Diego Pereira, se
negó a dejar partir Pereira y a Francisco Javier, tanto en calidad de embajador
como de comerciante. Ataide no se dejó convencer por los argumentos de
Francisco Javier, ni siquiera cuando éste le mostró el breve de Paulo III por
el que había sido nombrado nuncio apostólico. Por el hecho de oponer
obstáculos a un nuncio pontificio, Ataide incurría en la excomunión. Finalmente,
Ataide permitió que Francisco Javier partiese a la China. El santo envió
al Japón al sacerdote jesuita y sólo conservó a su lado al joven chino, que se
llamaba Antonio. Con su ayuda, esperaba poder introducirse furtivamente en
China, que hasta entonces había sido inaccesible a los extranjeros. A
fines de agosto de 1552, la expedición llegó a la isla desierta de Sancián
(Shang-Chawan) que dista unos veinte kilómetros de la costa y está situada a
cien kilómetros al sur de Hong Kong.
Muerte a
las Puertas de China
Por medio de una de las naves, Francisco Javier escribió desde ahí varias
cartas. Una de ellas iba dirigida a Pereira, a quien el santo
decía: "Si hay alguien que merezca que Dios le premie en esta
empresa, sois vos. Y a vos se deberá su éxito". En
seguida, describía las medidas que había tomado: con mucha
dificultad y pagando generosamente, había conseguido que un mercader chino se
comprometiese a desembarcar de noche en Cantón, no sin exigirle que jurase que
no revelaría su nombre a nadie. En tanto que llegaba la ocasión de
realizar el proyecto, Javier cayó enfermo. Como sólo quedaba uno de los
navíos portugueses, el santo se encontró en la miseria. En su última carta
escribió: "Hace mucho tiempo que no tenía tan pocas ganas de
vivir como ahora". El mercader chino no volvió a
presentarse.
El 21 de noviembre, el santo se vio atacado por una fiebre y
se refugió en el navío. Pero el movimiento del mar le hizo daño, de suerte
que al día siguiente pidió que letrasportasen de nuevo a tierra. En el
navío predominaban los hombres de Don Alvaro de Ataide, los cuales, temiendo
ofender a éste, dejaron a Javier en la playa, expuesto al terrible viento del
norte. Un compasivo comerciante portugués le condujo a su cabaña, tan maltrecha,
que el viento se colaba por las rendijas. Ahí estuvo Francisco Javier,
consumido por la fiebre. Sus amigos le hicieron algunas sangrías, sin
éxito alguno. Entre los espasmos del delirio, el santo oraba
constantemente. Poco a poco, se fue debilitando. El sábado 3 de
diciembre, según escribió Antonio, "viendo que estaba moribundo, le puse
en la mano un cirio encendido. Poco después, entregó el alma a su creador
y Señor con gran paz y reposo, pronunciando el nombre de Jesús". San
Francisco Javier tenía entonces cuarenta y seis años y había pasado once en el
oriente. Fue sepultado el domingo por la tarde. Al entierro
asistieron Antonio, un portugués y dos esclavos.
Su cuerpo se conserva incorrupto
Uno de los tripulantes del navío había aconsejado que se llenase de barro
el féretro para poder trasladar más tarde los restos. Diez semanas
después, se procedió a abrir la tumba. Al quitar el barro del rostro, los
presentes descubrieron que se conservaba perfectamente fresco y que no había
perdido el color; también el resto del cuerpo estaba incorrupto y sólo olía a
barro. El cuerpo fue trasladado a Malaca, donde todos salieron a recibirlo
con gran gozo, excepto Don Alvaro de Ataide. Al fin del año, fue
trasladado a Goa, donde los médicos comprobaron que se hallaba
incorrupto. Ahí reposa todavía, en la iglesia del Buen Jesús.
Francisco Javier fue canonizado en 1622, al mismo tiempo que Ignacio de
Loyola, Teresa de Avila, Felipe Neri e Isidro el Labrador.
El 15 de marzo de 1554 su cuerpo fue descubierto incorrupto.
Partes de su cuerpo permanecen incorruptas en la actualidad y se conservan en la Basílica del Buen Jesús.